Madonna se desploma sobre la arena del desierto y justo antes de caer se transforma en una bandada de pájaros negros que sale volando. La cámara se eleva con ellos y, cuando vuelve al suelo, se encuentra con una retahíla de imágenes misteriosas. Madonna está totalmente de negro, el viento agita los velos de su vestido y la arena se arremolina en sus tobillos. Una vez. Dos veces. Tres veces. Su imagen triplicada baila en movimientos cortantes, angulares, inconexos y trémulos. Se retuerce, se estremece. Madona se hace enigma y evoca el solo de Medea en el ballet Cave of the Heart de Martha Graham.
Se trata de una imagen casi sublime. Es el video de «Frozen», el sencillo con el que la diva del pop vendió 550 mil copias en 1998. El desierto de Mohave en California fue su escenario, el inglés Chris Cunningham, su director y el diseñador fracés Jean-Paul Gaultier, su vestuarista. Según Madonna, el video se inspira en dos obsesiones personales suyas: la película El paciente inglés, con la que dice lloró desconsoladamente, y la figura de Martha Graham, la coreógrafa y bailarina que ella reconoce como una de las influencias más fuertes en su carrera.
Cuando Madonna escribió para la revista Harpers Bazaar en 1994, aseguró que todo comenzó cuando tenía 18 años y estudiaba danza en la academia de Martha de Graham. “Era tan espartano, tan minimalista. Todos susurraban y solo se oían la música y las voces de los instructores, que por supuesto, solo te hablaban cuando lo estabas haciendo mal”. Sus días pasaban entre extenuantes ensayos y exigentes clases con bailarinas asiáticas. Martha Graham debía estar en algún lugar de su academia, pero Madonna seguía sin verla por primera vez. Se rumoraba que a veces entraba en las clases a buscar nuevos talentos, pero nadie podía contarlo de primera mano.
“Estaba decidida a encontrármela. Cuando lo hiciera, iba a ser valiente y despreocupada. Me iba a hacer su amiga e iba a lograr que me confesara todos los secretos de su alma”, dijo entonces Madonna. Tomó todas las clases que pudo, recorrió cada uno de los pasillos de la escuela y se llenó de excusas para pasar con frecuencia por las oficinas de la administración. Hasta que un día, mientras se escapaba de una de sus clases para ir al baño, se la encontró frente a frente. “Era pequeña y enorme al mismo tiempo”, recuerda Madonna. “Esperé a que las palabras salieran de mi boca. Esperé a que las dagas volaran desde sus ojos. Se me olvidó que yo no le temía a nadie. Se me olvidó el dolor en la vejiga. Ese fue mi primer encuentro con una diosa”.
Ese día Madonna no dijo nada y Graham pareció no verla, pero años más tarde no solo se convirtió en su mentora de danza, sino en una de las marcas más grandes para su vida. En 1999, en una entrevista para el programa Larry King Live de la cadena CNN, confesó que aunque no le disgustaba la forma en que resultaron las cosas en su carrera, le gustaba pensarse en esencia como una bailarina. Bailar siempre fue su mayor talento y en la danza estaba su formación como artista, insistía. Su admiración por Graham no es sorprendente, como tampoco lo es la amistad que se creo entre las dos, una vez Madonna terminó sus estudios.
You only see what your eyes want to see
How can life be what you want it to be
You’re froze
When your heart’s not open
En 1997, Ellen Degeneres acaparó la atención de los medios estadounidenses. “Sí, soy gay”, declaró por primera vez para la revista Times. La confesión hizo eco en periódicos, noticieros y programas de entrenamiento. Aceptarse públicamente como homosexual no resultó sencillo y motivó reproches y voces de aliento por igual. “Las cosas buenas llegan cuando dejas de necesitar la aprobación de los demás”, le dijo Madonna. Luego, citó a Martha Graham:
“Hay una vitalidad, una fuerza, una energía que se acelera y se revela a través tuyo. Solo existe una en el mundo. Es única y si la bloqueas no podrá existir de ninguna otra forma. Se perderá. El mundo se la perderá. No es tu decisión decidir qué tan buena o qué tan mala es. Es tu responsabilidad mantenerla viva. Ni siquiera tienes que creer en lo que haces. Solo tienes que mantenerte alerta a las cosas que te inspiran. Ningún artista está satisfecho. La satisfacción no existe. Solo hay una extraña insatisfacción divina, bendita e intranquila, que nos mantiene vivos”.