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Foley: el oficio de hacer ruido

Tres bogotanos apuñalan melones, disparan cosedoras y agarran a golpes a un apio para que usted crea que alguien acaba de ser asesinado en una película. Ellos se dedican al ‘foley’, el oficio de fingir sonidos para el cine.

por

Juan Sebastián Torres


14.10.2011

Foto: ShuttrKing|KT's

En el cine todo parece cierto y real. Pero a veces el sonido de las pistolas al engatillarse son cosedoras de oficina, las envolturas de dulces son los pasos de un asesino sobre las hojas en la selva, o los cajones que rechinan en una cocina son las  puertas gigantes de una vieja casona abandonada. Ese es el arte del ‘foley’: recrear todos los ‘sonidos acción’ de una película; una pequeña y manual ciencia para fingir.
 Así, aún en tiempos donde la tecnología coloniza el trabajo del artesano, aún subsiten los viejos oficios que transportan a los inicios de la industria cinematográfica.

El arte del foley, creado por Jack Foley hace 80 años, sigue su dinastía y ha sido recuperado en Colombia por una pequeña empresa de jóvenes que, aunque podrían recurrir al uso de librerías de sonido con miles de efectos pregrabados, prefieren seguir cultivando la naturalidad del foley. Su impulso artístico los ha llevado a convertirse en coleccionistas de cientos de objetos, chécheres y pedazos de cosas, que para ellos son una especie de archivo de ruidos y sonidos en potencia.

Diana Martínez y José Delgadillo, 24 años, y Daniel Carvajalino, de 33 años pero parece el menor, son  ingenieros de sonido de la Universidad San Buenaventura. su pasión doble por la música y el cine los llevó a crear hace dos años, la empresa de post-produccion Frenos Largos. Pese a su poco tiempo en el negocio, ya han participado en varios proyectos importantes como las series Tabú Latinoamérica de NatGeo y Operación Jaque de Discovery Channel y dos largometraje, Volver a Morir y Estrella del Sur, así como en otros proyectos de menor magnitud.

 

Todo es basura pero todo sirve

Diana, José y Daniel trabajan entre los quehaceres administrativos y los ruidos y los silencios del cine. A primera vista, Frenos Largos no se podría distinguir de cualquier otra oficina bogotana con un escritorio rodeado de libros de contaduría, códigos y cuentas. Sin embargo hay más que eso.

Es un laboratorio de ruidos. Los aislamientos de las paredes, la oscuridad, los monitores y altavoces rodean a un gran sofá remendado. El estudio es una dicotomía entre lo manual y lo mecánico, entre latas de antiguos envases y softwares de edición. Mientras que los equipos y los computadores de última generación  dan cuenta del papel de la tecnología para capturar un sonido impecable, bajo el sofá, un viejo cajón de madera cuenta otra historia.


 

Escuela colombiana

El mejor ejemplo de lo que se hace en Frenos Largos es su primer trabajo en la pantalla grande, la película de terror Volver a Morir. En ella se encargaron de realizar todo el trabajo de post-producción: los roces de las sábanas, el doblaje del diálogo y algunas puñaladas y desnucadas. Para las puñaladas clavaron cuchillos en lechugas y melones, buscando algo que recreara el ‘gore’ de la sangre y la carne viva; para las desnucadas se tronaron los dedos de las manos, las piernas y las articulaciones del cuello, para después, en el computador, juntarlas todas y reproducir el sonido perfecto de medio segundo que indica que un hombre al que le torcieron el cuello ya no está vivo.

En su trabajo se mezcla la visión que el grupo tiene del cine y el papel que esperan cumplir en la industria colombiana. La rigurosidad de cada proyecto y la libertad que esperan tener en el proceso creativo es lo que los ha inclinado a separarse de la publicidad y a enfocarse en el cine. Sin embargo, no ha sido fácil acoplarse a las necesidades del mercado colombiano. “Si hubiéramos echado números con detenimiento, no lo hubiéramos hecho”, afirma Daniel sobre la creación de la empresa. Y es que, aunque ha habido un crecimiento de la industria cinematográfica en Colombia, con un auge en el 2006, las cifras aún no son alentadoras.

Con un promedio de unos ocho estrenos en taquilla por año desde el 2000 –según el informe de PROIMAGENES del 2010 de Espectadores y Taquilla del Cine Colombiano– el panorama no pinta muy bien para Frenos Largos, pues es de estas producciones comerciales de las que reciben ingresos y no de las docenas de pequeñas películas auspiciadas por el gobierno. Además, existe una clara inconformidad hacia el modo en que se ha desarrollado el cine colombiano, tanto en la industria como en el campo de la edición de audio. Según José, el círculo de cineastas “viene es de una escuela en donde sólo les enseñan recetas”.

 

Hay que comparar

Pareciera que el cine colombiano viviera en una burbuja que no quiere ir más allá de sus límites, tanto culturales como técnicos. Frenos Largos busca introducir un sonido más avanzado, en 5.1 canales de audio, que hasta ahora las producciones colombianas han evitado. Para ellos, en palabras de Daniel, no se puede desconocer la competencia que acompaña a la globalización y la urgencia de entrar a jugar con esa calidad. “Nosotros aquí siempre nos estamos comparando con películas gigantes”, dice.

Tienen claro que hay que empezar desde cero y así lo reconoce Daniel: “Yo parto del principio que a nadie le interesa lo que hacemos”. Pero eso expresa la ambición y el deseo de crear un nuevo estándar en el cine nacional. Frenos Largos quiere distinguirse de la tradición naturalista que se materializa en el bullicio y un sonido ópaco y encajonado que hace que hasta un espectador colombiano extrañe los sub-títulospara una película colombiana (como el clásico Rodrigo D., por ejemplo) . O como lo pone Daniel: “un pelea por tratar de entender que hay algo más que está sonando”.

Entre las dificultades del negocio, las diferencias de opinión y el reto de darse a conocer, se nota el impulso y la creatividad que sostienen a la empresa. Son afortunados y son conscientes de ello. Al despedirnos, José lo reafirma: “una de las cosas que sí nos hace muy felices a los tres es poder hacer lo que queremos y poder vivir de hacer lo que queremos”.

*Juan Sebastian Torres es estudiante de la Maestría en Periodismo del CEPER

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