Juan Carlos Mojica acepta salir conmigo a la ciclovía. A pocas cuadras de haber iniciado el recorrido, la cadena de mi bicicleta se sale de sus piñones. Él, al ver que no logro ponerla en su lugar, se agacha y mete las manos al mecanismo. Intenta, con los dedos negros de grasa, poner a andar mi bicicleta barata mientras yo ando en la suya que cuesta millones. No puedo evitar sentir un poco de vergüenza: el mecánico improvisado que forcejea con mis pedales es el gerente de Contratos Plan, equipo del Departamento Nacional de Planeación (DNP). El grupo que dirige gestiona más de 12 billones de pesos repartidos en contratos que comprometen a siete regiones del país a construir la infraestructura que por décadas le ha faltado a sus habitantes.
El mismo rostro sereno que vi el domingo es el que me encuentro en el piso 35 del DNP, entidad que asesora al presidente y a sus ministros a la hora de invertir la plata del país. Los Contratos Plan que Mojica dirige son acuerdos que le permiten a los gobernantes de varios municipios ponerse de acuerdo para inyectarle recursos a la región que comparten. Este equipo se sienta con los dirigentes, les ayuda a reunir recursos de varias fuentes (regalías, dineros de sus municipios, recursos de los que Contratos Plan dispone para hacer ajustes y cerrar negociaciones) y les propone la forma más efectiva de invertirlos. Mojica y sus colaboradores median entre el Gobierno y los gobernadores locales para que en las regiones se ejecuten planes de largo plazo que trasciendan las fronteras municipales y cierren brechas en educación, turismo, transporte, salud y demás sectores.
En una de las salas de juntas del DNP, Mojica oye propuestas para una campaña publicitaria. Al mismo tiempo revisa su celular, hace pasar a un funcionario para revisar entre cuchicheos las cifras de una hoja de cálculo y recibe de la señora de los tintos un vaso de agua y una pasta para el dolor de cabeza. Su equipo de trabajo lo integran 44 personas que le consultan constantemente sobre temas como el presupuesto del corredor vial que se está mejorando en Santander, el avance de la adecuación de los colegios de once municipios de Nariño o la aprobación de un nuevo proyecto de construcción de vivienda en Arauca. Cuando los siete contratos se cierren, se habrán invertido más de 12 billones de pesos en 272 municipios para el desarrollo de varios sectores como el turismo, la salud, la educación y el transporte. Ese es más dinero que el que, según el Gobierno, se invertirá en el postconflicto en el 2016 si se firman los acuerdos de paz con las Farc, la guerrilla más antigua del mundo.
Tras la reunión con los publicistas, Juan Carlos va a su oficina donde almuerza todos los días a las 12 en punto. Confiesa que no sale a almorzar porque detesta esperar que llegue el ascensor, que el mesero tome la orden, que el cocinero prepare la comida. Asegura que son «chocheras», resabios que han llegado con los años. Cristina Higuera, su esposa, le atribuye la costumbre de convertir la oficina en comedor a una adicción al trabajo, una disponibilidad irrestricta a la hora de atender temas de la oficina. Lo cierto es que Juan Carlos, a sus 39 años, se siente muy a gusto en su lugar de trabajo. “Él adora el DNP, adora la figura que tiene ahorita”, dice Cristina y añade que los Contratos Plan le han dado a “Juanchito” la satisfacción de producir cambios en las regiones.
Entre esas regiones está La Uvita, el municipio de 2.500 habitantes en el que nacieron los padres de Juan Carlos y hoy forma parte del Contrato Plan de Boyacá. Cecilia Gonzalez era la hija de un ganadero adinerado, vivía en una casa en la plaza del pueblo e iba al colegio en su propio caballo. Luis era hijo del sastre, vivía lejos de la plaza y, para llegar a la escuela, se turnaba un burro con sus hermanos. Él siguió el camino de su padre, abogado empírico elegido juez del pueblo. Estudió derecho y comenzó el camino que lo llevaría a ser Magistrado del Tribunal de Bogotá. Su esposa lo acompañó mientras se licenciaba en química y biología y trabajaba como profesora en entidades gubernamentales.
Los cuatro Mojica Gonzalez, una mujer y tres hombres, nacieron en Bogotá. Los seis son descritos invariablemente como una familia unida. Luis Guillermo, el mayor de los hombres, añade que todos son muy tranquilos. Tranquilidad y unión fue lo que necesitaron cuando Andrés, el menor, sufrió una falla renal. La compatibilidad por la que Juan Carlos fue elegido como el donante no fue garantía de éxito. El cuerpo de Andrés rechazó el riñón de su hermano. Años más tarde Cristina le preguntaría a su esposo si había sufrido por el sacrificio infructuoso. Él le respondería que no, como si hubiera sido un simple recurso agotado en el proceso de recuperación de su hermano.
Esa misma tranquilidad con la que habla de la operación se respira en la oficina de Mojica. A pesar de que las reuniones se apiñan en su agenda imposible, conversa sin mirar el reloj. Mientras hablamos, varios funcionarios entran sin ceremonia a su oficina para hacerle preguntas y a cada uno lo recibe con una palmada en el hombro o un chiste. Ni siquiera la formalidad de la corbata cuelga de su cuello a menos de que tenga que entrar a una reunión. Para Luis Guillermo, una de las grandes virtudes de Juan Carlos es su habilidad de hacer amigos, de hacerse querer: “Me parece que es una persona excelente, tiene un don de gentes especial”. Y esto lo confirma Irene López, abogada que trabajó con Mojica en el Ministerio de Transporte. López dice que Mojica es un “bacán”, un tipo conversador y sencillo que tenía buenas relaciones con todos en el trabajo.
Juan Carlos quiere estar metido en todo y cuando uno está metido en todo, corre unos riesgos verracos
Pero ese hombre afable puede exasperar a su hermano mayor. “Él tiene sus momentos de relax que me provoca pegarle un pellizco”, dice Luis Guillermo entre risas. “Juan Carlos es más tranquilo que yo. A mi es el que me toca llamar a vaciarlo a veces”, añade. Los regaños suelen estar relacionados con negocios que han hecho juntos y han resultado en disgustos. Parece que el celo con el que Mojica Trabaja está reservado para el DNP. Actualmente es co-propietario de una panadería cuyo mayor éxito es haber dejado de producir pérdidas. El negocio antecesor fue un puesto de cupcakes que administró sin éxito y liquidó con resignación. “Juan Carlos quiere estar metido en todo y cuando uno está metido en todo, corre unos riesgos verracos”, dice Luis Guillermo. Ocho trabajos entre el sector privado y el público, empresas fundadas y liquidadas, libros empezados, fútbol, bicicleta y clases de inglés son parte de ese “todo” en el que Mojica quiere estar.
El futuro de Juan Carlos, a diferencia de los contratos que maneja, no está trazado y planificado. Entre las posibilidades está irse a estudiar a Barcelona con su esposa, continuar con sus negocios que más son sueños de emprendimiento y llegar a ocupar un cargo público de mayor responsabilidad. Su vida actual es su familia y el DNP, presente que no descuida por estar buscando un gran sueño. Con dos nuevos Contratos Plan en negociación y siete en ejecución, sabe que tiene bastantes retos así que, por lo pronto, seguirá mediando con serenidad entre el país y las regiones, el presidente y los gobernadores.