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Más que una fiesta

En Colombia la marcha del orgullo LGBT no es aún un espacio exclusivo de celebración. Es, sobre todo, un espacio de visibilización, de lucha y de protesta.

por

Juan Camilo Chaves


07.07.2017

El reloj que la comunidad suiza residente en Bogotá donó a la ciudad por sus 400 años de fundación, en 1938, dice que son las 5:55, pero debería marcar las 12:30. Es domingo y el sol bogotano, picante y paramuno, se siente como puntillas en la cabeza. La médula del Parque Nacional Enrique Olaya Herrera, al centro oriente de Bogotá, comienza a llenarse de cientos de personas. Hoy no sólo están los vendedores y los deportistas que salen a la tradicional ciclovía en la contigua carrera séptima.

Hoy se escuchan otras voces.

Foto: Ana Cristina Ayala
La marcha del orgullo LGBTI más grande del país comienza a devorar el centro de Bogotá. Y más que una fiesta, la marcha es una protesta. Un grito de denuncia.

“¡Estado laico!”, grita un un hombre en los treinta con camisa blanca y corona de colores. “¡Seres libres!”, responde un grupo de más de veinte personas que lo rodean con pancartas y globos de helio. El hombre gritando pregunta: “¿Al odio vamos a responder con?”. “¡Amor!”, le responden. E insiste: “¿A la exclusión vamos a responder con?”. “¡Inclusión!”, gritan.

Son las 12:45 y el reloj no ha cambiado, pero sus alrededores cada vez están más llenos. Jérôme Champagne, un alemán que está de visita en Bogotá, acepta a través de gestos todas las solicitudes de la gente para tomarse fotos con él. Mide casi dos metros y lleva puesto un traje militar con hombreras y botones dorados. Pero no es un traje verde militar, azul camuflado o gris. Es un traje con los colores del arcoiris y en vez de sombrero lleva un tocado dorado con incrustaciones de piedras y lentejuelas. Del tocado se desprende una aureola de plumas de colores y de sus orejas cuelgan unos aretes dorados, pesados, que casi tocan sus hombros. El calor le ha corrido parte de su maquillaje y ya se nota una barba incipiente, afeitada en la mañana, que le rodea los labios pintados rojo rubí. “Siempre me ha gustado ver cómo son las celebraciones del orgullo en el mundo. Hay que ir a apoyarlas. Por eso es que tengo puesto este botón”, señala Jérôme con sus manos llenas de anillos, con sus uñas escarchadas, un prendedor que dice ‘STOP HOMOPHOBIA”.

A la 1:00p. m. una mujer acerca sus hijos para que posen con un Iron Man que carga banderines con los colores del arcoiris; una familia entera dibuja arcoiris en sus mejillas mientras espera en el pasto la señal para ir a la séptima, un hombre vende sombrillas de arcoiris; otro le ajusta a su perro un collar, también de arcoiris; una pareja de hombres se toma fotos con sus amigos mientras señalan sus camisetas: ‘Enjoy cock’, en vez de ‘Enjoy coke’. Levantan la bandera del arcoiris. Alguien exhibe un cartel arcoiris que regala abrazos. Una mujer, su esposo y su hijo caminan hacía la séptima con bandera arcoiris que los envuelve como un capa.

“Los invitamos ya a la calle, la marcha va a comenzar”, grita una mujer con todas sus fuerzas junto al reloj. A la 1:30 p. m. la carrera séptima ya está llena. Unas dos mil personas se amontonan, retocan su maquillaje, empuñan sus banderas, ajustan su ropa. Dos mil se vuelven cuatro mil, cuatro mil se vuelven seis mil. La gente ya no cabe frente al parque y comienza a marchar.

Foto: Juan Camilo Chaves

«¡Y la lucha continúa! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué nos asesinan si somos el país más diverso de América Latina?». La fiesta no está anunciada, la música retumba, pero los gritos están por encima. La marcha del orgullo LGBTI más grande del país comienza a devorar el centro de Bogotá. Y más que una fiesta, la marcha es una protesta. Un grito de denuncia.

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