Cuándo recorrí por primera vez la Candelaria, los grafitis me llamaron la atención. Estuve sorprendida: ¿porqué hay grafitis en un barrio histórico, que hace parte del patrimonio cultural del país? ¿No hay personas que protegen los muros? Eso fue antes de que entendiera que estos grafitis hacen parte de la historia del barrio.
Unos recubren paredes enteras con mensajes fuertes. Por ejemplo, la muralla del colegio de la calle 15A. está totalmente recubierta por grandes frescos con caras de mujeres y de niños. Uno de los mensajes indica: “Siempre tenemos que recrear un lenguaje que muestre respeto por la mujer. Si camináramos un momento sus zapatos nos sentiríamos indignados.” El lugar donde el fresco está pintado no es anodino. Me parece que el mensaje tiene claramente una meta educativa: ir contra los presupuestos machistas, tan arraizados en el país. Tiene todo sentido encontrar un grafiti así sobre los muros de un colegio, delante del cual decenas de mujeres con sus niños pasan todos los días.
Los indígenas son regularmente representados sobre los muros de la Candelaria. Así, en la esquina de la carrera 2 con la calle 14, unos personajes me llamaron la atención. El cuerpo de un hombre que parece ser un jefe indígena resalta de la pared, en relieve. Lleva un gran collar y un sombrero tradicionales de su etnia. Debajo de él, cinco caras de indígenas parecen flotar en la selva. Algunas son deformadas por el miedo. Cada vez que miro el fresco, tengo una impresión extraña. Los materiales utilizados para hacer los relieves producen algo de repulsión. Hacen resaltar el temor, la tristeza, el pavor.
Subiendo los adoquines de la carrera 2 hasta la plaza del Chorro de Quevedo, los grafitis recubren casi la totalidad de los muros. Varios representan numerosos ojos en el mismo dibujo. Esta recurrencia me hace preguntar si hay una relación con el mal de ojo, como si así, los ojitos dibujados sobre las casas les protegieran. O quizás es solamente una moda, sin real significado.
A veces, los grafitis se convierten en publicidades de algún hostal, de un negocio o de un festival. Algunos ya no están vigentes pero dejan una marca del evento por años. Se quedan acá hasta el día que vengan nuevos autores de grafitis que cambiarán la piel de la fachada en algunas horas.
Una prueba de que los grafitis son son parte de la cultura del barrio es que la alcaldía de Bogotá también tiene sus propias publicidades sobre los muros. ¡Qué raro para una alcaldía hacer su promoción así! Quizás, es una manera de dejar su marca para los años futuros…
Entre los grandes frescos (y a veces sobre ellos), la multitud de pequeños mensajes hacen también parte de esta cultura del grafiti de la Candelaria. Muchos de los temas que evocan son los “anti”: anticapitalismo, antiamericanismo, antigobierno, antiguerra, etc. Los esténciles “anti” se encuentran por todos lados del barrio, como por ejemplo el que representa a un soldado con un fusil que lanza corazones u otro que muestra un colegial con una sombrilla, no para protegerse de la lluvia, sino de las armas que están cayendo sobre él.
Los colores, las formas de los dibujos y los mensajes eminentemente políticos de los grafitis de la Candelaria hacen parte de la identidad del barrio. Por eso, me parece importante preservar este espacio de libertad para los grafiteros, de la misma manera que se protegen los sitios históricos del barrio.
Por lo tanto, en medio de esos mensajes políticos, alguien pensó que un “te quiero Lucie” se confundiría con los otros. Al contrario, eso desentona del todo. Si los grandes frescos de la Candelaria son únicos, los pequeños grafitis inútiles serán siempre universales.
* Hélène Bielak es estudiante del convenio de intercambio entre la Maestría en Periodismo del CEPER de la Universidad de los Andes y el Institut Français de Presse de la Université Paris 2 Panthéon-Assas en Paris.