«¿Quién no ha querido a veces rebelarse contra lo que vive?»: Robert-Jan Friele
Entrevista con el periodista holandés a propósito de la reciente publicación de su libro «Los Pizarro», la historia de una familia que atraviesa la política y la guerra en el país.
Robert-Jan Friele pasó casi una década persiguiendo una historia que se topó por azar. Después de varios años como corresponsal en Buenos Aires, el periodista holandés llegó a Bogotá buscando una experiencia más “latinoamericana” y terminó enredado en la compleja trama de la guerra en Colombia. La historia de la familia Pizarro-Leongómez –la de Carlos Pizarro, comandante del M-19 pero también la de sus hermanos rebeldes– se le convirtió en un proyecto de casi una década.
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Los Pizarro. Una familia, tres generaciones y cien años de historia. Lea el prólogo acá.
Una entrevista con Eduardo Pizarro, el sociólogo que encarna en la familia la versión moderada de esa rebeldía hereditaria, le abrió la ventana a una saga familiar que atraviesa casi un siglo de la historia política y violenta de Colombia. Friele supo advertir en los silencios de esa charla que había una historia oculta tras la versión más pública y conocida de sus protagonistas. Persiguió esos silencios con paciencia y reconstruyó lo que significaban con precisión; no es una versión novelada de la historia sino una investigación con el color, la profundidad psicológica, la vivacidad y el contexto histórico del mejor periodismo narrativo.
Aunque su libro se centra en la generación de esa familia que vivió los tumultuosos años de la revolución cubana, las guerrillas comunistas y los intentos de paz de los 80 y 90, de allí surgen los vasos comunicantes, hacía atrás, con las violencias anteriores de la Guerra de los Mil Días o la violencia partidista de mitad de siglo XX y hacia adelante, con la generación del siglo XXI, la que vive la violencia del narcotráfico y que experimenta con la política en democracia. Friele sabe bien que en Colombia los apellidos cargan estigmas: “Mucha gente podrá pensar que es un libro de apología a la izquierda. Para mi no es así. Es un libro para entender a Colombia”, dijo. “Los Pizarro” (originalmente en neerlandés) fue nominado al premio Brusse en Holanda, como mejor libro periodístico del año y lanzado en versión en español en Colombia el mes pasado (Los Pizarro, Ed. Icono, 2025) Friele, actual jefe de la redacción del periódico de Volkskrant, habló con Lorenzo Morales, editor de investigaciones de 070, sobre su investigación y lo que descubrió de Colombia.
¿Por qué termina un holandés escribiendo la historia familiar de una familia bogotana?
Es una familia única y a la vez un buen reflejo de un país y una época. Porque en Los Pizarro tienes conservadores, liberales, comunistas, tienes gente que que apuesta por la paz, tienes guerrilleros que hacen la guerra. Y en la tercera generación, tienes a quienes quieren seguir involucrados pero desde la política. Así, me imaginé un libro contando la historia entera de Colombia, pero a través de una historia muy personal e íntima de una familia. El trasfondo siempre es la historia más grande: la guerra fría, la cocaína, la violencia. Pensé que en esa familia se junta toda la historia reciente de Colombia, ¿no?
Pasé casi seis años investigando y escribiendo el libro. Venía varias veces al año con el plan de hacer muchas entrevistas y recolectar material. Hice como 150 entrevistas para el libro.
Tu libro ha sido un éxito en Holanda (va por la cuarta edición). ¿Por qué crees que una historia tan local llegó a cautivar a tanta audiencia en tu país?
En Holanda la gente es bastante abierta y quiere saber del mundo entero. Además, porque las historias de familias son muy populares y creo que es porque mucha gente se reconoce. ¿Quién no tiene conflicto con sus padres? ¿Quién no ha querido a veces rebelarse contra lo que vive?
Los Pizarro tuvieron muchos conflictos intrageneracionales y creo que la gente reconoce esas cosas y además pueden saber algo de Colombia de una forma muy narrativa, tal vez más atractiva que leer un libro de historia seca de esa época.
Hablemos de los Pizzaro. ¿Por qué no nos cuentas un poco quiénes son esas personas que aparecen en tu libro?
Voy a referirme a la segunda generación, que quizás es la que más me enganchó en la investigación. Está, por supuesto, quizás el más conocido, Carlos Pizarro, el máximo comandante del M-19, asesinado dentro de un avión. Toda esa historia la conocemos bien. En cambio se sabe menos de los otros cuatro hermanos y de los padres. Pese a que crecieron en una familia tradicional y hasta conservadora, los cinco en cierto momento en los años sesenta y setenta fueron comunistas. Pienso que eran hijos de la época.
El mayor se llama Juan Antonio y después de un paso por el Partido Comunista trabajó con su tío que era un petrolero. Un hombre de negocios, en breve.
Sigue Eduardo, él también entró al Partido Comunista, con una vocación más intelectual. El quería prepararse para el gobierno cuando triunfara la revolución.
Después está Carlos, el último comandante del M-19 y el primer comandante en América Latina que decidió dejar las armas después de la caída del muro de Berlín. Creo que él vio con claridad que el narcotráfico iba a destruir los ideales de su lucha. No lo digo queriendo significar que es algún tipo de héroe: hizo cosas atroces, causa la muerte de mucha gente. Solo quiero decir que tal vez hizo algo revolucionario dentro de la revolución. Muchos guerrilleros lo vieron como un traidor.
El cuarto es Hernando. Él es conocido por la masacre de Tacueyó y él para mí es la figura más interesante del libro. Dicen que era el más inteligente y con más talentos artísticos. Pero terminó como artífice de una masacre en la que murieron casi 150 personas, de una forma terrible.
Y después está Nina, la hermana que en cierto sentido sigue a sus hermanos mayores. Entonces, cuando los hermanos entraron a la guerrilla, Nina también lo hizo. Tuvo un entrenamiento guerrillero en Cuba, volvió, estuvo en Cauca combatiendo unos meses y ahí se dio cuenta que que la guerra no solucionaba nada.
Esos son los cinco hijos de un papá Almirante conservador que quiso ser ingeniero y de una mamá liberal con un linaje militar fuerte, con un papá edecán del Presidente Lopez Pumarejo. El abuelo había sido General en la Guerra de los Mil Días. Una familia, por ambas puntas, cercana al poder.
Así que esos hijos se rebelan contra su ascendencia, se rebelan contra lo que ellos eran, se rebelan contra su propio apellido y eso para mí fue algo fascinante. Quería entender cómo y por qué pasó. Y pese a esas divergencias, nunca se rompió el vínculo familiar.
¿Qué entendiste de Colombia que de pronto no habías entendido antes de empezar la investigación?
Varias cosas: entendí que el amor familiar estaba por encima de sus ideales políticos y sus decisiones personales. Yo pensé que el almirante había roto con sus hijos; no puede haber un almirante con hijos guerrilleros. Pero eso no pasó. Entendí que ese amor entre las familias, pase lo que pase, es algo que puede ser muy fuerte.
También que todos los Pizarro, eran gente inteligente con sueños y ambiciones. Todos querían una mejor Colombia. Desde el almirante que quería ser ingeniero literalmente para construir puentes y carreteras porque en los años 30, todo todavía estaba muy subdesarrollado, hasta los hijos influidos por la Revolución Cubana y Mayo del 68.
Pero tomaron caminos muy diferentes. Los hijos en algún momento pensaron que las armas y la política de las armas era la única manera de hacerlo en Colombia. Aquí hay tanta gente con tantas ganas de hacer algo de su vida y del país, con mucha energía y eso es algo que también me quedó de la investigación.
¿Cuál sería tu teoría de por qué los hijos de ese militar terminan tomando un camino tan diferente? Ninguno fue un soldado del ejército, de la armada, de la fuerza aérea. ¿Qué produjo esa ruptura?
Los tiempos. Aunque se menosprecia un poquito, la verdad a Colombia llegaba mucha influencia de afuera. De la revolución cubana surgieron movimientos guerrilleros por todos lados, incluida Colombia, donde había mucha desigualdad, gobiernos bastante autoritarios y cuando los jóvenes querían cambiar algo, siempre les cerraron la puerta.
Eso genera, primero, enojo. Y, segundo, la idea de que para cambiar las cosas hay que hacer la guerra. Es una generación rebelde que vio que así no podía seguir el país y querían otras cosas.
¿Hasta qué punto tu libro retrata el sistema de castas o élites que hay en Colombia? Son muchos los apellidos que se repiten en la historia política del país.
Sí, un poco, aunque ellos no son de la élite, sino un escalafón un poco más abajo: eran hijo del edecán, no del presidente ¿no? No son Restrepos, ni Lleras ni Santos. Son Pizarros.
Estamos en 2025 y en las elecciones del otro año aparecen nombres que han visto por décadas y eso para mí es muy particular de Colombia. En Holanda, en toda su historia, no hay un solo primer ministro con el mismo apellido. Y en el caso de ministros, no hay casos que quepan en los cinco dedos.
Holanda también carga en su historia el horror de la guerra, hablamos de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué diferencias viste en la manera en que ambos países lidian con sus secuelas?
Es el gran trauma del país y quienes vivieron esa guerra en muchos casos no hablan de esa guerra. En cambio sus hijos, que son la generación de mi mamá, sí parecen más interesados en poner el tema en la mesa, en las conversaciones que se dan en la casa. Son heridas tremendas que están por ahí, un poco ocultas.
Aquí se hablaba mucho de las cosas más románticas de la época de la rebeldía. En la familia Pizarro se habla mucho de Carlos, como el héroe, pero se habla muy poco del lado oscuro de la guerra que es la historia de su hermano Hernando. Su historia fue callada y ese mecanismo me sonaba mucho a lo que pasa en Holanda.
Cuando cuentas el episodio de la masacre de Tacueyó, con testimonios de personas cercanas a Hernando Pizarro y al frente que comandaba, se revela una figura un poco monstruosa y desalmada. ¿Qué te hacía pensar que la familia, entre ellos su hija, iba a leer cosas atroces que probablemente ni sabían? ¿Qué hace un periodista en ese caso?
Ser muy duro y no callar y poner la cosa como es. Y claro, yo pensaba en ellos y sabía que iba a ser difícil para ellos.
Los hijos de Hernando saben que su padre, como ellos dicen, es un asesino. Ellos no niegan esa realidad. Y pienso que no lo niegan porque ellos tienen dos padres: uno es el asesino y el otro es el que se llamaba Alejandro, su nombre en la clandestinidad, antes de irse al monte, y era un padre chévere, que jugaba con ellos, que estaba en casa.
¿Tienes la impresión de que esos traumas familiares se heredan? ¿La generación de la congresista Maria José Pizarro, hija de Carlos, sigue cargando con lo que hizo su papá o su tío?
Siguen cargándose por generaciones, sí. Todos ellos, incluida María José, se sienten responsables de lo que hicieron sus padres aunque no sean responsables. Supongo que es un sentimiento imborrable. En Holanda los hijos de colaboradores de los Nazis se sienten a veces todavía culpables de lo que hicieron sus padres o sus abuelos. Tal vez es una reacción muy humana.
¿Crees que tu condición de extranjero te permite en el libro una mirada más ecuánime, sin sesgos políticos o ideológicos sobre la historia de esos años en Colombia?
Como periodista yo trabajo buscando muchas perspectivas y con el interés de entender algo. Mucha gente podrá pensar, incluso por el título del libro, que es un libro de apología a la izquierda o no sé qué. Para mi no es así. Es un libro para entender a Colombia. Y para entender, es mejor dejar de lado las opiniones.
¿Pero no crees que, en un escenario político e histórico tan complejo, en cualquier caso, hay una interpretación?
Sí, seguro. Pero eso es inevitable. He tratado de contrastar lo que me han contado con otras informaciones para tratar de asegurarme que mi interpretación no era errónea y que había más personas que tenían esa interpretación.
¿Has tenido noticias de las reacciones de la familia Pizarro al libro?
Sé que están leyendo el libro y he recibido algún comentario sobre el estilo, que les gustaba, pero no me han dicho más todavía. Pero hay episodios, como el de Tacueyó, que son tan dolorosos que ni siquiera se hablan entre ellos.
*Esta entrevista se hizo en el marco del curso Guerra, Paz y Periodismo de la Facultad de Artes y Humanidades de Uniandes.