— ¿Extraña su vida de antes?, ¿volvería a ella?
— Si tuviera chance de volver, haría muchas cosas distintas, pero no creo en eso del arrepentimiento.
Frecuentaba puertos, pasaba horas en puteaderos, tomaba desde el amanecer hasta la madrugada, metía drogas, dormía en cualquier colchón o intento del mismo que encontraba. Vivía de los tatuajes. Muchas cosas han cambiado, pero como cicatrices de guerra, a sus 63 años, el cuerpo de Jonathan Shaw refleja su pasado. Detrás del humo del cigarrillo electrónico hay una sonrisa con algunos dientes de metal, y debajo, en el cuello, una cadena con candados y un ojo de vidrio en la mitad. Y como no siendo uno de los tatuadores es más importantes del siglo xx, tatuajes por todo su cuerpo:
— Los tatuajes son una forma de vida, ahora están de moda, son aceptables. Antes si tenías un tatuaje eras un criminal, una puta, un marginal. Y yo me sentía cómodo en ese mundo.
Hablar de tatuajes, y en especial del estilo tribal, es hablar de Jonathan Shaw. Quiso viajar por Centroamérica y su habilidad para dibujar en la piel era lo que le daba de comer en el día y lo que le permitía terminar en cualquier intento de cama. Shaw asegura que lo que lo atrajo de este oficio fue la posibilidad de mantener su estilo de vida de gitano, atravesando fronteras, sin una casa que pudiera llamar hogar. ¿Era una profesión móvil?
— Vivía como un vagabundo, sobreviví por los tatuajes y porque era bonito e inteligente.
Después logró perfeccionar su trabajo y llamó la atención de tatuadores famosos que, posteriormente, lo reconocerían por marcar una tendencia en los tatuajes contemporáneos. Pero su atracción por la vida marginal nunca paró. Shaw era tatuador en Nueva York cuando existía una de las tantas leyes prohibitivas que han marcado a esta ciudad. Aunque ya no vive allí, cree que siempre hay algo que lo hace volver:
— Es una ciudad que se mueve a un ritmo distinto, lo que me tardo haciendo en un año en otra ciudad, allí lo hago en una semana.
Aunque era reconocido por su labor como artista, la escritura fue parte de él durante muchos años, llevaba un diario que más adelante sería convertido en un libro. Parte de su pasión por la escritura fue lo que lo llevó a dejar los tatuajes y dedicarse a escribir. Ahora cuenta con libros como Narcisa Our Lady of Ashes (2008) y su más reciente novela autobiográfica Scab Vendor: Confessions of a Tattoo Artist (2017). Una de las anécdotas que más recuerda es cuando trabaja en una columna de opinión junto a Charles Bukowsi, quien le dijo que «no valía la pena leer sobre alguien que o había vivido una vida interesante, que debería salir a vivir una vida que valiera la pena ser contada»:
— ¿En qué consiste un ejercicio autobiográfico?
— En ser honesto y humilde, puede que mi vida sea interesante, pero si no es contada con esos ingredientes, nadie quisiera leer sobre un pendejo famoso.
— ¿Cualquier historia, sobre cualquier persona, valdría la pena ser leída en una autobiografía?
— No se trata de la vida, se trata de cómo es contada. Si se cuenta con humildad y sin mentiras, cualquier historia es una aventura interesante porque es una comunicación del alma.
Disciplina en amar algo, no en ser un profesional
Tatuajes, sexo, drogas y ahora novelas. Shaw piensa que no importa si es recordado por sus tatuajes o por su escritura o por la línea de ropa que va a sacar pronto. Sólo le interesa contar su experiencia en el mundo, a través de cualquier medio. Y esa comunicación la hace a través de un arte que requiere disciplina, esa disciplina es la que lo levanta todos los días: “disciplina en amar algo, no en ser un profesional”.
Antes de terminar la entrevista vuelve a aspirar su cigarrillo electrónico y esboza una sonrisa en la que se ven sus tres dientes brillantes:
— Profesionales hay muchos, hasta las putas son profesionales.