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Mujeres que transforman los derechos humanos

¿Cómo las mujeres colombianas pueden hacer, defender y luchar por los derechos humanos? Diana Rodríguez y María Roa han luchado desde sus disciplinas por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y de los campesinos.

Diana Rodríguez, abogada de DeJusticia, y María Roa, presidenta del Sindicato Unión Trabajadoras Domésticas, fueron dos de las 100 mujeres colombianas transformadoras elegidas por el trabajo que han hecho en el campo de los derechos humanos. Ambas trabajan en sectores completamente distintos y de maneras muy diferentes: Diana Rodríguez apoya a las comunidades que quieren defender y decidir sobre las formas de desarrollo de sus territorios a través de consultas populares; María Roa, se dedica a apoyar a sus colegas, a mujeres trabajadoras domésticas para que accedan y hagan cumplir sus derechos.

Hay mil formas de hacer derechos humanos

Los derechos humanos no se hacen sólo desde los espacios que se clasifican tradicionalmente como de derechos humanos. No los hacen valer sólo los jueces. No se hacen sólo desde la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Se hacen también con las comunidades desde sus territorios, se hacen a través de iniciativas privadas, se hacen con grupos de colegas.

Diana Rodríguez lo hizo en Piedras y en Cajamarca, dos territorios del departamento del Tolima en los que las grandes mineras quisieron imponer su forma de desarrollo. Ella acompañó a campesinos y habitantes de estas zonas para activar un mecanismos de participación ciudadana que creó la Constitución de 1991 y que hasta 2013 nadie había utilizado. Un mecanismo al que pocos le tenían fe, en el que las mineras ni el Estado quisieron creer, pues no imaginaron que podría desestabilizar el poder. Gracias a las consultas populares de Piedras y de Cajamarca (dos de las nueve que se han llevado a cabo en el país), Anglogold Ashanti no pudo entrar a estos territorios a acabar con lo que había en ellos.

Diana desde la academia trabaja por dar apoyo y brindarles una guía a quienes están luchando por sus derechos. María, desde sus conocimientos de calle, está ayudando a más mujeres como ella a defender y luchar por sus propios derechos

Por su parte, María Roa comenzó enseñándole a sus amigas y colegas, víctimas del conflicto armado como ella, cómo podían acceder al Registro Único de Víctimas. Las guiaba en el proceso, las ayudaba a denunciar y a exigirle al Estado reparación. Cuenta que, cuando ganó la confianza de ellas, entendió que podía seguir luchando por sus derechos y los de sus compañeras ya no sólo como víctimas sino como trabajadoras domésticas. Por eso creó el Sindicato. Comenzaron 28 y hoy ya son más de 300 en el país.

Diana se crió en Bogotá. María, en Apartadó. Diana desde la academia trabaja por dar apoyo y brindarles una guía a quienes están luchando por sus derechos. María, desde sus conocimientos de calle (como ella misma los define), está ayudando a más mujeres como ella a defender y luchar por sus propios derechos. Ambas son un ejemplo de dos formas distintas de hacer y reivindicar los derechos humanos.

Los Derechos Humanos son una forma de equilibrar la balanza

Hay quienes tienen más poder, más dinero, más educación, más oportunidades. Siempre, en cualquier territorio, en cualquier ciudad, en cualquier campo de acción hay gente más privilegiada que otra. Y aparentemente, por eso, hay quienes creen que unos pueden tener más derechos que otros. El activismo, piensan María y Diana, ayuda a equilibrar esa balanza. A hacer que todos sin importar raza, sexo, identidad y “condición social” accedan a esos derechos.

“Piensan que si eres mujer y negra entonces sólo sabes barrer, limpiar y sacudir”, dice María y agrega que desde que ellas llegan a las “grandes tierras a engrosar las filas del trabajo doméstico”, nunca se les preguntan qué pueden o saben hacer. El prejuicio, el estigma ya lo ha definido. Se piensa que porque son mujeres afro y trabajadoras domésticas tienen que trabajar más de ocho horas, que pueden ganar menos del salario mínimo, y que no hay necesidad de pagarles salud, cesantías y prestaciones. Eso creen sus “patrones” y eso creen ellas porque sus “patrones” les dicen. A través del Sindicato Unión de Trabajadoras Domésticas, María y sus compañeras, luchan por equilibrar esa balanza, por exigir sus derechos como trabajadoras y por descubrir esas otras aptitudes, esos otros gustos que la sociedad no les ha dejado descubrir: los cantos, la medicina tradicional, los saberes ancestrales entre muchas otras capacidades y actividades que ellas se dedican a explorar.

El rigor que han tenido en esa lucha por sus derechos ha hecho que sus hijos hoy puedan decir con orgullo que sus madres son trabajadoras domésticas

Se cree que porque son campesinos, que porque son pocos, que porque viven de la tierra, no pueden decirle No a la tercera minera más grande del mundo.  Pero sí, ellos cogieron desprevenido al Estado y pudieron decirle No. “Lo hicieron con el mismo lenguaje del Estado”, dice Diana. Lo hicieron a través de la democracia. Las nueve consultas populares que se han hecho hasta ahora Colombia, están demandadas ante la Corte Constitucional y desde el 2013 se habla de que el Estado debe regular dichas consultas. Diana explica, que “eso quiere decir que sí estamos moviendo al poder”. Quiere decir que así también se está moviendo la balanza.

El éxito de los derechos humanos está en el rigor

Luchar contra el poder, contra el statu quo, contra gremios de hombres y contra las ideas de una sociedad patriarcal y machista, requiere rigor. “Cada frase, cada afirmación, cada cifra, tiene que estar muy fundamentada”, explica Diana y agrega que el éxito de las consultas populares ha sido el rigor. En su caso ha sido un rigor legal y científico el que le ha permitido a ella y a los habitantes de Piedras y de Cajamarca explicar por qué una mina a cielo abierto implica daños irreparables a la salud, al medio ambiente, a los campos de arroz que son el sustento de quienes allí cultivan la tierra. El rigor les ha permitido explicar por qué es legítimo decirle No a las multinacionales, No al mismo Estado y No a una forma impuesta de desarrollo.

Rigor también implica darse a conocer en varias ciudades del país y conformar redes para luchar por los derechos como mujeres afro. Implica rigor llegar a Medellín, al Urabá, a Cartagena, a Bogotá y próximamente a Neiva. Hay que tener rigor, como explica María, “para llegar a todos los rincones en los que que las mujeres nos llaman a gritos preguntando si tienen derechos”. Implica rigor hacer que muchas de las que antes no se consideraban trabajadoras, ahora sí lo hagan. Se han unido para lograr cambios y para conseguir avances a nivel legal que les permitan ser ellas mismas, tomar sus propias decisiones y no tener que depender de otros, que por lo general son sus maridos o sus patrones. El rigor que han tenido en esa lucha por sus derechos ha hecho que sus hijos hoy puedan decir con orgullo que sus madres son trabajadoras domésticas, ha hecho que ellas hoy tengan la intención de crear una escuela con un enfoque étnico y a María la ha hecho convencerse de uno de los lemas del sindicato: “prefiero la felicidad en casa propia y no en casa de rico”.

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