Por: Amalia Uribe*
Mediodía. Principio de semestre. Primer piso del Lleras.
Me pregunto cómo va a ser el enfoque de “Sexo, cultura y sociedad”, la única clase obligatoria para hacer opción en género y sexualidad en los Andes… sin duda va a ser espectacular.
Unos cinco minutos después de mi llegada al salón, un hombre alto, calvo, blanco y de unos cuarenta y pico años se para. Gregory, el profesor, es todo un prototipo.
“Hola a todos, por favor cojan una hoja y escriban una definición de las tres palabras del curso: para ustedes, ¿qué es sexo? ¿qué es cultura? y ¿qué es sociedad?”
Agh, obvio. Vamos a tener que empezar por aclarar la diferencia entre sexo y género y echar la carreta que uno ya se sabe de memoria … quiero profundizar, ¡qué mamera!
Silencio. Todos escriben con el miedo de no saber qué esperar. Pasan otros cinco minutos y empieza la discusión que me esperaba… ‘el género se refiere a la serie de comportamientos y valores que caracterizan al ser ‘mujer’ y ‘hombre’, mientras que el sexo se refiere a aspectos biológicos que dividen a los seres entre ‘macho’ y ‘hembra’.’ Blah.
“Pues, la verdad a mi sí me parece que el sexo define muchos aspectos de la personalidad de las personas”, dice una voz al fondo del salón. “Los hombres producimos como 18 veces más testosterona que las mujeres, y pues… por eso somos naturalmente más fuertes. Somos mejores en los deportes competitivos, y pues sí hay muchas cosas que nosotros podemos hacer que las mujeres no porque pues, ¡reconozcámoslo! nacimos distintos.”
Me volteo. Es Gabriel.
Piensen en el hombre más machista que han conocido en sus vidas. Ese que solo habla consigo mismo. Ese que ha agredido a una amiga de uno y ha salido impune. Ese que piensa que la violencia contra las mujeres es justificable. Ese que anda siempre escoltado por un combito de muñecos de resorte para que, con el vaivén de su cabeza, le aseguren que tiene razón. Ese que ‘odia a los gays’. Ese que llega al prom y es capaz de agarrarse con otro man solo porque estaba bailando con la mujer ‘que es suya’. Ese. Me volteo y veo a ese hombre en mi clase de género.
Le digo que es un machista, que lo que dice es exactamente la razón por la que se necesita el feminismo. Él apenas levanta la mirada porque, obvio, se pasa la clase entera admirando sus bíceps -su otro hobbie, además de herir a otras personas-.
“Tú eres de esas, ¿verdad?”, me pregunta.
“No sé a qué te refieres”
“Pues de esas… ¡una feminista!”
“Sí, pero no a modo de insulto”, le respondo.
Me dan ganas de llorar, de gritar, de empujarlo y de decirle que se largue de ahí… pero no lo hago, me quedo callada. La clase se acaba y salgo furiosa. Gabriel se dedicó a ‘explicarnos’ por qué los hombres están en la capacidad de hacer muchas cosas que las mujeres no, y yo, de la rabia, apenas pude responderle. Nadie le dijo nada, ni siquiera el profesor.
¿Qué hace ahí? ¿por qué una persona como esta va a ir a una clase de género? ¿de verdad quiere reflexionar sobre la igualdad cuando él oprime en su día a día? ¿será un chiste?
No, no es un chiste.
Entro a la clase la semana siguiente e intentamos ‘conversar’ acerca de anticonceptivos. Yo digo que el peso de la anticoncepción se debe dividir porque tanto los hombres como las mujeres son responsables de sus actos. La clase entera se me viene encima.
“Si te parece que los efectos de los anticonceptivos son negativos es porque no has tenido un buen consejo médico”, alguien me dice.
“No hay anticonceptivos para hombres porque los efectos secundarios son muy fuertes” me dice alguien más.
“¡Y claro que hay anticonceptivos para hombres! Se pueden hacer la vasectomía, pero pues la verdad es que eso sí es tema de mujeres.
Ellas son las que conciben, ellas son las que deben responsabilizarse, nosotros, de hecho, les hacemos un favor a las mujeres al ponernos un condón…
dice Gabriel.
Yo respondo con todo lo que sé del tema, pero siento que nadie me escucha, que es una pelea perdida.
La semana siguiente volvemos a hablar de si el sexo realmente define la identidad y los comportamientos de las personas. Gabriel dice:
“Ay, miren, cuando la gente se pone a hablar de estos temas, yo siempre les digo: ‘si ustedes realmente quisieran ganar plata, ¿en quién invertirían? ¿En Cristiano Ronaldo o en una vieja?’”
“Yo invertiría en Serena Williams”, le respondo. Algunos se ríen.
¿Será que estoy loca? ¿cómo puede ser posible que en LA clase de género de la universidad haya un tipo así y nadie lo pare? ¿Estará haciendo el oso solo? ¿Será que la gente está de acuerdo con él?
5 de octubre, 2018. Brett Kavanaugh es confirmado como juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. Me siento sola: siento que estamos peleando las mismas cinco personas contra el mundo entero y que solo nos escuchamos entre nosotras para hacernos sentir bien de vez en cuando.
Entro a clase y, obviamente, surge el tema. Gregory empieza a hablar de lo que significa que el mundo entero y las instituciones estén diseñadas para no creerle a la víctima y Gabriel, por supuesto, dice:
“Pero es que hay que tener en cuenta que muchas mujeres mienten. Aquí tengo un estudio que confirma que el 40 % de las mujeres que denuncian casos de violación se los están inventando. ¿Ven? A las mujeres no hay que creerles.”
Suficiente. “Les pido a todas las personas que están en esta clase que se den cuenta de la gravedad de estas afirmaciones. Gabriel, di lo que quieras sobre tu supuesta superioridad en los deportes competitivos, di lo que quieras acerca de cómo nos deberíamos vestir o no, pero esto ya es inaceptable. Por cosas como estas es que casi el 80 % de las mujeres en Colombia no denuncian sus casos de violencia sexual, es por esto que a las mujeres les da miedo hablar en voz alta y contar que fueron agredidas, es por esto que se culpabiliza a las víctimas.”
Me volteo a mirarlo y me manda un pico.
Nadie le dice nada. La clase sigue y el único que vuelve a tocar el tema es otro hombre:
“No es por defender a Gabriel ni nada, pero pues yo creo que sí debemos tener en cuenta los falsos testimonios. Ese es un fenómeno real y pues no hay que dar por sentado que las víctimas están diciendo la verdad”
Salgo llorando de clase.
¿Qué va a pasar si nadie nunca le dice nada a este idiota? ¿qué va a pasar cuando él (o cualquier persona de la clase) salga del aula sintiendo que está ‘bien’ decir este tipo de cosas? ¿qué va a pasar cuando estos comentarios se transformen en acciones? ¿por qué nadie se da cuenta de que las palabras cortan, violentan, matan mujeres?
Ya se está acabando el semestre y nada ha cambiado.
La clase pasada llegué con la intención de escuchar de dónde venían estos comentarios y, honestamente, queriendo entender a Gabriel. Me hice en su mismo grupo de trabajo y, después de un rato, ‘explicándome’ su razonamiento, me dijo:
“Yo no soy homofóbico. A mí lo que me molesta es cuando son ‘locas’. Me dan ganas de decirles ‘¡sean hombres!’ Esos queers, esos drags queens, toda esa mierda… yo lo llamo mierda porque lo detesto.
Esos que se visten como mujeres, se ponen pelucas y se maquillan así muy paila… ese tipo de travestis que le gritan en la calle por marica: con eso es con lo que sí no estoy de acuerdo. Es que si a mí mi hijo me llega vestido con una peluca, maquillado como una vieja, con labial, con un top de mujer y una falda, lo echo de la casa. Te lo juro. Y no le vuelvo a hablar hasta que se vista como una persona normal.”
Y el discurso de odio seguía:
“Es que es por cosas como estas que ganó Bolsonaro en Brasil: la gente se estaba mamando de la izquierda, de la izquierda extremista liberal, los venezolanos se les estaban entrando y la gente se estaba mamando (…) y a mí me alegra que Bolsonaro haya ganado, me alegra que Duque sea el presidente y que Trump sea el de Estados Unidos.”
No me lo podía creer. Nadie dijo nada. Y cuando volvimos a tocar el tema de la homosexualidad, dijo:
“Perdona, pero es que si tu te das un beso con un hombre es porque te gusta. Por ejemplo, a mi el fin de semana pasado un gay intentó caerme ¿y sabes lo que hice? pues le pegué un puño, porque le tenía que mostrar que yo sí no quería eso.”
“¡Eres un homofóbico! ¿Y no te llamaron a la policía? Porque pegarle a alguien es ilegal, ¿sabes?”, alguien respondió.
“¡Ay! ¡Ahora la niña se alteró! ¡Ya no se le puede hablar!”. Unos machitos atrás se ríeron.
¿Cómo voy a poder ser tolerante con la intolerancia? Este es, supuestamente, un curso épsilon. El componente ético que plantea es el de escuchar respetuosamente las opiniones de los otros, pero realmente me pregunto:
si una persona piensa que todos los judíos deben ser exterminados porque son una “raza inferior”, ¿es una opinión respetable?
Si alguien piensa que los negros no son humanos, ¿es respetable?
Si alguien piensa que no hay que creerles a las mujeres cuando denuncian casos de violencia sexual, o que se debe ser violento con el homosexual o con la “loca”, ¿es respetable?
No. Esto es violencia y no deberían tener cabida en la universidad: se está promoviendo la homofobia, el machismo y la xenofobia en un salón de clase. No es suficiente una respuesta de la clase para contrarrestar todo este odio. Debería haber una respuesta institucional contra la incitación a la violencia y la intolerancia.
No, Gabriel, Bolsonaro no ganó en Brasil por la “izquierda extremista liberal”, sino porque existen machos como tú que tienen jodido al mundo, y todos tenemos que unirnos para impedir que esto siga pasando, para impedir que discursos de odio pasen desapercibidos bajo el lema de “todas las opiniones son respetables”.
Invito a todxs “esos” feministas a ser intolerantes con la intolerancia, a responder con fuerza; porque estos machos imbéciles no pueden seguir gobernando el mundo.
* Amalia es antropóloga en proceso y feminista (de esas furibundas).