“Los medios de comunicación son como un revólver, que cuando uno lo necesita, lo saca y dispara”. Esa frase de Julio Mario Santodomingo parecía ser la explicación perfecta de por qué Luis Carlos Sarmiento había decidido, a principios de 2012, comprar el periódico El Tiempo. Costaba entender razón distinta que motivara a que un millonario invirtiera en un negocio que da pérdidas. Su retórica, “conservar un patrimonio de la nación”, parecía poco creíble.
Y, así fue. Sarmiento empezó a disparar su revólver cuando lo necesitó. Lo hizo en el momento en que, por errores en el diseño y construcción, se desplomó el puente Chirajara. También para arropar a su abogado y consejero Néstor Humberto Martínez y por supuesto para sacudirse de la avalancha que le cayó encima con Odebrecht. Y, en otras ocasiones, con fines más mundanos, como la promoción para la inauguración de su nuevo hotel.
Sin embargo, en los últimos meses el dueño de El Tiempo ha tomado varias decisiones que dejan herido de muerte al periódico y que lo están llevando a su mínima expresión. ¿Por qué Sarmiento quiere convertir su revólver en una cauchera? Esa es precisamente la pregunta que varios editores y periodistas del periódico, con la cabeza baja y cargados de zozobra, se hicieron el miércoles y que aún no lograr descifrar.
El recorte que se hizo en el periódico este 20 de agosto fue el tercero del año. Este último apuntó directamente a la redacción y no al personal de otras áreas administrativas como había ocurrido antes. Uno de los periodistas que despidieron lo habían contratado hace tres semanas. Estrategia a la deriva.
Las cuentas menos dramáticas hablan de que en los medios de todo el país se han cerrado, al menos, 800 puestos de trabajo. Esto en el último año.
Las pérdidas anuales del periódico en 2018 fueron, aproximadamente, de diez millones de dólares. Pero, para tranquilidad de Sarmiento, el Grupo Aval tuvo en el último semestre una utilidad de un poco menos de un billón de dólares. En unas cuentas a brocha gorda, mal hechas, cinco horas de utilidad de Aval son suficientes para salvar un año de El Tiempo.
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Las directivas del diario insisten en que esta reingeniería tiene un norte: el periódico será sostenible con los ingresos de las suscripciones. Pero esta estrategia no es sólida. Desde octubre del año pasado tienen listo el sistema para el cobro de usuarios y no lo han puesto en marcha. Entre otras razones, porque dudan de su eficacia.
Las cuentas menos dramáticas hablan de que en los medios de todo el país se han cerrado, al menos, 800 puestos de trabajo. Esto en el último año. La crisis de El Tiempo y de las otras empresas significan una debacle para el periodismo en el país.
Está claro que hay que cautivar a las audiencias porque, además, la publicidad ya olvidó a los medios: ¡hace diez años que se fueron con Google y Facebook! #AmigxDateCuenta.
Pero ¿cómo hacerlo si los medios prescinden de los periodistas, de aquellos que son los llamados a publicar asuntos relevantes sobre los temas que importan?
Parece ser que Sarmiento, al igual que Dios, es sordo de nacimiento, como diría José Saramago. Él no escuchará, pero hay que repetirlo: los periodistas son el activo más importante de un medio de comunicación. Son precisamente los redactores quienes pueden hacer que el periodismo sea diferente al ruido y a la desinformación que encontramos en Internet. ¿Cómo logrará El Tiempo cautivar a las audiencias si prescinde de sus periodistas y cede para que sus páginas se contaminen cada vez más de propaganda institucional?
Difícil no ser pesimista, pero si la receta de la empresa sigue siendo la de desprenderse de sus periodistas, continuaremos entonando, en silencio, un doloroso requiem por un modelo de negocio que, también, ha sido fundamental para la democracia del país.
PD: Escribir un editorial en la edición de hoy hablando sobre lo que pasa en la empresa hubiera sido un paso en la dirección correcta.