Hay millares y millares de mortales
absortos en ensueños de mar.
Moby Dick, Herman Melville
Su abuela vivía en Santa Mónica, un barrio que sirve de antesala a los más periféricos de la Comuna 13 de Medellín. Al lado de la urbanización había una cancha a la que ella, al menos para entonces, tenía prohibido llegar: era ‘caliente’, podía haber cadáveres o violadores al acecho. Catalina Arroyave, directora de cine, guarda ese recuerdo en su memoria. Tenía 6 años. También se acuerda del día en que iba en el carro con su papá y un tipo en moto se les cruzó de repente. “¡No te atravesés!-, gritó su papá, luego de bajar un poco la ventana. El tipo giró la moto como un compás en dos llantas, y le puso el revólver en la cabeza. No disparó porque la vio a ella, una niña, sentada en el asiento del copiloto.
Con ese contexto, Catalina Arroyave presentó el pitch de la película Los días de la Ballena para el Work in Progress Sessions del Tallin Black Nights en Estonia en 2018. La Medellín que conoce. Advirtió que del episodio nunca se mencionó nada, no pasó nada, porque en su ciudad esa situación, como dice ahora, “es un villancico”. “¿Pero en qué lugar viven ustedes?”, le preguntaron. “En un lugar donde eso es normal”, contestó ella.
Los días de la ballena estuvo prenominada por la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar al país en los Premios Óscar 2020 y en los Premios Goya 2020. La premier iberoamericana sucedió en la más reciente edición del Festival de Cine de Cartagena de Indias, FICCI, y ahora mismo ha pasado por cerca de una quincena de festivales alrededor del mundo. Su estreno en Medellín fue en el Parque de los deseos que contó con la asistencia de más de 6 mil espectadores. A Arroyave le interesa que la película se proyecte en la calle, en parte para no competir con los difíciles horarios que las salas comerciales proponen para exhibición, y en parte porque quiere que su película dialogue con y en el espacio público: “Que vuelva al lugar de donde salió y al que pertenece, a la calle”, dice.
Fue en la calle donde se encontró muchos gestos de violencia simbólica mientras hacía la investigación para la película. Es allí donde la violencia está “como una especie de sombra que siempre está presente”. Por eso quería generar momentos de tensión, una tensión que convive y que ha sido naturalizada por todxs.
“La violencia es lo que acompaña lo que los personajes están viviendo. Así siento que es vivir en Medellín: una violencia que se te está estallando de golpe. Te acompaña de una forma silenciosa y acompasada. La volvimos paisaje”.
Pero en pantalla no vemos un arma. Hay, sí, una ballena.
La ballena es gigante y nadie puede no verla, como pasa con el crimen. Arroyave refleja en ella, como alegoría, el orden impuesto y la pregunta por quién controla Medellín.
En el río Medellín que moja en paralelo los rieles principales del metro, con sólo cien kilómetros de longitud y muchos menos de profundidad, se sumerge un cachalote. El animal encalla en algún afluente, agonizante, y su cadáver atora una de las arterias principales y más congestionadas del centro de la ciudad. Sin embargo, pasa inadvertido. Medellín marcha con su cadencioso vigor. Los autos se desvían y siguen de largo.
Arroyave quería que la película tuviera una “puerta al misterio”, tal como expresa, quería que no estuviera en el código de un relato que está llevado por la mano de un guionista sino que hubiera un elemento más en el orden de lo simbólico para ser descifrado. Eligió una metáfora. Un mamífero acuático en medio de la cordillera central andina, entre montañas, como “lo que no vemos a pesar de que sea enorme, de que esté frente a nosotros y que directamente decidimos no prestar atención”, explica. “Tenemos un problema de dimensiones descomunales y nadie está hablando de esto porque sufrimos de negación. ¿Cuáles son las fuerzas violentas que nos gobiernan y por qué nosotros obedecemos?”.
Medellín sumergida
Laura Tobón y David Escallón encarnan a los protragonistas de la película: Cristina y Simón. Ambos, en la ficción, se resisten a la amenaza que se zarandea entre los postes de la ciudad. Primero protestan contra el cobro de vacunas con un fanzine hecho colectivamente. Luego empiezan a sobreponer discursos en una pared donde la ilegalidad y los deseos de dinamitarla son las improntas en disputa. Toda la trama se desenvuelve mientras la ballena, agónica, grita.
Para David Escallón, la ballena no es algo invisible en Medellín, sino lo que no quiere verse. La violencia se ha vuelto tan común que, como expresa, la ballena parece real dentro de lo real, lo maravilloso sin nada maravilloso. “La ballena no son solo los muertos que se arrojan al río o los desaparecidos. Paradójicamente, es también el relato que de Medellín muestran sus calles, con los grafitis, por ejemplo, y que están hablando de una ciudad porosa, de sus historias, pero que pasan desapercibidas”, dice el actor.
La ballena es gigante y nadie puede no verla, como pasa con el crimen. Arroyave refleja en ella, como alegoría, el orden impuesto y la pregunta por quién controla Medellín: “nosotros por qué estamos gobernados por esto sin hablar de ello, de lo que pasa… La ballena, sobre todo, está puesta ahí para hablar sobre de quién es la calle, de quién es el espacio público. ¿Cómo hacemos para que las lógicas que se suponen gobiernan nuestras casas, nuestros cuerpos, no persistan? ¿Cómo le hacemos el quite? ¿Cómo hacemos que esa situación no sea ni una regla ni un mandato?”, se pregunta.
En la ciudad se ha autenticado con el tiempo una gobernanza paralela que vuelve paisaje las fronteras invisibles, las casas de pique, el control sobre la conducta ciudadana y la política criminal, dice David Escallón. Desde que era un niño conocía a alguien que cuidaba una plaza, un campanero. Alguien que estaba en permanente búsqueda de “ser alguien” ante la acusada posibilidad de “usted no es nadie”, tan frecuente en las calles. En la ciudad, dice, “todo el tiempo está la amenaza de otorgar poder a otros. En las esquinas se ve la enorme necesidad de ese poder y la orden de ceder a él”.
Pasar por alto un cachalote en un mar de asfalto es asimilar lo anómalo como ordinario, como cotidiano.
Esto explica por qué Arroyave tomó la decisión de no mostrar un arma y sí un mamífero. Porque en la manera de concebirla, reflexiona, encontró que la violencia se sumerge con facilidad: “un man mirando en una esquina, dos sujetos sin casco en una moto, un punto rojo que se ve en un poste, símbolos que todo lo anuncian”, dice. No tenemos que ver el muerto o tener el arma en la cabeza pasa saber que hay lógicas claras en las que nos movemos, exclama.
“Ese letargo y esa manera de percibir la violencia como algo natural, con la que nadie se sobresalta, es lo que impide que la conversación esté vigente”, dice. “Es como si hubiera dejado de ser importante porque permitimos que la violencia se volviera tácita, nos acostumbramos”. Aunque su película intenta contestar cómo manejar la fuerza y el poder que tienen esas estructuras al margen sobre los residentes de Medellín, confiesa su terrible sensación de impotencia por el hecho de que nadie sabe cómo proceder ante el alcance y el nivel de control que han logrado estos actores.
Para Arroyave, mientras una película como Matar a Jesús (2017) de Laura Mora es un grito, la suya es un susurro. Con esto, explica, no está diciendo que una sea más contestataria que otra, sino que la suya busca ser sutil en la forma en la que quiere poner sobre la mesa el mensaje.
Medellín encallada
Pasar por alto un cachalote en un mar de asfalto es asimilar lo anómalo como ordinario, como cotidiano, dice la directora.
Por eso, la ballena es también desobediencia. Es no querer pertenecer. Es denunciar “cómo es vivir en una ciudad en donde te cuestionan si cruzás el umbral de lo que aparentemente está permitido”. Porque para ella, “ignorar también es querer obedecer”.
La ballena es también un negarse a morir. Por eso, los protagonistas la grafitean en un muro al frente de La Selva, la casa antigua que en la pantalla es el centro de operaciones del parche, al final de la película. La lámina luminiscente de la estampa del animal reposa en una pared en la que sin embargo, navega un aviso de muerte.
Esa pared, para Arroyave, es una suerte de superposición de discursos y lógicas de la ciudad. Así funciona Medellín, explica: “es una suma de gestos y el último es el que uno alcanza a ver. Nosotros interiorizamos el miedo… eso es grave”, dice.
Para ella, la película está poblada de pequeños gestos de desobediencia, como cuando un personaje le confiesa a otro: Uno tiene que saber hasta dónde pelear y vos ya te cansaste…
“En el fondo, en el momento que decidí hacer esta película, todo en mí quería desobedecer: ir a donde no está permitido, decir lo que no queremos oír. En esta ciudad pareciera que definitivamente hay cosas que no se pueden decir desde hace mucho tiempo y la película está puesta para decir todo lo que no se puede”.
David Escallón cuenta que cuando su mamá vio la película, ante la obstinación del personaje que representa, ella le recordó que los cementerios están llenos de héroes. Él sabe que en la Medellín que vive, hay muchos que pueden controlar sus impulsos para evitar buscarse peligros. Está de acuerdo con ellos, pero para él, la ballena también es un llamado a la cordura sobre la valentía: “Es vivir siendo quien eres o vivir con miedo, que es lo mismo que estar muertos. Cada persona puede valorar su bienestar según sus ideas. Se necesita valentía. En Colombia nos hemos dado cuenta con los líderes sociales y con todo aquel que se oponga a estar en contra de un sistema, que lo callan. Esas personas y esa fuerza y ese valor siempre serán necesarios”, dice.
Lo dicen con una película, lo dicen con una ballena: pequeños actos de rebeldía en los que siempre “hay una intención flotando”, en palabras de Escallón.
Para él, la película puede percibirse como un acto rebelde e incluso reconoce que le otorga poder a quienes no suelen tenerlo. Le preocupa, sin embargo, que en Medellín todo gesto de arte (la música, los grafitis) se ha vuelto una forma rebeldía. Lo vio durante el rodaje: en Medellín hay una ciudad contada en la pared no solo con las palabras. Identificó también un contrarrelato: el de la Alcaldía que le hace frente a esa narración “tapándolo todo”. Laura Tobón coincide. Para ella, el mensaje de limpieza está eliminando la memoria de las paredes, enmudeciendo la ciudad.
Para Tobón, el océano que es Medellín también está lleno de basura y es difícil navegar en él. “Siento que así haya agua, porque menos mal sigue habiendo oportunidades y deseos de gritar y de juntarnos entre mucha gente para ser una fuerza colectiva, es un océano sucio y difícil de navegar. Aunque esté la posibilidad de salir a flote”.
Medellín a flote
La directora quería que la ballena, primero viva, pudiera reflejar el espíritu de lxs jóvenes “que está entero, que no se ha chocado”. Pero que, a medida que todo va pasando, se ve cómo ese ímpetu empieza a morir de manera capitular y a perder poder”. Sin embargo, eso que se empieza a morir cuando uno se cansa del mundo después de chocarse muchas veces contra él, como dice ella, revive. Para la directora, “la lógica del espíritu es volver después en creación”.
Eso es la ballena: “nace en su acto de rebeldía, es imposible que muera”, dice Escallón.
Arroyave eligió la ballena como metáfora porque sabe lo que representa: animales que migran con una existencia deslumbrante. Eso es lo que ella quería. “No habría sido igual si fuera otro animal u otro símbolo para representar lo que está en el corazón de la película”.
También desobedece a la indiferencia y a la regla de que lo que pasa allá no es conmigo. ¿Ser valiente es nadar contra corriente? Laura Tobón cree que hay que plantearlo en otro cauce: “La violencia es la contracorriente y es lo que parece normalizarse como el curso natural de las aguas”.
Eso es, en últimas, la ballena: un llamado a dirigir el curso de la corriente hacia otro lado.