Comenzó el Mundial de Catar 2022 en medio de situaciones y sensaciones encontradas. En definitiva, la decisión del anterior director de la FIFA Sepp Blatter de hacer el mundial allí, notoriamente controversial y adosada por escándalos de corrupción que se llevaron a toda la cúpula dirigencial a la cárcel, se concretó en medio de tensiones y circunstancias que han tenido al mundo del fútbol y al mundo del mundo con alarmas encendidas.
Por el lado del mundo del fútbol, pese a cuestionamientos, tensiones y no pocas incertidumbres, la FIFA ha conseguido ejercer su doble rol: de organización internacional dueña del poder del fútbol y de multinacional que impone condiciones y reglas al país organizador. No obstante, ese doble rol que ejerció sin control ni cuestionamiento alguno, especialmente desde que Joao Havelange la presidió y hasta que Sepp Blatter le otorgó la sede del torneo al primer país del Medio Oriente, ha sufrido alguna contención —un indudable acotamiento— y está sujeto a los posibles efectos de los cambios a que sometió a seleccionados, medios de comunicación e hinchas.
En efecto, por primera vez en su historia, varias justicias de países del mundo real, y en especial la de los Estados Unidos, investigaron, sindicaron y condenaron a esos altos jerarcas y obligaron un recambio. La nueva dirigencia, en cabeza de Gianni Infantino, mantuvo los propósitos centrales de la dirigencia saliente, pero introdujo algunas modificaciones de importancia. Entre ellas, la de intentar una mayor presencia en ámbitos de preocupación para el mundo del mundo, mientras ha intentado combinar ámbitos de transformación más profundos en el mundo del fútbol. Todo esto, a la vez que concilia y conserva las claves principales que aseguran la vigencia del espectáculo y su enorme capacidad para mover ingentes recursos a su alrededor, reforzando el carácter corporativo y el poderío económico de la Federación.
Igualmente, en los últimos años ha tomado forma la posibilidad de un cisma, semejante al que significó el protestantismo para el catolicismo. Esta posibilidad se ha configurado y ha dado muestras de estar por allí latente, aunque tanto la reacción de la UEFA, pero también de los socios e hinchas de clubes importantes, han complicado el movimiento rebelde de los clubes más ricos y más importantes de las ligas europeas. Pero ellos están hibernando.
Esta amenaza al poder hegemónico de la FIFA seguramente debilitará iniciativas como la del mundial cada dos años, aunque no así la del mundial con 48 equipos. Tampoco frenará la iniciativa de favorecer los cambios en las reglas de juego a un ritmo inusitado. Y mucho menos, tendrá injerencia en la creciente intromisión de la tecnología en el desarrollo del juego, al punto de que el fútbol de alta competencia es, ya casi, un videojuego.
Como era de suponerse, la FIFA ha mantenido su decisión, su apoyo, sus acuerdos con las autoridades cataríes, pese a las denuncias y cuestionamientos en relación con los miles de trabajadores muertos, unas condiciones laborales violatorias de los derechos humanos, las prohibiciones y restricciones a las mujeres y la concreta supresión de cualquier posibilidad de que la población LGBTIQ+ se manifieste o, siquiera, se haga visible.
En cualquier caso, se expone el propósito de seguir en un proceso de expansión del fútbol a todo tipo de sociedades y culturas, razón que es difícil de sostener creíblemente en el caso de Catar. Solo que ahora, de manera novedosa, el propio Infantino ha asumido un discurso mucho más político en el cual ha defendido los progresos en derechos humanos y el compromiso del gobierno de Catar para conseguir un mundial que consiga mantener y potenciar la presencia del fútbol en los dos mundos, el del fútbol y el del mundo. Para ello, incluso, ha acusado a los europeos de hipócritas en lo atinente a las condenas por la situación de derechos humanos en el país organizador, con referencias claras al trato que los países de la Unión han dado a los migrantes, ha resaltado compromisos para mejorar la seguridad en las relaciones laborales en Catar y ha continuado los esfuerzos por asegurar educación de 25 millones de niños y niñas en India con los recursos del fondo de legado de Qatar 2022.
Al respecto, no sobra recordar que la FIFA ha venido ampliando los ámbitos de promoción de asuntos que conciernen al mundo del mundo, aunque mezclando dos formas de incidencia: unas propias del mundo del fútbol: Juego Limpio, No a la violencia (ni en la cancha, ni en las tribunas); y otras del mundo del mundo, algunas más claramente provenientes del mundo del fútbol: No al racismo, y otras en principio menos directamente relacionadas, hasta ahora, como la proveniente de los compromisos con el cambio climático y, en concreto, con el Marco de Acción Climática del Deporte de las Naciones Unidas.
Adicionalmente, la FIFA agencia, mal que bien, una de las principales revoluciones que hoy se vive en las sociedades de occidente. Solo que, paradójicamente, que el mundial sea en Catar pone el tema en la cima de la discusión. La revolución es la de la inclusión e igualdad que en 30 años ha propiciado el fútbol femenino, en un año en el que además se ha hecho visible su expansión, su consolidación, su potencia. Pero en Catar las mujeres, por razones culturales, religiosas y políticas están en condición de subordinación. Por si fuera poco, uno de los países participantes, curiosamente dirigido por el técnico que renunció a la dirección de la selección Colombia, Carlos Queiroz, está sujeto a movilizaciones y desafíos luego del asesinato de una joven detenida por la policía de la moral en Irán. Al punto que el expresidente y expresidiario Blatter ha pedido que expulsen a Irán del mundial. En consecuencia, la cuestión está en la cima del debate y es fácil despotricar de la FIFA y de la autocracia catarí.
Al final, el mundial arrancó y en un mes estaremos celebrando al nuevo campeón mundial. Ojalá latinoamericano. Ojalá Argentina, o si no Brasil. Entretanto, futboleros, hinchas, periodistas argumentarán sobre lo excesivo que es poner en los hombros del fútbol, del mundial y de los futbolistas, tantos asuntos no resueltos del mundo del mundo. La FIFA, por su parte, seguirá navegando, en los asuntos humanos, en las tensiones, paradojas y contradicciones que aquí se han planteado. Lo hecho se valorará al futuro si, como sucedió con el mundial en los Estados Unidos, finalmente el fútbol, y especialmente el fútbol femenino, pelecha. Pero a hoy es difícil imaginar un efecto tan potente de llevar el mundial a Qatar.
En el caso de la monarquía catarí, habrá que evaluar si la estrategia de soft power de diplomacia deportiva, propiciada con los ingentes recursos del petróleo, permiten un balance positivo. Pero cabe preguntarse, ¿cuál sería este?