En Colombia el tema del aborto, y la discusión sobre su “(i)legalidad” se parece a una quema de brujas: donde la Fiscalía, por casualidad, se encontró el espacio propicio para fomentar una exhibición del deber-ser de la sociedad. Donde la Fiscalía reconoce abiertamente su idea de que la mujer no tiene derechos sobre su cuerpo, y, sobre todo, que no tiene derechos sobre cómo debe analizar y tomar sus propias decisiones. Es que, aparentemente, la razón por el aborto de Carolina Sabino -“qué pasaría con su futuro laboral”, una decisión tomada sin coincidencias de por medio- nada tiene que ver con la salud mental de la mujer. Nada de nada.
Durante la investigación que le hicieron a Andrés Sepúlveda por el robo de archivos confidenciales sobre el proceso de paz, la Fiscalía se encontró con el caso del aborto de Carolina Sabino, media hermana de la ex pareja de Sepúlveda. Hace menos de una semana, la prensa estalló en noticias, comentarios y opiniones sobre la citación a juicio de Sabino, expedida por la Fiscalía. Así, el revuelo surgió por casualidad. El azar favoreció a la ley: no la investigación. Y la Fiscalía no ha dicho palabra sobre la salud mental de la protagonista actual del debate nacional sobre el aborto. Tampoco se han mostrado interesados en atender las cifras alarmantes de abortos clandestinos en el país: hacia el 2008, 22 de más de 400.000 abortos fueron legales en Colombia.
Fiscalía: hay cifras. Pero eliges el elemento sorpresa. Ciento treinta páginas de Constitución y derechos y más de trescientas de Código Penal para que, al final, llegues a reclamar victoria por una sorpresa.
Aunque es difícil llegar a un consenso sobre lo que es “salud mental” (¿seguir procesos racionales, socialmente aceptados o quién sabe qué?), está claro para la opinión pública que el problema es la crucifixión pública de Carolina Sabino. Está claro que el problema es que la Fiscalía está convencida de que la crucificada debe pensar en otros antes que en sí misma: las mujeres deben ser el modelo de la cristiandad, dirían algunos; otros, que ellas deben ser el modelo de la reproducción infinita de bebés a costa de la infelicidad.
Lo que han hecho la Fiscalía y la prensa general al anunciar, pronunciar y denunciar la citación de Carolina Sabino a un supuesto juicio que ni siquiera ella parece haber recibido personalmente por escrito fue demostrar que el problema del caso no es sólo un tema de violación de privacidad ni el derecho al aborto solamente. También lo es la crucifixión pública por casualidad: ¿qué derecho tiene la Fiscalía a exponer a una persona que estaba siendo investigada por motivos que nada tienen que ver con el aborto? ¿Qué tan oprimida se siente la Fiscalía por la sociedad colombiana como para aprovechar desesperadamente el primer escape de la investigación del caso Sepúlveda? ¿Qué entiende este modelo judicial por salud mental y, además, por derecho a la privacidad, como para recurrir al escarnio?
Al llevar a Sabino a la cruz, probablemente se confirma que las leyes aplican a todos los ciudadanos por igual: por un lado, el espionaje no autorizado debe ser castigado, como ocurrió con Sepúlveda; por otro, el espionaje autorizado debe ser juzgado por sus resultados, como denunciar la “ilegalidad” detrás de tan atroz aborto. Las casualidades siempre son justificadas después de que un mayor escándalo las ha reemplazado. El fin justifica los medios.
Lo que está ocurriendo al llevar a Sabino al paredón de la ley es una reacción similar a la que ocurrió en la cruz, hace un par de miles de años: contemplación del caso de la acusada, miles de escritos interpretativos al respecto, miles de defensas a su favor. A la fecha, en Google hay nada menos que 400.000 resultados de búsquedas relacionados con Sabino (y va en aumento): casi la cantidad de mujeres que practican abortos al año en Colombia. A pesar de tales cifras y de la exposición de su intimidad envuelta en ese número, lo que queda reiterado es que los derechos de la mujer están siendo ignorados a costa de defender la eficiencia de la Fiscalía al matar dos, tres, cuatro, casi medio millón de pájaros de un tiro: con Carolina Sabino reiteran la ley a todas las mujeres que han abortado y que habrán de abortar: “Ojo con lo que hacen, chicas; aunque sean responsables y tomen sus propias decisiones, la casualidad puede jugar en tu contra”. La Fiscalía a las cifras no las escucha. Al azar sí.
No importa que Carolina Sabino haya estado en el momento y lugar equivocados: importa que el casi medio millón de mujeres que abortan cada año en este país también lo están. Abortar no debe ser un proceso fácil. Abortar es un acto que requiere utilizar todas las facultades de salud mental: una decisión que busca criticarse a uno mismo y al “qué dirán”. Si proteger la salud mental no es un acto de cordura en sí para la Fiscalía, entonces el derecho a la vida tampoco lo es.