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Paro Nacional: Duque in english, ¿el presidente en drogas?

El presidente Duque habla a solas en inglés. ¿Consume drogas el presidente de Colombia Iván Duque? ¿Cómo hace para dormir? Ejercicio de lectura de imágenes para un retorno a lo real.

por

Lucas Ospina


26.05.2021

1. “We make things look cool”

El presidente Duque habla a solas en inglés. Es una colección de nueve videos breves filmados en un espacio cerrado y nocturno, un set aislado del mundo exterior donde Duque mira al vacío. Una selfie fabricada por Shine Creative DC, una pequeña firma de Washington que, bajo el lema de “We make things look cool”, le apostó a darle brillo mediático al mandatario colombiano. La iniciativa del rodaje parece venir de Bernardo Álvarez, uno de los socios de esa empresa publicitaria, un amigo que le quedó a Duque de su pasantía de doce años en Estados Unidos.

En los videos Iván Duque actúa como el Presidente Duque bajo la épica de un sagaz mandatario en tiempos de crisis en una nación tropical, un rol que, por la selfie autoficcional, parece una emulación de Frank Underwood, el protagonista de la serie de House of Cards, ese presidente ficticio que mira por momentos a la cámara, rompe la cuarta pared, y se hace preguntas que él mismo no duda en responder.

Un yo con yo, un me, myself and I del Presidente Duque que fue rotulado —sin pudor— por Shine Creative DC como “interview”.El “entrevistador” de Shine Creative DC vino, al parecer, al Palacio de Nariño, a enseñar cómo funciona este espejo digital. El directivo de la oficina de prensa de la casa presidencial, Hassan Nassar, pensó que ese material, grabado cerca al 14 de mayo, podría ser útil para reciclarlo, adjudicárselo a su unidad, y ponerlo a circular a conveniencia. Los videos completos tuvieron una premier de distribución controlada por Luigi Echeverry, asesor gubernamental a la sombra, en paquetes de spam titulados “Exclusive Interview with Colombian Presidente Ivan Duque”. Se enviaron al WhatsApp de funcionarios del gobierno y a cabilderos de otros países para mostrar la respuesta del gobierno Duque al PARO NACIONAL.

Los videos también se filtraron en redes sociales y, a partir del viernes 21 de mayo, comenzaron a inquietar a algunos periodistas que, ante la falta deliberada de contexto, calificaron las piezas como “autoentrevista”, “suplantación del periodismo” y “mundo de fantasía”. Una parodia artística de una parodia periodística lista para ser parodiada en redes sociales con la misma intensidad de la escena del bunker, en la película La Caída, donde por años hemos visto a Hitler ponerse colérico por mil y un motivos.

Ser caricaturizado como presidente tiene sus ventajas: el soberano, convertido en imagen de sí mismo, se congela en gesto, pasa de la esfera de la representación política al limbo de la representación artística. Es un fantasma en vida del poder, por acción y por omisión ―y por su inevitable figuración, incompetencia y vanidad presidencial―. Pero hay que tener cuidado, lo que ganamos en buen humor memético es también ganancia para Duque: él, como fantasía animada de ayer y de hoy, escapa por la autopista liviana de la risa al cerco humano de su responsabilidad política.

2. Duque on english

En los videos Duque participa de la ilusión de una entrevista ideal: habla en inglés con alguien que está al lado de la cámara, un periodista imaginario de un medio extranjero que recita preguntas acordadas bajo la pauta de un guion para el lucimiento de un actor, que además le permite al artista repetir la toma hasta lograr su mejor interpretación y luego editar las mejores secuencias en posproducción.

Esta entrevista exclusiva con un inexistente interlocutor es el espacio actoral idóneo para que el intérprete político haga un narciso, un monólogo que se vende bajo la apariencia de “exclusive interview”, como la presenta Luigi Echeverry. Exclusiva porque se trata de excluir: excluye la contingencia de la pregunta y la contrapregunta, excluye el cuestionamiento con hechos comprobados a las opiniones expuestas, excluye ver el reverso del decorado del poder. Es una entrevista periodística sin periodista ni periodismo, es propaganda: arte más ideología.

La cámara también excluye: el encuadre privilegia la cabeza parlante del mandatario, estrecha su espalda, corta sus manos y llena la pantalla con el presidente Duque secuestrado en el bunker insonorizado de la casa estudio presidencial. El ángulo cerrado de la toma corta la subida y bajada de los brazos del mandatario, que salen y entran de escena como si fueran las fintas de un boxeador extraviado en el ring de la política, un pugilista de peso mediano enfrentado a un sparring fantasmal al que le lanza manotazos aquí y allá. El Presidente Duque abre y cierra sus palmas en cadencia con los altibajos de un discurso hostil propio del partido de gobierno; unas manos que, por momentos, amenazan con ser un puño.

El encuadre corta al presidente Duque de la cintura para arriba, no deja ver su talle, su ombligo, la silla lacada de comedor, el tapete mullido, o la mesita dorada que lo acompaña servida con un estimulante, cafeína, y un vaso de agua. No vemos cómo y dónde descansan sus piernas, el emperador podría estar desnudo de la cintura para abajo. La dirección de arte privilegió una estética “Zoom” de lenguaje corporal: llenó la pantalla del celular con la cara de Duque como paisaje y voz, una banda sonora nítida, fluida y con buena dicción que dispara frases y frases a la nada como una marioneta angloparlante en medio del silencio espectral.

El presidente Duque en inglés suena como si fuera otra persona, su voz parece el producto de un doblaje, de una segunda personalidad, el truco de edición de un ventrílocuo digital. Duque habla en inglés en una octava más alto, como cuando alguien está borracho, un enmascaramiento reforzado de la voz, algo habitual cuando se adopta el tono y ritmo de un idioma distinto al que se usa para pensar.

El talento del presidente Duque para hablar en inglés puede parecer algo inusual a nivel nacional, y algo inusual para un extranjero sorprendido en su parroquialismo por el buen nivel que muestra este buen salvaje de una república latinoamericana, pero es algo apenas habitual para los que han vivido en el club del idioma dentro de un sistema educativo que tiene como norma la segregación.

La elocución anglo de Duque es un ingrediente básico de la formación escolar que cocina la identidad de muchos adolescentes bogotanos de colegio de élite privado: un ritual de paso donde los criollos ilustrados se ufanan de hablar inglés sin acento y buscan cualquier oportunidad para exhibirlo adentro y afuera de su costosa escolarización. Es el inglés sin atributos de una personalidad sin atributos, un resultado más de la formación recibida por esa inmensa minoría que accede a la educación bilingüe, privada, confesional y excluyente del prekínder, kínder, primaria, bachillerato, campos de verano —y hasta pasantías en el BID—, donde se machaca una y otra vez cualquier traza de color local, como si hablar un inglés latino, sanandresano, irlandés, árabe, hindú, o hasta en una parodia jovial del inglés de Inglaterra, fuera una aberración. El inglés bogotano de una casta que piensa que habla en un español neutro es el canon de la pureza. Es un blanqueamiento del lenguaje que por analogía se extiende a lo racial (tal vez por eso el tono del inglés de Duque suena al inglés de Trump: blanco, seco, autoritario).

Los videos del presidente Duque ahora se comparten entre esta misma élite que se identifica o quiere ser como él, no como Duque, tal vez, del que ya muchos se distancian, pero sí como alguien con el mismo título nobiliario de un ducado al que se accede por el maridaje de la titulación en una educación de élite, un apellido hidalgo y el rendimiento contable de un “emprendimiento”. El rebote interno de la política externa de los videos permite que esta logia autosatisfecha de los que dominan un segundo idioma se identifique con él, se reconozcan confiados entre sí como parte, así no lo sean, de la clase dominante del país, y compartan con orgullo estos videos de Open English avanzado, sin subtítulos, bajo el subtítulo implícito del emprendedor: “yo no paro, yo produzco.”

La exclusión y extrañeza, la normalidad y anormalidad que causan los videos en inglés son la punta del iceberg de una gran tragedia nacional: los abismos, tan quebrados como la geografía colombiana, entre la educación pública y la privada. Un apartheid educativo que produjo 243.801 estudiantes que desertaron del sistema educativo oficial y no oficial en 2021, un grupo de personas a las que nadie interpelará con la pregunta clasista de ¿y tú en que colegio estudiaste? Ahí, en esa multitud excluida de la primaria y el bachillero en este año de virtualidad forzada, se encuentran los marchantes de los paros por venir.

3. ¿El presidente en drogas?

En los videos el presidente Duque nunca sonríe. O bueno, sí se ríe, pero es una sonrisa oculta, sardónica, que atornilla con la medialuna de su mentón para que no estalle en burla o en un bostezo que obliguen a repetir la toma. Los planos de perfil en que su cara llena la pantalla nos dejan observar la geografía de su rostro, la constelación rolliza de sus dos lunares y una pequeña inflexión de molestia que emerge de vez en cuando, en la comisura de los ojales de su nariz, como si hablar de la protesta social le produjera el mismo efecto de respirar un mal olor.

En el video que suma todos los videos no vemos que Duque tenga un instante de paz —nunca menciona la palabra paz, pero sí usa 10 veces la palabra “police”—, no improvisa una cara amable, no hace reconocimiento alguno a algún joven o líder social de base, vivo o asesinado en todos estos años. “Vimos el asesinato de un capitán, un miembro de la policía que fue atacado con un cuchillo 17 veces y falleció. Tuve la posibilidad de hablar con su esposa y expresar mi dolor, expresar mi sentimiento”, dice el Presidente Duque en un fragmento. Esta es la única víctima a la que dedica una brevísima cápsula de “storytelling”. Una mención fundamental para la historia pero excluyente a la luz de la evidencia de la violencia policial, un uso parcial —estratégico— del dolor de otros, un empobrecimiento del lenguaje, de la capacidad de contar y tener en cuenta, que empobrece nuestro acceso a la realidad: «que la empatía no te nuble el privilegio», parece decir, entre líneas, este tipo de enfoque excluyente. En la entrevista completa del video del presidente Duque con el presidente Duque, el presidente Duque no menciona el proceso de paz, no hace mención a Uribe, no menciona el narcotráfico (Please, Mr Presidente, tell us about your friendship with Mr. Ñeñe Hernández?)

El presidente Duque no sale del libreto beligerante que busca blindar a su gobierno a costa de atribuirle la causa de todos sus males al contrincante que tuvo hace tres años (y contra quien tuvo la hábil cobardía de evadir toda forma de debate en vivo durante la segunda vuelta electoral). El presidente Duque que vemos es un ser irritado e irritable, como si tuviera una molestia estomacal, o molesto ante la luz por falta de sueño, o como si ese rostro de rabia contenida fuera el comienzo de un comercial para el dolor de cabeza que anticipa un alivio bajo la panacea de una píldora medicinal.

Duque hace pausas para tomar aire y crea un efecto actoral de antelación, pero no respira para meditar, para hacer un silencio, para oír, para pensar mejor, para sentir. Aunque el presidente Duque piensa, parece que no para de pensar, piensa como mascando chicle, un pensar mecánico, como si estuviera preso dentro de una zanja cavada por él mismo. Su camino mental, repisado y cada vez más deprimido a punta de rumiar una y otra vez las mismas frases hechas, estadísticas acomodadas, grandes y pequeños logros, silogismos, citas célebres, rezos y bendiciones, es una labor continua, concentrada, versátil y del todo insignificante.

El presidente Duque luce cansado, como si algún estimulante le permitiera ser apenas funcional. ¿Consume drogas el presidente de Colombia Iván Duque? ¿Cómo hace para dormir? ¿Qué ingiere para ser un funcionario funcional? ¿Maquilla sus altibajos emocionales con la oferta cosmética de la industria farmacéutica? ¿Tiene recetada una dosis personal de Sertralina?  ¿Zolpidem? ¿¿Fluoxetina? ¿Paroxetina? ¿Dolorán? ¿El presidente que favorece la política de “Guerra contra las drogas” —y satanizó la dosis personal— trabaja “trabado”? ¿Una purga con medicina tradicional, —ayahuasca—, o con otro tipo de drogas —LSD, hongos—, daría mejores resultados?

Ante la solemnidad del poder estas preguntan parecen burlonas, pero están hechas de buen humor, con toda seriedad: el uso y abuso de las drogas es un problema de salud, de regulación, de legalización, pero la dosis diaria de política que recibimos consiste en la misma inyección forzada de moralina infantil, instrumental y policial de un fármaco importado: el “Say no to drugs!”. Una medicación astuta de control social calcada de los gobiernos Nixon (1969-1974) y Reagan (1979-1991), una política impuesta y autoimpuesta que gasta, por añadidura, entre 2005 y 2014, en Colombia, 74 billones de pesos en fumigación de cultivos ilícitos: casi el doble de todo el presupuesto anual de educación para 2021, y cientocuarenta veces los 444 mil millones del presupuesto anual del actual Ministerio de Cultura.

La historia de las drogas y los presidentes está por escribirse. En Estados Unidos, Lincoln y Washington tomaron mercurio y láudano para lidiar con el insomnio y el dolor de muelas. Dejaron de sufrir, pero comenzaron a alucinar. Kennedy gobernó narcotizado para hacer soportables sus dolores crónicos de espalda, osteoporosis, artritis, colitis, insuficiencia adrenal, insomnio y cansancio extremo. George H. W. Bush dejó de tomar la pastilla de dormir Halcion, luego de que se anunciara que este medicamento producía alucinaciones y pérdida de la memoria temporal. Obama, como presidente, fue medicado, tal vez con Provigil, durante un periodo de largos viajes para menguar los efectos del jet-lag. Las anotaciones de su médico así lo indican: “Gestión del desfase horario / zona horaria, programa directo prescrito por el médico, uso ocasional de medicamentos”.

El mismo Obama, en su segundo libro de memorias, Dreams from My Father: A Story of Race and Inheritance, como presidente número 44 de Estados Unidos, dijo que en su juventud consumía drogas para distraerse de su tensa relación con su padre, que vivía en Kenia: “La marihuana ayudó y la bebida también; tal vez un pequeño toque cuando te lo puedes permitir”. George W Bush juró como presidente que no había consumido drogas en los últimos 15 años, un juramento parcial que lo salvó de dejar un registro legal de los abusos de cocaína y alcohol en su juventud tardía. Bill Clinton, en un foro de candidatos que precedió a su presidencia, exhaló su célebre frase: «Nunca violé una ley estatal […] pero cuando estaba en Inglaterra experimenté con la marihuana una o dos veces y no me gustó. No lo inhalé y nunca lo volví a intentar.”

En Colombia no sabemos nada sobre el cruce de la historia personal de los presidentes y las drogas. A grandes poderes, grandes responsabilidades, y es apenas responsable preguntarse por la salud de un presidente, de una persona, como cualquier otra, a la que uno saluda y le desea una mejor salud. A ningún ciudadano le conviene que a un presidente le vaya mal pero, ¿a qué poder, detrás del poder, sí le sirve un presidente débil?

El presidente Duque casi no parpadea, no para de trabajar, trabajar y trabajar, es un hombre del mundo despierto, desconectado de lo onírico, y una y otra vez aprovecha los gestos de rabia contenida en que aprieta la boca para parpadear. Uno de sus párpados, el de la derecha, luce caído, como si en cualquier momento se fuera a dormir: a dormir bien, en la noche, dentro del ciclo circadiano, durante varios días consecutivos y así, en varias sesiones de ese sueño profundo, el mandatario pudiera restaurar las funciones de integración y asociación de la memoria, algo muy necesario para poder sentir y pensar bien, para conectar con las demás personas, oír, dialogar, cambiar, leer una situación, gobernar, para comprender que si parece un fascista, camina como un fascista y habla como un fascista, pasará a la historia como un…

El presidente Duque no puede seguir disparando en modo automático frases donde llama “errores” a los asesinatos y desapariciones cometidas por policías y militares bajo el relativismo negligente de “…si hay un error”:

“…y, si hay un error que se comete que se vuelve letal, entonces vemos el siguiente ciclo que es destruir la credibilidad y la confianza, la confianza en el buen nombre de Colombia, y creo que todos tenemos como sociedad para decir: esa no es la manera”.

“if there’s a mistake that is committed that becomes lethal, then we see the next cycle which is to destroy the credibility and the confidence, the trust in the good name of Colombia and I think we all have as society to say well that’s not the way.”

That’s not the way, Mr. President.

Sweet dreams and good health, Iván.

La vida es sueño.

4. El retorno de lo real

Es importante prestarle atención al simulacro y artificialidad de estos nueve videos difundidos por la maquila de propaganda del uribismo, pero igual o más importante es volver a lo real: al asentamiento de la experiencia en la realidad unívoca del cuerpo, al diálogo que se da en el encuentro social, en lo público, en lo presencial, una lección que hemos aprendido en estos tiempos del paro y en este año largo de aislamiento, de pandemia. Leámos ahora la imagen con un acento en lo real, por ejemplo, prestemos 9 minutos de atención para oír lo que dijo Francia Márquez en Siloé, Cali, a pleno día, en plena calle, el martes 4 de mayo pasado:

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Lucas Ospina


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