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La política, como siempre

En la serie de televisión Los Años Maravillosos (que hace un recuento de la vida de un adolescente de clase media en un suburbio estadounidense, de 1968 a 1973), hay un capítulo que se llama “La política, como siempre” (“Politics as usual”). Kevin Arnold, el protagonista, se pone celoso cuando Winnie, su novia, se involucra […]

por

Lucas Ospina


21.06.2018

En la serie de televisión Los Años Maravillosos (que hace un recuento de la vida de un adolescente de clase media en un suburbio estadounidense, de 1968 a 1973), hay un capítulo que se llama “La política, como siempre” (“Politics as usual”).

Kevin Arnold, el protagonista, se pone celoso cuando Winnie, su novia, se involucra en la campaña de George McGovern, el candidato demócrata a la presidencia en las elecciones de 1972. Ambos han asistido a una reunión escolar y han oido, ella con juvenil entusiasmo, él con asombro y rivalidad, a un exestudiante que los visita para hacer proselitismo; el carismático líder enunciaba: “la política es una basura” y su candidato será “quien podrá acabar con esa basura”.

El candidado George McGovern ha sido considerado el candidato a la presidencia más izquierdoso y liberado de la historia norteamericana reciente. Sus opositores, para referirse a sus programas de reforma tributaria, derechos humanos y frontal rechazo a la guerra de Vietnam, le imputaron un lema apócrifo de campaña: “Amnistía, aborto y acido”.

La campaña de McGovern por su lenguaje y postura contestataria tuvo eco entre jóvenes, mujeres liberadas, intelectuales y artistas, tanto es así que el ubicuo Andy Warhol tomó partido e hizo una obra en serigrafía para ayudar al partido Demócrata que recogió US$40000 por su venta. Warhol decidió no retratar a McGovern sino a su oponente, Richard Nixon. Se trata de un retrato frontal de su cabeza hecho con colores disonantes y desfasados, una tez azul y verdosa y un parco letrero a mano que dice: “Vote McGovern”. Warhol, sin alterar la escala de la gran cabeza de Nixon, logró darle a su apariencia una presencia asustadora, ansiosa, ominosa, una sonrisa contenida que esconde el apetito voraz de un vampiro de la política, el retrato de un ambicioso que usó todos los medios, legales e ilegales, para coronar la presidencia de los Estados Unidos.

Al final del episodio de Los Años Maravillosos, en la sede de la campaña de McGovern, en una noche lluviosa, tras conocerse los resultados de la paliza que le dieron los Republicanos a los Demócratas, el carismático líder que ha convocado a Winnie le dice a la impúber electoral a manera de consuelo: “así es la política, además, sabíamos que no tenía oportunidad de ganar”. El activista profesional se despide y se aleja con una muchacha, se oye que le susurra: “Creo que Kennedy llegará en el 74, tal vez deberíamos llamarlo…”

Lo que sigue es la reflexión en off de Kevin, el adulto que recuerda, el recurso recurrente de todos Los Años Maravillosos, un hombre narra la tragicomedia de su vida adolescente y hace un contrapunto que va de la nostalgia a lo sardónico:

“El caso es que esas elecciones cambiaron la manera de ver la política de mi generación. No importa qué tan doloroso fue, descubrimos que podíamos ser parte del proceso, que podíamos creer. Aun ahora, 20 años después, a pesar de la evidencia de lo contrario, recuerdo esa noche y todavía puedo creer…”

El candidato McGovern quedó devastado luego de la campaña y la única herramienta que le sirvió para enfrentar su apabullante derrota fue el humor. Al año siguiente, en una conferencia, dijo: “Por muchos años quise hacer campaña por la presidencia de la peor manera posible, y el año pasado con seguridad lo logré”. Muchos atribuyen la amplía derrota de McGovern a su postura débil en relación a la guerra y a su compañero de fórmula, que resultó haber sufrido una enfermedad mental tratada con electrochoques en una fase de depresión clínica. McGovern se demoró en reaccionar a los ataques que le hicieron y aunque pasó a ser más agresivo y eligió a otro candidato a la vicepresidencia, la indecisión, como gesto, se fijó en su imagen.

En 1974 Richard Nixon renunció a la Presidencia de los Estados Unidos por el escándalo de Watergate, que comenzó con el arresto de cinco hombres por el allanamiento de la sede del Comité Demócrata Nacional en 1972, pero que a medida que se intensificaron las investigaciones, sobre todo en la prensa, el indicio se transformó en evidencia de que Nixon y su equipo de gobierno, para hacerse al control político de la nación y mantenerse en el poder, recurrieron a fraude, espionaje político, sabotaje, intrusiones ilegales, auditorías de impuestos falsas y chuzadas ilegales a gran escala, además dispusieron un fondo secreto en México para pagar a quienes realizaban estas operaciones. En 1977, en una entrevista con el periodista David Frost, una charla que prometía ser un ejercicio de rutina pero resultó ser un agudo cuestionario, Nixon intentó justificar sus desvaríos criminales y lanzó al aire su célebre: “Cuando el presidente lo hace, eso significa que no es ilegal”. La política, como siempre.

En Colombia transmitían Los Años Maravillosos todos los domingos en la noche. Por media hora la televisión se convertía en un oasis en medio del desasosiego de ver cómo otro fin de semana llegaba a su fin. Ver el capítulo de “La política, como siempre” puede surtir el mismo efecto paliativo en todos aquellos que se han visto derrotados en las elecciones y ahora deben regresar al eterno lunes de la política como siempre:

“La política, como siempre” parte I
“La política, como siempre” parte II
“La política, como siempre” parte III

[Nota: este texto fue publicado en La Silla Vacía en el 21 de junio de 2010 a la luz de los resultados en las elecciones Santos – Mockus. ¿Algo habrá cambiado o «La política, como siempre»?]

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