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Pájaros de verano (2018)

Ciro Guerra y Cristina Gallego regresan a las salas de cine del país luego del éxito de ‘El abrazo de la serpiente’. En ‘Pájaros de verano’, Guerra explora el nacimiento de la bonanza marimbera con una historia en la que la Guajira y el pueblo wayú son protagonistas.

por

Camilo Ramos


06.08.2018

 

Zaida ha terminado su encierro. Ha dejado de ser una niña y se ha convertido en una mujer del clan Pushaina. Vestida con una manta y maquillada para la ocasión, comienza a bailar la yonna al ritmo de los tambores: su objetivo es derribar a los hombres que danzan con ella sobre la arena. Luego de perseguir y hacer caer a su pequeño hermano Leonidas, encara a Rapayet, un hombre imponente que al finalizar el ritual le dice al oído “tú vas a ser mi mujer”.

Corre el año de 1968 y nos encaminamos de la mano con un pastor cantante, que hace las veces de narrador y de guía, en un viaje que durará más de una década a través de la historia y el universo de la comunidad Wayuu, convirtiéndonos de paso en testigos del drama de una familia, que debe enfrentar profundos cambios en medio de la Wajira, esa tierra desértica y fascinante que no sabe de fronteras y se extiende entre Colombia y Venezuela.

La filmografía de Guerra y Gallego se caracteriza por la creación de atmósferas.

Esta es la historia de Pájaros de verano, la más reciente película del realizador colombiano Ciro Guerra, que en esta ocasión comparte la dirección con su llave creativa y habitual productora, Cristina Gallego. Ambos vienen trabajando en esto de hacer cine, desde su estancia en la Universidad Nacional. Esta dupla le ha ofrecido a los espectadores títulos como Los viajes del viento (2009) y la mundialmente reconocida El abrazo de la serpiente (2015), nominada al Oscar por mejor película extranjera.

Junto a ellos, un equipo que se ha afianzado con el paso de los años y que incluye nombres recurrentes, como los del guionista Jacques Toulemonde y el fotógrafo David Gallego, construyó una fascinante puesta en escena que además se enriqueció con el aporte del reparto, que incluye a las experimentadas actrices Natalia Reyes y Carmiña Martínez, junto a otros artistas de trayectoria y actores no profesionales oriundos de la región.

La filmografía de Guerra y Gallego se caracteriza por la creación de atmósferas. Los creadores se alimentan de las particularidades de las regiones apartadas de Colombia, de la mística de sus historias propias y de la belleza de sus paisajes. Es notoria la presencia de la tradición oral y la contemplación de momentos trascendentales en la vida de sus personajes. Por momentos construyen una sutil crítica a la invasión cultural y territorial que han sufrido algunas comunidades del país.

El sello de este equipo de realizadores pone en evidencia que hacen un serio de trabajo de investigación y terminan dotando a sus películas de un aire histórico, antropológico y etnográfico, que en el caso de Pájaros de verano es innegable, sin dejar de lado la estructura de una trama que parece ser más convencional y cercana al canon del cine negro, y que condimentado con las particularidades del trópico, acercará un poco más a la audiencia con el cine de Ciro Guerra.

Pájaros de verano aborda los orígenes de la bonanza marimbera. Comparte la tesis que años atrás Antonio Dorado plasmó en El Rey (2004), achacándole a los norteamericanos de los cuerpos de paz, el nacimiento del tráfico de drogas en Colombia. Este punto puede incomodar a un sector de la audiencia, que acude a la salida fácil de tildar al cine colombiano de “narco”, para justificar su desdén hacia él, pero es un hecho histórico que marca el desarrollo de un drama más profundo y personal.

La trama de Pájaros de verano gira alrededor del valor de la palabra y el honor. La figura del palabrero cobra gran importancia y muchas tradiciones de los wayuu se recrea con esmero en la película. Con excepción del documental La eterna noche de las doce lunas (Priscila Padilla, 2013), la Guajira no se había visto retratada en el cine colombiano con tanta fidelidad. Segundos funerales, encierros, compromisos y dotes, collares y cabras forman parte de este universo.

La codicia, la ambición y la venganza se apoderan de las familias que protagonizan la historia, en gran parte por culpa del hombre blanco, del alijuna que interfiere con la cotidianidad de los wayuu, muy a pesar de la resistencia de una comunidad y una tradición que en palabras de uno de los personajes de la película “se defendieron de las pretensiones de ingleses, españoles y gobiernos locales”.

Hablada en wayuunaiki, con un diseño de producción y una fotografía impecables, técnica y narrativamente sobresaliente, Pájaros de verano es una película que espera conquistar al público colombiano y confirmar que el trabajo de Ciro Guerra y Cristina Gallego da muestras de madurez y se consolida como un referente de la cinematografía nacional alrededor del mundo.

*Camilo Ramos Martínez es realizador de cine y televisión y estudiante de la Maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes. Se ha desempeñado como profesor de producción y apreciación del cine en varias instituciones de educación superior, alternando su labor con el cultivo de audiencias para las películas colombianas.

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