Ídolos
Colombia es el país de Betty la fea, de Pedro el escamoso, de Pablo Escobar, de Shakira, de Diomedes Díaz, del Tino Asprilla, de Álvaro Uribe.
Todos son ídolos orgullosos por sus talentos, que re-conocen y expresan modos del auténtico ser popular colombiano: mujeres guerreras, hombres sin atributos, narcos sin pudor, mujeres que mueven la cola, borrachines que cantan, escandalosos sexuales, matones morales.
Y esos ídolos existen porque encarnan nuestra identidad nacional: son nuestro cielo, nuestros valores y estéticas en público, nuestro modo de ser exitosos.
Pero hoy estamos ante Diomedes, ese que canta “trata de ser mientras se pueda conmigo feliz / solo se tiene la dicha un instante no más”. Una cultura del instante, no más.
Diomedes, ¡ay hombe!
Como no tiene nada que hacer, ni pensar, ni imaginar, el Congreso de esta república soberana discute una ley para convertir las canciones de Diomedes Díaz en patrimonio cultural colombiano.
Es tiempo de elecciones, luego enarbolar la bandera de Diomedes da votos. El representante Alfredo Ape Cuello lo propuso y fue aprobado en primer debate. La idea es declarar patrimonio cultural la obra de Diomedes y obligar al Ministerio de Cultura para que investigue esta obra desde ópticas antropológicas, sociológicas y literarias. Y llegó el debate.
El Espectador informa que “los parlamentarios de la Alianza Verde y el Polo cuestionaron el proyecto de ley, basados en que no se puede rendir homenaje a una persona condenada por el homicidio de una mujer. El representante del Polo Alirio Uribe afirmó que «no podemos aprobar una ley de feminicidio y al otro día promover una ley de honores para una persona que violó esta ley”.
Pero los promotores de la iniciativa afirman que “una es la vida de los ídolos y otra su obra”. Y explican que por ejemplo el escritor Bukowski “desde lo personal fue un tipo despreciable pues no sólo fue drogadicto, alcohólico y misógino, sino también un cobarde a quien le gustaba golpear a las mujeres (…) Lo mismo podríamos decir de Jean Genet, William Burroughs, Jack Black, Chester Himes y otra larga lista de escritores cuyas obras brillan por lo que son y no por lo que fueron sus autores”. Además, se trae a cuento que el nobel García Márquez calificó su obra Cien Años de Soledad como “un vallenato de 350 páginas”.
El gran periodista Daniel Samper Pizano opina que Diomedes “fue un intérprete que ayudó a extender la popularidad del vallenato y un compositor a quien debemos un puñado de obras dignas de recordar”. Retoma el argumento de quienes propusieron la dichosa ley de honores: “cuando se rinde homenaje a un artista, no se lo está proponiendo como modelo de vida”. Y concluye que “No me parece mal. Los congresos de todos los países tienden a reflejar el sentir de la gente. El de Estados Unidos, por ejemplo, confiere una medalla de las artes, que se han colgado desde músicos de salsa como Tito Puente o de blues como B.B. King hasta escritores como el nobel Saul Bellow o el traductor de Cien años de soledad al inglés, Gregory Rabassa”.
Paola Ochoa en El Tiempo argumenta que no le “extraña que el Congreso de la República esté tramitando una ley para honrar la obra del cantante vallenato Diomedes Díaz. Si Diomedes es a la política colombiana lo que el café a nuestras exportaciones”. Y agrega, no sé si en serio o en serio, “la ley Diomedes Díaz es digna de nuestro Congreso de la República. Es el fiel reflejo de una parte de nuestra clase política: alcohólica, mujeriega, arribista y periquera”.
¡Poco que agregar! Diomedes se parece a nuestros políticos; su vida, como la de los políticos, es una cosa distinta de su obra; pero su obra es la que vale. Solo que en los políticos ni su vida ni su obra valen la pena. Por lo menos Diomedes dejó canciones inolvidables.
El debate no es sobre Diomedes, sino sobre lo que hacen los políticos (o lo que no hacen). Y las canciones de Diomedes ya son patrimonio de nuestra rumba, borrachera y sentimiento nacional.
Los ídolos son su pueblo
Y es que los ídolos son del pueblo, mientras que las leyes son de la democracia.
La cultura capitalista y la cultura popular viven de los individuos. Nuestros héroes son aquellos sujetos que han salido adelante contra viento y marea, y que han alcanzado el éxito según es definido por cada sociedad. Estos ídolos se convierten en mitos que actúan y significan dentro de la cultura popular y la cultura política de cada una de sus naciones: por eso son más narración localizada (mitos cercanos) que democracia o civilidad (super-héroes de derechos humanos).
Los ídolos populares se modelan según el canon de una cultura popular pre-moderna (lógicas de la emocionalidad y contratos sociales primarios: pueblo, religión, familia, venganza, sexo y justicia), pero actúan en un escenario moderno en términos mediáticos (marketing, celebridades y discursos de la democracia).
El héroe mítico significa el ingreso del pueblo al poder. El héroe y el pueblo son uno solo. Por eso hay menos argumento o razón y más melodrama y entretenimiento. Y en esto Diomedes es el más grande.
Los seres humanos necesitamos exaltar las cualidades personales de las figuras salientes de nuestro grupo, con el fin de legitimar simbólicamente —ante nosotros mismos y ante los demás— el papel dominante que ejercitan esas personas. Esto podría explicar por qué la trayectoria de vida de un ídolo como Diomedes (que aspire seriamente a convertirse en figura emblemática/ héroe/mito) asume la forma de una epopeya (preferiblemente con temática, sensibilidad y estética local para lograr identificación) a través de la cual se expresen virtudes locales excepcionales como el coraje, la fuerza, el sentimiento, el talento.
Y eso es Diomedes: una construcción simbólica de la psique colectiva de una sociedad.
Diomedes como Uribe, como el Tino Asprilla, como Pablo Escobar, son los ídolos que hemos creado y nos merecemos los colombianos
Los ídolos colombianos
Una sociedad sin religión y sin razón solo puede creer en ídolos individuales.
En Colombia los valores de nacionalidad ponen en el cielo de los ídolos a personajes non-santos (¡tampoco Santos!). Nuestros héroes son a lo Uribe. Sujetos cuya vida y motivos no importan siempre que encarnen los modos de sentir, actuar y celebrar de la “colombianidad”. Ídolos que se parezcan más a nuestros valores, no importan sus vidas o los procesos, encantan sus talentos y éxitos.
Si nuestro mayor ídolo contemporáneo es Uribe, que sería como el Diomedes de la política, resulta obvio que este cantante que nos sedujo con sus canciones y sentimientos sea el rey cultural. Ambos son exitosos a las que sea y cómo sea, ambos seducen con amor, los dos intentan hacer una oda a lo popular, los dos triunfan porque son colombianos verracos, echados pa´ lante, a quienes no les preocupan la justicia o los derechos sino ganar como sea y a las que sea. El uno matonea en twitter, el otro engolosina con sentimiento musical. Si Uribe es nuestro rey por salirse con las que sea, Diomedes es el legitimo ídolo nacional.
Diomedes, como Uribe, como el Tino Asprilla, como Pablo Escobar, son los ídolos que hemos creado y nos merecemos los colombianos. Ellos expresan nuestros modos de ser, reconocen que más que una democracia o una sociedad moderna nos guiamos todavía por pactos culturales pre-modernos.
Dentro de un contexto semejante, ellos son ídolos válidos y espejos de nuestro ser nacional. La perversión consiste en que los políticos decidan que es más importante convertir en ley algo que ya es cultura común, antes que discutir el proyecto nacional de paz, asumir la inequidad que atraviesa la nación, solucionar el abandono del campo.
Si Diomedes es ley cultural nacional por sus canciones, propongo también convertir en patrimonio colombiano el matoneo de Uribe y sus modos de torcer la ley; o convertir en patrimonio las tetas de Sofía Vergara, el miembro sexual del Tino, el movimiento de cadera de Shakira, la cocaína de Pablo, la toalla de Tirofijo, los pantalones de colores turista de Santos, la poesía de Roy, la moral del procurador, la corrupción de los políticos…
Mucho trabajo para nuestros honorables congresistas y para el ministerio de la Cultura. En Colombia para ser ídolo no son necesarios los valores de la santidad, sino cinismos populares uribescos.
No hay que alarmarse. Eso somos, de eso estamos hechos: esta es la gente buena de este país, ay hombe.
[ED: JCC/AGD/ERB]