[Vea acá el comercial y la opinión de nuestros editores]
El adolescente siempre recibe de regalo del abuelo una camisa, o unas medias. Una prenda nunca o pocas veces usada por este pichón de adulto. La camisa será guardada, o en el mejor de los casos, cambiada por algo que sí vaya a ser usado. Eso mismo pasa con los libros. Regalamos un libro y sí recibe un uso mayor que la decoración es cuando se vuelve un pisapapeles. A no ser que sea de Paulo Coelho, en cuyo caso, no siempre termina donde debería: en la caneca.
A pesar de esta realidad ha habido una ola de indignación contra un comercial de Poker que, palabras más palabras menos, dice que se regale una cerveza y no un libro. Al menos en el día de los amigos impulsado por ellos mismos. Ahora resulta que todos son unos voraces lectores, unos intelectuales. Ahora todos saltan al ataque contra unos publicistas que son parte de esta misma sociedad que no cultiva la lectura.
Podemos moralizar y decir que Bavaria no debería estar impulsando el consumo de alcohol a cambio de tan edificante acto como el de la lectura. Pero se estaría tapando el sol con la mano. El problema va mucho más profundo. Culpar a unos publicistas que seguramente tienen la misma calidad ortográfica que un chat de adolescentes es centrarse en romper solo la punta del Iceberg. En últimas el Titanic se seguirá hundiendo.
Tanto escándalo para sólo proponer que se quite el video, como si eso cambiara el vergonzoso promedio de menos de 2 libros per cápita que leen los colombianos al año. Fariseos. Para aquellos que creen que la Biblia es un libro que solo leen los fanáticos les explico este término bíblico: fariseo es ese que hace de todo solo cuando lo están mirando, a solas es un tráfuga más.
Pero los que ya vieron el video y se indignaron y protestaron, seguramente no echan de menos su biblioteca, llena de libros (algunos todavía entre el plástico) porque están muy ocupados viendo quién pasó a la siguiente ronda en “Yo me llamo”. Es cierto que no todos lo harán, algunos seguirán en la lucha (para robarle tan hermosa expresión a los izquierdosos), pero la gran mayoría será víctima de la misma sociedad que creó a los publicistas de DDB y se estarán tomando una Poker mientras ven el partido y no mientras se leen un libro.
La culpa no es sólo de los publicistas. A mí también me gustó el comercial. Pero sólo por decirlo, fui tratado de “imbécil” por un samaritano. No dijo más. Ningún argumento. Parece que leer da status de superioridad y que para que una opinión cuente, como la mía, habrá que citar al Ulises, así sea la descripción del moco que hace Joyce. Sólo así estaré al nivel.
Y también para mantener ese nivel, se regala un libro. Para educarte, no para entretenerte. Para sentirse mejor consigo mismo. Así como el abuelo que regala unas medias de lana en vez de las sintéticas que compró en el ONLY el año pasado. El regalo del libro solo funciona cuando la persona ya lee, de lo contrario será otro árbol talado para adornar esa biblioteca que rellena un espacio en la casa.
La lectura tiene que ser un acto agradable, de entretenimiento. Después de una jornada laboral uno se quiere divertir y si la lectura se vuelve una obligación para no sentirse bruto frente a aquel que me llama imbécil, pierde todo sentido hacerlo.
Además, si voy a leer lo que tengo más a mano, lo más corto, el primer abrebocas, me encuentro con el periodismo. Entrando a cualquier página de un periódico colombiano encontramos más errores gramaticales y ortográficos que los de un cuaderno de un publicista de DDB. Y si nos da por leer, los artículos se centran en informar y nunca enseñar, nunca entretener.
Los periodistas que quieren hacer algo más literario, más divertido, terminan escribiendo textos Garciamarquianos para imitar a su héroe. Usan más sinónimos y palabras raras que los comentaristas de fútbol. Así muchos textos son más somníferos que un petaco de cerveza. Los pocos escritores buenos terminan publicados al lado de unas viejas en bola para incentivar su lectura.
Es la educación en la familia, en el colegio y con los amigos lo que impulsa la lectura. No hay que echarle la culpa a la empresa privada, al fin y al cabo ellos están haciendo su labor de vender. Regale un libro a aquel que lo va a leer. Regale una cerveza a aquel que no lee –que es la mayoría-, y en medio de la agradable conversación convénzalo de la delicia de leer. Tal vez así, el próximo día de los amigos podrá regalar un libro y no pisapapeles.
* José Luis Sánchez es historiador y estudiante de la maestría en periodismo del CEPER. Esta crónica se hizo en el marco de la clase Historia del periodismo.