Cuando la crisis empezó nos mostró lo que nos hacía falta. Sentenciados a permanecer en un solo lugar nos dimos cuenta de lo que nos faltaba. Ahora, meses después, el encierro nos muestra lo que sobra y lo que necesita cambiar. Esta es la experiencia de personas que en la cuarentena se hacen preguntas sobre sus relaciones cuando lo más sano parece ser no estar juntos.
Al principio fue la ausencia. Sentenciados a permanecer en un solo lugar nos dimos cuenta de lo que nos faltaba, de lo que no podíamos tocar, de las personas que no podíamos ver. Con el tiempo nos fuimos acostumbrando. Encontramos nuevas rutinas y nos acoplamos a la nueva normalidad. Nos acomodamos a la ausencia. Y entonces se hizo evidente lo que sí estaba. Redescubrimos los espacios que creíamos ya conocer de memoria. Se hicieron evidentes los sentimientos que habíamos enterrado bajo capas de distracciones y nos tocó lidiar con lo que habíamos decidido ignorar. Volvimos a mirar a quienes teníamos al lado, esta vez de frente, sin distracciones. Descubrimos nuevas cosas de nuestras relaciones y de quienes somos cuando estamos con otros. La cuarentena nos ha hecho hacernos preguntas y nos está obligando a responderlas, incluso las que tienen respuestas amargas. Cuando la crisis empezó nos mostró lo que nos hacía falta. Ahora, meses después, muestra lo que sobra y lo que necesita cambiar.
Esta es la experiencia de cuatro personas que durante el encierro se hacen preguntas sobre sus relaciones y sobre las preocupaciones que llegan cuando lo más sano parece ser no estar juntos.
1.
Empezaron en la cuarta semana de estar encerrados, los días en los que los gestos más pequeños eran los síntomas de una enfermedad más grave. Un cepillo de dientes puesto bocabajo en el lavamanos, una discusión que sólo terminaba cuando alguno de los dos se metía a google: «Lo dice el New York Times», decía alguno de los dos, «no es como que me lo hubiera inventado».
En esos días supe que no soporto las piyamas sucias detrás de la puerta del baño que no dejan que la puerta no se pueda abrir del todo. Supe eso y que odio tener que tirar la rúgula a la caneca porque a alguien no se le ocurrió guardarlas después de preparar la ensalada del almuerzo.
Eso y que, aparentemente, habló muy duro por Zoom.
Alguien y yo llevamos cuatro años. Decidimos que queríamos pasar juntos la cuarentena. No lo pensamos como una idea valiente. Pensamos que así debía ser y así fue. Decidimos que lo haríamos en su apartamento.
Pero era valiente pensar que querer sería lo mismo en el encierro y que el demonio de nuestro querer podría con todo.
En los primeros días nos levantábamos sin despertador. Alguno lo hacía más temprano que el otro para moler el café en grano que habíamos conseguido antes de que no pudiéramos salir a la calle. Nos decíamos buen día con un pocillo lleno de esnobismo y cariño que tomamos en la pequeña terraza de su apartamento. Alguien me decía “te amo” y se entregaba a la tanda de zooms del día. Cocinamos mucho. Recetas largas y complicadísimas porque uno de los objetivos del día era que alguno dijera, luego del primer bocado, “mmmmm. ¿Qué es esta mierda? Te amo”. Algún día de esos primeros pensamos que Netflix no iba a ser suficiente para el tiempo que teníamos solo para nosotros. El encierro, el vernos sólo a nosotros, amplificó todo. No hubo jamás una mejor borrachera que la que nos metimos un día de los primeros días, no hubo mejores fiestas que un día que, en ropa interior, bailamos en la sala. La sala de su apartamento.
Y pensé: quiero morirme de viejo con esta persona. Quiero sobrevivir a esto y que un día, luego de un almuerzo de un martes cualquiera, me mate un cáncer en su cama. Pensé que luego de que todo se acabara le diría que viviéramos juntos de manera definitiva.
Creo que fue en la cuarta semana que pensé por primera vez que tenía que irme de ese apartamento. El encierro amplificó también las deudas del pasado. Las incompatibilidades que en esa otra vida en la que nos veíamos algunos días de la semana luego de horas de trabajo, explotaron en esquirlas que nos irritaron los ojos.
El demonio de nuestro querer, encerrado demasiado tiempo entre las mismas paredes, había visto demasiada piel y, entonces, quiso ver sangre. El mucho tiempo que pasábamos juntos empezó a arder. Un día alguien dijo que no quería seguir viendo Netflix. Al día siguiente yo, en un desvelo, me acabé la serie que habíamos empezado a ver juntos y eso devino en pelea. Como estábamos cansados, como estábamos encerrados, como “esto me empieza a pesar”, empezamos a gritarnos. Las esquinas de los días empezaron a negrearse y lo hicieron rápido.
La tercera semana dejamos de barrer y de tocarnos. La rutina de los días que empiezan a parecerse al anterior tienen eso, la capacidad de convertir el aburrimiento en histeria. Un día, por ejemplo, alguien me dijo a gritos que no la jodiera más cuando le pregunté por qué estaba de mal humor.
Las rabias empezaron a acumularse en un contador paralelo al de los días que llevábamos en cuarentena: #Día33: Alguien tuvo una mala reunión e hizo cara de culo todo el día. #Día42: Hoy yo tenía que lavar los platos, pero no lo hice para castigar a alguien por haber usado demasiadas ollas. #Día50: Hoy alguien, en medio de una pelea que bien pudo haber empezado porque le dije que no me parecía bien no lavar el mercado, me reclamó por otra pelea del pasado y yo dije algo que sabía que le haría daño, y por eso lo dije: “Creo que esto está siendo demasiado para nosotros. Tal vez debería irme unos días a mi casa”.
Y la cuarta, luego de cualquier agarrón que tomó proporciones inimaginables, le dije que me iba. En ese momento supe que era una decisión valiente.
Y acá, solo en mi casa, me juego la tranquilidad pensando en mil versiones paralelas de nuestra vida. En el momento en el que un puto virus —un aparatejo invisible y sin vida pero con la capacidad de replicarse mil veces— nos obligó a mandar a la mierda todo lo que teníamos pensado, el mundo estalló en muchas dimensiones paralelas. En una de ellas escribo esto. En otra, estamos juntos en la pequeña terraza tomando café recién molido.
En esa realidad nos miramos a los ojos y digo que necesito su ayuda.
En esta, solo en mi casa, busco palabras que teclear.
Pero en la terraza de esa otra realidad posible le digo que necesito que me ayude a tomar fotos de mi apartamento.
Que quiero arrendarlo.
Que quiero que este estar juntos sea para siempre y que quiero que, si está de acuerdo, vivamos juntos.
Y pensar en ese otro plano de la realidad me da consuelo.
2.
La cuarentena nos sorprendió justo en el momento en que estábamos intentando reparar nuestra relación. Antes del aislamiento veníamos en una dinámica en la que buscábamos quien nos cuidara a las niñas para poder salir a hacer algo los dos. Cuando llegó la noticia de que nos teníamos que quedar en casa lo vi como algo positivo: íbamos a poder estar juntos, íbamos a compartir más y aprovecharíamos el tiempo para los dos.
Pero lo que pasó fue muy distinto. Después de estar seis años juntos, la cuarentena nos saturó como nunca con todo lo que había que hacer: el trabajo de cada uno, atender a la niña de un año que no se despega, estar pendiente de las clases permanentes por Zoom de la de cinco años, los quehaceres del hogar, el perro. Procurábamos dividir actividades pero creo que había problemas de comunicación, que ya veníamos teniendo desde hace un par de años, y que hicieron que nunca pudiéramos encontrar un equilibrio.
La realidad fue que al final no hubo tiempo para los dos ni para las niñas ni para el trabajo. Estábamos juntos en casa pero nos distanciamos como nunca antes. Unas seis semanas después de haber iniciado la cuarentena él se fue de la casa.
Los conflictos iniciaron bastante rápido en el encierro y con el tiempo casi cualquier cosa se volvió un motivo de discusión. Podía tratarse de una puntilla que yo le pedía el favor que pusiera para arreglar una persiana, no lo hacía y terminaba yo poniendo la puntilla. Podía ser decidir qué ver en Netflix, él negándose a todas mis propuestas y yo finalmente accediendo a ver lo que él quería ver. A veces eran discusiones sobre la música que yo escuchaba o sobre los días que él llevaba sin bañarse. Nunca hubo oportunidad para hacer los planes de pareja y los planes de familia que yo buscaba: leer un cuento debajo de las cobijas, invitarlo a bailar en la sala. Su forma de lidiar con el encierro fue jugar play y pasarse horas enteras mirando redes sociales.
A veces me pregunto si se trataba de una diferencia de edades, yo tengo 39, él 32. También pienso que en general la cuarentena nos tenía irritables: seguíamos teniendo que trabajar ahora con muchas más responsabilidades y cosas que hacer en casa. Otras veces pienso que puede tener que ver con que a mí me gusta estar en la casa, durante la cuarentena prácticamente no he salido y eso no ha sido agobiante. Pero él creo que lo sentía distinto, como si estuviera frustrado de estar encerrado, de no poder hacer otras cosas, de no ver a sus amigos. Creo que por estar ahogado en esa frustración se perdió de aprovechar cosas que sí tenía, como compartir con sus hijas. No ayudó el hecho de que yo tengo una personalidad fuerte y muchas veces puedo decir las cosas sin mucho tacto, y creo que en muchas ocasiones le hice reclamos en vez de simplemente haberle dicho que quería que me abrazara.
Fui yo la que finalmente no aguantó más. Él quería esperar hasta el fin de la cuarentena y no sé si fue egoísta de mi parte pero le dije que yo no podía esperar. Ahora que ve a las niñas de vez en cuando, siento que las extraña. Ahora busca estar más involucrado en las actividades del colegio. Yo por mi parte siento que ahora estoy más tranquila, aunque suene fuerte y doloroso. Me siento en paz. Como ya no espero que él me ayude, me estoy encargando de todo y tengo una persona que afortunadamente estuvo dispuesta a ayudarme y la casa ha funcionado. Las niñas ahora son más juiciosas, no sé si es porque les permito otras cosas, pero a la grande, por ejemplo, la he visto muy calmada.
A pesar de todo tengo ilusiones de poder volver a estar juntos, porque es familia y porque pienso en las niñas. A veces creo que mantengo esa ilusión para no sentir que “fracasé”. Luego me pregunto si fracasar no sería más bien mantener algo que no funciona. Hay momentos en que pienso que si no hubiera habido cuarentena de pronto hubiéramos podido seguir teniendo esos tiempos para salir y estar juntos y no en casa haciendo lo mismo. Entonces todo hubiera funcionado. Hay otros momentos en que creo que solo se hicieron evidentes los problemas de comunicación que ya teníamos de hace tiempo.
Ahora que estoy sola con las niñas, siento que la cuarentena me hizo darme cuenta de que llevaba mucho tiempo sola a pesar de estar con él. También me he dado cuenta de que puedo estar así, sola con mis hijas. Sí puedo llevarlo bien en una cuarentena, claramente después de la cuarentena puedo seguir mucho mejor.
No sé si podamos volver a estar juntos, creo que depende de él porque por mi lado creo que podría volverlo a intentar. De lo que estoy segura es que no quisiera volver a vivir lo que ya he vivido.
3.
No era la primera vez que compartíamos un tiempo largo juntos en dos años de relación. Cuando ella se mudó a vivir sola, prácticamente viví en su casa unos cuatro o cinco meses. Eso cambió en un mes de estar juntos en cuarentena que resultó ser mucho más intenso y desafiante que los meses enteros. A las cuatro semanas se volvió inviable compartir sin pausas el mismo espacio y abandoné la idea de pasar cada momento de la cuarentena juntos. A las cinco semanas me devolví a mi casa a estar solo.
Era un día normal entre semana cuando me di cuenta que algo no iba bien. Los dos habíamos estado trabajando y llegó la hora de pensar en la cena. A ella se le ocurrió algo para comer, cualquier cosa que ya ni recuerdo y que evidentemente no fue la razón por la que respondí de mala gana “agh, siempre es lo mismo”. Ella quedó pasmada por la forma en que le respondí y al verle la cara y darme cuenta de mi tono hubo un clic en mi cabeza. Le pedí un espacio para pensar qué estaba pasando y estuvimos separados una hora, lo “separados” que se puede estar en un mismo apartamento. La conclusión fue algo que venía sintiendo desde hace días pero que no me había dado el tiempo de aceptar: estaba cansado de estar encerrado 24/7 con una persona, necesitaba no pensar en ella, hacer mis cosas, llevar mis ritmos. Estar solo.
La necesidad de estar solo siempre ha estado, pero antes, en las temporadas que habíamos vivido juntos, no se sentía tan fuerte: en la mañana yo salía trabajar, ella salía a la universidad, estábamos separados durante el día y era en la noche que vivíamos juntos. En la cuarentena fue muy distinto: también estábamos trabajando todo el día, cada quien estaba en lo suyo, pero seguíamos compartiendo el mismo espacio. En mi cabeza ya no estaba separado el tiempo que pasaba con mi pareja del tiempo que dedicaba a mis otras cosas. Y estaba todo lo demás: el encierro, la presión de la coyuntura, lo que está pasando en todo el mundo. Todo se fue acumulando y fue poniendo la relación en tensión. Nunca hubo un problema específico entre nosotros. Lo que pasó fue que la cuarentena nos confrontó a cada uno con cosas propias que tal vez por la ocupación y los espacios que teníamos no eran obvios y que en el encierro se acentuaron. Para mí la cuarentena significó darme cuenta de que necesitaba estar solo. Si no tenía esos espacios me iba desesperando y me ponía volátil.
Entonces decidí irme y volver a mi casa. Desde entonces he estado yendo y viniendo de su casa a la mía. Pasamos un par de días juntos y luego vuelvo y tengo los espacios de soledad.
Una de las cosas más difíciles ha sido explicarle a ella esa necesidad y entrar en conflicto con esta imagen de la pareja que se reúne para pasar este tiempo juntos y está bien. Hemos tenido muchas discusiones de por qué si nos habíamos encontrado para estar juntos yo ahora quería estar solo. Pero en medio de todo siento que ha salido bien, hemos logrado hablarlo y nos hemos dado cuenta de lo importante que es la comunicación. Esto suena muy obvio, que la comunicación en las relaciones es importante, pero siento que es de esas cosas que están en los libros y que en la práctica no se hacen mucho. No es tan común estarse diciendo con la pareja “esto es lo que yo necesito”, “esto es lo que espero y lo que quiero”.
Haber logrado eso con ella me hace ver un futuro muy esperanzador para nuestra relación. Me hace pensar que se puede sacar algo de toda esta crisis y de estos duelos personales que hemos compartido con el otro. Hemos entendido que para estar juntos necesitamos hablar de lo que necesitamos y hacer un esfuerzo de empatía por entender a la otra persona.
Pero también, siendo sincero, estoy preocupado. Siento que entre más dure el aislamiento es posible que sigan saliendo cosas que eventualmente generen otras fricciones. Esta primera crisis que tuvimos logramos hablarla y solucionarla, pero yo alcancé a ver lo grave que podría haber sido, y si eso pasa dos o tres veces más con otras cosas no sé si vayamos a poder arreglarlo. Además porque acabamos de empezar con esta nueva dinámica de comunicación, todavía no somos unos duros en el tema y creo que solo hay tanta tensión que una relación puede soportar.
Yo estoy haciendo todo lo posible por que eso no pase, pero siento que la situación de la pandemia nos cambió la vida a muchos y no está tocando adaptarnos de totazo y, además, estando quietos. Todo es muy incierto y no tengo ni idea qué depare el futuro de cada uno. Hoy estamos bien, llevamos unas semanas bien, pero no sé la próxima semana. Tengo ese miedo por dentro.
4.
Con mi novia cumplimos tres años de estar juntos en mayo. No nos pudimos ver para celebrar. No nos hemos visto en los más de dos meses que lleva la cuarentena. La razón en gran parte es que mis padres ya son mayores, en especial mi padre, así que cuando salgo a la calle no lo hago por mucho tiempo. En alguna ocasión intentamos vernos pero no hallamos el momento.
En esos dos meses de cuarentena y de no vernos nos hemos distanciado. Ahora tengo dudas de nuestra relación y de lo que pasará después.
Cuando empezó la cuarentena hablábamos mucho. Nos saludábamos todas las mañana y en la noche nos despedíamos. Hicimos varias videollamadas. Veíamos películas juntos. Con el tiempo empezamos a hablar menos. Ella está terminando la universidad y eso la mantenía ocupada. Yo por mi lado estaba ocupado trabajando. Se empezó a sentir muy difícil mantenernos en contacto y luego empezó a haber muy poca comunicación. Luego vinieron las peleas: no veíamos una película juntos y entonces alguno de los dos se molestaba. También nos empezamos a dar cuenta de que había cosas que hacíamos desde antes que no habíamos notado que no le gustaban al otro.
Aún no entiendo muy bien por qué empezó el distanciamiento, pero siento que ha sido mutuo. Sin vernos es muy difícil saber qué está pasando por su cabeza. De todas formas creo que antes de la cuarentena habíamos dejado de frecuentarnos como antes, ella empezó a trabajar y ya no teníamos tanto tiempo como antes para estar juntos.
De mi parte, estar encerrado me ha puesto a pensar en cosas a las que tal vez antes no les había dado espacio. Me di cuenta, por ejemplo, que extrañaba hablar con mis amigos de la universidad, a ellos los dejé de ver porque a ella le incomodaban. En la cuarentena volví a hablar con ellos y se sintió bien. También entendí que estando juntos pienso en lo que es bueno para la relación, me preocupo porque ella esté bien. Pero ahora en cuarentena he empezado a pensar más en mí mismo. Volví a jugar videojuegos, algo que había dejado de lado cuando empecé mi relación con ella, y eso ahora es otro motivo de discusión: a veces mientras juego olvido mirar el celular y no le respondo, entonces ella se pone brava.
Ella por su parte también está lidiando con sus propias cosas. Ahora, que está terminando la universidad, ha tenido que pensar en lo que se viene después, en buscar trabajo, y en esta época de incertidumbre eso es difícil. Eso la angustia y siento que se carga de esas cosas que resultan explotando en nuestra relación.
Hubo un día particularmente en que yo estaba estresado por el trabajo, tenía unas cosas que enviar y ella me seguía escribiendo sin parar por WhatsApp. Fue tanta su insistencia que algo reaccionó en mí. Solo le respondí que habláramos después, pero me di cuenta de que algo estaba cambiando.
No sé qué vaya a pasar entre nosotros cuando se acabe la cuarentena. A veces me llegan pensamientos de que es tal vez un momento para estar solo. Me preocupa que nos veamos y yo le diga que ya quiero terminar con todo. Es difícil porque también pienso en todo lo que hemos vivido, en los viajes. No es fácil ponerle un fin abrupto a lo que hemos vivido por tres años.