En el gran costal, el vidrio se pone en el centro y los cartones desplegados en círculo a su alrededor. Así se hace siempre. Es más cómodo y permite optimizar el espacio. En menos de 15 minutos, una quincena de cajas de cartón y decenas de botellas de vino que habían sido tiradas en un patio de la calle 69, cerca al elegante sector de restaurantes de la zona G en Chapinero, son clasificadas. Lo que antes parecía un arrume de basura ahora está ordenado y listo para llevar.
Este ritual Campo Elias lo hace todos los días en Bogotá. Él es reciclador desde que nació, hace 47 años. “Mi madre me tuvo prácticamente en la calle”, cuenta el hombre con pequeños ojos oscuros y la cara marcada por los años. Con su esposa Flor, pertenecen a una asociación de recicladores. Ambos recorren a pie las calles del Chapinero Alto tres veces por semana. Su rutina se repite todos los lunes, miércoles y viernes. El trabajo empieza a las tres de la tarde y termina a la una o dos de la mañana, cuando una camioneta pasa para recoger lo colectado y darles su sueldo diario.
Llueva, haga viento o haya sol, la calle siempre será la oficina de los recicladores. A pesar de las precarias condiciones en las que trabaja, Flor está muy orgullosa de su oficio. Más que recoger basura, dice, su trabajo es cuidar el medio ambiente. “¿Te imaginas si nosotros no existiéramos?, pregunta ella. ¡Esta ciudad se habría destruido con el calentamiento global! Recogimos la basura pero también recuperamos materiales que van a hacer un nuevo proceso. Mucha gente no ve eso.”
Cada reciclador tiene su propia zona de trabajo, delimitada por las esquinas, las calles y las carreras de la ciudad. “Muchos llevan hasta 10 años en un solo sector”, explica Campo Elias. “Nos conocemos entre compañeros y conocemos nuestros sectores”. Él asegura que las peleas entre recicladores son raras y asegura que cada uno respeta el sector de su vecino. Sin embargo, lo que va recogiendo –cartones, botellas, latas, papel– lo vigila con celo. Los niños de los recicladores son los “celadores”. “¿Porqué traemos los niños? Porqué ellos van a cuidar mientras nosotros salimos a recoger más de otros sectores”. Campo Elias asegura que sus hijos trabajan solamente durante las vacaciones escolares. Porqué tienen que estudiar. “Quisiera que ellos sigan ‘el arte’, pero en una capacidad mas avanzada”, dice Campo Elias, “Es decir, que sean ingenieros ambientales.”
Con su gorro negro y sus viejos pantalones rojos, Leticia trabaja con Campo Elias y Flor. De una basura a la otra, esta mujer bajita y dinámica jamás se detiene. “Nos toca rápido. Imagínate si yo me pongo a hacer esto papelito por papelito. ¡Me da sueño! El reciclador que es reciclador ya sabe como es. Eche eso, esto sí sirve, esto no.”
Del otro lado de la calle, un hombre llama a Leticia. Ella lo saluda y corre hasta él para recoger los cartones que el hombre pone en frente de su puerta. “Los usuarios conocen cuales recicladores pertenecen a cada zona”, explica Campo Elias, “Muchas veces ellos guardan el material porqué saben que nosotros somos los dueños de la zona.”
Leticia, Flor y Campo Elias no usan guantes para hurgar en las basuras. Para ellos, es un accesorio que los amarra. “Se dice que el cuero de los dedos se vuelven como guantes para nosotros, porqué ya es duro”, explica Campo Elias mostrando sus manos estropeadas.
Hoy, el sueldo diario promedio de un reciclador de Bogotá oscila entre 7.000 y 8.000 pesos. En un mes, representa apena 50% del sueldo mínimo colombiano. Tres años atrás, se podía ganar el doble cada día. Eso tiene que ver directamente con la baja de los precios de los materiales. El año pasado, un kilo de vidrio valía 70 pesos ; hoy su valor fluctúa entre 35 y 40 pesos. Igual pasa con los precios del papel, del cartón y del plástico que han caido a la mitad en un año.
¿Cómo se puede explicar una baja tan importante? Ricardo Valencia, director de la fundación CEMPRE, que promueve el reciclaje en Bogotá, enumera tres factores. El primero: las importaciones. “Mucho cartón y papel entran a través de los empaques de los materiales que importamos. Nadie verifica qué tipo de material se está usando para esos empaques, en qué cantidad y cuánto pesa. Es como un poco lo que pasa con los dólares: como entra mucho dólar negro, el precio del dólar en Colombia está muy bajo. Como entra mucho papel que no contabilizamos, el precio del papel está también muy bajo.” El segundo: la industria del reciclaje. “Ha tenido un par de años en los que disminuyó su capacidad de procesamiento. Uno de los molinos importantes estuvo cerrado.” Y finalmente la competencia con otros mercados en Latinoamérica. “En otros países los procesos de reciclaje son muy baratos. Entonces entran al país materiales reciclables con precios muy bajos.”
Sin embargo, en los últimos años el reciclaje se ha vuelto un mercado que atiza la glotonería de un puñado de empresas privadas de aseo, altamente tecnificadas. Ellas son la competencia directa de los recicladores, ganando poco a poco licitaciones para la recolección de basuras y manejo de desechos en las grandes ciudades de Colombia.
Ante lo que podría considerarse una competencia desigual, la Corte Constitucional fijó jurisprudencia al respecto. Una sentencia del 26 de abril 2012 obliga a las alcaldías a incluir los recicladores como parte del servicio público de aseo. El texto prevé dejarles la recolección de los materiales reciclables mientras que las empresas privadas se ocuparán de las basuras ordinarias. Esto significa no solamente que las alcaldías tendrán que pagar a los recicladores sino que deberán también propiciarles mejores medios para hacer su trabajo: transporte, centros de acopios y prensas, entre otros.
Hasta hace poco la sentencia era letra muerta. Pero el 22 de octubre pasado, el alcalde Gustavo Petro anunció la creación de una nueva empresa pública de recolección de basuras (adscrita al Acueducto de la ciudad), que pagará a los once mil quinientos recicladores censados en la ciudad. Los recicladores serán organizados en sesenta unidades empresariales, cada una con su flota de camiones, su territorio bien delimitado. También tendrán que trabajar de día y en uniforme.
Trabajar en uniforme es precisamente el sueño de Leticia. “Me gustaría también tener un carné de reciclador”, dice como soñando despierta. Pero por el momento, “nada garantiza que será así”, atempera Flor. “Estamos esperando que algo sea firmado.”
En las calles de Chapinero, la noche está cayendo. Campo Elias, Flor y Leticia traen los materiales que ya han recogido hasta su esquina. Aún tienen unas cinco horas de trabajo por delante antes de que la camioneta pase a llevarse lo que recogieron y les de su sueldo diario.
* Hélène Bielak es estudiante del convenio de intercambio entre la Maestría en Periodismo del CEPER de la Universidad de los Andes y elInstitut Français de Presse de la Université Paris 2 Panthéon-Assas en Paris.