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31.03.2025
Juan Sebastián Barriga Ossa
31.03.2025
Olivia Rodrigo, headliner del día 4. Foto: Isabella Bobadilla
Finalizó otra edición de este festival que este año se vivió entre la euforia, el cansancio y la sobreestimulación.
“No sé por dónde empezar” dijo la artista colombiana Ela Minus al inicio de su presentación en el cierre del Estéreo Picnic y algo similar me pasa con este texto. La diferencia entre esta cantante y productora radicada en Estados Unidos y este periodista, es que ella estaba feliz y conmovida por una vez más ser recibida por un público amoroso e hipnotizado por su música. Por mi lado, tengo una mezcla de felicidad, hastío, confusión y cansancio.
Esta edición del FEP ha sido la más extraña en la que he estado. Estos cuatro días han dejado una mezcla de felicidad total, euforia, amor y un poco de calma y paz mental; pero también dejó hastío, decepciones, contradicciones y muchas preguntas.
No es que el festival estuviera malo, en este punto se ha logrado un nivel de producción y calidad asegurada. Como siempre la mayoría de las presentaciones fueron impresionantes, en general estuvo bien organizado, el sonido fue bueno pero a veces muy duro, el espacio estuvo bien distribuido y hubo mucha calma en el público; pero este fue un festival trancado, como que nunca cuajó del todo. Y no solo fue una percepción mía, cuando le pregunté a asistentes, artistas, amigos, colegas, emprendedores, empleados, revendedores y demás fauna festivalera; la mayoría coincidía en eso: se sintió raro.
Entender el por qué de esta percepción es complejo, cada uno vive el festival de forma personal, pero hay algunas cosas que nos engloban a todos y todas las asistentes y que de alguna forma nos hace preguntarnos: ¿Qué tan necesarias son las dinámicas que rodean al FEP en estos tiempos tan complejos que vivimos?
Sin duda sí es necesario que exista un festival como este, por varias razones ya más que discutidas, pero ¿es necesario que duré tantos días? El FEP 2025 fue demasiado grande y esa fue su debilidad. A parte del duro clima y las cancelaciones, que nunca habían sido tantas, lo que más trancó el festival fue la sobre estimulación. No sé si se necesitaba otro escenario, este año fueron siete entre las cuatro tarimas y los tres espacios cerrados, ni tantas activaciones y marcas y llamados a gastar.
Reflexiones sobre la luz, el desperdicio y la necesidad humana de congregarse alrededor de la música.
Click acá para verOtro problema fue que el cartel estaba desequilibrado. Esto es curioso porque el cartel del Picnic suele ser muy bueno, porque más allá de los artistas que trae, este busca abarcar muchos mercados y públicos que tienen la posibilidad de mezclarse, descubrirse y compartir en un mismo espacio. Siempre hay un poco de todo y la posibilidad de sorprenderse es lo mejor que ofrece este evento. Pero este año estuvo muy cargado a las lógicas de TikTok y los Reels de Instagram. Algo muy preocupante.
Uno generalmente ve artistas que no le gustan pero que realmente no son malos, sin embargo en esta edición ví muchos artistas mediocres y aburridos que vinieron del norte global. En este cartel encontré muchos nombres desconocidos de personas que son famosas solo por tener una canción en TikTok. Algunos realmente fueron interesantes y se les nota un trabajo muy pulido, otros simplemente están rellenando un cartel.
Esto no es del todo negativo, está bien que el público de estas personas pueda disfrutar de sus dinámicas y si lo que les preocupa son sus videos, fotos y grabar los diez segundos virales para pedirle cosas gratis a las marcas, pues allá ellos, a la larga para eso pagan, aunque en algunos casos exigen las boletas. Pero de nuevo ¿Era necesario traer tantos? Sobre todo si el discurso es formar artistas, crear plataformas y potenciar la industria local.
Uno de los elementos más destacables de este año fueron los artistas latinos, de hecho, a parte de las cabezas, son lo que salvó a esta edición. Eso lo demostró Mon Laferte con su show teatral, hecho con una puesta en escena muy ambiciosa pero bien ejecutada; lo mismo pasó con Nathy Peluso y Ca7riel y Paco Amoroso que presentaron formatos similares; y a parte de esto, la representación colombiana fue de las mejores que he visto en el festival.
Entonces al ver esto vale la pena preguntarse si ya va siendo hora de subir la apuesta por los locales y darles mejores horarios. Por ejemplo una agrupación como De Mar y Río puede tocar al inicio de la noche en cualquier escenario y frente a cualquier público porque cuando la marimba y cununos suenan, es muy difícil no contagiarse y ponerse a bailar. Pero les tocó abrir frente a unas cuantas decenas de personas.
En cambio a Eladio Carrión, el cantante más desafinado que he escuchado en Estéreo Picnic, le dieron un protagonismo enorme y dejó su mediocre presentación botada. Evidentemente esta es una persona que no respeta a su gente, ¿para qué tener alguien que viene hacer un trámite y cobrar unos dólares, si en la casa está Granuja tirando las rimas más finas del festival y además tienes a Soul AM juntando varias de las raperas y raperos más talentosos del país?
Si en Bogotá existen bandas como las 1280 Almas que es capaz de reemplazar a Incubus después de una tormenta, ¿es necesario traer tantas personas que solo están aquí porque son virales y no talentosas? ¿Esto realmente es un buen negocio? ¿Es sostenible? ¿Estamos entrando en la caída del Pícnic y de la era de los grandes festivales en el mundo?
Supongo que el tiempo lo dirá.
Antes de iniciar el festival, hablé con Diego Parra, director de Arte, Cultura y Patrimonio de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, una cosa en la que hizo énfasis fue en un plan de formación de teloneros que está implementando el Distrito; pero luego de ver el desbordado talento colombiano de este año, creo que es bueno preguntar si más bien es mejor empezar a pulir cabezas de cartel. Si lo pensamos bien, lo que hace la diferencia entre un artista local y uno de media gama angloparlante realmente es la plata.
Pero no todo lo local se lleva flores, también es bueno preguntarse si ¿es necesario ver otra vez a LosPetitFellas en una de estas tarimas? ¿Es necesario crear algo como Astrópical, que de novedoso poco y de malo mucho? Si semana a semana en todos los rincones de la ciudad tocan músicos igual de buenos y creativos que estos, ¿por qué seguimos viendo los mismos proyectos en estos festivales? Sobre todo si ya tienen una fanática capaz de llenar varios de los otros escenarios que hay en la ciudad.
La industria tiene unas dinámicas complejas. También hay que entender que cuando se programa a una artista como Olivia Rodrígo el trato suele venir con cláusulas, compromisos y condiciones que entre otras cosas, obligan a incluir artistas de niveles medianos o que la propia industria está intentando promocionar porque es lo que da el dinero y es la tendencia.
Eso siempre pasará, así es el juego y en general ha habido un intento por crear un equilibrio. Pero este año se notó la codicia de Páramo Presenta y Ocesa, y no solo en el FEP, se está comenzando a evidenciar que la sobreproducción de eventos se está saliendo de control.
Hay tantos conciertos programados para este año, que es difícil que el público pueda ir a todos, en esta edición se sintió que hubo menos gente que en la pasada, tal vez los bolsillos ya no dan para tanto. Sobre todo porque estamos entrando en una crisis económica mundial la cuál nos obliga a pensar en ¿cuánto podemos seguir gastando en general?
Este año en el Picnic se sintió una búsqueda más de consumidores que de fanáticos y tal vez eso generó ese aura de desconexión y poca euforia que se vivió por momentos. A veces el público estaba distraído, muchas fueron las presentaciones en las que las conversaciones interfirieron con la música y si bien hubo mucha entrega, energía, lágrimas, baile, euforia; a veces era como que faltaba algo.
A lo mejor el difícil presente que estamos viviendo hace que no nos podamos entregar con tanta pasión a los placeres como en otros años. Pero es muy destacable ver cambios positivos en el público. Este año ví menos consumo excesivo y más cuidado en los parches. Las personas en general eran amables y varias veces terminé coordinando con quienes estaban a mi alrededor la forma de ver más cómodos a las bandas. Ví preocupación por los puntos de encuentro, por tener agua, por no dejar a nadie sólo, por abrigarse bien, por tener vitamina C, crema caliente y otras medicinas entre las maletas. Incluso el tema de los pájaros produjo que mucha gente considerara la posibilidad de volver a los fríos confines de Briseño. Pero tal vez fue por los shows que ví.
Eso es lo más positivo de todo lo que conjuga el FEP. La parte humana, lo que está lejos de las lógicas del mercado, de los egos y de las máscaras. Este año fue hermoso ver a los fans de Tool y a los “Levis”, el fandom de Olivia Rodrígo, presenciar juntos un mismo concierto y conmoverse de la misma forma. Además, a esta edición llegó una generación nueva que no solo tiene la posibilidad de ver a sus ídolos cuando están en su mejor momento, sino que pueden ir a un festival sin tener que soportar toda la violencia y precariedad que vivimos las generaciones anteriores.
La cuestión es que a esta nueva generación le toca un camino muy empinado. Vivimos en tiempos en los que los billonarios dicen que la empatía es el peor mal que enfrentamos. Si uno mira los comentarios que rodearon al festival encuentra mucho odio y rabia. Tal vez ambas cosas están relacionadas. Es curioso, porque sin empatía es imposible juntar a toda esta gente y tener este tipo de eventos; sin empatía no hay forma de crear un espacio de paz, de libre expresión y de cuidado; y sin empatía no hay forma de que miles de personas se cuestionen sus hábitos de consumo, las formas en las que habitan el territorio y cómo lo individual afecta lo colectivo.
La edición 2024 de Estéreo Picnic mostró que el festival alcanzó su potencial, la de este año, nos muestra que el reto de mantenerlo estable es mucho más complejo de lo que se pensaba y que siempre se necesitan cambios y correcciones. Sin embargo no fue una mala edición, lo que pasó es que rompió un poco la burbuja y nos puso a recordar lo que realmente es estar en el presente.