Paolo Giordano tuvo su propio Big bang a los 26 años. Una gran explosión que lo impulsó a lugares remotos, insospechados. Esa expansión lo llevó a ganar –el mismo año- el Premio Stregga de Novela, el Premio Merck Serono, el Premio Campiello, el Premio Fisiole y el Premio de Literatura Alassio Cento Libri. No concluía aquel año y su primera novela La Soledad de los Números Primos, conoció traducciones al francés, portugués, inglés, holandés y español. Transcurría el 2008 y este escritor italiano emergió en la escena literaria mundial con la fuerza de una supernova.
En aquel entonces Paolo Giordano se había licenciado en física de la Universidad de Turín y cursaba una beca de doctorado en física de partículas, oficios que alternó con la escritura de su ópera prima. El éxito de su primera novela le trajo el reconocimiento mundial y lo puso frente a una disyuntiva: continuar con su vida como físico teórico o dedicarla por completo a la literatura. Y el autor, nacido en 1982, terminó su doctorado, pero abandonó su trabajo en la facultad de ciencias, para consagrarse al oficio de contar historias.
Ocho años después del gran estallido de su big-bang, Paolo Giordano está en Colombia. Vino como invitado a la 29º Feria Internacional del Libro de Bogotá. El italiano estuvo en la Biblioteca de Usaquén respondiendo preguntas y conociendo a sus lectores colombianos. Conversó con Santiago Gamboa en la FILBo acerca de su tercera novela: Como de la familia. Y también pasó un tiempo conmigo, en una de las salas del lobby del hotel donde se hospedó. Paolo Giordano viste tenis blancos, un pantalón gris de algodón, una camisa color índigo y unas gafas cafés que contrastan con sus ojos azules.
¿Su carrera como físico le ayudó a escribir, es decir, las nociones y conceptos de la física le aportaron a su literatura?
Me ayudó en la medida de que fue un gran entrenamiento. La física por varios años constituyó para mí una exigencia muy fuerte porque los temas estudiados son muy duros y de difícil comprensión. Entonces yo aprendí a ser muy paciente, a trabajar, volver a trabajar y empezar de nuevo, hasta que las cosas resultaran claras. La física me enseñó a ir más despacio y esto me ayudó mucho en la escritura.
De hecho el narrador de su última novela, Como de la familia, es un físico…
Así es y eso evidencia que si bien estoy retirado de la física, hay mucho de ella en mí. Sigo fascinado con el tema y vivo pendiente de las noticias, avances y descubrimientos. Me encanta investigar y tratar de entender todo sobre el asunto.
Otro de los personajes principales de su obra, el protagonista de La Soledad de los números primos, su primer libro, es matemático…
Y tenía que ser así, pero no sé muy bien cómo pasó. Al principio yo no tenía ni idea de que iba a ser así, de que el personaje principal iba ser matemático, supongo que se dio de manera natural. En algún punto tuve que estructurar a los personajes y al meterme en la mente de Mattia supe que para él era sencillo construir metáforas de la realidad basadas en las matemáticas, y ahí supe por qué Mattia tenía esa profesión. Si yo hubiese escogido otros estudios para él u otro trabajo, las metáforas habrían sido totalmente distintas.
Respecto a esas metáforas, uno de los capítulos de su primer libro se llama «El principio de Arquímedes», con el cual simboliza la relación entre dos hermanos gemelos, ¿por qué?
En ese capítulo en particular, algo pasó que no estaba realmente bajo mi control y eso no sucede muy seguido, pasa dos o tres veces en cada libro, pero cuando pasa es algo fuerte y sorprendente. Yo realmente no había descubierto lo que le sucedería a esos personajes [los gemelos], hasta el momento mismo de escribirlo. Es algo extraño que ocurre muy rápido mientras escribo, no sucede que yo me siente mucho tiempo a pensar ese tipo de cosas, sólo ocurren.
¿En una especie de vía inconsciente, de escritura automática?
Sí tiene algo de inconsciente, pero no siempre es así. Usualmente debes tener muy claras las cosas que cuentas. Pero a veces pasa que estás tan envuelto con una escena del libro, tan metido en una parte que tú vas mucho más rápido que la parte racional, mucho más a prisa que el momento de la racionalización.
¿Cuál es su método para escribir? ¿Tiene alguno cuando compone las tragedias de los personajes? ¿Cómo llega a ellas?
Usualmente parto de detalles muy pequeños, en el caso de La Soledad de los Números Primos, yo sólo tenía la visión de esta chica haciendo esquí en una montaña nevada. Sólo eso. Algo muy simple. Estuve tres meses con esa imagen en mi cabeza, haciendo mi vida normal y entonces todo empezó a crearse, como una constelación. Un conjunto de cosas que llevaron a otras: personajes, escenarios, situaciones. Entonces me senté a escribir, porque si lo hacía con la mente en blanco o con muy pocas asociaciones, iba a estar en problemas.
Paolo Giordano observa los libros que pongo sobre la mesa. Son las traducciones de sus obras al español, se detiene en las tapas, observa las fotografías de las carátulas. Dice que le sorprendió la cantidad de gente que los llevó la tarde anterior a Usaquén para que los firmara. Le digo que es porque él es un escritor muy conocido. Me dice que igual le asombra mucho serlo tan lejos de casa. Abre mi ejemplar de La Soledad de los números primos, lo firma.
Paolo, ¿qué es la soledad para usted?
Yo paso mucho tiempo solo, me gusta, me parece necesario. En los viajes conozco gente, pero la mayor parte del tiempo lo paso por mi cuenta. Y es perfecto para trabajar. Incluso cuando no estoy escribiendo algo nuevo, la soledad es el momento en que las cosas empiezan a circular. Es el tiempo para leer, para dormir, para caminar y cada vez trato de hacerlo más seguido. De hecho, yo paso varias semanas al año totalmente solo, en especial cuando estoy trabajando en un nuevo proyecto. Necesito aislarme.
¿Y no se convierte en algo doloroso tanta soledad?
Yo no sufro por la soledad porque siempre tengo personas a las cuales volver, creo que eso me salva y hace la diferencia, que tengo seres queridos a los cuales regresar después de mis temporadas de aislamiento.
Entiendo que tiene familia…
Sí, una esposa y dos hijos.
¿Y cómo se la lleva su familia con su necesidad de aislarse para trabajar?
No es algo sencillo, creo que es algo duro para ellos, porque suelo ausentarme por bastante tiempo. Y también lo es para mí, el ir y el venir. Al regresar de mis periodos de soledad hay un par de días confusos, extraños, y ellos me parecen un poco como alienígenas. Es algo difícil de entender, pero hemos ido aprendiendo que es algo importante para mi trabajo.
Yo tengo problemas con mi propio cuerpo, tal vez es por ello que siempre escribo al respecto en todos mis libros
¿Cómo fue embarcarse en la aventura de su segunda novela El cuerpo humano, teniendo en cuenta el éxito fulgurante de la primera?
Fue una época difícil porque yo estaba muy saturado con todo lo que vino después del primer libro. Era muy difícil encontrar algo que se sintiera auténtico, realmente vivo para contar. Además me sentía un poco deprimido.
¿Por qué? ¿Por la fama? ¿La atención de la prensa?
Por la gran transformación que viví en tan poco tiempo. Me sentía cansado y un poco confundido y esto por supuesto afectó mi escritura. Las cosas que intentaba escribir simplemente no respiraban. Empecé una novela, luego otra y las arrojé a la basura. Me sentía asustado. Y entonces no sé por qué, pero empecé a leer autores como Norman Mailer, Primo Levi y varios trabajos de reportajes de zonas en guerra. Y esto hizo que me apasionara de nuevo. Entonces me dije que ahí había algo importante, que tal vez por esa vía encontraría mi nueva novela. Y así pasó, en este tipo de textos encontré la alegría que necesitaba para escribir de nuevo.
Paolo Giordano viajó a Afganistán con el fin de visitar las bases de los soldados italianos que luchaban allá. Convivió con ellos y así pudo apropiarse de los escenarios y la atmósfera de la guerra. Realizó un par de viajes y escribió un artículo para Vanity Fair, pero además encontró lo que buscaba: el tema y los personajes para El cuerpo humano, su segundo libro. Una novela que narra la historia de doce personajes que, en medio del desierto y la guerra, deben crecer, madurar, encontrarse a sí mismos.
En El cuerpo humano, los personajes se juegan la integridad física en varios pasajes, asisten a combates contra los talibanes, es un libro con una carga anatómica muy fuerte, que reflexiona sobre la fragilidad del cuerpo humano. ¿Cómo es su relación con su cuerpo?
Yo tengo problemas con mi propio cuerpo, tal vez es por ello que siempre escribo al respecto en todos mis libros. Yo trato de tener estricto control sobre mis asuntos, mis pensamientos, mis proyectos, incluso mis emociones; pero con mi cuerpo ocurre que no es así. Siempre me sorprende, me juega una broma, me deprime.
Pero específicamente en qué, ¿deportes? ¿Baile?
En todo… en todo lo que usted pueda pensar.
Bueno, puedo pensar en muchas cosas, pero le cambio el tema, ¿en qué está trabajando ahora?
Estoy en medio de una nueva novela y escribo una serie para televisión. Si bien son dos proyectos al mismo tiempo, los asumo por separado, porque simultáneamente no soy capaz de hacerlos. Supongo que necesito estar realmente en cada uno de ellos, necesito entrar en cada uno de esos sitios específicos.
¿Y cómo entra a esos sitios? ¿Tiene algún ritual?
Leo mucho, escucho música, voy al cine. Ahora con este nuevo libro, todas las noches voy al cine. Necesito ver una película cada día. Eso me alimenta mucho. También leo dos o tres autores que traten el tema de mi libro, esto me sirve como detonante y me hace entrar en esos sitios.
¿En este proyecto en el que trabaja cuál autor le ha ayudado?
He estado leyendo a William Faulkner con intensidad. Lo estoy estudiando cuidadosamente. Es un autor difícil, pero me gusta su densidad, como compone los personajes, la manera en que hablan por varias páginas y como en esos monólogos le van agregando cosas a la historia, complejizando la trama. No es una lectura fácil pero estoy aprendiendo mucho de Faulkner. Cuando me canso hago pausas, salgo a caminar, voy al cine.
¿Ha caminado aquí en Bogotá?
Realmente no he visto mucho y para ser sincero las ciudades muy grandes me abruman. El tráfico y el ruido me deprimen un poco, la verdad. Me gustaría ver más de Bogotá, pero no creo lograrlo, no hay tiempo.
Paolo Giordano mira por el gran ventanal del lobby del hotel. Allá está la carrera 50 con Avenida La Esperanza, una fila larga de autos, buses, motores y pitos. En el telón de fondo los cerros de Monserrate y Guadalupe.
Pero, ¿usted estuvo en el Hay Festival en Cartagena hace unos años, verdad?
Así fue.
Paolo me mira y sus ojos azules recuperan el brillo.
Uno de los mejores festivales en los que he estado. Un ambiente vibrante, lleno de música y con muchos lectores y cariño. Recuerdo que fui a las Islas del Rosario y pasé un par de noches allá. Había una suerte de laguna rodeada por los manglares. Nos adentramos en una barca a media noche y en las aguas oscuras, aparecieron luminosas manchas de plancton por todo el mar. Es una de las imágenes más bellas que he visto.
Paolo Giordano se despide, quiere regresar a su habitación, practicar ese ejercicio matutino de la soledad. Antes de estrecharle la mano, le pido una foto. Él accede. Clic. Me observa risueño. Clic. Se pone serio. Clic. Se levanta del sofá. Clic.