El cuerpo de Edenis Barrera apareció el 18 de marzo de 2017 en la vía que va de Aguazul a San José de Bubuy, en Casanare. Semidesnuda, apuñalada, empalada y con material vegetal en la vagina. Edenis era voluntaria de la Defensa Civil de Aguazul, Casanare. La mataron por ser líder. La mataron por ser mujer.
“A las mujeres defensoras de derechos humanos las asesinan por lo que son y por lo que hacen: por ser mujeres en una sociedad patriarcal y por ser mujeres defensoras en una sociedad que las condena al espacio privado”, dice Carolina Mosquera, investigadora de Sisma Mujer. Las lideresas de Colombia enfrentan un doble riesgo. Lo paradójico es que ni sus trabajos como defensoras son lo suficientemente reconocidos ni sus amenazas como mujeres son escuchadas. Si ser mujer en Colombia es difícil, ser mujer y líder social lo es mucho más: los peligros que significa ser líder social en Colombia se duplican si se es mujer.
“Hay obstáculos estructurales que impiden la participación política de las mujeres. Por eso es más difícil hacer surgir una acción de liderazgo por parte de ellas”, dice Mosquera. Y agrega: si a esto se suma que después de asumir un liderazgo vienen amenazas, agresiones y asesinatos, es aún más difícil que quieran seguir en la defensa de los derechos humanos.
Entre 2016 y 2018 asesinaron a 48 mujeres defensoras de derechos humanos en Colombia, de acuerdo con las cifras de la Defensoría del Pueblo. Sólo en 2018 asesinaron a 14. Las cifras van en aumento tanto en número como en velocidad. El total de mujeres y hombres líderes asesinados en enero de 2018 fue 18. En enero de 2019, fueron 15. Hubo una leve disminución en términos generales. Pero en enero de 2018 una mujer defensora fue asesinada. En enero de 2019, fueron 3. Aumentó el 200 %.
Cuando hay amenazas a un defensor, él se va con más facilidad de su territorio, explica Catalina Mosquera.
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“Sentencia a muerte. Perras hijueputas. Dejen de meterse donde nadie las ha llamado. Ya se les demostrado que existimos y cumplimos con lo prometido. Tortura y muerte para las perras hijueputas”.
Es un panfleto de las Águilas Negras en Bogotá. Lleva una lista de 20 nombres de mujeres defensoras y de siete organizaciones de mujeres. El panfleto cierra con una advertencia clara:
Muerte Muerte Muerte
Son amenazas distintas a las de los hombres. “El lenguaje usado en los mensajes amenazantes incluyen contenido sexista, alusiones al cuerpo de la mujeres, insinuaciones sexuales”, dice una Alerta temprana que emitió la Defensoría del Pueblo en febrero de 2018.
“Luchando por los derechos de la mujer que mierda son si lo único que son es sirvientas de nosotros aver si se van a hacer oficio de la casa malparidas” (SIC), dice otro panfleto. La violencia contra las mujeres defensoras no es sólo sociopolítica sino también sexual, dice Carolina Mosquera.
Y a eso se suma, además, que la amenaza y la violencia no es sólo contra ellas. Es contra sus familias. “Cuando se trata de mujeres defensoras, hay amenazas directas contra su núcleo familiar. Tienen mucha información de sus hijos. Y eso pasa mucho más con las mujeres que con los hombres”, explica Diana Rodríguez, Delegada para los derechos de las mujeres y asuntos de género de la Defensoría del Pueblo.
La mayoría de estas mujeres defensoras son campesinas, mujeres afro e indígenas, explica una defensora de derechos humanos del Magdalena que prefiere no dar su nombre. Son, dice, mujeres víctimas del conflicto, madres cabeza de familias. Basta que agredan una de ellas para que las demás se replieguen, bajen su perfil, abandonen su liderazgo. Cuando agreden o matan a alguna, hay pánico, dice la líder del Magdalena. A esto se le llaman acciones ejemplarizantes: manda un mensaje a todas las personas que se sienten identificados con esa líder. Se trata de ataques que “buscan humillar y enviar un mensaje de escarmiento frente a sus comunidades, organizaciones y otras mujeres que, ante las múltiples situaciones de riesgo, renunciarían a desempeñar papeles de liderazgo en sus territorios”, explica un informe de Sisma Mujer, publicado en julio de 2018 .
“Lo primero que piensan estas mujeres es que son madres y son víctimas, muchas, porque a sus esposos los mataron en el conflicto armado. No pueden ponerse en riesgo, porque si lo hacen sus hijos quedan huérfanos”, explica la defensora del Magdalena. Ellas, como muchas otras mujeres, tienen a su cargo el trabajo del cuidado directo e indirecto del hogar: hacen labores de casa y no sólo cuidan a sus propios hijos, también cuidan los hijos de sus familiares y personas mayores.
Eso marca una diferencia muy grande. Cuando hay amenazas a un defensor, él se va con más facilidad de su territorio, explica Catalina Mosquera. “Una defensora no puede irse y dejar a su familia en el territorio. O sacar a su familias y ellas quedarse. Eso implica desestructurar el núcleo familiar. Ellas quedan en una situación emocional deteriorada y su liderazgo, disminuido”, explica.
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A Deyanira Tovar la siguen buscando. Desapareció hace 10 meses en el municipio La Hormiga, en Putumayo. Días antes su nombre apareció, junto al de 20 mujeres más, en un panfleto amenazante firmado por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia.
La amenaza no valió. La alarma de que había desaparecido, tampoco. Las autoridades no respondieron a tiempo. Ella nunca apareció.
El trabajo, las amenazas en su contra y las muertes de mujeres defensoras están en un segundo plano. “Nuestro liderazgo es, generalmente, más conciliador, articulador. Somos tejedoras de espacios. Por eso no consideran que nuestro trabajo puede estar amenazado”, explica. Ellas defienden los derechos de las mujeres, agendas medioambientales, de derechos de personas LGBTI, de comunidades indígenas y afro. Defienden la implementación de los Acuerdos de Paz. Y son estas las agendas, dice Carolina Mosquera, que quedan huérfanas cuando a ellas las amenazan o las asesinan.
“A los hombres se les ve en la defensa de otras agendas, en espacios de mayor disputa y por eso se cree que están en escenarios de mayor riesgo contra su vida”, dice la líder del Magdalena. Agrega que es por eso que las garantías de protección son más efectivas en hombres que en mujeres.
“Ellas sufren agresiones previas, pero se desestima la gravedad del riesgo, porque primero están los prejuicios machistas y patriarcales. Si le llega un mensaje a la defensora, dicen que fue su pareja, su amante. Eso no pasa con los defensores”, dice Mosquera. “Me pasó a mi en el 2016. Cuando estaba metida en la campaña por el Plebiscito”, cuenta una defensora del Magdalena. No le llegó una amenaza directa. Fue por un rumor. “Fui a la Fiscalía a presentar el precedente. No sabía ni qué decir, no podía poner una denuncia porque no tenía pruebas. El funcionario no lo consideró relevante”, continúa. De todos modos le autorizaron una visita semanal por parte de la Policía a su residencia. “Después de un tiempo pedí que no volvieran. El Policía que iba a hacer la verificación estaba preguntando en el barrio, a los vecinos, que si yo tenía problemas sentimentales con mi novio, con mi esposo. Que tal vez me estaban amenazando por un problema de pareja”. Esa es la manera en que se desestima la amenaza.
Y aunque parezca paradójico, también se desestima que a las mujeres defensoras las maten sus propias parejas. Precisamente porque transgreden los roles de género impuestos. Se asumen, entonces, que esos son asesinatos que no tiene nada que ver con su ejercicio de liderazgo. Pero sí tiene que ver. “Está probado que ese es un riesgo que enfrentan las defensoras al transgredir ese tipo de criterios patriarcales. Si ellas están ocupando un rol en el espacio público y a ellos no les gusta, la agreden, las asesinan. Tiene todo que ver con su labor de defensa”, explica Mosquera.
De ahí que los feminicidios y los asesinatos a líderes no puedan verse de manera separada. “La Fiscalía tiene dos directrices: ante la muerte de cualquier mujer la primera hipótesis es un feminicidio. Y ante la muerte de defensores y defensoras, la primera hipótesis es que los mataron por la defensa de derechos humanos”, explica Diana Rodríguez, de la defensoría del Pueblo. Hay que ver la particularidad de cada caso. Cuando hay ensañamientos contra el cuerpo de una defensora, cuando la matan con violencia extrema, con sevicia. Cuando la mata su pareja. Las matan por ser mujeres y por ser líderes.
Y aunque parezca paradójico, también se desestima que a las mujeres defensoras las maten sus propias parejas.
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Hay mayor impunidad en los casos de las defensoras y esto se suma a la impunidad en los feminicidios. De acuerdo con cifras de Somos Defensores, a nivel general, de 2009 a 2016 la impunidad en casos de asesinatos a mujeres y hombres líderes fue de 87 %. Pero para los casos de sólo las mujeres la impunidad fue del 91 %.
Las mujeres hoy son más participativas, pero a mayor participación, “hay más amenazas que van dirigidas a apaciguar y domesticar sus liderazgos”, dice Mosquera. Ha habido momentos, hechos, que han aumentado la participación pública de las mujeres por la defensa de los derechos. Pero esto, necesariamente han aumentado las amenazas y asesinatos contra ellas. Sucedió así en 2008, cuando la Corte Constitucional sacó un Auto para adoptar medidas para la protección de mujeres víctimas de desplazamiento por causa del conflicto armado. Pasó también con un Auto en 2013 que le ordenó al Estado brindar protección integral a las mujeres defensoras. Y por supuesto pasó en 2016 con el Acuerdo de paz. Cuando ellas han exigido el cumplimiento de estos instrumentos jurídicos y se han apropiarse de ellos, explica Mosquera, hay un incremento de las violencias.
En Colombia hay contra las mujeres defensoras homicidios y agresiones sofisticadas, que además, en muchos casos, son culturalmente aprobadas. Las amenazas en contra de ellas no sólo tienen un alto contenido sexista, sino que se extienden a su núcleo familiar. A ello se suma una justicia inoperante que no da resultados en los casos generales de líderes asesinados y que cuando se trata de mujeres, se acentúa. A ellas, con mayor frecuencia, su entorno las insta a no denunciar y simplemente replegarse, a no seguir su lucha. Son, todos estos, factores de vulnerabilidad hacia las mujeres que diferencian tajantemente su escenario de liderazgo frente al de los hombres.