Queremos tanto a Dayro Elogio de un futbolista que se ha ganado el apelativo del “jugador del pueblo”.
Elogio de un futbolista que se ha ganado el apelativo del “jugador del pueblo”.
Elogio de un futbolista que se ha ganado el apelativo del “jugador del pueblo”.
Hace apenas dos días, el domingo 7 de septiembre de 2025, un hombre viajó desde Pitalito, Huila, hasta Barranquilla, la ciudad donde se concentraba la Selección Colombia. Ya clasificado al siguiente Mundial, el equipo esperaba el viaje para ir a Venezuela y jugar el último partido de las eliminatorias. El nombre de esta persona, la que hizo un viaje de al menos unas 24 horas por tierra, no para ver a la Selección sino para entregar un regalo, es Dilbert Madriñán y es artista.
Madriñán pintó un cuadro de 100 por 170 centímetros en el que se ve una versión joven del goleador Dayro Moreno en la Selección. Es decir, con más pelo en la cabeza, una bandana negra sobre la frente, sin tatuajes, y con un rostro más terso. El número 17 está dibujado sobre el pecho de su camiseta amarilla. El balón que conduce con el pie derecho rueda prendido en fuego. A un lado de la pelota luminosa, en la parte baja del cuadro, podemos ver una Copa Libertadores que hace referencia a la de 2004, que Once Caldas le ganó por penales a Boca Juniors de Argentina en un partido de vuelta en Manizales.
Si bien en la memoria tenemos frescas a otras figuras míticas de esa final, como la del portero Juan Carlos Henao atajando el último penal de la ronda a Cángele, o a John Viáfara gritando “¡Hijueputa!”, después de su golazo a media distancia, Dayro jugaba en la titular.
De 2004 a hoy, en más de 20 años de carrera, Dayro Moreno ha logrado construir una figura épica y extraña, una mezcla de héroe consumado y rumbero irredento, que pasa por una personalidad magnética con un legado que despierta las sonrisas cómplices de un país entero que ve en él lo que algunas veces en el fútbol llamamos “el jugador del pueblo”: el que pide la gente.
En un siglo caracterizado por deportistas juiciosos, poco problemáticos en sus vidas personales, alimentados en un círculo virtuoso (¿o vicioso?) por una audiencia que rinde culto a la imagen del autocuidado y la disciplina como productores infalibles de resultados, todavía sobrevive, en él como paradigma, la figura de un ídolo que no tuvo empacho en decir en una entrevista que todos sabían de su vitamina: “el traguito: una vitamina muy especial”.
En el bar en el que yo vi el partido Colombia vs. Bolivia, cuando nos jugábamos la clasificación al Mundial que viene (un asunto serio, pues), ya íbamos por más de la mitad del segundo tiempo y era evidente la superioridad futbolística y de números de la Selección. Entonces, un hombre empezó a gritar, cerveza en mano, “¡que entre Tequilita!”: y nos reímos y lo apoyamos. Era hora. Ahí mismo le escribí a una amiga futbolera: “Hora de Dayro”. Y ella solo respondió: “Claro que sí”.
En la transmisión que veíamos por Caracol Televisión, poco después, el comentarista Javier Hernández Bonett, dijo, en el tono típico de alguien que ha hecho esto muchas veces y sabe la reacción de su público, las palabras “¡se viene Dayro!”, y el bar estalló en medio de un júbilo cervecero y aguardientero. Brindamos por él. Era más vida que fútbol, si es que una frase así puede decirse.

Algunos apuntes sobre cómo la liga del gigante sudamericano se sienta en la mesa de las mejores competiciones del mundo.
Click acá para verMás que un jugador, más que un goleador, el público del bar, y el de Colombia, sospecho, esperaba a su héroe descarado. Al hombre de casi 40 años que no solo aporta números sino también memes. De hecho, hay una entrevista en que le muestran a Dayro una foto de él mismo alzando las manos en el que abajo está escrita la pregunta “¿Media o qué?”, y él comenta “media, no, yo tomo es por botella”. Una especie de estilo de vida andante. Un mito que da para relatos. Una épica que genera risas. Unas jugadas que tienen como banda sonora, nada menos, que al clásico del reguetón “Baila Morena”, de Héctor y Tito. En nuestra mente la letra se traduce con nombre y apellido y nos trae recuerdos de goles: “¡La mafia a colocaaaaaar!”.
Por esos mismos días del partido, circuló en X que en el Tolima se decía que cuando Dayro va a Chicoral (su tierra natal) se acaba el trago y les toca pedir más desde el Espinal. A lo que voy es que todos estos chistes que alimentan el relato podrían ser parte de la historia triste de un borracho. Y nada más. Algo así como una narrativa del fracaso como la que vemos hoy en la popular película “Un poeta”, de Simón Mesa: una historia triste, muy bien contada, que produce ciertas risas y ciertas simpatías.
Pero no es lo mismo (y qué bueno que no lo sea). Dayro tiene una especie de mixtura de dos mundos. Una vida que demuestra cuáles son los márgenes de lo posible. Tal vez ahí es donde está la enjundia de su legado: ese al que llaman entre risas “Tequilita” no solo es el actual goleador de la Copa Sudamericana con el Once Caldas, en la que ha hecho ocho goles, sino que lleva 370 anotados en toda su carrera, estirando números por encima de Falcao, quien una vez fue catalogado como el mejor delantero del mundo.
En el partido contra Bolivia, el estadio Metropolitano de Barranquilla estalló también. James ya había metido un gol. Jhon Córdoba también, rompiendo de paso su mala racha de tantos partidos. La entrada de Dayro sobre el 81’, la sola entrada, quiero decir, el hecho de que él corriera desde la línea lateral al campo, fue suficiente para que el público se pusiera de pie y aplaudiera: 10 años sin selección y solo se necesitó de su presencia para avivar la llama de la alegría colectiva. Ese fue el gol que metió: volver a estar convocado en el equipo y ser pedido a último minuto por el técnico Lorenzo.
Aquí, claro, podría nacer una teoría medio fácil de que los colombianos nos conformamos con muy poco: pero es que Dayro ha hecho mucho. Ese es el problema. Él encarna una metáfora del fútbol que había sido olvidada y que hace presente con su helicóptero a Manizales y su mechón tirado para atrás, con su baile registrado y su botella gigante de licorera regional, con su sonrisa de diseño y su himno extraído de una canción de fiesta de discoteca.
En 2024 un niño dijo a la televisión una frase de amplia recordación después de que Millonarios perdió con Once Caldas: “Dayro Moreno traicionero. Su papá no lo quiere”. Después de que la Selección clasificara al Mundial, Dayro, acaso con la misma inocencia del niño, transformó ese mensaje en su cuenta de Instagram para decir: “Colombia sí me quiere”. Y, bueno, nada que hacer. Al pueblo lo que es del pueblo.