[N. Del D.: Esta es la tercera entrega del especial ‘Venezuela, periodismo en fuga’, dirigido por la periodista Alejandra de Vengoechea]
La primera vez que vi a Karla Salcedo Flores fue a través de una pantalla. Presentaba un reportaje sobre “La Tumba”, una cárcel ubicada en Caracas destinada a recluir en condiciones inhumanas a integrantes de la oposición venezolana. Su tono era el de los programas que se transmiten los domingos en la noche: voz firme y clara, con un dejo de misterio. Cuando la conocí, lo primero que me dijo fue que informar en Venezuela se ha convertido en una tarea de valientes, pero que gracias a su equipo de tres jóvenes reporteros ha podido encontrar historias como las de “La Tumba”, que ella, desde Bogotá, a más de 1.500 kilómetros de la capital venezolana, produce y coordina.
Es la manera en que esta periodista caraqueña de 42 años puede ejercer un periodismo libre y de denuncia. Desde lejos.
Sus reportajes, que privilegian los testimonios e imágenes con impacto, se publican periódicamente en Testigo Directo, el programa de Rafael Poveda Televisión que ya lleva once años al aire. Su audiencia se distribuye entre Caracol Internacional, Teleantioquia, Cablenoticias y otros canales regionales y 250.000 suscriptores en YouTube. Su pequeño escritorio en la sala de redacción es el centro de operaciones desde donde coordina a su equipo de reporteros.
“Están buscando las historias, van a cada sitio, van a cada barrio, consultan las fuentes, están allá trabajando para nosotros. Nos envían el material desde allá y una vez está acá, yo lo logueo, lo redacto, lo ensamblo, me siento a editar, posteriormente trato de grabarle alguna cámara como presentadora. Ese material es el que va al aire para cada uno de los canales” dice.
Karla es una de los mil periodistas que han dejado su país, según el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Prensa. Salió el 19 de octubre de 2017, luego de trabajar diez años como presentadora y reportera en Venevisión, uno de los canales más importantes del país y reconocido entre los venezolanos por aliarse con el chavismo. Es uno de los tantos medios sumidos actualmente en la autocensura.
Cuando abres la puerta de la casa que logras arrendar con tantos obstáculos y solo tienes tres maletas, ¿qué piensas? toca literalmente empezar de cero
La remoción de la pauta, la no renovación de licencias, la compra de medios por parte del Gobierno y el acoso legal que viven algunos periodistas son algunos de los motivos que los obligan no revelar cierta información.
“La autocensura es muy poderosa, porque tú mismo te estás censurando, no te atreves a entrevistar a este tipo o decir esta cosa”, dice John Otis, corresponsal para las Américas del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), quien trabajó sobre el caso Venezuela durante años.
Karla, cansada de que le quitaran los programas que presentaba, le cortaran el tiempo al aire y le pasaran papeles con las preguntas que debía hacer, renunció. Con Alejandro, su esposo, hicieron unas pocas maletas y cruzaron la frontera. Una vez más, como ha sucedido desde su adolescencia, le tocó aprender las cosas de golpe. Acostumbrarse a una nueva ciudad y a nuevas personas de un día para otro.
“Es una mujer decidida, no teme a los retos, no le tiene miedo a nada”, dice su hermano Luis Salcedo.
Karla nació en Caracas un 5 de noviembre de 1976. Aunque tuvo una infancia marcada por las comodidades, su adolescencia fue distinta. Luego de la separación de sus padres, Karla y Luis se fueron a vivir con su madre en medio de una crisis económica. Esto la obligó a madurar rápidamente. Mientras asistía a la universidad, trabajaba en una emisora como locutora y daba clases de baile para ayudar con algunos gastos en su casa.
“Yo decreté desde los ocho años que iba a ser periodista”, afirma con una sonrisa. Viene de una familia de comunicadores por ambos lados. Su tía por parte de mamá, Liz Flores, hizo toda una carrera en Venevisión como presentadora. Desde chiquita la llevaba a los estudios y se ponía a jugar con lo que estuviera a su alcance. “Siempre estaba payaseando frente al espejo con el micrófono y decía que iba a ser periodista”, dice. Nunca lo dudó: entró en 1997 a la Universidad Central de Venezuela y se graduó de comunicadora social.
En 2007 entró a Venevisión, en el mismo canal donde jugaba cuando era niña. Presentó diversos programas de entrevistas y de debate político. Uno de ellos fue “El Parlamento” que duró alrededor de dos años. Esta labor la acercó a fuentes de alto perfil en la política venezolana; tiene en su historial haber podido entrevistar en 2009 a Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela desde 1999 hasta 2013.
Desde que está en Colombia se ha acostumbrado a una vida con menos reconocimiento y más sencilla. Viven en el conjunto Hayuelos, en la localidad de Fontibón, donde ahora estamos sentadas en una banca del parque. Sus hijos, Miguel Alejandro, de nueve años, quien apenas llegó hace tres meses, y Sara Valentina con casi dos años, juegan cerca a los columpios.
Alejandro recuerda cuando llegaron por primera vez a esta casa. “Nosotros llegamos con tres maletas. Cuando abres la puerta de la casa que logras arrendar con tantos obstáculos y solo tienes tres maletas, ¿qué piensas? ¿Por qué parte empezamos?, bueno toca dormir en un colchón inflable, toca literalmente empezar de cero”. Ese empezar de cero incluyó nuevas cosas, como descubrir una fe que no sabían que tenían.
“Cada quien afronta la migración de una manera distinta y ella lo afrontó por ahí”, dice Marcy Rangel, una de sus alumnas de baile que ahora es periodista.
A pesar de que en Caracas, Karla no era ni cristiana ni religiosa, a los pocos meses de llegar a Bogotá se vincularon a una iglesia cristiana. Eso ha marcado fuertemente su discurso y su manera de ver las cosas.
El primer encuentro con esa iglesia fue casi “de película”, dice Karla. Llevaban seis meses en la ciudad y ni ella ni su esposo lograban conseguir trabajo. Desesperado, Alejandro se acercó a una compra venta para empeñar su celular y alguien que pasaba le entregó una biblia. Sin tiempo para agradecerle, el personaje desapareció. Luego se dieron cuenta que las únicas personas que los rodeaban eran cristianos del Centro de Alabanza Oasis, que ahora también es su iglesia.
La dirige el pastor Gustavo Páez Merchán, quien ha intercalado su labor apostólica con la política, aunque esta última sin éxito. Karla y Alejandro lo ayudaron en su última empresa como candidato a la Cámara de Representantes , en la que una vez más se quemó, con pequeñas notas sobre las líneas estratégicas de su campaña.
“Creemos en su mensaje, creemos que es un hombre de Dios que debe gobernar de alguna manera y sí creemos que los hombres de Dios pueden hacerlo diferente”, asegura.
De hecho, ambos aseguran que fue gracias a una visión del pastor Roger –un venezolano a quien conocieron en la iglesia– que pudieron conseguir trabajo en Bogotá. Fue a través de una llamada de Rafael Poveda Televisión que recibió Alejandro, donde le ofrecieron irse como camarógrafo. Al poco tiempo, él pudo vincular a Karla y ambos ya cumplieron seis meses trabajando ahí.
Cada quien afronta la migración de una manera distinta y ella lo afrontó por ahí
Además de asistir a la iglesia, todos los martes en la noche se organiza una red de oración en su casa. Empieza con un saludo entre los presentes y luego de unos cantos de alabanza a los que todos se unen en coro, el pastor Roger comienza a predicar. Los observo sentada en las escaleras que llevan al segundo piso; a veces reparo en Karla, otras veces en las palabras que dice el pastor. De vez en cuando se escucha un “amén” que visitantes y anfitriones repiten con devoción luego de alguna frase con particular impacto.
Uno de los asistentes es Samuel, un niño con discapacidad cognitiva que vino desde Mérida con sus padres. Karla lo conoció en un evento organizado por un grupo de venezolanos en Bogotá y desde ahí decidió ayudarlo a él y a su familia. Desde que estaba en el colegio organizaba eventos para ayudarles a los demás. Marcy cuenta que “Karla iba por ahí inventando proyectos, recogiendo juguetes de navidad para llevarle a los niños pobres”.
Aunque solo esperaba la plática sobre el tema de esa noche, al final el pastor Roger decide decirle a los nuevos asistentes cosas que “ve”. A pesar de no haber participado en la oración, me dice que seré exitosa en mi campo y que me espera un viaje de vacaciones a Europa. Confundida por las predicciones no solicitadas, mi mente regresa a lo que le dijo a la madre de Samuel unos minutos antes; que volverían a la casa que tanto añoraban para reunirse con sus otros hijos que habían dejado. La mujer al escuchar esto no pudo evitar llorar un poco.
Pero, ¿y qué pasa si no? ¿Si tenían que quedarse por meses, o incluso años aquí sin poder regresar? ¿No era irresponsable alentar estas esperanzas? La religión se beneficia de maneras extrañas de la vulnerabilidad y la necesidad de algunas personas, pensé.
La noche acaba con otro canto de oración. Antes, un pequeño sobre con dinero llega a las manos de la esposa del pastor. Karla trae un plato con pan dulce. Le gusta de este país que puede ir al supermercado y comprar lo que se le antoje. Les entusiasma Bogotá y esperan poder armar su propia empresa en un futuro, no tienen planes de regresar.
“Por mis hijos decidí no ponerme en riesgo y no puedo pisar Venezuela”, sentencia con una voz firme, como si estuviera presentando alguno de sus programas. En cuestión de minutos la conversación gira alrededor de la comida. Los comensales ee burlan de ella por la costumbre caraqueña de echarle azúcar a las caraotas. Karla mira de vez en cuando a sus hijos ahí reunidos y sonríe: van a estar bien.