Valerie es confrontada por su hija que abandonó de niña para irse a vivir al Amazonas. ‘Amazona’ (2016) es un documental que explora las desiciones de vida, la maternidad y el reencuentro de una familia.
Primero que todo, quizás, unas preguntas: ¿por qué Amazona (2016), un documental hecho en familia y que muestra la historia de esa familia, llegó a las salas de cine para quedarse una semana o poco más, y ya va un mes en cartelera? Claro, ha sido precisamente el público quien ha premiado esta película en el último Festival de Cartagena, pero: ¿ha cambiado tanto la recepción colombiana (o por lo menos bogotana) en los últimos años, meses, semanas? Aunque las reacciones del público se salgan muchas veces de lo previsible, hay que decir que es algo sorprendente lo que está pasando con esta película.
Quizás sea esa mezcla entre lo local y lo mítico, entre lo nuestro y lo ajeno lo que ha seducido tanto y sigue seduciendo a los espectadores. Dicho con otras palabras: el mito es justamente el que indica el título de la película. No un río, en efecto, sino las amazonas, esas mujeres guerreras y extranjeras, con un solo pecho para disparar mejor sus flechas, que aparecen en la mitología griega.
Valerie joven. Foto: Amazona.co
Sin embargo, los nombres y los títulos siempre son evocativos, así que en Amazona encontramos, al mismo tiempo, el río, la región y la mujer. Gracias al corto circuito entre esos elementos, la película puede hacer de una doble historia de vida (la de la madre, Valerie, y la de la relación entre madre e hija) un cuento ejemplar. Con la madre descubrimos, en efecto, una historia que nos habla de una generación y de una rebelión: la chica inglesa de los cincuentas y sesentas que decide poner en acto su anticonformismo y su espíritu hippie. Con la aclaración importante de que ese lugar otro (al que va a vivir para alejarse de la civilización) es esta Colombia y su naturaleza. Una huida lejana, sin duda, que sólo la terquedad de la hija permite ir recuperando para que se le asigne un sentido. Y el sentido, lo sabemos, tiene que ser compartido. Es en esta dirección entonces que en la película unos cuantos documentos de familia (filmaciones y fotos de los años pasados, de encuentros de familia o de los protagonistas más jóvenes) irrumpen para decirnos que esa narración de una vida a la deriva (en el sentido todo positivo de la búsqueda de un alejamiento, no de una exclusión) tiene en realidad unos vínculos estrechos con la Historia, el Mundo y por supuesto con la Geografía. Como si la protagonista, más por necesidad externa que por su propia voluntad, hubiese vuelto a rozar, por intervalos constantes a lo largo de su vida, el curso de las historia y de los tiempos. Valga como ejemplo el nombre de Armero (y quien haya visto Amazona ya sabe a qué nos referimos acá): el simple acto de citar esa palabra nos permite entender que la serie de acontecimientos menores, cotidianos, familiares e individuales inscritos en la pantalla, sólo los entendemos en el momento en que los relacionamos con la cronología de hechos conocidos, que nos permiten establecer coordenadas. Esta historia privada se vuelve entonces paralela a la de muchos de los espectadores, cuyos padres no se fueron, ni se hubieran ido a internarse en la selva, pero que vivieron los mismos tiempos, las mismas modas y soportaron el mismo cielo amenazante de esos años.
¿Qué hubiera sido de ella si nunca hubiese abandonado Inglaterra, si nunca se hubiese atrevido a llegar tan lejos?
Todo esto (el mundo, si lo queremos llamar de algún modo) en la película gira sin dudas alrededor de ella, Valerie. Y es ella, amazona y guerrera, el centro seductor de esta historia. Porque mucho se puede decir de la película, y también criticar de ella, pero la mujer que la atraviesa logra capturarnos. No es sino su primera aparición en la pantalla (en motorino, con un casco en la cabeza) y ya empezamos a quedar atrapados por lo que ella es, su voz, sus lenguas (el español y el inglés), su cuerpo, sus vestidos, sus quehaceres domésticos. Y sobre todo su pensar. La guerrera Valerie nos muestra su integridad, la resistencia que le ha permitido abandonar su mundo y seguir su camino y recorrerlo, literalmente, en compañía o en la soledad. Mientras nosotros caminábamos por calles urbanas, aeropuertos y playas, ella estaba en la selva, ese lugar mítico y largo tiempo prohibido, hacia el cual todos tenemos una gran deuda.
¿Qué hubiera sido de ella si nunca hubiese abandonado Inglaterra, si nunca se hubiese atrevido a llegar tan lejos? (y de paso: ¿Qué sería de nosotros, si hubiéramos decidido dejar nuestra tierra de origen, nuestra ciudad y nuestra perspectiva de trabajo, para decidir ir a vivir al Amazonas? Lo pregunto, aunque sepa que muchos entre nosotros conocen muy de cerca esas preguntas). Nos parece que la fortaleza mental (el pensamiento) de Valerie sea directamente proporcional a la lejanía y no tanto por el hecho que las adversidades forman, sino porque esta mujer ha dedicado toda su vida al ejercicio de pensar, a la práctica de decidir qué paso dar, hacia dónde, y saberse responsable de eso. Un ejercicio que necesita de un lugar apropiado. En la ciudad, todos lo sabemos, eso es arduo y difícil. Como ella misma dice, «Mi vida es mi vida», y no está dispuesta a dejarse guiar por otros u otras, mujeres, hijos y hombres. No lo hace sin embargo por una insoportable presunción de superioridad, sino por querer ser fiel a la decisión tomada, hace décadas, de dar un sentido a su vida. Que nos parezca sensata o no su decisión, creo que todos entendemos que esta mujer no sólo es una amazona (extranjera y guerrera), sino que también, como su nombre Valerie lo indica, es una valiente y valerosa. Y, que como todos los héroes, tiene defectos y dolores, aunque nunca remordimientos.
Valerie y Claire flotando. Foto: Amazona.co
070 RECOMIENDA
La entrevista que 070 le hizo a Claire Weisskopf en el marco del Festival Internacional de Cine de Cartagena 2017.
Es tan fuerte el personaje central de la película, que no le prestamos mucha atención a los elementos que están por fuera de ella. Así la hija y directora, Claire Weiskopf, cumple con su papel de antagonista: gracias a ésta las preguntas toman forma y la madre contesta, se defiende y se reafirma. Gracias también a la hija, se vuelve claro el juego de las continuidades y de las diferencias, de las que Valerie y Claire y probablemente la mayoría de nosotros estamos hechos. Pero la hija, en esta mitología amazónica, parece tener un papel puramente didascálico, de soporte, y su voz lamentosa está allí para decirnos algo que en cambio las imágenes y la película confutan. Esa voz nos habla de su inconformidad, de su desacuerdo, de un reproche que no parece sanarse, mientras que las imágenes nos muestran sin cesar el acto de cariño de una hija hacia su madre. En otras palabras: me parece dudoso ese comentario constante por parte de la directora misma. Así que por lo menos hubiera preferido algo: que se cortara lo que precede la primera aparición de Valerie, unos cinco minutos quizás, en donde unos primeros planos un poco banales sobre la naturaleza y esa voz sufrida que nos prepara al encuentro con la madre, parecen estar muy por debajo de lo que la película y su protagonista poco a poco nos revelan.