Es la última función de “Afrogitano”, una de las obras invitadas al Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá en el teatro Cafam Bellas Artes. Los actores y los músicos están en la mitad del escenario recibiendo los aplausos cuando de repente, por la izquierda, se acerca unos rizos azules que muchos reconocen de inmediato y murmuran: “Es Anamarta”, “¿Esa es Anamarta, no?”, “¡Mire a Anamarta!”. Y entonces cuando agarra el micrófono una señora en las primeras filas grita “¡Gracias Anamarta!”. Ella le entrega una estatuilla al director de la obra, y mientras les agradece por su participación dice: “Treinta años, una nueva versión del Festival y aquí seguimos, un festival que es por y para ustedes”. Suenan los aplausos. El director de la obra le agradece a Anamarta Pizarro y la felicita por su labor: “Esta edición es un antes y un después”. Pizarro se retira mientras los actores vuelven a bailar y cantar. Otra señora grita en medio del canto: ¡Gracias Anamarta!
Volvemos a los mismos juegos mediáticos, a un Festival que al igual que su país está polarizado. Pero igual que una obra de teatro, el público ve lo que está en el escenario y no lo que está tras escena.
El FITB llega a sus 30 años. Y como cualquier festival, entidad o persona que llega a esa edad, entra a pensar qué hacer sin saber muy bien si lo que ha hecho es suficiente o insuficiente. Está en nuevas manos, en manos renovadas y privadas, con un objetivo: salvar el festival de sí mismo. Adelia Donado, directora, gestora y docente de teatro, no sabe muy bien qué hacer con esos treinta años ni si esta nueva edición será para celebrar los primeros treinta o los últimos.
En diciembre del 2017 se formó una nueva tormenta para el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá: la Asociación Colombiana de Actores (ACA) juntó a un grupo de artistas locales que se negaron a participar en la nueva edición.
El sindicato ACA levantó una mesa el 30 de noviembre en la Universidad Konrad Lorenz para discutir con los organizadores del Festival la participación y reconocimiento de los grupos en la nueva edición. La mesa duró cuatro horas y las principales críticas que tenía el sindicato era que ahora el Festival, al estar en manos de las entidades privadas Konfigura Capital, Páramo Presenta y Tu Boleta, según los voceros de ACA, su único objetivo sería el lucro y el rescate financiero del festival. Criticaban, también, la participación y reconocimiento de las compañías colombianas en el cartel del Festival. Los grandes cambios en este punto es que las nuevas directivas le pedían a las agrupaciones que se auto gestionaran sus salas, es decir, que no se les darían todos los recursos. Para Jorge Hugo Marín, director de la compañía La Maldita Vanidad y uno de los firmantes del comunicado de ACA que establecía que cerca de 150 grupos teatrales y actores no participarían en el FITB, la participación del teatro colombiano ha enriquecido el Festival, pero que cada vez cuentan con menos derechos y privilegios. La cuota de montajes colombianos en la programación de esta edición es de 18 montajes, y el total de agrupaciones internacionales es de 30.
Los representantes de los nuevos socios del FITB respondieron que esta era una edición de transición que tendría que cambiar varias medidas financieras para llegar a un Festival autosostenible que respondiera a las deudas de las ediciones anteriores. Entre las nuevas medidas, no podían recibir dineros públicos porque la corporación está impedida por las deudas que trae desde 2010, entonces todo el apoyo que viniera de Instituto Distrital de las Artes y el Ministerio de Cultura tendría que ser gestionado por los mismos grupos o compañías.
La mesa se levantó sin llegar a un acuerdo y ACA emitió un comunicado en el que aseguraron que no participarán del Festival porque sentían que no se representaba al teatro colombiano de la manera correcta. Volvió el mismo juego en los medios de teorías conspirativas, de los rumores de un festival nuevo aparte del FITB, de un medio que publicaba a favor y otro en contra. Al final, se inauguró la edición de los treinta años del FITB.
No sin que el ACA publicara un, el 17 de marzo, un comunicado titulado “¡Valió la pena!”.
El comunicado enaltecía la labor del sindicato y se atribuía unas flores que nadie ha sembrado. Decían que valió la pena porque el incluir grupos de otras ciudades de Colombia y la programación del teatro de calle había sido un resultado de la presión liderada por ACA. Sin embargo, la participación de grupos de otras ciudades estaba definida antes de la mesa levantada. Decían que valió la pena porque la mejor oferta del teatro colombiano no estará en el FITB, sino en las carteleras del Festival Alternativo, el OFF, el ESE y otros festivales que ocurren al mismo tiempo pero con menos cubrimiento. Y sin embargo, la mejor oferta del teatro colombiano no puede ser definida a partir de los que firmaron el comunicado y los que no.
El festival ya empezó. Las calles están llenas de afiches azules con el 30 FITB en letras blancas. Para Gastón Iungman, co-director y productor de Muaré del grupo Voalá que estará en esta edición, en Latinoamérica estamos acostumbrados a que las cosas artísticas se hagan mal. Dice que una y otra vez volvemos a las mismas discusiones que parecen no acabar, pero que a fin de cuentas, no sabemos manejar nuestro arte porque cada uno quiere remar para su propio lado.
En estos treinta años del FITB hay un escenario que ve el público y el tras escenas de los que hacen teatro. El público ve una nueva edición, a la que siguen yendo, a la que siguen asistiendo, a la que algunos siguen gritando ¡Gracias Anamarta!, a la que van a muchas obras internacionales y algunas colombianas o al revés. El público que está en medio de una época en la que están ocurriendo cinco festivales al mismo tiempo, una sobreoferta para una demanda baja, como explica Jaime Ruiz, profesor de Administración de la Universidad de Los Andes. Pero también ese público que sabe de uno o dos de esos festivales, y tras escenas, un festival de contrastes y puntos de vista encontrados. Aunque se cambie de manos, la discusión parece no cambiar, como dice Gastón Iungman. Volvemos a los mismos juegos mediáticos, a un Festival que al igual que su país está polarizado. Pero igual que una obra de teatro, el público ve lo que está en el escenario y no lo que está tras escena.