Por siempre joven: vote por Petro

1. Gomelos con Petro En la novela del poder hay un frase patriarcal, acomodada y condescendiente que es usada década tras década con el fin de ponerle un norte a la brújula política de los jóvenes: “Si a los 20 años no eres de izquierda, no tienes corazón. Si a los 40 años no eres […]

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Lucas Ospina


16.06.2018

1. Gomelos con Petro

En la novela del poder hay un frase patriarcal, acomodada y condescendiente que es usada década tras década con el fin de ponerle un norte a la brújula política de los jóvenes: “Si a los 20 años no eres de izquierda, no tienes corazón. Si a los 40 años no eres de derechas, no tienes cerebro”.

La paternidad de la frase se atribuye a un largo historial de prohombres y políticos —Disraeli o Churchill figuran en sus pruebas de ADN—, pero, tal vez, su genética comienza con François Guizot, un líder doctrinario francés que a mitad del Siglo XIX dijo: “No ser republicano a los 20 es una prueba de falta de corazón; ser uno a los 30 es una prueba de falta de cabeza”. Años después, en la misma arena política, Georges Benjamin Clemenceau respondió algo semejante cuando fue cuestionado por la filiación comunista de su hijo: “Si él no se hubiera convertido en comunista a los 22, yo lo habría desheredado, pero si continúa siéndolo a los 30, lo desheredaré para entonces”.

La campaña de Gustavo Petro ha sido la fiesta de graduación en política para el amplio sector de personas a las que rápidamente nos referimos como jóvenes. Una población con “corazón” que comprende que su voto va más allá de un logo tornasolado o del vaivén del conceptualismo naïf del arte mockusiano. Un conjunto variado de personas jóvenes que marcarán con X su voto por Gustavo Petro y Angela María Robledo en el tarjetón de este domingo y que aspiran a algo más que una aspiración personal: su voto no servirá para salvaguardar un privilegio de clase por conseguir o conseguido a como dé lugar.

Este grupo de personas jóvenes que vota por la opción de vida que propone Petro lo hace sin miedo a ser desheredado pues se niega a aceptar la misma herencia de odio recibida a sangre y fuego por sus mayores. ¿Qué quedaría para el Uribismo —ahora como único partido mayoritario— sin la matriz identitaria del odio? Ya lo señalaba con lucidez Francisco Gutiérrez Sanín en su columna más reciente cuando proponía un concurso: cojan todas las declaraciones de Uribe en “la prensa o por Twitter, junto con las de la bancada del Centro Democrático, y encuentren UNA declaración positiva sobre el proceso de paz, un momento en que se hayan alegrado por sus logros obvios o se hayan preocupado por las dificultades en que se encontraba. Mi apuesta: no encontrarán ninguna. Ni una solita. Sólo mala fe y veneno”.

El triunfó emberracado del “NO” en el plebiscito por la paz de 2016 fue el ritual de iniciación política para muchos de estos jóvenes, una celebración amarga que, tal vez para la generación más formada e informada en términos políticos que ha tenido el país, significó una memoria triste: “la plebitusa”.

Muchos de los jóvenes se lamentaron al otro día: unos por no haber sido más activos (en la discusión y disuasión con los indecisos) y otros por ser tan cándidos y confiados (cándidos con las encuestas y confiados en las cámaras de eco y algoritmos de redes virtuales de pares y espejos donde se navega bajo la adicción a la endorfina del narcisismo). Otros lamentaron su pereza al no salir a votar y pasar del dicho digital al hecho factual del tarjetón y, luego de pecar, algunos abstencionistas empataron participando en las marchas de los primeros días por la causa de la paz pactada en los acuerdos entre las élites del Gobierno y de las FARC en La Habana, y que desde entonces ha salvado vidas y le ha quitado heridos —jóvenes en su gran mayoría— a la estadística militar del conflicto, lo que abre una perspectiva más digna a la vida militar.

El bautizo político de los jóvenes que sufrieron la plebitusa fue en apariencia más aséptico que el de los jóvenes de generaciones anteriores a quienes les tocó el asesinato de la persona que encarnaba la posibilidad de cambio, magnicidios planeados y brutales que convirtieron a estos políticos—normales en otras latitudes, pero inusuales en esta— en mitos. Una suerte de cadáveres insepultos pues sus asesinatos —por razones de interés, incompetencia, desgracia o aparente necesidad— permanecen en la impunidad: Uribe Uribe (1914), Gaitán (1948), Pardo Leal (1989), Galán (1989), Jaramillo y Pizarro (1990) y, más tarde, Jaime Garzón (1999) —que, sin ser un candidato, fue un representante cómico y trágico que usó la política como material para hacer arte y el arte como puerta de entrada a la peligrosa materialidad de la política—.

Algo hemos avanzado, Constitución del 91 de por medio; para esta generación la estrategia de aniquilación ya no es el asesinato directo —así muchos lo deseen— sino un patrón de asesinato diluido bajo una homeopatía selectiva y a cuenta gotas: no se mata al líder, pero sí a otros líderes de base menos conocidos. Se asesina semana a semana a los activistas en los márgenes del país, o, si el asesinato físico no es la vía, por lo menos responde a una pauta kafkiana: un proceso legal en su versión criolla, el “falso positivo judicial”.

Estos jóvenes que van a votar por Petro, más que educación, educación, educación —como lo proponía un candidato reciente, en un sonsonete parecido al trabajar, trabajar y trabajar de otro político—, han recibido un saber que en muchos casos complementa, sobrepasa y rebasa lo aprendido en sus casas y escuelas. Gracias a internet y a la democratización de la tecnología, las redes sociales digitales y la masificación de los planes de datos en los teléfonos móviles los jóvenes han abierto un nuevo río de saber que, además de servir de alternativa al flujo patriarcal y monocanal del pasado, es un mar amplio y ancho de corrientes contrarias donde el navegante, gracias a las habilidades y herramientas digitales empleadas, puede compartir y generar de forma autónoma, crítica, acelerada y a gran escala, otras formas de imaginar el mundo.

Estos jóvenes han encontrado en Petro un buen catalizador de ideas y la campaña de la Colombia Humana es una Escuela de resistencia, como se titula un ensayo en el que Elias Canneti da cuenta del impulso inicial que recibió cuando apenas era un lector y encontró en un líder intelectual el fuego necesario para iluminar la senda de un comienzo auspicioso. Dice Canneti: “con instrumentos prestados se penetra en la tierra, que también es prestada y extraña, porque es de otros”. Pero una vez el proceso de atreverse a pensar se instaura, la jerarquía del maestro se supera: “de repente se ve uno ante algo que no conoce y se asusta y tambalea: es lo propio. Puede ser poco, un maní, una piedra pequeña, una picadura venenosa, un olor nuevo, un sonido inexplicable o una oscura y extensa arteria: si tiene el valor y la prudencia de despertar de su primer sobresalto, de reconocerlo y nombrarlo, empieza su verdadera vida”.

Esta “verdadera vida” es la que se siente palpitar entre los jóvenes gracias a la pauta vital de la campaña de la Colombia Humana en estas elecciones.

Una expresión concreta de esta mutación generacional ha sido Gomelos con Petro, una página irónica de Facebook que se pone en los “ferragamo” del otro y usa plásticamente el lenguaje de estas tribus urbanas, materialistas, superficiales, ingenuas, arribistas, engreídas y faranduleras, para hacer entradas que imaginan una situación —en apariencia— paradójica: una legión de estos “hijos de papi y mami” apoya la candidatura de un candidato que, por los hábitos propios del clasismo y del racismo, no debería estar en el radar de sus preferencias habituales. Si el gomelo es la némesis del ñero —del vulgar, del que no tiene educación, del callejero, del “indio”—, apoyar a un candidato como Gustavo Petro, el “candidato flecha” en estas elecciones, es una traición al carácter férreo y previsible de un origen, es una señal inequívoca de que los tiempos están cambiando. Una de las entradas de la página reza así y resulta aún más procaz si es leída con el acento actoral propio del que parece hablar y pensar como si tuviera una papa caliente en la boca:

“Maricas, ver esa cara de Gus en el tarjetón…. es como demasiado de lujo. O sea, ¿ustedes han mirado bien, hvn? Esa cara solo podría ser de un colombiano. I mean, no solo no de un gringo, sino que tampoco de un peruano ni de un argentino ni de un mexicano ni de nadie sino de aquí hvn. O sea es LA cara de un bacán de aquí mk. Y a mí eso sí me parece como demasiado del putas. Gvn, demasiado gomelo. Como que tú te tomarías un vino que no tuviera denominación de origen? Te pondrías unos Nike que parecieran Nike pero miras mejor y son Mike? Yo no he hecho en mi vida nada que me identifique más como auténtico y denominación de origen y real y top y deluxe y vip y plus que votar por Gus mk”.

La política es un arte de representación y cualquier cambio político no solo debería tener implicaciones políticas en los cargos de representación —los puestos—. Para que tenga verdadero alcance —una dimensión política— debe alterar la política de cómo percibimos e interpretamos las imágenes.

“Esa cara solo podría ser de un colombiano”, dicen los Gomelos con Petro. Una cara colombiana a la que podemos estar habituados y cuya celebridad aceptamos en cantantes de vallenato y deportistas, pero que no es asimilable en un cargo como el del presidente de la república, así la persona haya llegado ahí a partir de sus propios méritos, sin padrinazgos, robo de recursos públicos ni obtención de gabelas. La historia de Gustavo Petro es la de una persona que ha hecho, con aciertos y errores, una transición desde la guerra por la democracia en la guerrilla a las guerras democráticas de la representación política (el M-19, con sus aciertos y sus errores, fue en muchos aspectos una guerrilla diferente al molde belicista y mercantil que pervirtió el legítimo impulso inicial que tuvieron las FARC en su primera mitad de vida).

Así las cosas, Gomelos con Petro es una de las tantas armas políticas poderosas para combatir el analfabetismo visual fomentado —en mayor grado— por el hábito de siglos en el consumo de las imágenes, y —en menor grado— por la ceguera de pensar que solo porque vemos ya sabemos ver: ver es un aprendizaje.

Por ejemplo, cada año nos llega una nueva reconstrucción de la imagen de Jesucristo que difiere más y más del que la iconografía publicitaria del cristianismo ha difundido por el espacio y el tiempo. La imagen construida a partir de registros científicos hechos a los cráneos de personas que habitaron el año cero del mítico Jesús histórico no coincide con la imagen del hombre blanco, rubio, barba peinada y rizos dóciles tan parecido al de la élite ária de algunos ejércitos colonizadores europeos o al de los íconos de colonización cinematográfica hollywoodense. Las nuevas imágenes del hijo del dios cristiano muestran a una persona de estatura mediana con proporciones faciales menos amplias, más humildes, piel pigmentada, frente vertical ancha y curvada, pelo hirsuto y rostro apretado por una nariz aguileña gruesa con grandes orificios nasales.

El mesianismo que se le atribuye a Petro responde a este tipo de cambio: más que reemplazar la ficción de un ídolo —Jesús o Moisés— por la de otro caudillo, la radicalidad de este aprendizaje horizontal, que lo diferencia del fundamentalismo extremista del uribismo, es que en la campaña iconoclasta de Petro está el origen promisorio de un rechazo a las imágenes clasistas, racistas y machistas que permean y alteran el principio de igualdad, de derechos y deberes, de una sociedad que insiste en buscar los ideales de la democracia.

La gran mayoría de las entrevistas a Petro en los grandes medios radiales y televisados, junto a una ingente avalancha de informes y titulares de la gran prensa, son una prueba irrefutable de cómo la imagen de este candidato genera una resistencia inusitada entre los periodistas y cómo ellos, en una complicidad con las afirmaciones mentirosas y la corruptela de la candidatura uribista, han servido de conejillos de indias para el analista que quiera observar el grado de fascismo moderado que afecta a los comunicadores sociales y el eco de este comportamiento en un amplio sector de la sociedad (ver Banalidad del Uribismo y banalidad del academicismo)

El escritor austriaco Karl Kraus, testigo presencial del surgimiento del nacionalsocialismo en Europa a través de su revista La Antorcha, decía sobre el periodismo de su época: “el nacionalsocialismo no aniquiló a la prensa, sino la prensa creo el nacionalsocialismo. Aparentemente sólo como reacción, en verdad como realización. Por encima de toda pregunta por la patraña con la que ella nutre a la masa, ellos son periodistas. Editorialistas que escriben con sangre; charlatanes de la acción. Trogloditas, por cierto, que se han instalado en la cueva en la que la palabra impresa legó la fantasía a la humanidad”.

Rafael Gutiérrez Girardot, en su ensayo sobre Kraus, señala con claridad lo siguiente: “La relación causal entre prensa y nacionalsocialismo puede parecer exagerada y dejar de lado muchos otros factores sociales, históricos y culturales. Pero si se recorre la revista de Kraus se comprenderá esta condena. Lo que Kraus hace blanco de su sátira son la glorificación oportunista, la trivialización de inmoralidades, el ejercicio de la pereza mental, los valores falsos y la fatuidad que determinaron las sociedades alemana y austriaca que incubaron el nacionalsocialismo. […] Kraus menciona excepciones que no merecen esa condena. Pero ellas no afectan la esencia de su intelección: la prensa, los periódicos, los periodistas responsables de la “decadencia” de la humanidad, porque ellos han pervertido el lenguaje y al hacerlo han socavado el acceso a la realidad y a la verdad, que es el lenguaje”.

2. El huevo de la serpiente

«Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!» son versos que por fuerza de la banalidad de la barbarie, incrustada en algunos sectores del estado colombiano, adquirió una literalidad macabra: el tesoro en que se convirtieron miles de jóvenes que fueron asesinados a sangre fría en ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos”, a manos de miembros de diferentes rangos y jerarquías del ejército y gobierno de Colombia. Un tesoro para la estadística de muerte que prometía beneficios económicos, permisos y ascensos por bajas que luego eran era presentadas al país por los líderes de los gobiernos implicados como muestras irrefutables de un triunfo posible en una guerra que existirá, en su faceta criminal, mientras exista la corrupción del negocio del narcotráfico y la guerra de las drogas.

Son 3430 los jóvenes asesinados bajo este proceder según investigaciones que adelanta la Fiscalía a partir de 5700 denuncias, o más de 10000, que incluyen “jóvenes, obreros, amas de casa, niños discapacitados” según Omar Rojas y Fabián Leonardo Benavides en el libro Ejecuciones extrajudiciales en Colombia, 2002-2010. Obediencia ciega en campos de batalla ficticios. De acuerdo al estudio La política de seguridad democrática y las ejecuciones extrajudiciales, de Édgar Villa y Ernesto Cárdenas, profesores de la Universidad de la Sabana y la Universidad Externado de Colombia, durante el ochenio del Gobierno Uribe el porcentaje de estas ejecuciones aumentó en un 150 %.

Una directiva que solo menguó cuando a partir de 2007 hubo un cambio en la persona encargada del Ministerio de Defensa del uribato, Juan Manuel Santos, que primero se acogió al espiritu de cuerpo y negó los hechos denunciados por familias, activistas, periodístas y políticos, y que luego, gracias al apoyo persuasivo de su viceministro, Sergio Jaramillo, tomó una acción decidida para dar la orden de mando y frenar esta masacre que, por el origen popular de las víctimas, había tenido una respuesta desatendida y, por lo tanto, había sido ignorada por las unidades militares. ¿Llamaría más la atención este hecho si 3430, 5700 o 10000 estudiantes de la universidad de los Andes —incluidos los hijos uniandinos del expresidente Uribe— desaparecieran de un momento a otro? O, como dice una frase atribuida al dictador Stalin, “La muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones es estadística”. La respuesta del expresidente Álvaro Uribe Vélez ante este caso ha sido y seguirá siendo evasiva y solo mediante órdenes judiciales ha moderado su energía ilimitada para emitir las infamias propias de la mezquindad de un espíritu limitado.

Los jóvenes que votan por Petro, no solo votan porque les guste este candidato, más que petristas son personas para las que nada de lo humano es ajeno y que, por su memoria histórica, saben que su voto representa el de otros “jóvenes” que ya no pueden votar —las víctimas de “falsos positivos”—. Pero estos jóvenes también saben que para que la historia no se repita, la solidaridad debe estar con los vivos, los que sobreviven en los márgenes del país a la presión de los ejércitos. Esta historia relatada a trinos por Claudia Calao muestra un vector de alta y profunda sensibilidad ante una población vulnerable; algo casi imposible de entender para los que viven limitados a los vectores del largo y ancho propios del egoísmo y la indolencia:

“Quédense con este nombre, apréndanlo de memoria MURINDÓ, municipio de Antioquia, en la Región del Urabá. Allá votaron 930 personas entre negros e Indígenas Emberá que se desplazaron más de 8 horas entre canoas y barcazas en la margen del río Atrato pues su población en un 85 % vive en zona rural, analfabeta y sin ningún servicio público. Allá, en veredas como Bartolo, El Pital, Pueblo Yuca y Murindó Viejo, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia sacaron 3 panfletos intimidatorios, y a esta hora, los que regresan en Canoa deben estar intentando no cruzárselos en el camino. Allá, aún con todo esto, Petro ganó con 612 votos y Duque fue 4 con 65 votos. Amigo Abstencionista, o lo que sea, mientras usted pone la mirada a un lado, para decidir no votar, por allá en un pueblo pequeño Antioqueño de pescadores, indígenas y negros se jugaron la vida 612 personas entre las aguas del río Atrato. Se jugaron la vida entre los paramilitares de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia y el hambre para poder votar por algo distinto, por algo más humano. Por ellos no me voy a quejar. Voy a votar por esas personas que quieren una nueva Colombia”.

Esta narración, propia de jóvenes, es esperanzadora, sobre todo ante el resultado del Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana (ICCS), un informe revelado a mediados de abril de este año, que mostró “un nivel preocupante de valores antidemocráticos y orientaciones antisociales en gran parte de los jóvenes encuestados”. El estudio, como lo resumió Omar Rincón en Indignados y decepcionados de la democracia, emocionados con el yo, fue “elaborado por la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA), encuestó a 25 mil estudiantes de octavo grado (13-14 años de edad) de 900 escuelas de Chile, México, República Dominicana, Perú y Colombia para medir las actitudes cívicas de los alumnos y sus competencias ciudadanas. […] El 69 % de los jóvenes aceptarían una dictadura si esta trae orden y seguridad. Un 65 % dijo estar dispuesto a someterse a un gobierno antidemocrático si este trae beneficios económicos. […] El 51 % de los estudiantes estuvo de acuerdo con afirmaciones sobre prácticas corruptas en el gobierno y sobre la cultura de “el vivo vive del bobo”. Frente a la pregunta “¿Está de acuerdo con que un funcionario debería poder ayudar a sus amigos a conseguir un trabajo en su despacho?”, el porcentaje se sube a 53. El 35 % de los estudiantes latinoamericanos aprueban violar la ley si esto les permite sacar algún provecho económico. Por ejemplo, ante la pregunta de si es válido saltarse la aplicación de la norma para alcanzar una meta importante, el 64 % dijo estar de acuerdo. “Los datos fueron aún más graves cuando se preguntaron si violarían la ley para ayudar a sus familiares: el 73 % dijo que sí”.”

Esta mirada al huevo de la serpiente de la generación que se incuba en el aula de octavo grado es una proyección casi simétrica a la campaña del candidato que dijo Uribe donde todo un geriátrico de políticos seniles —Gaviria, Pastrana, Lleras, Ordoñez et al— se ha alineado con prontitud inusitada para poner en acción las prácticas hipotéticas de corruptela de sus pares impúberes de América Látina. Por lo visto, la campaña presidencial del que dijo el dictarorial Uribe promete un porcentaje de sumisión mayor al de cualquier nido de víboras escolar: “100 % dijo estar dispuesto a someterse a un gobierno antidemocrático si este trae beneficios económicos”. Habría que volver a preguntarse beneficios económicos para quién.

«Mi experiencia es que tan pronto como las personas son lo suficientemente mayores para saber más, no saben nada en absoluto», decía Oscar Wilde.

3. ¿Cuándo toca?

“Juventud sin rebeldía es servidumbre precoz”, rezaba un grafiti que vio Hernando Valencia Goelkel en las revueltas estudiantiles de los años setenta en una universidad colombiana, trazado “laboriosamente contra la superficie irregular de una pared de ladrillo». Goelkel se preguntaba: “¿Comprenderían, el joven fervoroso o la muchacha excitable que la escribieron, el contenido de desolación que encierra la frasecita?”. Lo escribió en su ensayo ¿Cuándo toca?, que seguía: “Pues mencionar la ‘servidumbre precoz’ implica que hay un tiempo inevitable para la sumisión […] que todos habremos de ser complacientes, serviles acaso; la exhortación se dirige a serlo en su debida oportunidad. Lo reprobable no es la claudicación en sí, sino la claudicación ‘precoz’ […] ¿Cuándo, entonces, dejará de ser precoz la servidumbre para convertirse en la actitud ‘madura’ (presumiblemente), en el talante apropiado que ya no desentone? ¿A los treinta años? ¿A los cuarenta? ¿A los cincuenta?”.

Y concluye: “Tal vez lo que cuente no sea la edad del calendario sino otras circunstancias: el primer hijo, el primer empleo, la primera compra a plazos, la primera chequera.” Goelkel dice que lo que más lo desconcierta de la frasecita es “su carga de sentimentalismo”, un fatalismo inefable que vive de “clisés culturales”, “un arquetipo cultural elaborado por quienes dejaron de ser jóvenes, o por quienes nunca lo fueron”, por alguien que es incapaz de comprender que “ser joven significa vivir un momento de la vida tan áspero y tan duro como los demás”. El final del texto es contundente, dice que el joven que acepta esa proclama “está viviendo no su juventud sino una juventud aprendida. Se le ha enseñado que toca ser rebelde; lo que no se le dice es cuándo ni por qué tocaría dejar de serlo”.

El candidato que dijo Uribe, y que ahora se disputa la presidencia con Gustavo Petro, hace rato se decidió por el “talante apropiado que no desentona”. El envejecimiento prematuro de este Duque, vasallo del rey en la hacienda mental del Centro Democrático, no solo es efecto de un arreglo capilar para maquillar su inexperiencia vital y académica, sino que responde a un tratamiento cosmético de carácter, propio de la persona que hace el tránsito directo de impúber a viejo y madura biche a punta de pantalla ideológica y payola periodística.

Tal vez la prueba de sumisión más grande en su brevísima carrera política fue cuando su compañero de curso en el Congreso, Uribe, el líder matoneador del salón con que compartió pupitre, lo dejó pasar al tablero para que recitara la tarea que ambos compraron, o con la que fue comprada su lealtad por el verdadero poder detrás del poder: el del cabildeo de los grandes grupos empresariales.

La prueba de sumisión del Duque impuesto por el rey Uribe fue defender los intereses de compañías de bebidas —Postobón y Coca Cola— ante la propuesta del Ministerio de Salud de grabarle un impuesto adicional a la venta de bebidas azucaradas. El ministro de Salud, Alejandro Gaviria, al referirse a la labor de los 90 cabilderos que actuaron en las audiencias legislativas para aplastar la iniciativa tributaria impulsada con valentía desde su cartera, dijo: “En Colombia, la industria azucarera y las principales empresas de medios pertenecen a los mismos conglomerados económicos […] Tienen un poder intimidatorio. Y lo usaron”. Uribe, su acólito y su partido, sumaron fuerzas a esa tarea de torpedear una propuesta bien sustentada, de gran importancia para la salud pública y las finanzas del Estado, y se granjearon la “confianza inversionista” de empresas como el Grupo Ardila Llulle que posee Postobón y el grupo de medios RCN (ver Tomar o no tomar Coca Cola (y Postobón))

Uribe y compañía le probaron a otros grupos económicos el talante del candidato que dijo Uribe, su “servidumbre precoz” capaz de recitar con ceño fruncido y puñito señalador un rosario de citas imprecisas, medias verdades y conclusiones apresuradas. Así como los hijos de algunos políticos no van a la guerra que tanto promueven sus padres, es difícil pensar que el candidato que dijo Uribe alimente a su prole con el veneno de las bebidas azucaradas que él tanto defiende. Las afirmaciones del candidato que dijo Uribe fueron contrastadas en su momento por asociaciones de consumidores y organizaciones no gubernamentales, por ejemplo, Cesar Rodríguez de De Justicia, pero la aplanadora del cabildeo sumada al matoneo mediático y legal de los grupos económicos que estaban en contra de la saludable iniciativa hundieron la propuesta, pudo más la fuerza que los argumentos.

A falta de argumentos el “joven” Duque se dedica a cultivar lo que sí se le da, sus habilidades de juglarcito sobrador en equilibra balones sobre su cabeza, toca guitarra y entona sentidas canciones de tropipop, hace juegos de cartas y piruetas con periodistas enmermeladas. Ante todo, el candidato que dijo Uribe es un muñeco de ventrílocuo capaz de recitar los mensajes del ilusionista que controle sus mecanismos internos. Y nos recuerda una escena en que otro actor, Ronald Reagan, que llegó a la presidencia de Estados Unidos en los años ochenta para desmontar de una vez por todas el sistema de beneficios del New Deal de Roosevelt a favor de los intereses económicos de las grandes corporaciones, nombró a Donald Regan, presidente de Merryll Lynch, la mayor compañía financiera del momento, primero como Secretario del Tesoro y luego Secretario de Estado.

Pero Merryll Lynch era el poder real detrás del poder, en realidad fue Donald Regan quien nombró a Ronald Reagan, y fue su voz, su ventrílocuo, como se ve en la secuencia de un discurso público en el que le susurra al presidente que se apresure —“Speed it up”—, y el presidente, algo lelo ante el corte, obedece.

En la era de la inmediatez virtual un gesto así sería inocultable, es por eso que, a pesar de sus dotes actorales, el candidato que dijo Uribe se ha negado a participar en debates con Gustavo Petro. La única explicación que ha dado está a tono con la pataleta cobarde de un impuber: “No me gusta”, ha dicho, y ha sumado a su balbuceo que no asiste a esos debates por “estar concentrado en avanzar en su campaña”.

Algunos de los grandes medios de periodismo le han dado poca relevancia a esta noticia, aprovechan el comienzo del mundial de fútbol para llenar su parrilla informativa, y le atribuyen el impase del debate a un problema de coordinación en las agendas de los dos candidatos. Algo que resulta extraño pues, por estos días, la única ocupación visible del candidato que dijo Uribe ha consistido en dar largas y frívolas entrevistas a periodistas cargados de preguntas complacientes. El ganador en la categoría de mejor periodismo prepago de las elecciones ha sido —sin lugar a dudas— Luis Carlos Vélez, de la FM, con la entrevista radial en que puso al candidato que dijo Uribe a oír canciones de rock antes que a responder las preguntas que seguramente habrían surgido en el debate al que el actor presidencial le hizo el quite (ver Carta a la elección). Por ejemplo, nadie le preguntó y contrapreguntó al candidato que dijo Uribe sobre su presencia en Brasil en 2014, cuando acompañó a la comitiva de la campaña del Centro Democrático a buscar financiación de Odebrecht, y la obtuvo, a cambio de la promesa de futuras dadivas para ese grupo empresarial de poder corruptor.

El periódico del presidente financiero del país, Luis Carlos Sarmiento Angulo, sinceró una vez más el vasallazgo periodístico de esa cada editorial, adhirió en su editorial a la campaña del que dijo Uribe y definió al candidato como alguien incapaz de emitir “una sola opinión desobligante para descalificar a sus adversarios”, pero el candidato hace todo lo contrario: en un video se puede ver cómo, imitando los ademanes de Uribe, somete a una trabajadora de un cultivo de flores para mantener viva la mentira del coco de la expropiación atribuida a Petro, usando toda su vocación de imitador de voces:


El temor a asistir a los debates presidenciales que señala la ley, más bien muestra su presteza para esa “juventud aprendida” que viste la cobardía con buenos modales, no discute, no argumenta, no dialoga, no cuestiona, escondida tras sus notas, sus doctorados falsos y verdaderos, su clase, sus “presidentes eternos”, su sonrisa cortés, lo que se necesite, hasta hacer el ocho con la cola con tal de evadir cualquier confrontación. Y más si la confrontación requiere argumentos, reflexión, carácter.

4. Ciudadanías libres

Al comienzo de la campaña destacó la presencia de una joven que apoyó decididamente a Gustavo Petro en un evento público en Buga. Se trató de la líder cívica Tulia Mercedes Barreto de Gurisatti, madre de la periodista y directora del Canal RCN, Claudia Gurisatti. El apoyo fue calificado de paradójico pues la hija, desde su posición de poder, ha mostrado una inclinación intermitente por ideas reaccionarias de derecha y, a pesar de que la parrilla noticiosa del noticiero que dirige tiene informes de amplio espectro, a veces, en la edición, destacados y titulación es clara la preferencia política de quien dirige y la filiación empresarial de esta productora de información. Un caso difícil de dirimir en el ámbito privado de lo familiar, pero diciente sobre el carácter de juventud. En una campaña donde tantos jóvenes prefieren arroparse con ideas seniles es alentador ver la juventud de muchos de sus padres listos y abiertos a enfrentar el mundo con ideas nuevas.

Otro ejemplo llamativo sucede también en los sitios donde se informa y se forma a la juventud, por ejemplo, en la universidad y, en este caso, en las altas instancias directivas de una universidad privada. Ahí, uno de los más altos directivos, en el evento de registro de la candidatura por firmas de la campaña de Vargas Lleras, llegó a decir: “Vargas Lleras es el mejor antídoto que tenemos contra los mamertos de este país que quieren implantar en Colombia el régimen de Venezuela». Hace pocos días, Isabel Segovia, vicepresidente del Comité Directivo de esa misma universidad y tercera mujer que ha formado parte del Consejo Superior en toda su historia, dio un paso adelante y anunció en su columna en El Espectador su voto por Petro: “Seamos valientes y generosos, no debemos tenerle susto a una Colombia en paz, libre y más equitativa”. (ver La Universidad de los Andes contra la Universidad de los Andes)

Es llamativo que las fórmulas presidenciales de las candidaturas de Sergio Fajardo y Humberto de la Calle no hayan seguido el mismo camino de su pareja electoral: Claudia López y Clara López hicieron un divorcio express y pasaron a apoyar sin ambages la campaña de Gustavo Petro. Basta con cotejar los programas de las campañas de Petro, Fajardo y De la Calle para encontrar una inmensa cantidad de semejanzas y una serie menor de diferencias conciliables (esto se puede hacer en la página https://www.unidosohundidos.com). Este ejercicio de comparación plantea una hipótesis. El voto en blanco anunciado por Fajardo (y por muchos) junto al distanciamiento de De la Calle, más que un acto libre y razonable de escepticismo, parece responder a otros factores: una mezcla de clasismo, racismo, cálculo personalista y testosterona, bajo el cliché de la polarización. Pareciera que el par de candidatos no pudieron nunca sobreponerse al hecho de ser derrotados por Petro en primera vuelta y antepusieron lo propio a lo colectivo: uno prefirió irse a ver ballenas lejos del mundanal ruido y el otro ha procurado no pisar callos tal vez para no afectar la imagen de su bien posicionado bufete de abogados (adquirido en 2015 por Garrigues, la firma legal más grande de España).

Un último ejemplo, sería el modo como la escritora Florence Thomas, anunció su voto: “Votaré por Ángela María Robledo y su acompañante masculino”.

Los casos anteriores son dicientes, en los cuatro casos se trata de mujeres, en concordancia con la pauta democrática y de igualdad de la campaña de la Colombia Humana de Gustavo Petro.

5. El miedo a la libertad

En la película Easy Ryder (Busco mi destino) de 1969, dos jóvenes motoristas se abren camino por las carreteras del sur oeste y sur de Estados Unidos. En un pueblo son detenidos por su atuendo hippie y por “circular sin permiso”, son llevados a una cárcel y de ahí salen gracias a la ayuda de un joven abogado, al que la policía le trata sus borracheras con benevolencia pues pertenece a la élite de una familia prestante del lugar. El joven abogado se suma a los dos jóvenes nómadas en su camino hacia un carnaval. En la noche, al no ser aceptados en ningún hotel, acampan y, en medio de una fogata, George Hanson, el joven que ha traicionado su destino de niño bien, habla con Billy, uno de los hippies:

GH: ¿Saben? Este solía ser un país maravilloso. No puedo entender qué le ha ocurrido.

B: Todo el mundo se volvió cobarde, eso es lo que sucedió. Ni siquiera podemos entrar a un hotel de segunda. ¡Un motel de segunda! ¿Entiendes? Piensan que vamos a cortarles la garganta. Tienen miedo.

G: No tienen miedo de ti. Los asusta lo que representas para ellos.

B: Lo único que representamos, es alguien que necesita un corte de pelo.

G: Lo que representas para ellos, es libertad.

B: ¿Qué hay de malo ser libre? De eso se trata todo.

G: Así es. Pero hablar de ello y serlo son dos cosas distintas. Es muy difícil ser libre cuando te compran y te venden en el mercado. No vayas a decirle a nadie que no es libre porque son capaces de matarte o lastimarte para probarte que sí lo son. Oh, sí. Te hablarán y te hablarán de libertad individual. Pero si ven a un individuo libre, se asustan.

B: Pero no salen corriendo asustados.

G: No. Se vuelven peligrosos.

Spoiler: en una secuencia posterior, mientras duermen al resguardo de un paraje solitario, los tres jóvenes son atacados por un grupo de hombres en complicidad con la fuerza policial de un pueblo que visitaron en la tarde. Al joven abogado le rompen el cráneo y muere.

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