La batalla de Chile – Parte I: La insurrección de la burguesía (1975) / Patricio Guzmán
La batalla de Chile – Parte I: La insurrección de la burguesía (1975) Patricio Guzmán Qué boleta yo, parce La Batalla de Chile, buen fragmento de documental. Me recuerda al paro que estamos viviendo. Y de alguna manera u otra (no pregunte porqué), mi cerebro hace las siguientes conexiones. Nunca me ha gustado que me […]
La batalla de Chile – Parte I: La insurrección de la burguesía (1975) Patricio Guzmán
Qué boleta yo, parce
La Batalla de Chile, buen fragmento de documental. Me recuerda al paro que estamos viviendo. Y de alguna manera u otra (no pregunte porqué), mi cerebro hace las siguientes conexiones. Nunca me ha gustado que me llamen gomelo, jamás me ha gustado ese apodo, esa clase social si es que así se le puede considerar; y no es solo por el acento, o la pinta típica de Juanpis Gonzáles que uno se imagina apenas escucha esa palabra. Es, sobre todo, por esas ínfulas que se dan de seres superiores, se creen que los problemas de un país jamás les van a tocar a ellos por vivir al Norte de Bogotá, o por que los papás les pudieron costear una carrera en una de las universidades mas costosas del país. Creen que una marcha, es en realidad, las quejas de las clases sociales bajas, y no la voz de un pueblo que exige sus derechos.
Debo admitirlo, hasta estos días nunca creí hacer parte de ellos, pero con vergüenza tengo que decir que sí. Me atormenta el solo escribirlo en estos párrafos, y sé que no es excusa, pero no tenía ni idea de los motivos del paro debido a la intensidad académica del semestre. ¡Y es que lo mismo ser un gomelo y no saber nada! O existe diferencia alguna entre hacerse el loco y ser ajeno a las vivencias de un país. Tal vez todo lo que acabo de escribir no tiene relación con el documental, los chilenos si sabían por lo que luchaban; unas mejores condiciones económicas para el crecimiento empresarial, igualdades laborales para el sector obrero del país, abastecimiento de bienes para la sociedad. Al menos a ellos, a diferencia mía, se les puede acercar un reportero a realizar una sencilla encuesta y opinar, en vez de poner cara de estúpido y fingir que no estoy interesado en sus asuntos.
―David Santiago Castro Ballesteros
¿Y usted que elige?
El miércoles en la noche, 20 de noviembre, llegue a mi casa como de costumbre, luego de largas horas de viaje en Transmilenio, empujones, insultos, lluvia y trancón. Entré a mi casa, dejé mi maleta de estudiante a un lado y en medio de eso entré a Facebook. Todo lo que encontraba era anuncios que decían, Paro Nacional, 21N, Porky, marcha pacífica. Todo el mundo estaba revolucionado en las redes sociales, tal vez ansiosos de salir a marchar por sus ideales en contra del gobierno, o de la “Democracia Cristiana” como se menciona en La Insurrección de la Burguesía.
Al día siguiente la euforia de las personas era un constante en todas las calles de la ciudad, los noticieros transmitían sin cesar lo que estaba pasando en todo el país, las opiniones de las personas, las razones por las que marchaban, los carteles que llevaban y las arengas que lanzaban. Pero algo me resulto particular de todo este acontecimiento, y es que al igual que en la película, todos debían tomar una decisión o posición con respecto a los que estaba pasando. Pues en la película, cuando el periodista se acercaba a cada una de las personas a preguntarles su posición política, ellos respondían sobre un bando u otro, pues cada uno defendía sus ideales. Pero dicha decisión, en el contexto colombiano, iba más allá del solo hecho de marchar o no, si se estaba en contra del mandato del presidente o no, si era de derecha o izquierda, incluso si se estaba a favor o no del gobierno. La sociedad se dividía por medio de bandos: los citadinos y los campesinos, los estudiantes y los trabajadores, los revoltosos y los pacifistas, los que se quedaban en casa y los que salían a marchar, el ESMAD y la marcha, los políticos y el pueblo.
Todo este contexto de revolución política en la ciudad, me hacía pensar que al igual que en el documental la sociedad tuvo que unirse a un bando y decidir entre “El camino electoral y la destitución presidencial”. Pero, ¿qué pasará cuando acabe todo?, me preguntaba. Seguirán estos mismos bandos, o tal vez las personas cambiaran su elección y se pasaran a otro. Entonces, pensé que más que una marcha, la política y el disgusto de la sociedad se basa en elecciones. Pero ¿Cuál es la mejor elección?
―Valeria Olarte
Representación gráfica
Voy a tratar de describirte en palabras lo que para mí es la representación gráfica de la historia. ¿Alguna vez has tratado de poner en imágenes lo que las palabras no logran alcanzar? Quiero que te imagines, o más bien que recuerdes, ese resorte con el que jugábamos en nuestra infancia; un resorte largo y de colores que solíamos tirar por las escaleras solo por el gusto de ver su aparente autonomía. Lo que quiero que hagas a continuación es que unas sus extremos, toma un trozo de cinta o fijalos con calor, que no se separen, ¿Ya lo tienes? Este objeto que ahora sujetas en tu imaginación es un camino infinito de círculos, es una espiral eterna.
Elige un punto del camino y toma por ahí este nuevo objeto, mantén índice y pulgar en este punto mientras con la otra mano te desplazas solo lo suficiente para llegar al diámetro opuesto de este fragmento de la espiral; sujeta también este punto. En este momento estás sujetando una porción mínima de todo el objeto, pero al mismo tiempo estás sujetando dos posiciones opuestas entre sí, derecha e izquierda. Si le dedicas una mirada rápida solo estás manipulando una porción mínima del artefacto, pero cada una de tus manos ve a la otra en la dirección opuesta.
La realidad es que ambos lados son fundamentales para la continuación de este objeto, cada uno de estos lados es el progreso del otro. Pero no nos engañemos; porque esta espiral eterna pasa siempre por los mismos puntos, es un juego de lados opuestos que se complementan para llevarnos siempre a los mismos destinos. Y ahora te pregunto: ¿Quién no conoce su historia está condenado a repetirla? Creo que estamos condenados a repetirla a pesar de conocerla, que a pesar de lo que hagamos somos habitantes de un sistema que nos supera a todos; que las reacciones vienen una tras otra sin un inicio o un final y que las indignaciones se repiten al igual que los deseos.
―Andrea Carolina Zambrano
Un retrato hablado
Una bala trans-versal, que atraviesa versos, de izquierda a derecha, de oro, con sangre, se inserta en la boca de un verso protestante que la saborea, y la mastica, y la traga y la vomita, y ahora es plomo, y vuela, de izquierda a derecha, manchada de mierda, directo a la boca de un verso militante que la traga, la vomita, y la devuelve, de boca en boca, de izquierda a derecha, cada vez más magullada, más oxidada, recorre las calles, de bando en bando, por ciudades en llamas, pero no se quema, se come y se mastica, se adentra en los intestinos de un verso gobernante que la frena y dispara de nuevo una bala plateada, maloliente que vuela hacia un verso resistente y la agarra, y la lame y la lanza al cielo, una bala perdida, un grito al aire, un niño herido, y un verso manifestante repetitivo.
―María Paula Serrano
Difícil
Es difícil marginar lo visto el miércoles en la pantalla con lo visto desde el jueves en las calles, creo que era clara la intención de la clase de sacarnos de las tripas lo que sentimos por el país en este momento. Aún más difícil es borrar el recuerdo de ver desde mi ventana un joven caído sobre la cebra de la 19 con 4ta (calle que transito a diario y no volveré a ver igual) y no asociar este con la caída del manifestante chileno de apellido Ahumada, quien protestaba al igual que este joven por proteger sus derechos y dignidad.
Dentro de esos paralelismos que no puedo sacar de mi mente se encuentran también las justificaciones de los partidarios del lado opresor sobre la muerte de un ser humano, la indolencia que expresan en sus declaraciones, unas vistas en la entrevista al líder del Partido Cristiano Chileno en 1973 y otras en los comentarios de twitter de congresistas y personas colombianas a quienes al parecer les duele más que se cuestione a la fuerza pública que el joven herido en una protesta pacífica.
Se piensa que hemos avanzado como humanidad, que el hecho de ser segunda o tercera generación en educación superior, que la presencia de las redes sociales cambian por completo el panorama social y hacen visible las carencias de grandes sectores de la población, así como los abusos de autoridad y violaciones a derechos humanos. No obstante, hay casos donde existe una obstinación de la maldad y sevicia del ser humano para justificar la violencia negligiendo evidencias claras y buscando argumentos que soporten que su postura es la correcta, ignorando el hecho de que una persona acaba de morir en el momento en que publico este texto.
Necesitamos humanidad.
― Jacobo Arroyave Restrepo
Contra nosotros mismos
No me siento especial, ni quiero que todo el mundo sepa y me alabe lo que voy a decir a continuación. No puedo dejar de hablar desde el privilegio, porque fue allí donde nací, blanca, estrato 5-6, un hermano, mamá y papá heterosexuales, familia numerosa y unida. La unión de las masas me eriza la piel, pero lamentablemente no logro ponerme en los zapatos de estas personas que sudan orgullo y se llenan el alma con las arengas. Lo intento, y busco victimizarme de alguna manera a ver si logro apropiarme del instante. ‘’que el privilegio no te nuble la empatía’’ vi mucho este cartel en los últimos días rondando por las cuentas de redes sociales de mis amigos que no marchan y también pintado sobre cajas recortadas y pegadas con cinta a un palo de balso para sostenerlo mientras se canta a grito herido ‘’su hijo es estudiante y usted trabajador’’. De nuevo, no quiero que nadie me de un golpecito en la espalda y me diga ‘’¡gracias por tu apoyo!’’.
Es salir con un objeto con teflón para que no se pegue el huevo de las mañanas pero sí para pegarle con una cuchara de palo hasta que quede abollonado como y lleno de huecos como algunos aspectos legales. Quizás tomarse fotos y decir ‘’familia, soy revolucionario. Había mucha gente y todos nos unimos’’. Claro, todos son risas y juegos hasta que dejas de respirar, ahogándote en tus propias lágrimas y le agradeces a un extraño encapuchado, que ya no da tanto miedo, porque te puso en la camisa algo (de vinagre a burundanga) para que volvieras a respirar. O te vistes de verde y morado, te pones el brassier más bonito y esperas que los pezones no estén vergonzosos ese lunes a ver si te animas a quitarte la pena por un rato, y luego llegan las voces gruesas y varoniles gritando por otra causa que no es la tuya y te roban tus 15 minutos de fama.
Unión individualista, velando por intereses propios o por nada en general. La marcha une gente por motivos que nadie sabe, que a muy muy pocos les llena el corazón, pero la marcha aunque te saque ampollas, te llena de vida y de vitalidad de ver esta gente desde las ventanas con banderas y cacerolas animándote como en una maratón a seguir la gente y no detenerte, hasta que llegues a la 68 y te toque refugiarte en Gran Estación.
―María Alejandra Agudelo
Es como una cachetada en la cara
Hace un tiempo decidí grabar mi vida, grabar cada momento sin importar lo grandilocuente o decepcionante que fuera, a lo mejor pensaba en la forma en la que vemos la vida, como las cosas se estructuran en la cabeza, pura historia y narrativa. Era el propio camarógrafo de una vida que pensaba como algo ajeno a lo propio, como una metáfora o cuento con reglas y arquetipos junguianos, finalmente vivimos en Colombia y este país se mueve a punta de mitos.
Después de bajar a toda mierda en una patineta por las calles de la universidad, y de revisar el texto de la tesis de un amigo en un edificio con nombre de tía, me encontré con la necesidad de recordar, de grabar, de salir a ver paralelos, o simplemente salir a ver, (principalmente a acompañar a alguien a su casa por entre la represión policial) pero sobre todo, salir por una necesidad de poder meter todo ese miedo en una cinta magnética, a fin de cuentas, todo era muy cinemático, todo un acabose como de película, el propio fin del mundo a unos veinte metros, de esos en los que uno no se da cuenta que está metido hasta que no puede respirar y dejar de llorar, todo un matrimonio, un gran peliculón, de seguro me laureaban y Lucas Ospina me estrechaba la mano riéndose de forma incomoda. La película era perfecta, desde un rebelde con una rodilla ensangrentada encendiendo un cigarrillo en una moto de policía en llamas, hasta hordas de gente corriendo al tempo de las aturdidoras en incertidumbre y desesperación, era grandiosa como película, pero no como una realidad, y menos como un escenario reducido al absurdo donde la gente sufría y otra se tomaba selfies. huir y seguir huyendo, desear no estar ahí, no grabar más, no ver más. Fugarse desesperadamente del mal presagio en el segundo previo al final de “La batalla de Chile”, donde a lo mejor Leonardo Henrichsen se arrepintió de haber salido, quizá supo que acababa de grabar los segundos más importantes de su carrera y de su vida, a lo mejor lo que lo apenaba no era el dolor del disparo propiciado por el ejército chileno, pero si saber que esa era la última toma, el punto final. Sentimiento comparable a una cachetada en la cara o al de un carro mojándolo a uno con un charco gélido e inmundo.
―Nicolás Franco Zamudio como “Nikita Khrushchev primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética”