Una reflexión sobre la primera presentación de Tool en Colombia, sobre la avifauna del Parque Simón Bolívar y sobre la idea de pertenecer.
por
Nathalia Guerrero Duque
editora de proyectos de 070
29.03.2025
Mirla común. Foto: Isabella Bobadilla
Unos ojos inyectados en sangre y fuego me miran, multiplicados, y yo les mantengo la mirada con insistencia. La imagen se reproduce gigante en la pantalla detrás de Tool, la banda estadounidense de culto de los noventa que anoche se presentó por primera vez en Bogotá, en el segundo día de la decimocuarta edición del Festival Estéreo Picnic.
Mucho se ha escrito y dicho sobre el sonido de Tool, que cabe dentro de lo que llaman metal progresivo, y sobre el culto de sus seguidores. Alguien –Patrick Donovan de la banda The Age– dijo alguna vez que eran ‘metal para personas pensantes’. Lo cual no me gusta, porque insinúa que en general el metal no es para pensar, o que la gente que le gusta el metal no suele pensar. Mientras veía a la banda, yo pensaba que quizá no había escuchado un sonido en vivo así. Sus canciones son largas, de aires épicos, y el sonido de su bajo se convierte en una base sonora cruda que contrasta, por momentos, con la textura de la voz de Maynard James Keenan, el vocalista.
Tool, por primera vez en Colombia. Foto: Isabella Bobadilla.
Muchas cosas llaman la atención de Tool. Como su batería extensa, de apariencia poco convencional, que se riega a lo largo del escenario. O sus visuales entre psicodélicos a lo Alex Grey, y monstruosos, con algunos momentos dedicados a la contemplación. Quizá en esos momentos pensaba en la fanaticada de Tool. Y entre el parche nos preguntábamos ¿cómo se describirían a sí mismos, o qué les gustaba? Botamos respuestas varias: estamos segurxs que un fan de Tool también es fan de King Gizzard and the Wizard Lizard, que se presentaron el año pasado en el festival. O que le gusta ir a tomar a bares como Abbott y Costello, o rematar la fiesta en Púrpura, el célebre amanecedero chapineruno. Sobre todo anoche pensé, mientras escuchaba hablar a seguidores de Tool al lado mío, que son fans muy dados a hablar de lo especial que es la banda de sus amores, y me parecía curioso que a veces esa conversación sonaba por encima del sonido en vivo que estábamos escuchando.
Luego llegó el aguacero, que dividió parches y congestionó escenarios cubiertos. Mientras me resguardaba del agua en la sala de prensa, conocí una bióloga que había venido al festival, entre otras cosas, a ‘pajarear’. Así le llaman sus entusiastas a la actividad de recorrer un espacio fijándose en las aves, tomándoles fotos y registrándolas. La bióloga me mostró una app donde las registra, y que tiene la opción de ir registrando cantidades por especie en el mapa.
La presentación de The Hives se interrumpió durante unos minutos por la lluvia. Foto: Isabella Bobadilla. El viernes hubo una tormenta eléctrica en el parque que obligó a suspender temporalmente el festival. Foto: Isabella Bobadilla.
FEP 2025 día 1:Todas las caras de Bogotá
Comenzó una nueva edición del festival con una calmada y muy popera jornada que mostró la diversidad que este encuentro conjuga.
La avifauna del Simón Bolívar ha sido un tema estos días de festival. Se hicieron virales las denuncias sobre el impacto que está teniendo un evento como este –con su ruido, y sus luces y su asistencia masiva– en las aves residentes y en las migratorias que llegan al parque. El ruido las espanta y en general estos eventos afectan las crías de las aves, su vida reproductiva y sus migraciones, entre muchas otras.
La bióloga me contó que desde hace varios días, entre entidades distritales y organizaciones vecinales, se está haciendo una veeduría de la avifauna en el parque por cuenta del evento. “Hay gente que está viniendo a ver las aves cómo están a lo largo de los días en el festival”, me asegura. ¿Qué revisan? Por ejemplo, cómo las luces de los escenarios están impactando los nidos construidos en el parque. Esta bióloga me cuenta que hay varios focos de luz que están provocando un abandono de nidos en todo el parque. Esta veeduría, según cuenta ella, le pidió al festival redireccionar o disminuir las luces, y aunque el festival ha acatado algunas sugerencias, hay otras que no. “Por ejemplo hoy vimos que ya un nido paila”, me dijo.
Ella vino a hacer contenido ambiental sobre el festival: “Quiero que los asistentes se involucren con que hay unas cositas pequeñas a su alrededor”. Es decir, mientras la gente que asiste al festival está viendo lo que hay en cada escenario, y disfrutando de todas las opciones de consumo y entretenimiento que ofrece el festival, ella va entre escenarios ‘pajareando’, como le llama: fijándose en las aves que, a pesar de la contaminación auditiva, lumínica y de desechos de estos cuatro días, se resisten a dejar el parque que habitan. Le pregunté, incrédula, si con todo este bochinche era en serio que había pájaros que no se iban espantados. “Sí están”, me respondió, y me mostró fotos. Unas torcazas andinas apareándose al ritmo de la música estridente, o un zambullidor solitario, el cual anida con su parche al otro lado del lago. Hasta allá también llega la luz: “Unas luces que nadie va a extrañar”, enfatiza ella.
Mirla común (Turdus fuscater). Se distribuye a lo largo de la cordillera de los Andes, desde Venezuela hasta Bolivia. Una de sus principales características es su capacidad de adaptarse a zonas urbanas. Foto: Isabella Bobadilla.
“La invitación es que todos escuchemos y todos observemos, y así las cosas tendrían que cambiar”, reflexionaba ella. Su frase me parece una propuesta antagonista, y revolucionaria, a la idea de pertenencia que ofrecen estos eventos macro, los cuales proponen la sobre estimulación, el sobre consumo y la sobre oferta de experiencias para hacerte sentir que haces parte de este lugar, que perteneces. En cambio ella deambula, camina fijándose con atención y observa detenidamente entre todo el ruido y las luces, para identificar a quienes en realidad pertenecen a este espacio –animales y plantas– fijándose en cómo esta idea de pertenencia que dura cuatro días les está impactando en sus vidas.
Su invitación se me quedó clavada el resto de la noche, y me hizo pensar insistentemente en la idea de pertenecer: ¿Qué significa la experiencia de pertenecer y cómo es que se pertenece realmente a un espacio, o a una comunidad? ¿Basta con ocuparlo para sentir que hacemos parte de él? ¿O la forma en la que nos relacionamos con su entorno, o la manera en que construimos relaciones con dicha comunidad define nuestra pertenencia real? ¿Cómo forjamos las relaciones con el entorno y los grupos de personas a los cuales decimos pertenecer? ¿En qué momento dejamos de pertenecer a ellos y cómo es la ruptura o la fragmentación de esas pertenencias? ¿Cómo distinguir entre la falsa ilusión de pertenecer a un espacio, y una pertenencia verdadera?
La charla con la bióloga cambió el resto de mi noche. Pienso que, como con todo en la vida, en estos eventos también hay que hacer un esfuerzo consciente por fijarse, más allá del ruido, o más allá del entumecimiento. Fijarse con atención en ese espacio, o en esa comunidad, como un dispositivo eficaz para pertenecer. O como un antídoto contra la alienación, que no se le desea a los pájaros solitarios del festival, ni a nadie.
¿Cómo distinguir entre la falsa ilusión de pertenecer a un espacio, y una pertenencia verdadera? Foto: Isabella Bobadilla.