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La historia se escribió en la calle

Ayer, el Senado argentino le dijo no al aborto legal. Para muchxs, sin embargo, la batalla se ganó en las calles. Dos reporteros de la revista Cosecha Roja acompañaron en la marcha a Catalina Destefano, de 18 años y quien se convirtió en un referente de la lucha feminista, y a Nelly Minyersky, que está por cumplir 89 años y que lleva años luchando por los derechos de las mujeres.

por

Sebastian Ortega y Naimid Cirelli


09.08.2018

[Esta nota fue publicada  originalmente en la Revista Cosecha Roja de Argentina]

*Fotos Ramiro Ortega.

Las pibas salen del subte secas, la lluvia todavía no empezó. Con ellas emergen la bandera del colegio Fernando Fader y un pañuelo verde gigante. Son poco más de cien, tienen entre 12 y 18 años y caminan por Avenida de Mayo cantando “Aborto legal en el hospital”. Catalina Destefano es una de las dirigentes. Hace un rato compró sánguches y habló con decenas de padres y madres para que autoricen a sus hijxs a marchar. Ahora pide que esperen en la esquina: campera negra de cuero y aros triangulares gigantes, poco más de un metro y medio de pura autoridad.

Las pibas gritan cada vez más fuerte. La gente las rodea y filma con celulares. La suya es la primera de las columnas ruidosas que llega a pedir la legalización del aborto para llenar las calles del centro hasta ser más de un millón.

En Cerrito y Rivadavia forman una ronda y se agachan. Catalina hace señas y el agite arranca en un susurro coral. “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”, dicen. “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”, un poco más fuerte. Alguien levanta los brazos y se paran. “¡Nos tienen miedo porque no tenemos miedo!”, gritan fuerte y saltan. El canto termina, pero vuelven a agacharse.

“Ahora que estamos juntas… ”. Empieza otra canción.

Nelly “Pila” Minyersky se aburre de escuchar los argumentos de quienes se oponen al aborto legal. “Hace 30 años que vienen diciendo lo mismo”, suele repetir. Desde 1961 participa en debates sobre derecho de familia: primero fue la lucha por el divorcio vincular. Después vinieron el ejercicio conjunto de la potestad, el matrimonio igualitario y la interrupción voluntaria del embarazo. Ante cada uno de esos derechos, los sectores conservadores anunciaron cataclismos que nunca se cumplieron.

En agosto cumplirá 89 años y sigue participando de charlas y debates. Toda la semana estuvo dando entrevistas en su estudio, donde cada tanto duerme una siesta para reponer energías. Hoy fue la última en llegar. Entró cuando la carpa “Alieda Verhoeven” ya estaba repleta: adolescentes, jóvenes y adultas. Algunas, sentadas en el piso, la filmaban con los celulares.

La abogada entró como una rockstar del aborto legal. Una chica de la Campaña, con un handy calzado en la cintura y un auricular con micrófono en la cabeza, le abrió paso entre el público. “Llegó Nelly Minyersky”, dijo la coordinadora del taller cuando la vio. Las mujeres se pararon y estallaron los aplausos.

Nelly se convirtió en una ícono de la lucha feminista argentina, un mérito que ganó con trayectoria, sabiduría y poniendo el cuerpo. En una de las fotos más emblemáticas del debate en Diputados se la ve al frente de la columna de mujeres, con una mano sostiene la bandera de la Campaña. Con la otra se apoya en el bastón. Dos líneas de glitter verdes resaltan los ojos al borde del llanto.

En cinco minutos, Nelly agradeció a las fundadoras de la Campaña y celebró el debate en comisiones en Diputados y Senadores, donde ella fue una de las oradoras. “Tenemos que develar este poder omnívoro, absurdo, que no se le exige a ningún ser humano en otros aspectos de la vida. Sacrificamos nuestra vida, nuestros proyectos, nuestra salud”.

Sostuvo el micrófono con las dos manos. “No se si saldrá la ley, pero estoy convencida de que ya ganamos”, dijo. Y contó una anécdota. Esa mañana, cuando iba para el Congreso, se cruzó con un grupo de chicas en el subte. “Ellas me decían: ‘si no sale la ley mañana vamos a seguir luchando’. Ganamos a las adolescentes porque nuestro proyecto es inclusivo, ético, un proyecto de dignidad. Si los senadores no quieren pasar a la historia es un problema de ellos, las que vamos a pasar a la historia somos el millón y medio que estamos hoy acá”, cerró.

Esta mañana, Catalina se despertó a las siete menos veinte. Se abrigó tanto que le costaba levantar los brazos. Llegó a la puerta del colegio a las siete y cuarto. Su papá la alcanzó en auto. Estaba lloviendo y él no quería que ella y su hermano menor tuvieran frío.

No entró a la clase de Diseño e Ilustración: fue derecho a reunirse con sus compañerxs para marchar al Congreso.

—Hoy se levanta el turno —dijo cuando vio a sus compañeras.

El rector las esperaba en la puerta. Juntxs fueron avisando a lxs chicxs que llegaban al colegio que si entraban no podrían volver a salir. La mayoría ya lo sabía.

A las ocho y media ya eran más de cien adolescentes sentados frente al colegio. Los aerosoles verde para el pelo, el glitter y labial violeta empezaron a pasar de mano a mano.

—¿Ya te pasó la autorización tu mamá? —le dijo Catalina a una chica de segundo año.

Las familias fueron dando el ok por teléfono para que los más chicos pudieran ir a la marcha. Así fueron juntando nombres que anotaron en una lista. El trato: que hubiera dos horarios ya coordinados para volver en grupos a la puerta y de ahí a las casas.

Nelly llegó al búnker de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito poco después de las dos de la tarde. Caminaba lento, apoyándose en el bastón. En la puerta del Hotel Castelar la esperaba un grupo de periodistas.

—Primero déjenme entrar —pidió.

Había reservado una habitación en el cuarto piso del hotel para seguir el debate de cerca. En el hall se sacó fotos con las chicas, dio una entrevista a una radio, posó para los fotógrafos y habló con dos noticieros. Apenas tuvo unos minutos para tomar un café y partió hacia la carpa Alieda Verhoeven.

Los doscientos metros que separaban el hotel de la carpa se hicieron largos. Cada tanto una chica la paraba para sacarse una foto, darle un beso o agradecerle por más de tres décadas de lucha feminista.

—Gracias a ustedes —contestaba ella. —Yo soy la que tiene que estar agradecida de las jóvenes, mirá lo que esto, mirá lo que son las chicas que me rodean.

A mitad de camino se cruzó con Marta Alanís, de Católicas por el Derecho a Decidir. Las dos pioneras se dieron un largo abrazo. “Dos potencias se saludan”, dijo la periodista Mariana Carbajal, que acompañaba a Nelly. “Ahora que somos muchas, ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer”, cantaban alrededor. Nelly coreaba y marcaba el ritmo golpeando el bastón contra el piso.

—¿Cuántos gramos de jamón y queso necesito para armar 200 sanguches? — preguntó Cata.

El fiambrero de Rivadavia se rió y se puso a hacer cuentas.

—Creo que con siete promos te alcanza.

Catalina salió del local con dos kilos cien de fiambre. Afuera estaban Ofelia, Tahuel y Lu, compañeros de tercer año del colegio, todxs de 15 años. Cata marcó la cantidad en un papelito y se fueron al supermercado Día.

—¿Llevamos Rumbas o Toddys?

—Las Toddys se las van a agradecer los veganos.

—Pero están más caras…

Mientras pagaban con Club Día, el cajero se quedó mirando el cartel que colgaba del cuello de Lu: “La única iglesia que ilumina es la que arde”, decía en negro sobre un fondo naranja.

En el pasaje armaron una asamblea antes de salir. “Ni volverse solxs ni responder a provocaciones”, dijo una de las delegadas por megáfono. Caminaron hasta el subte en Plaza Flores. Antes de subirse montaron un pañuelazo frente a la Iglesia San José, donde daba misa el Papa.

Afuera de la carpa, dos chicas se pintaban la cara con glitter.

—Nelly, ¿querés un poquito de brillito?— la encaró una de ellas cuando la vio salir.

—Un poquito de este lado.

Nelly salió caminando lento. Con el bastón en su mano derecha, el pañuelo verde en el cuello y glitter en los pómulos

En el bunker del Hostel Castelar se sentó en una mesa y siguió el debate desde ahí. Cuando apagaron las luces del bar, se levantó y encaró hacia la salida.

—No, Nelly,  quedate adentro—intentó frenarla uno de los chicos de la Campaña.

Afuera llovía y hacía frío: el sonido de unas de las batucadas se mezclaba con las bandas que tocaban sobre el escenario en la esquina de Avenida de Mayo y 9 de Julio.

Nelly insistió: se había levantado a las seis de la mañana y pensaba aguantar hasta que los senadores voten. El bar de la esquina estaba lleno. Una chica la reconoció y la codeó a su amiga.

—Es la señora del video.

Las chicas se levantaron y le cedieron su mesa. Nelly y sus amigas cenaron ajenas a los discursos que pasaban en los televisores del bar.

Recién se levantó unos minutos antes de la medianoche. El resto del debate lo siguió desde la habitación del hotel.

A las diez de la noche, Catalina se encontró con su amigo Christopher. Venía de sacar fotos. Tenía puesta una remera manga larga verde y estaba empapado.

—¿Qué haces así de desabrigado? —le dijo Cata y lo abrazó.

—A esta hora ya no importa.

Desde los altavoces anunciaron que Cristina Fernández Kirchner hablaría en minutos. Catalina y Christopher quisieron avanzar hacia las pantallas para escucharla, pero había demasiada gente.

Encontraron un hueco hasta un cantero y esperaron bajo la lluvia, en el barro.

En los bares de Avenida de Mayo, algunos seguían por televisión la resolución de un debate que ya estaba definido de antemano. En la 9 de Julio miles de personas bailaban un enganchado de cumbia. Cuerpos empapados, manos al cielo y paraguas sacudiéndose en el aire. A esa hora poco importaba lo que se decía en el Senado: hoy la historia se escribió en la calle.

 

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Sebastian Ortega y Naimid Cirelli


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