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La ruta del Arawana

El Pez Dragón –ícono de la cultura popular china– es más latino que el Bocachico. Miles de estos peces atraviesan el mundo en bolsas plásticas, desde el Amazonas hasta los acuarios en Asia. Este es su viaje.

por

Luisa Fernanda Cardona


12.09.2014

Foto: Arawana por Cliff @ Flickr

Hay un pez en Asia que por su parecido a un Dragón, se cree que trae prosperidad y buena suerte a sus dueños. En casas y oficinas cada vez es más frecuente encontrarlo y se volvió una celebridad en los mercados de China, Japón, Taiwán y Singapur. En 2007, en uno de los pasillos de Aquarama –la feria de peces ornamentales más importante del mundo en Singapur–  un pez de esta clase fue vendido por 26.000 Libras Esterlinas. Pero este Dragón no era de Asia, era suramericano.

El Arawana (Osteoglossum bicirrhosum) es un pez óseo –con huesos mayoritariamente calcificados en vez de cartílago– que puede crecer hasta 90 cm. Tiene aletas laterales pequeñas y una aleta que cubre su vientre y dorso. Pero su rasgo más característico es una extremidad en su boca, que recuerda la lengua de una serpiente o los bigotes de un Dragón.

El viaje de uno de estos peces comienza en Puerto Nariño –el segundo municipio más importante del departamento de Amazonas– al sur de Colombia. Allí, los únicos carros que hay son la ambulancia y el carro de la basura, y la única forma de llegar es en una lancha por el río Amazonas. Al desembarcar, lo primero que llama la atención son los 30 cm de agua que cubren por completo las canchas de futbol y baloncesto del municipio. Es época de aguas altas y apenas este mes (junio) el río comenzó a bajar su nivel.  El muelle es una construcción fija en madera que se alza dos metros por encima del agua, tiene un techo de zinc y se extiende unos cien metros desde tierra firme.  De allí salen los pescadores a capturar Arawanas en la noche. «Es más fácil pescar de noche porque algunos peces duermen y buscan alguna piedra para ponerse, entonces así se pueden coger», afirma Eriberto Benitez, pescador ocasional de Arawana en Puerto Nariño. Sin embargo, en época de aguas altas no es común el arawaneo, –como le llaman en la región–, es en octubre –con las aguas bajas– que más alevinos (peces bebé) se capturan.

A las 7 de la noche, salimos a pescar con Eriberto «El Negro», en un bote de madera con motor. Amarrado a este hay una canoa pequeña con la cual vamos a entrar del río a la selva inundable. Durante el camino todo es muy tranquilo, no necesitamos linternas porque el cielo está despejado y con la luz de la luna es suficiente para ver claramente. Lo único que se escucha es el sonido del motor.

Hoy vamos a pescar Bocachico y Palometas, no vamos a conseguir Arawanas porque es  junio y estos peces se sacan solamente entre agosto y octubre. Mientras llegamos a los lagos, Eriberto me cuenta que él captura Arawanas en agosto, octubre y noviembre.

Desde 1996, el Instituto Nacional de Pesca y Acuicultura (INPA) estableció con la Ley 13 de 1990 la época de veda para el Arawana (cuando está prohibido pescarlo) entre el 1º septiembre y el 15 de noviembre. Esto con el fin de proteger el periodo reproductivo de la especie y las nuevas generaciones que contrarrestarán el impacto de la población capturada cuando no hay veda.

Eriberto algunas veces trae cobijas y duerme en el bote –amarrado a un tronco– porque las jornadas suelen ser hasta las seis de la mañana.  Al llegar a los lagos de Tarapoto, ubicados a hora y media de viaje de Puerto Nariño, nos cambiamos del bote a una canoa a para poder entrar a la zona de selva inundable o «restinga», como él la llama. Una vez entramos, los arboles altos tapan el reflejo de la luna y Eriberto enciende su linterna. Hace más calor, el aire se siente espeso y los sonidos de las chicharras, las luciérnagas, los grillos y las ranas, se hacen más fuertes. A pesar que a donde uno mire la selva perece igual, «El Negro» no se pierde.

Nos dirigimos hacia una trampa que él puso a las tres de la tarde para ir recogiendo peces. Ahí mismo se pesca también al Arawana en época de reproducción. En esta especie, el macho guarda a sus crías en la boca al nacer. Los alevinos son del tamaño de la falange de un dedo humano y tienen un saco amarillo atado a sus cuerpos llamado el saco vitelino, el cual los alimenta mientras maduran.

Remando entre árboles, ramas y esquivando las lianas, avanzamos hasta una malla vertical que está sumergida y tiene 300 metros de longitud. Esta flota por cubos de icopor de 10 cm y es sostenida en la parte inferior por piedras. Mientras avanzamos alrededor de la red, vemos que las pirañas ya se aprovecharon que los peces están enredados en el nylon. A uno que sigue vivo, se le comieron toda la cola y a otro lo dejaron tuerto.

Cuando Eriberto pesca Arawanas la técnica es  distinta. Los pescadores hieren al pez macho y este por instinto abre su boca para liberar a sus crías. Con malla plástica, arpón, arco y flecha o escopeta se captura al Arawana adulto. Inmediatamente, con la nasa –una especie de colador grande con malla fina (a veces hecha de toldillo)–, se recogen los alevinos que salieron de la boca de su padre. De esta manera se pueden capturar 300 Arawanas bebé en una noche.

La mayoría de peces en la malla siguen vivos y los que están a punto de morir, entre estos  Bocachico, Palometa, Cucha y Pirañas, se refrigeran porque si no en dos horas estarán descompuestos. A las 6 de la mañana, este pescador habrá recogido unos 100 peces para llevar a su familia y a los restaurantes en donde cada sarta de cinco peces la vende a $5000 pesos colombianos.

Eriberto tiene 38 años. Es un hombre trigueño, delgado y bajo en estatura, que llegó a Puerto Nariño hace veinte años. Al terminar su bachillerato decidió dedicarse a la pesca, porque –dice– «encontrar trabajo aquí es difícil». Para mantener a su familia sale a pescar cada cuatro días. «Ellos me sacan todo lo que uno tiene», asegura Eriberto refiriéndose a sus hijos.  «A veces si yo no les doy nada me dicen: “Papá yo no voy a estudiar”», afirma Eriberto. De los $600000 pesos colombianos que gana mensualmente, este pescador le da $5000 pesos diarios a su hijo mayor y $3000 a la menor.  Eriberto asegura que en un tiempo quiere dejar la pesca y dedicarse a trabajar en un negocio, tal vez en una tienda como empleado.

Los compradores en Leticia vienen (a Brasil), los buscan, les pagan y se los llevan a Colombia

En Colombia la autoridad pesquera ha cambiado varias veces de figura, y de dependencia. Comenzó en 1968 con el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (INDERENA), el cual tenía un enfoque ambiental. De 1990 en adelante, la regulación pesquera pasa al Ministerio de Agricultura. Comienza con el  INPA, y luego cambia nuevamente tres veces de figura.   Finalmente en 2011 se crea la  Autoridad Nacional De Acuicultura y Pesca (AUNAP), que hoy es la encargada de la regulación pesquera.

Actualmente existe un consenso entre la comunidad científica sobre un problema de ordenamiento entre los pescadores y la autoridad nacional: «Hay mucho que hacer frente a la concertación entre los usuarios y la autoridad. Existe la reglamentación, pero esta no se hace efectiva. Es necesario socializar las normas», afirma Edwin Agudelo, investigador del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas  (SINCHI). Según él «Uno de los peores errores que se han cometido es el de separar los recursos de ordenamiento pesquero entre el Ministerio de Ambiente y el Ministerio de Agricultura. Para este último el objetivo es el recurso pesquero, como un recurso económico por encima del recurso ambiental.» Por otro lado, Carlos Augusto Borda, biólogo marino desde la sede de la AUNAP en Bogotá, asegura que no viaja frecuentemente al Amazonas porque «ya hay dos funcionarios que trabajan desde allá en la regulación pesquera.»

En Puerto Nariño y Leticia hay 106 pescadores de peces ornamentales, sin embargo esta cifra es solo un estimativo porque muchos habitantes que se dedican a esta actividad, como Eriberto, son informales. Allí muchos han estado esperando un carné que los autorice, pero este nunca llega. Por esta razón, cuantificar y monitorear la cantidad de alevinos y peces ornamentales que se capturan o en qué época se está haciendo es muy difícil. Joel, un pescador brasilero, afirma que hay pescadores ilegales y justifica su trabajo porque es el único sustento que tiene para sobrevivir: «Eso es como la droga, la coca.  La necesidad obliga a buscar una cosa en donde se pueda ganar algo».

Otro factor que se suma a la falta de monitoreo y seguimiento es que el arawaneo como mucha de la pesca en el amazonas es trifronterizo, ocurre en Perú, Brasil y Colombia. El problema es que la reglamentación en los tres países es muy diferente. En Brasil el arawaneo está totalmente prohibido y la ley es dura con los que la irrespetan. A un pescador que lo encuentren sacando Arawanas la policía federal le quita todo, puede pagar una multa de 5.000 Reales (4’200.000 de pesos colombianos) y de 3 a 4 años de prisión. En consecuencia la solución de muchos pescadores es exportar esta especie a través de Colombia o Perú. «Los compradores en Leticia vienen (a Brasil), los buscan, les pagan y se los llevan a Colombia», afirma Joel. Por otro lado, en Perú las leyes son más laxas y la temporada de veda es entre noviembre y diciembre, es decir que se extiende más que la de Colombia, por lo tanto desde mediados de noviembre los pescadores peruanos ven una oportunidad de pescar en lagos colombianos. «En estos lugares tan aislados el apoyo no llega. Ellos (los pescadores) tienen que subsistir», recalca Jorge Vela, guía turístico peruano desde una maloca pequeña en la comunidad de Santa Rita (Perú).

Al puerto de Leticia es a donde llegan la mayor parte de alevinos que vienen desde Brasil, Perú, lagos del Yavarí , lagos de Tarapoto  y alrededores. Es una ciudad central en donde se encuentra la mayor parte de compradores y desde donde se transportan a Bogotá. El puerto de Leticia es más grande que el de Puerto Nariño. Tiene múltiples balsas –casas flotantes de madera y techo de zinc– suspendidas en el agua y ancladas en sus cuatro esquinas. Estas se encuentran a unos 10 metros de distancia del puerto y se unen a la tierra firme por dos delgadas tablas de madera en las que hay que mantener el equilibrio.  La mayoría de las balsas junto al puerto son puestos turísticos donde se sientan los motoristas y pescadores a tomar una cerveza. Junto al puerto hay un malecón, por el cual se llega a la plaza de mercado y a las bodegas de pescado.

A la balsa de Orlando Piña, ubicada a cinco minutos del puerto de Leticia, se llega en bote cuando el nivel del río es alto, o a través de un camino de madera. Allí, se realiza el conteo Otocinclos, una especie de peces ornamentales que son de color gris oscuro y parecen renacuajos frenéticos de un lado a otro del recipiente. Cinco pescadores de Orlando van almacenando grupos de 200 peces en recipientes rojos de plástico. Su meta es contar los 50.000 individuos que sacaron en tan solo una semana en el río Yavarí. Dentro de esta balsa hay varias filas de acuarios de vidrio insertados en muebles de madera. Tienen tres niveles, están llenos de alevinos y cada uno cuenta con oxígeno. Al lado hay varios tanques donde se reposa el agua. Orlando Piña, como varios acopiadores, almacena aquí los alevinos mientras llega el comprador o mientras los transportan a Bogotá. Sin embargo, desde que el alevino es separado de su entorno, la probabilidad de que este muera empieza a aumentar.

Lucila dos Santos es acopiadora: le compra los alevinos a los pescadores para venderlos a exportadores en Bogotá. En el primer piso de su barca tiene el centro de acopio; en el segundo, vive con su esposo e hijos. Allí tiene un comedor pequeño junto a una hamaca que funciona como la sala, las habitaciones y una cocina pequeña. Por fuera de la balsa cuelga un alambre en donde tiende su ropa para secarla.

Cada alevino de Ararawana Lucila lo compra en $1200 pesos a los pescadores y lo vende en $3200 a los exportadores.  Normalmente el precio promedio al que venden todos los intermediarios oscila alrededor de  $2300. Sin embargo este puede variar dependiendo del volumen que se trance, de la temporada, el clima, el precio del dólar y otras condiciones del mercado. Como Lucila es una acopiadora que no maneja grandes cantidades, le vende a los exportadores que manejan volúmenes más pequeños a un precio alto.

Ella tiene licencia para comercializar peces en Bogotá así que, para transportarlos debe llevarlos en bolsas plásticas al aeropuerto de Leticia y pagar un cupo a la única aerolínea que hace este tipo de envíos. Pero ella asegura que «es riesgoso ser acopiador» ya que la probabilidad de que mueran en el viaje aumenta porque en la bolsa no se controla la temperatura ni el pH y los animales sufren mucho estrés.

Cuando el avión aterriza en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, los Arawanas de distintos acopiadores ya tienen dueño.  Jaime Iván González, exportador de peces ornamentales es uno de ellos. Él los recibe y lleva hasta su bodega con acuarios en Engativá, al occidente de la ciudad.

– ¿Usted conoce a los dos Santos? ¿Le compra alevinos a Lucila?

– Los dos Santos han tenido la tradición de ser acopiadores por años, responde.

Jaime Iván también es el presidente de ACOLPECES, el gremio que representa a exportadores, comerciantes y pescadores en toda Colombia ante el gobierno. Él, desde Bogotá, representa a los pescadores del extremo sur del país. Lleva puesto unos jeans, una camisa azul a rayas, una chaqueta café de cuero y unas gafas oscuras.

– ¿Cómo le ha ido con ellos?

– No, ¡también son tenaces!, dice con determinación.

Jaime Iván le compraba arawana a un sobrino de Lucila en Leticia hace dos años. Sin embargo, él perdió mucha plata que invirtió en la pesca porque no le sacaban la arawana suficiente para cubrir los gastos. «Ellos son súper pacíficos, tranquilos, pero descarados. Creen que uno es el señor millonario». Entonces dio su plata por perdida y dejó de negociar con ellos.

Según Jaime Iván, la relación entre los acopiadores y los exportadores es de poca confianza. Los exportadores les giran dinero a los acopiadores o intermediarios para que vayan a sacar Arawanas, sin embargo estos llegan muchas veces con las manos vacías. Estos exportadores les pagan a los pescadores una faena,  es decir un viaje al río por varios días que implica gastos de gasolina –a $9000 pesos el galón-, de baterías para las linternas, y un mercado para los que se van a pescar y para sus esposas e hijos que se quedan en Leticia. La faena de dos semanas puede costar entre 20 y 25 millones de pesos y los Arawanas bebé le cuestan $1500 pesos al exportador, es decir que se necesitan unos 16.000 Arawanas mínimo para no tener pérdidas. El problema radica en que muchas veces los  pescadores llegan con las manos vacías y el dinero de la faena se pierde.

Jaime Iván, por ser un exportador mayorista, tiene el poder de negociar el precio y compra grandes volúmenes de arawana $1500 cada una.  Casi siempre comercia directamente con los pescadores, a un precio mucho menor del que puede ofrecer una acopiadora como Lucila.

«Es una cosa de no creer. Hay una anécdota que le pasó a un fulano, no a mí», aclara Jaime Iván refiriéndose a otro exportador: «ese fulano le da 25 millones de pesos a un pescador en Leticia  y le dice: “Tome, vaya por arawana”». Y continúa relatando:

«Quince  días después llega el pescador a Bogotá:

-¿Dónde está mi haragana?, pregunta mi compañero.

-Su arawana está a dos días del puerto pero necesito más dinero para traerla, dice el pescador.

-¡Pero si yo le di 25 millones de pesos!

-No, necesito 5 millones más

-Mire, tengo 3 millones de pesos. Tome y vaya por los pescados, le explica mi colega

Después de varios días viene el pescador en su bote con la arawana y con un amigo.

– Ok. Aquí está la arawana, pero no es mía. Es de mi amigo. Si usted la quiere cómpresela a mi amigo, le explica el pescador.»

«¡Así son! Y la plata de la faena entonces se pierde», recalca Jaime Iván con resignación.

A este exportador también le han ocurrido historias parecidas. Dice que este negocio es una lotería. Por esta razón en Colombia existen menos de 5 exportadores mayoristas arawaneros por el alto riesgo económico que se corre.

Existe un dicho que dice «No hay nada más ladrón que el río». Pero los exportadores lo han modificado e inventado uno nuevo: «No hay nada más ladrón que un pescador en el río», dice Jaime entre risas. Y agrega: «No toda la plata es que se la beban». Puede también que la pesca no sea buena, que no encuentran el volumen de peces que esperan, «a veces tienen planeado sacar 20.000 alevínos y solo encuentran 10.000».

Por su parte Lucila dos Santos asegura que como acopiadora existen bastantes riesgos: «A veces no pagan o no pagan completo, por eso es que uno no sale adelante. Porque el saldo de uno se queda es en Bogotá y quien sabe cuándo le paguen». Incluso le ha tocado viajar hasta Bogotá para arreglar cuentas y ni así le pagaron los 7 millones de pesos que le quedaron debiendo el año pasado.  Sin embargo este año trabaja con exportadores diferentes y dice que le ha ido mejor. “Fui cogiendo la delantera, no me dejé atrapar.”  Otro problema es que en ocasiones los exportadores no pagan el dinero porque afirman que los peces llegaron muertos a Bogotá y Lucila no tiene como verificar esto.

«Ellos hablan muy mal de nosotros y nosotros hablamos muy mal de ellos», dice Jaime Iván refiriéndose a los pescadores y acopiadores, y agrega: «dicen que nosotros no les pagamos lo que se merecen, que nosotros les quedamos debiendo plata, etc… Pero la realidad es que ellos son muy complicados. Con cualquier exportador que hables, todos te dirán que los dos Santos les deben dinero.»

***

Algunos días de la semana Jaime Iván debe visitar sus bodegas en Engativá, cerca al aeropuerto. Su empresa, Fresh Water Tropical Fish Ltda, mantiene en cuarentena los peces que llegan de Leticia mientras los exportan al exterior. Al entrar hay un montón de cajas de icopor blancas, unas encima de otras, cubiertas por papel periódico, como se aprecia en un vídeo de Legiscomex. Enseguida hay un cuarto con temperatura regulada, al que se accede por una puerta transparente. Los 300 acuarios que alberga están repartidos en filas de 5 niveles, en donde cada uno tiene una sola especie de pez, su propia batería y tubo de oxígeno. Cada especie necesita un pH y una temperatura diferente.

El Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) inspecciona este cuarto y expide un certificado sanitario que exigen la mayoría de países en Europa y Asia a donde mayoritariamente se exportan estos peces. En Pekin, los Arawana llegan a tiendas de mascotas en donde los grandes importadores deben cubrir los gastos de flete, que es el precio por transportar la carga y la manutención de los Arawana en sus instalaciones.  Sin embargo, a China no se llega directamente. Para llegar a Pekin deben pasar primero por Hong Kong, Taiwán e incluso Los Ángeles. Esto implica tiempos de vuelo exageradamente altos (60 horas, tres días de viaje) para un animal vivo. Jaime Iván maneja un tiempo de vuelo de máximo 52 horas.  Entonces en estas ciudades intermedias se re-oxigenan las bolsas en donde viajan y se mantienen en cuarentena durante algunos días mientras se recuperan del viaje.

DESDE LOS ANDES...

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Un Arawana Plateado puede vendeese por $10, 12 ó 15 dólares a una familia en Pekín, según Jaime Iván. Si estamos hablando de un Arawana Albino, el precio puede llegar a los $1000 dólares.  Él lo vende a un importador en Asia, quien a su vez los distribuye a las diferentes tiendas de mascotas (Pet-Shops) y así llegan a los millones de compradores en ese continente.  En este punto de la cadena, el Arawana se valoriza en 1000%  desde que sale del río hasta que llega al comprador.

– ¿Es este viaje del Arawana un negocio donde impera un actor sobre otro?

Jaime Iván argumenta que la valorización se debe a un aumento en el costo de mantener a un animal vivo: requiere de cuidado, alimentación, además de los gastos de arriendo y administración en Bogotá y en Pekín. «Es de pronto lo que la gente no entiende», dice. Lo cierto es que el Arawana junto con otros peces ornamentales representa 1000 millones de dólares al año.

 

*Luisa Fernanda Cardona es estudiante de Economía y de la opción en periodismo del CEPER. Este reportaje se hizo en el marco de la edición Periodismo Amazonas: selva, río y frontera de la clase Periodismo en terreno de la opción.

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