Desde la posesión de Gustavo Petro, la movilización social en Colombia tiene nuevos protagonistas. Las calles ya no se las toman exclusivamente jóvenes, campesinos e indígenas. Ahora, algunos sectores que en el pasado habían protestado tímidamente alzan su voz para mostrar su inconformidad con el gobierno actual. Tal vez las caras más llamativas en este nuevo escenario son las de los militares y policías retirados, que llegaron a la Plaza de Bolívar el pasado 10 de mayo para demostrar que la manifestación social no es monopolio de nadie.
Con su protesta, los policías y soldados retirados dejaron claro —como lo habían hecho las miles de personas que salieron el 15 de febrero en la marcha de la oposición— que por más cliché que suene, acá el verdadero triunfo es de la democracia: queda en evidencia que la protesta social es una herramienta que tenemos todos los ciudadanos y ciudadanas para manifestar nuestra inconformidad y demandar el cumplimiento de nuestros derechos. Aunque es claro que esa conquista es gracias a los sectores cercanos a la izquierda, que tradicionalmente se han movilizado en Colombia: los estudiantes, indígenas y campesinos.
Sin embargo, hay que dejar claro que en el pasado la derecha en el país ya se movilizaba. Hace algunos años vimos movilizaciones fuertes de los sectores antiaborto y, en la época del proceso de paz con las FARC, algunas protestas en contra de la “ideología de género”, una tergiversación del concepto que terminó en ataques contra la comunidad LGBTIQ+. Esas movilizaciones no eran como las actuales, pues se enfocaban en un solo objetivo o tema y las que vemos ahora si bien son contra el gobierno, giran en torno a una agenda más amplia.
Una de las cosas interesantes de este cambio en quienes están ocupando la calle es la manera en que los medios están hablando de las protestas en comparación a años anteriores. Los medios de comunicación tradicionales están atrapados en la narrativa de vandalismo, caos y desorden que ellos mismos construyeron a partir de las movilizaciones sociales que se dieron entre 2019 y 2021 en el país. Esta narrativa, muy propia de sectores reaccionarios, puede ser incluso equiparable a la usada a comienzos del siglo XX por algunas ramas de las ciencias sociales, en la que se relacionaba el peligro con lo que llamaban “la muchedumbre”. Estas narrativas buscan despolitizar la protesta —entendiendo que lo político no es “politiquería”— y al hacerlo, los medios pierden la oportunidad de entender cuál es el conflicto social que subyace a la movilización. Cuando los medios tradicionales presentan estas manifestaciones como si fueran organizadas por un grupo de jóvenes sin mejor cosa que hacer que ir a bloquear la calle o destruir una estación de Transmilenio, le quitan agencia a los manifestantes y omiten del relato los riesgos y decisiones que se tomaron para estar allí.
Con la llegada de las protestas de la oposición, los medios de comunicación tradicionales han comenzado a construir un imaginario en torno a la forma correcta de marchar: sin caos y sin confrontaciones con la policía. Entonces crean una narrativa de la “buena forma de protestar” que tiene que ver más con la forma y no con el fondo. Esto abre preguntas sobre qué papel están jugando los medios de comunicación tradicionales en Colombia, qué intereses sociales tienen, qué valores promueven o con qué reivindicaciones están tradicionalmente asociados.
Leer la protesta solamente bajo el rasero de si hay o no actos de violencia es una lectura miope de la situación. Muchos medios de comunicación confunden lo disruptivo con lo violento. Debemos entender que hay matices, distintos grados y formas de violencia y que al generalizar cerramos la posibilidad de comprender los movimientos sociales. Por definición las protestas son disruptivas. Parte del ejercicio de manifestarse implica ser creativo para llamar la atención, que la gente entienda cuál es la lucha y así conseguir aliados que ayuden a ejercer presión sobre aquellos que toman decisiones y pueden satisfacer las demandas cuando no se ha encontrado solución en otros caminos institucionales. Un ejemplo de esto puede ser la besatón o abrazatón del Paro Nacional de 2021, expresiones disruptivas que no son violentas. Cuando los medios se quedan en la narrativa de la protesta violenta contra la no violenta, están cayendo en una dicotomía que realmente no existe y no ven que hay distintas formas de protestar.
En el caso de la protesta de los militares y policías retirados el pasado 10 de mayo no se ven acciones tan disruptivas como las que se podrían ver en otro tipo de manifestaciones, pero sí hay declaraciones que son profundamente violentas. Lo que más tuvo eco en los medios tradicionales después de dicha movilización fueron las palabras de John Marulanda, coronel en retiro de las fuerzas armadas, que aseguró que “vamos a tratar de hacer lo mejor por defenestrar a un tipo que fue guerrillero”, una forma de insinuar que hay un golpe de estado cocinándose. Ese tipo de declaraciones incitan a una ruptura del régimen político y eso no recibe la sanción que debería por parte de los medios, teniendo en cuenta que vivimos en una democracia y que los medios juegan un papel de respaldo a sus instituciones.
Por último, otra diferencia entre cómo se trata a una y otra movilización es evidente en la interacción con la fuerza pública. No podemos olvidar que muchas de las acciones violentas que hemos visto en las movilizaciones de los últimos años son fruto de confrontaciones con la policía y del papel antagonista que tradicionalmente esa institución asume frente a los manifestantes. Ha sido evidente que estas manifestaciones de sectores de derecha no han sido reprimidas por parte de la policía. Eso puede ser porque efectivamente sus acciones no son lo suficientemente disruptivas o porque estamos frente a un gobierno que entiende que la protesta social hace parte del ejercicio de los derechos democráticos y no debe ser reprimida simplemente por reivindicarse en oposición al gobierno.
El gobierno Petro se ha narrado como uno que nace y resuena con la protesta social y ha hecho un esfuerzo por no estigmatizar ni criminalizar la movilización como lo hizo el anterior. Lo que sí ha hecho Petro es desestimar las protestas de la oposición, como lo haría cualquier gobierno del mundo al que le marchen en contra. Por otro lado, también ha insistido en usar la movilización a su favor y hacer continuos llamados a las calles para apoyar sus reformas. Pero lo que ha sido claro es que el número de gente que responde al llamado no es igual al del Paro Nacional ni al de sus votantes. A pesar de esto, seguimos escuchando que si él da la orden la gente sale. Eso no es verdad, probablemente al presidente le encantaría tener el poder que muchos en Colombia creen que tiene, pero la gente tiene capacidad de agencia. Lo que no se puede perder de vista es que hay un peligro adicional al estar convocando a la calle y es que la acción colectiva se puede desgastar al dejar de ser disruptiva y volverse cotidiana. Un llamado exagerado de la protesta puede terminar siendo contraproducente para el mismo presidente, sobre todo cuando la Colombia que sale a las calles no es únicamente la que él está llamando.