Una argentina y una uruguaya se conocieron hace más de 30 años en la costa caribe colombiana y hoy son la primera pareja de mujeres casadas legalmente en Latinoamérica. ‘Juntas’ (2017) relata el viaje de regreso al lugar donde surgió el amor y comenzó la lucha.
Lo primero que aparece de ellas es su reflejo en el agua. Quizás sean dos amigas o dos hermanas, pensamos. Y en cambio no, Norma y Ramona las dos protagonistas de Juntas (2017), película/documental dirigida por Laura Martínez Duque y Nadina Marquisio, son la primera pareja de mujeres casadas en Latinoamérica. Más precisamente en Argentina en 2010, cuando Norma y Ramona ya tenían 67 años. Vale la pena aclararlo desde un comienzo, aunque la película prefiera llegar poco a poco, tomarse el tiempo, dejarnos escuchar sus voces, mostrar los lugares y descubrirnos la casa de su exilio colombiano, y sobre todo ir mezclando y confundiendo las geografías: esas entonaciones tan argentinas y esos paisajes tan colombianos. Pero allí están, Norma y Ramona, afinando para nosotros palabras y recuerdos, no tantos, sino los suficientes para hacernos entender su historia y las intenciones que las han traído de vuelta hasta el lugar en donde estamos. Vamos reconociendo la una y la otra, la más batallera y la más dulce, vamos a imaginar la escena de su encuentro, los gestos del enamoramiento, la larga vida juntas. Pero nunca este entender es un saber completo, sino solo lo necesario para entender.
Entendemos entonces que para ellas este pueblo colombiano de la costa, Pivijay, al que están volviendo después de muchos años, ha sido un refugio. Y estas calles de tierra, esas charlas de almuerzos de domingo son recuerdos entrañables que acá (en la película) vuelven a ser presentes.
Todo esto nos hace pensar, desde un comienzo, en una historia apacible, en una tranquilidad conquistada, en un cariño amistoso. En cambio no, tampoco esto es cierto. La película nos aclara, a través de la voz de sus dos protagonistas, que no siempre ha sido así de tranquila su vida. Ser lesbianas en Argentina o en Colombia (y en el mundo entero) en los años ochentas, noventas y dosmil (y también hoy) no ha sido nada fácil, nada apacible. Oírse preguntar si eran dos amigas, dos hermanas, quizás una madre y una hija, significaba no ser lo que siempre quisieron declarar al mundo, ser amantes y amadas, esposas. Ese pasado de subterfugios y censuras sigue amenazante, hoy por muchas razones menos que ayer, pero el dolor y el sufrimiento de lo que eso significaba, poco a poco se siente en cada una de las palabras de estas dos mujeres. La calma con la que lo cuentan y la calma con que las directoras nos lo muestran, no significa que la lucha haya terminado y que la batalla esté ganada. Lo entendemos más que nunca en un par de escenas. En la primera, Norma va leyendo un artículo que apareció sobre ellas, lo va leyendo en voz alta y comentando, frase por frase. Aclara lo correcto y anota lo exagerado, y lo exagerado es ese disfrazar una historia de pasión por una historia bonita. En sus palabras y en sus tonos se oye cuánto dolor les ha costado ser coherentes con el deseo. Y si ahora prevalece esta imagen de sosiego, es porque el camino ha sido difícil. En la segunda escena vemos en cambio el reflejo del rostro de Ramona durante el viaje hacia la costa. Y en off su voz contando de que ella ahora está tranquila, que no hace sueños malos, porque al estar al lado de Norma ya los sueños malos no tienen más sentido. Esta es la calma, por supuesto: la expresión que esconde el sufrimiento y lo quiere dejar de lado, la intención de gozar de los derechos conquistados, el placer de vivir juntas y alejar lo demás.
La demostración y declaración de afecto por el otro acá, es sin duda, también un acto político
Que el presente siga siendo amenazante nos lo demuestran los momentos de noticieros que Norma y Ramona miran y nosotros con ellas, en los que el debate colombiano sobre el matrimonio igualitario pone en escena afirmaciones y posiciones que preferiríamos dejar archivadas en un pasado remoto: la biblia y dios, la familia y la patria aparecen como las palabras clave de un discurso retórico, chovinista, no solo viejo sino también malintencionado. Nada, absolutamente nada se puede hacer contra el lugar común. Norma y Ramona sentadas en la cama, la una acariciando el pelo de la otra, con ese gesto al que cualquier ser humano tiene el derecho de aspirar. Pero la demostración y declaración de afecto por el otro acá, es sin duda, también un acto político, así como política es la historia de estas dos mujeres. Luchar a través de las últimas décadas por un derecho que ahora parece más fácil de entender gracias precisamente a esa militancia, va al paso con otras luchas. Hay dictadura también en la lectura ortodoxa, unilateral y sexista de la biblia y Norma y Ramona lo saben.
Al mismo tiempo, en las superposiciones de texturas de Juntas, no hay que olvidar que se trata, justamente, de una película: esencial y calibrada, que trabaja con las imágenes y los sonidos con inteligencia y sabiduría. No es simplemente la grabación de dos voces, en el viaje de regreso al pueblo que tanto ha significado para ellas (el amor, la convivencia pero también el escape de la dictadura en Argentina). Es la construcción narrativa y expresiva de esa historia, y en este sentido en el trabajo de las directoras y sobre todo en la edición, hay que subrayar el desajuste calculadísimo entre imagen e imagen, entre palabras y palabras, entre una frase y su repetición. Cito la escena de la llegada al pueblo. Mientras vemos, hacemos y volvemos a hacer un recorrido por las cuatro calles de tierra, fuera de campo escuchamos las voces de los encuentros, escuchamos los abrazos, las frases rituales y siempre nuevas (estás igualita… cuánto tiempo…).
Es en la edición de la película donde se juega todo. Con dos efectos distintos. El primero es que al no dejar que las tomas y las palabras pronunciadas coincidan, es como si las dos protagonistas se difuminaran en una multitud. Son ellas y son más las que aparecen y hablan, son todas las mujeres que quieran reconocerse en esta historia, por una u otra razón.
El segundo efecto es que, al manipular, al amasar lo visible y lo oíble en la edición, lo que hacen las directoras es proponernos una reflexión práctica sobre la imaginación y lo imaginable. Los recuerdos, los deseos quedan al mismo tiempo difuminados en sus contornos y definidos en sus detalles concretos. La casa que hubiera podido ser para toda la vida, que existió en el pasado y ahora, como un milagro, vuelve a aparecer, es una ventana, una alberca, un patio, una cama en un cuarto en la sombra, unos árboles. Nunca es entera, nunca la vemos toda, de forma panorámica. No hay panoramas, no hay totalidad de vista y oído y comprensión, sino fragmentos que se van componiendo y que tienen el sabor de las imágenes mentales.