Notas desde un baño portátil en el Estéreo Picnic: Día 3

Reflexiones sobre la luz, el desperdicio y la necesidad humana de congregarse alrededor de la música.

por

Santiago A. de Narváez


30.03.2025

Todas las fotos por Isabella Bobadilla

Porque lo primero que habría que decir es que estos baños son estrechos. Son estrechos y hay que poner en duda eso de que provean dignidad. Pero no entremos en la discusión de si un baño en un evento con más de 30.000 personas es un baño digno o no (no es) y no nos perdamos.

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El punto acá es atender a esta vaina rarísima y tenaz de que puedan convivir en un mismo espacio la comunión de la música y la basura que vamos dejando a nuestro paso; atender a la perplejidad de que pueda existir tanta  belleza entre un muladar. Está por ejemplo este baño cochino. Sucio, pisado, sin agua, sin papel. Y está también una cosa como las luces de Justice. 

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Primero que todo ¿cómo son posibles esas luces? Esta gente tiene armado un show en el que, como decía un amigo, logran ensamblar en un mismo paquete las visuales, las luces y el mobiliario. Y obviamente el sonido. Y no es una cosa sincronizada, sino más bien compacta. Es un bloque. Es un yunque luminoso.  Eso es el espectáculo de Justice: una bola cuadrada de luz –que a veces es una cruz y a veces un reguero de estrellas– de la que el sonido se alimenta. Mi sospecha es que el espíritu de esa gente está en hacer de la luz el centro de gravedad.

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Pero entonces uno dice, ¿cómo es posible que exista tanta fuerza –Justice, el baile, los amigos–y al mismo tiempo la desolación del barrial y el ruido y el no encontrarse? 

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Un baño de estos, según el representante de la empresa de baños con el que hablamos, gasta entre siete y diez litros por utilizarse (hasta que se llene el tanque de residuos). Hay cerca de 200 baños en el festival. 

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Y hablando de mundos distintos y cartografías del presente me pregunto si no hay que también cuestionar la aglomeración intensiva durante pocos días en un mismo espacio. ¿Cómo hacemos para incrementar el goce colectivo sin que eso signifique un pasar por delante del mundo? ¿Será que podemos hacer cosas menos escaladas en términos de producción, de gasto energético, de recursos sin que eso signifique quedarnos sin conciertos? Yo creo que sí. Yo creo que se puede. Porque no se trata de oponer el festival a la vida, como cosas antagónicas. No se trata de decir que para cuidar el mundo tenemos que dejar de hacer congregaciones alrededor de la música. Se trata, creo, de pensar cómo hacerlas sin gastar tanto, sin cansarnos tanto. Sin tantas marcas alumbrando cada metro cuadrado. 

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Ayer Nathalia escribía una cosa que me quedó sonando y es esta vaina del pertenecer: de cómo el festival nos propone el juego de pertenecer bajo los códigos del consumo. ¿Y si pensamos otras maneras? ¿Y si nos damos cuenta de que es posible pertenecer de una manera menos solipsista?

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Un ejemplo: hay por el festival personas que recargan las manillas de los asistentes. De sus espaldas sale un letrero que dice: “Recarga aquí. Con 200.000 recargas tu manilla y recargas el planeta”. El letrero también tiene el logo de una compañía de tarjetas de crédito y un árbol.

Hay muchas cosas que están mal en esa mentira, pero la pregunta por maneras de estar en el mundo que no pasen por las lógicas de la velocidad, el desecho perpetuo y el cansancio implica cuestionar la propaganda que nos vende sostenibilidad por plata. 

Es apenas una idea.

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Otra idea: 

El concierto de Justice justifica el día y el festival entero. 

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Pregunta: ¿y los pájaritos?

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Respuesta: estábamos lentos para darnos cuenta de que este también es un espacio de los pájaros. Que las aves migratorias tienen como parada este parque. 

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No es una respuesta satisfactoria.

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Lo sé.

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Hay que seguir poniendo en crisis la idea de que el espacio público se ponga al servicio del evento privado. 

Hay que seguir pensando en cómo convivimos con las tangaras, los robles, las mirlas. 

Seguir pensando en la ciudad como espacio no únicamente humano –configurado por el humano, sí, pero donde terminaron metidas otras formas de vida que hay que respetar, que hay que atender–.

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Y en ese sentido tenemos que ser más audaces en detectar estas cartografías que van cogiendo fuerza: la de los espacios donde la ley republicana no opera del todo si no es bajo el signo de la moneda en uso (manilla cashless). 

Todas esas cosas hay que seguirlas pensando.

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Una cosa linda que también pienso, aquí sentado en el baño, es que no importa cuál sea la artista en tarima –grande, anónima, legendaria–, siempre va a haber dos o tres fans para quienes ver a ese artista ahí en ese momento es lo mejor que les ha pasado, el mejor día de su vida. Siempre hay dos o tres entusiastas gritando y saltando y cantando no importa el día, el clima, el género. Eso es lindo.

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Otra cosa para apuntar son dos frases dichas por dos músicas que cantaron estos días. 

Una, St Vincent – frente a un público imperturbable–, decía: Nos gusta pensar que hacemos las cosas por amor y por eso hacemos música. Porque la amamos. 

Que es la vuelta de lo que decía Gabriela Ponce: la música es para compartirla. No es un ejercicio que se hace para verse al espejo. Y tiene sentido cuando hay un público en frente. 

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O sea que este es un lugar para mirarnos a los ojos.

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Lo que quiero dejar consignado acá, simplemente, es: la perplejidad de que podamos estar en un mundo en el que existan cosas como Justice, y amigos que nos brindan agua; un mundo en el que existe el erotismo, y también la rudeza de un baño estercolado y también comerse una hamburguesa, o el placer sencillo de sentarse después de estar horas de estar parado;  un mundo en el que existe la intensidad y el pensamiento y donde existe la contradicción. La perplejidad de ver un paisaje hermoso –unas montañas cubiertas de nubes– sabiendo que eventos de esta envergadura están deteriorando ese paisaje bucólico. ¿Me explico? 

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Cosas chistosas que vimos:

Una. Personas comprando camisetas a las 3 de la mañana (previa detección de manilla a la entrada del almacén para el respectivo estudio de mercadeo).

Dos. Cerveza sin alcohol con café.  

Tres. Gente enfiestada en el sitio de reggaetón –con las luces prendidas, la música apagada– esperando a que dieran permiso de reiniciar el festival tras la tormenta eléctrica.

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Va convirtiéndose en la una de la mañana y yo sigo aquí en este baño. Ojalá mis amigos estén pasandola bien.

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Ay, me encontré una botella acá tirada. Alguien la debió dejar. Voy a tomármela.

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Escucho que viene alguien a sacarme de este túnel. Por fin. ¿Quién es? ¿Un servidor del parque? ¿El gerente de Páramo? ¿La cruz lumínica de Justice? ¿El sonido del descanso?

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Sería rico que hubiera fruta en el festival. 

Todas las fotos por Isabella Bobadilla.

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