El camino del héroe es un concepto con el que se explica la transformación de un personaje a lo largo de una historia.
También lo llaman arco dramático o estructura del viaje. Se usa para explicar la evolución de personajes, su decurso vital, y los cambios que sufre en estadios por los que transita. Hércules mató al león de Nemea y lo despojó de su piel, mató a la Hidra de nueve cabezas, al toro de Creta, capturó a Canserbero y lo sacó del Inframundo y, al final, ascendió al Olimpo, donde los doce dioses lo recibieron y nombraron portero del cielo.
Existen arcos planos, en los que el personaje no evoluciona significativamente. Arcos moderados, en los que el personaje cambia o crece de manera leve o previsible. Arcos radicales en los que el personaje cambia inesperadamente su personalidad, o la invierte y arcos circulares, en el que me detendré.
James Rodríguez viajó como futbolista a Argentina a los 17 años. Allí, lo instruyó Julio César Falcioni –histórico arquero del América de Cali– y primer mentor gaucho que tendría en su carrera. Después fue a Oporto –donde se reencontró con Falcao y Freddy Guarín y jugó con Nicolás Otamendi– y luego a Mónaco, época en la que conoció a su gran maestro José Néstor Pékerman, también argentino.
Iniciaba el 2014 y la Selección se preparaba para volver a un Mundial de fútbol después de 16 años. Había con qué ilusionarse. La escuadra de Pékerman tenía entre sus filas a jugadores que disputaban en las ligas más competitivas del planeta. Entre ellos, estaba la estrella, Radamel Falcao García. El 22 de enero de ese año, Falcao jugaba con su equipo Mónaco contra el Chasselay, un equipo de la cuarta división de Francia, cuando Soner Ertek –jugador que intercambiaba su tiempo dictando clases de geografía– le metió un patadón a Falcao por detrás, tirando al ‘Tigre’ al suelo y dejándolo con una lesión de ligamento cruzado anterior. Falcao se perdería el Mundial en Brasil.
Seis meses después, la ausencia de Falcao significó un cambio de rumbo en el camino de James Rodríguez en la Selección. Es conocida la historia en la que José Néstor Pékerman, entrenador de la Selección, le expresó una confianza irrestricta al 10 de Colombia durante el Mundial de Brasil. El resto, podríamos decir, es historia: James fue el goleador del Mundial y en el partido contra Uruguay por octavos de final, vengó los acuerdos espúreos que nos habían sacado de dos mundiales. Y lo hizo con un remate de media distancia, en tiro parabólico que le mereció el premio Puskas a mejor gol ese año.
Su camino siguió con gloria en el Real Madrid y luego en el Bayern Munich, pero su tensa relación con los directores técnicos –Rafa Benítez y Zinedine Zidane– los pusieron a caminar el Tártaro. A eso, le siguieron derivas errantes en el Everton, en el Al-Rayyan (equipo de Catar), en el Olympiakos. Por si fuera poco, la llegada de Reinaldo Rueda a la Selección Colombia significó ser relegado de la titularidad.
Hasta que llegó Néstor Lorenzo, el pupilo de su maestro.
Un organismo vivo
Pero quizás no todo se explique con el camino del héroe. Al final, ningún héroe puede por sí sólo, a fuerza de sus virtudes, conquistar el Olimpo. El destino de James Rodríguez se entrelaza con el de una generación de futbolistas que, a su vez, es dirigida por Néstor Jorge Lorenzo. Esa generación –esa escuadra– funciona como un organismo vivo. Ese organismo se contrae, se dilata, se estira como una atarraya lanzada al río, en puntos equidistantes unidos por líneas diagonales que dejan espacios simétricos con forma de rombos y triángulos. La red se cose y se templa de manera autónoma en reposicionamientos autónomos de sus puntos y circula el balón en movimientos de damas chinas.
¿Cómo llegamos aquí?
Antes, los equipos de Colombia libraban sus guerras rotos en pedazos, con guerreros solitarios, en tríos o parejas. No había juego colectivo, ni ensamble. En la cancha no había un equipo sino varios, de tres o cuatro jugadores, que parecían como animales lentos, desconfiados.
Por suerte para los vivos, la experiencia circula y se afinca, y el conocimiento se organiza para mejorar las vidas.
En los últimos años ha habido un intenso proceso de profesionalización. La práctica futbolística, desempeñada con los más altos estándares, se ha ampliado. Jugadores que hicieron su carrera en Europa han vuelto a la liga colombiana y han hecho escuela. Han funcionado como cadena de transmisión para los más jóvenes.
(Quizá por eso Falcao y David Ospina decidieron volver. Lo mismo Hugo Rodallega, Cristian Zapata y Eder Balanta que regresaron a dar lo que se les dio a ellos. Puede que la suma de las experiencias de estos jugadores haya hecho inevitable hoy que el arco de nuestra historia se incline hacia arriba).
Hablemos entonces de Néstor Lorenzo. Él es un buen ejemplo de esto que digo de la transmisión de experiencia. Se formó como entrenador de la mano de Pékerman, cuando este era técnico de las inferiores de la Selección argentina. Lorenzo imprime en su equipo un rasgo que también tenía la Selección de Pékerman: la confianza en los jugadores. Y en la cancha, retoma la solidez del juego y la disciplina táctica, pero tomando incluso más riesgos ofensivos que aquella. Recibe la experiencia y la mejora.
No hay sino que mirar el juego de esta Selección para comprobar esto. El 22 de marzo de este año, Colombia se enfrentaba en amistoso a la selección española, que se preparaba a su vez para la Eurocopa. Colombia buscaba encajar su partido número 17 como invicto.
Segundo tiempo. El partido estaba trabado y de pronto hay un rebote en el campo colombiano. John Arias recupera el balón y antes de caerse al piso logra dejarle la pelota a Mojica que prefiere no complicarse y sale de primera para James Rodríguez. El 10 de Colombia recibe a 70 metros del arco español y en dos toques le mete un bochazo quirúrgico a Luis Díaz que pone al equipo inmediatamente en modo contraataque. Lucho corre. Lucho siempre corre. Pelea el balón arriba, encara el área española y mete uno, dos enganches, que dejan anulado al defensa español. Todo esto ha pasado en menos de 13 segundos: esto es velocidad pura. ‘Lucho’ mete entonces un centro al segundo palo donde parece que no hay nadie. La pelota pica en el área española por detrás del arquero y como una locomotora sin frenos entra Daniel Muñoz que ataca la pelota apenas rebota y le pega de tijera con un remate potente de derecha al ángulo izquierdo.
Gol de Colombia en una jugada que no creo que le hubiera visto a esta Selección nunca. En su velocidad, su voluntad, y su precisión.
El otro día hablaba con un amigo y él decía que esta Selección ha alcanzado la mayoría de edad (en términos kantianos: atrévete a pensar, etc, etc) y creo que algo de eso hay ahí. De hecho, el mismo Lorenzo ha dicho que esta Selección se encuentra en una etapa “adolecencial” y que su proceso se asienta sobre los procesos previos, como los de Maturana o el Bolillo Gómez.
Quiero pensar que, de hoy en adelante, la Selección ejercerá su autonomía plena. Se hará responsable por sí misma del gobierno de su destino. Ejercerá soberanía en las canchas, con decisiones guiadas por su arbitrio y su propio entendimiento, única brújula del propio rumbo.