Los pueblos indígenas de Colombia tienen una relación profunda y metafórica con nuestros ríos: son caminos, serpientes que recorren el territorio. Para muchos de esos pueblos el agua es el origen mismo de la vida. El agua es la sangre de un territorio y la vegetación son esos vasos capilares que irrigan. Como me decía una mujer del pueblo amerindio Wiwa, de la Sierra Nevada de Santa Marta, a las orillas del río Ranchería (La Guajira): cuando ella era una niña, no podía cruzarlo sola y debían levantarla dos hombres de cada brazo para atravesar la corriente. Ese día frente a nosotros, un niño de tres años cruzó el río sin necesidad de ayuda. Y ella me dijo: “A mayor violencia, menos agua”. Hoy, en el Cauca pasa algo parecido: un pescador se baña en una zona donde nadie había osado bañarse.
La violencia en contra de los ríos no es sólo la de los grupos armados; violencia también es imponer un orden humano, tecnológico, cartesiano, sobre otro orden superior y sobre otras visiones que tienen las sociedades alrededor de cómo configuran su ambiente. Los hitos hidráulicos, a lo largo de la historia, le otorgan un sentido al agua que puede ser cambiante. Establecer un asentamiento demográfico que puede ser una ciudad –que generalmente han sido fundadas a lo largo de los ríos–, siempre ha sido un criterio importante pero, también, puede haber en la orilla instalaciones militares, instituciones religiosas, la introducción de distritos de riego o la construcción de represas, que por supuesto marcan un cambio en el uso del agua.
Esos hitos hidráulicos son supremamente importantes porque afectan a una diversidad de sujetos sociales, que están a lo largo de la cuenca, y la cuenca no solo debe ser vista desde la perspectiva meramente ambiental. Los intereses de esos sujetos no siempre confluyen. Uno podría encontrar a lo largo de un río compañías mineras, agricultores de diversa dimensión (desde agroindustrial hasta campesinos), población militar, funcionarios del acueducto, indígenas, grupos armados legales e ilegales. Los ríos también han sido utilizados como corredores en los conflictos. Como no tienen una sola función, a veces, la concepción de quienes están alrededor, la valoración de los seres no humanos como animales, plantas, cerros o lagunas no es la misma, por lo que puede ser, incluso, objeto de contradicciones en el sentido que le otorgan tanto al ambiente como al agua misma.
Colombia ha orientado históricamente su modelo de generación eléctrica justamente en las represas y las sigue defendiendo aun cuando en otras partes del mundo parecen estar bajo examen por todas las repercusiones que tiene en el ambiente
El tema con las represas, no me refiero específicamente a Hidroituango sino a todas, es que usualmente los estados le otorgan a una burocracia la capacidad de decidir sobre el destino del agua, y el destino del agua es el destino de todos los seres vivientes alrededor de ese recurso natural: ello no se limita a las poblaciones humanas, tiene que ver también con la población animal y el mundo vegetal, seres vivientes que deberían ser tenidos en cuenta. Tomar el control de los ríos es también tomar el control de la gente que habita sus riberas. En consecuencia, tener el poder de decidir sobre las corrientes fluviales no es algo que se limite al cambio generado en el paisaje y los ecosistemas sino que tiene que ver con la distribución del poder en una sociedad.
La noción tan importante y tan grande que las represas tienen consigo, es la de desarrollo de los pueblos y, quizá, la máxima expresión de potencia que pueden tener los estados, como en el caso de Egipto con Asuán, es construir una represa. Semejante a ese concepto gringo que decía “Lo grande es hermoso” o Big Is Beautiful.
Colombia ha orientado históricamente su modelo de generación eléctrica justamente en las represas y las sigue defendiendo aun cuando en otras partes del mundo parecen estar bajo examen por todas las repercusiones que tiene en el ambiente. Las represas son construcciones icónicas y suelen ser vistas como acontecimientos triunfantes que resaltan una heroica acción de los humanos sobre las fuerzas “naturales”. En este caso, con la represa de Hidroituango, el drama es doble: por un lado una empresa, como EPM, que ha sido un modelo de ética, integridad y eficiencia pasa hoy por un mal momento. No creo que los autores de la represa deban ser percibidos como asesinos en serie o gente perversa, ni mucho menos, pero sí pueden tener visiones acerca del desarrollo que chocan con las de las grupos que habitan las cuencas del rio cauca y el país debería reflexionar sobre eso.
Por otro lado, veo a la población alrededor que ha sido víctima de una manera tremenda, que advirtió que podía pasar, pero su voz no importó, porque las nociones de desarrollo que tenemos son impositivas y autoritarias. La voluntad de las empresas no es la misma de las comunidades. El país tiene que detenerse mucho más en cómo se toman las decisiones y cómo son consultados los diversos sujetos sociales que habitan a lo largo de una cuenca o en un territorio. Los intereses son tantos que no los reúne una pequeña burocracia, relativamente arbitraria, que se impone criterios considerados “técnicos” sobre la voluntad de los otros.
Nos falta la reflexión colectiva en la que las voces tengan igual valoración, que haya equidad en los distintos tipos de conocimientos como el que poseen las poblaciones locales . Si bien es cierto que hay voces autorizadas, que son las “técnicas” que imponen una cierta lógica instrumental y una noción de lo que es el bienestar y futuro, con unos criterios que no necesariamente son universales; los argumentos del beneficio que se utilizan son muy abstractos: “el futuro nacional”, “la sostenibilidad energética”. Hidroituango se conecta más fácil con el concepto de economía distante, cuyo tipo de beneficiarios no son exactamente los que viven en las riberas del río. ¿Desarrollo de quién? ¿Desarrollo para quién?
Hay una valoración, además de ambiental, social, que tiene que ver con el valor simbólico del agua, misma que termina constituyendo parte de la identidad de un lugar
El drama ambiental y social que vive el país nos deja una dolorosa lección en el manejo del agua. Es urgente pensar en otro tipo de energías renovables con una orientación hacia parques eólicos y de energía fotovoltaica , que tampoco son inocuos; las energías limpias no son tan, limpias, pero su impacto es otro.
Es difícil pensar a Londres sin el Támesis o a París sin el Sena. Tampoco podemos imaginarnos a Colombia sin el río Cauca, nuestra segunda gran cuenca hidrográfica. Los ríos son ejes estructurantes de un territorio, han sido sujetos de Historia, precedieron el poblamiento de un lugar. En nuestro país, los ríos unen regiones diversas como Los Andes con otras zonas distantes como el Caribe. Las corrientes fluviales son fundamentales. Hay una valoración, además de ambiental, social, que tiene que ver con el valor simbólico del agua, misma que termina constituyendo parte de la identidad de un lugar.
Hay un trabajo periodístico hermoso de un brasilero que hizo un recorrido por el Río San Francisco, en el que recorre más de mil kilómetros y termina en los sertões de Bahia El trabajo se llama ‘Un río en busca de un país’. Él termina su relato, después de conocer desde el más ilustre biólogo hasta el más humilde cantor de esa cuenca, diciendo que el papel de los investigadores de las ciencias sociales con los ríos, es el mismo rol de Scherezada: contar historias para no morir.
Pienso también en el poema El río de mi aldea, del escritor portugués Fernando Pessoa:
El río de mi aldea
El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea,
pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea
porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.
El Tajo tiene grandes navíos
y todavía navega en él,
para quienes en todo ven lo que ya no existe,
la memoria de las naos.
El Tajo baja de España
y el Tajo entra en el mar en Portugal.
Todo el mundo lo sabe.
Pero pocos saben cuál es el río de mi aldea
y para dónde va
y de qué sitio viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
es más libre y mayor el río de mi aldea.
Por el Tajo se va al mundo.
Más allá del Tajo está América
y la fortuna de quienes la encuentran.
Nadie ha pensado nunca en lo que hay más allá del río de mi aldea.
El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien se encuentra a su lado, sólo a su lado está.