Ninguna de nosotras quiere ser una de las cuatro mujeres que mueren cada día en Colombia por el hecho de ser mujer, pero podríamos serlo.
La muerte de Yuliana Samboni nos estremece a todos. Pensamos que podría ser nuestra hermana, nuestra hija. O nosotras mismas. Jugando en la calle antes que llegara un hombre y nos acabara la vida. Nosotras mismas: cualquier noche con cualquier novio con el que fuimos a teatro, pero terminamos en Medicina Legal luego de haber sido golpeadas. Nosotras mismas: que decidimos salir a bailar en el Bembé. Nosotras: que creímos que no había nada peligroso en ir al Parque Nacional con un compañero. Nosotras: que después de atender la puerta terminamos bañadas en ácido y pegante.
Nos están matando.
Nos están matando cuatro veces al día.
Cuando lo hacen con sevicia aumenta la indignacion social, las marchas y el debate doloroso sin respuesta. ¿Por qué matan a niñas, jóvenes y mujeres? Nos preguntamos sobre la dureza de las leyes, sobre la incompetencia de la justicia y sobre la cultura machista que reina en un país como el nuestro.
Después de la muerte de Rosa Elvira Cely, y gracias al trabajo de organizaciones de defensa a las mujeres que hoy están haciendo un plantón enfrente a la Fiscalía General de la Nación, nació la ley 1257. Como otras leyes, parece suficiente como lo que es: una ley para acusar e imputar delitos e imponer penas. Lo que falta es aplicabilidad, seguimiento y eficacia. No queremos más leyes ni legislar en caliente, decían hoy en la radio los comentaristas de noticias. Hay que cumplirlas, acusar a Uribe Noguera, darle muchos años de cárcel y que caiga sobre él «todo el peso de la ley».
Lo que la ley no alcanza a solucionar es la violencia como mecanismo, la violencia instalada en las relaciones de la gente, la violencia y la discriminación que están en la base de nuestra forma de pensar y de ver la vida.
Probablemente saldrá esposado camino a un juicio en el que se declarará enfermo mental. Seguro se topará con una juez que le imponga la mayor pena a todos sus delitos: rapto, acceso carnal violento a menor, asesinato.
Es lo justo y será un precedente. Uno más. Pero sólo eso.
Lo que la ley no alcanza a solucionar es la violencia como mecanismo, la violencia instalada en las relaciones de la gente, la violencia y la discriminación que están en la base de nuestra forma de pensar y de ver la vida.
Resuena en mi cabeza este audio de la campaña de ni una menos de Argentina que resume a Colombia hoy. Dice así: «…la mamá que la viste sólo de rosa por que es nena, el novio que te revisa el teléfono y el Facebook, la mamá que sueña un príncipe azul para yerno, el papá que paga por sexo con nenas de la edad de su hija, la marca de detergentes que sólo te habla a ti, mujer. La enfermera que te grita, bancátela bien que te gustó hacerlo, o la que te ata a la camilla para parir, el que te tocó contra tu voluntad en el boliche de moda, el pelotudo que pregunta: ¿y el día de varón? La mamá que obliga a la nena a levantar los platos sucios de sus hermanos varones, el compañero que te mira las tetas, el chiste de mierda, las propagandas, Tinelly, la novela turca, los concursos de belleza, el marido que te prohibe trabajar, el que te esconde los documentos y la plata, el que te controla los ingresos y egresos, el que te aísla, te controla, te cela, te sigue, el que te humilla, el que te adjetiva, te menosprecia, el que te caga a trompadas, todos unidos frente al televisor preguntándose cómo puede ser que asesinaron a otra mujer…”.
¿Cómo puede ser? Ayer, según las estadísticas, fueron cuatro sólo en Colombia. Una de ellas tenía siete años. Su nombre era Yuliana Samboni.
Cómo puede ser, nos preguntamos.