Solo tres mujeres han dirigido una orquesta sinfónica profesional en Colombia. Solo tres en más de setenta años de historia. De esas tres, solo una es colombiana. La equidad de género sigue sin tomar la batuta.
Laaaaaaaaaaa. El Scherzo de la Sinfonía No. 4 de Tchaikovsky está por comenzar. Cecilia Espinosa se monta en el podio y saluda a la orquesta. Los brazos a la altura del pecho, las palmas hacia arriba y la batuta entre el índice y el pulgar de su mano derecha. La orquesta saluda de vuelta. Violines al cuello, cañas de clarinete en los labios, arcos de chelo listos para tocar. Cecilia respira, alza las cejas y se inclina hacia delante. La punta de su batuta dibuja medio círculo y se clava en el aire. Do, do re do, do re do re do re do re do fa mi re do si la. Levanta la mano libre por encima de su cabeza y, en la fila de vientos, señala un clarinetista. Laaaaaaa, la mi sol la sol fa mi re, do si, la mi do mi re si re do. La batuta dibuja medialunas sutiles, la mano izquierda pasa hojas sobre el atril. La mi sol la sol fa mi re, do si, fa mi do mi re si re do. Dicen los oboes, flautas y fagotes en coro. Las medialunas se hacen triángulos, los movimientos evidentes. Cecilia se empina y, con un cabezazo, marca a los cornos y a las trompetas su entrada: re do si la si do, re mi fa mi re do si la si do.
En el 2012 la Orquesta Sinfónica EAFIT presentaba el tercer concierto de su sexta temporada en Medellín. Existe desde hace dieciséis años y es la más joven de las cinco orquestas sinfónicas profesionales que hay en Colombia. También, es la única que ha tenido una mujer como directora titular desde el momento de su fundación. “La inclusión de mujeres en la música profesional ha sido un proceso largo y dispendioso, pero lo ha sido aún más la inclusión de mujeres en espacios de liderazgo y poder”, afirma un artículo publicado por la Revista Folios de la Universidad Pedagógica Nacional.
El camino ha sido largo. Hasta la segunda mitad del siglo XX, las mujeres tenían prohibida cualquier práctica musical que se saliera del oficio doméstico. Coser, cocinar y tocar un instrumento en el que estuvieran sentadas y se vieran delicadas y elegantes, eran requisitos para casarse con un hombre de grandes apellidos. Las señoritas tocaban piano, arpa o laúd y siempre para ambientar reuniones en las salas de su casa. Nunca aparecían en escenarios públicos tocando trompetas o contrabajos.
En 1939 llegó la Segunda Guerra Mundial. Los hombres fueron llamados al frente y sus espacios en la orquesta quedaron vacíos. Faltaban violines, tubas, trombones. Los únicos reemplazos disponibles eran mujeres y aunque los directores insistían en que bajarían el nivel de sus orquestas, no tuvieron más opción que aceptarlas en sus filas de instrumentas. No fue un acto de evolución o de igualdad, fue un acto desesperado.
Las primeras apariciones de una mujer en el podio fueron esporádicas. En 1930, la holandesa Antonia Bricho debutó con la Filarmónica de Berlín y tras regresar a su país de residencia, Estados Unidos, no volvió a recibir ningún tipo de propuesta. La pianista británica Ethel Leginska también incursionó en el podio durante la primera mitad del siglo XX, sin embargo, las invitaciones no eran muy frecuentes y al ser mucho más reconocida como pianista que como directora, en repetidas ocasiones tuvo que ofrecerse como solista a cambio de poder dirigir.
En Colombia, la panista Teresa Tanco compuso una zarzuela de dos actos llamada “Similia Similibus”. La estrenó en la sala de su casa como debía hacerse en el siglo xix y al parecer la dirigió ella misma. Los pocos registros que quedan de Tanco y su zarzuela aseguran que la orquesta que estuvo bajo su batuta estaba conformada por hombres y que todos eran músicos profesionales. Al poco tiempo, Tanco volvió a ser noticia, pero está vez no estrenaba ninguna obra. Sus familiares y amigos la felicitaban por haberse casado con Alejandro Herrera, un exitoso comerciante. Todo parece indicar que tras convertirse en la esposa de un hombre con grandes apellidos, pudo por fin abandonar la música.
Hablar de mujeres al mando de orquestas sinfónicas profesionales, es hablar de historia reciente. La Julliard School of Music, una de las más prestigiosas del mundo, no aceptó mujeres en su programa de dirección orquestal hasta 1960. La Orquesta Filarmónica de Boston no estuvo bajo la batuta de una mujer hasta que Nadia Boulaguer, la profesora del compositor Aron Copland, fue invitada a dirigir en 1972. El MET —Teatro Metropolitano de la Ópera, por sus siglas en inglés— no tuvo una mujer dirigiendo de planta hasta la llegada de Simone Young en 1996. Y el Vaticano no vio una mujer en el podio hasta el año 2008, cuando Inma Shara dirigió frente al papa Benedicto XVI para celebrar los sesenta años de la proclamación de los derechos humanos.
2.
Yo le cuento una anécdota bien maluca. Pasó la primera vez que fui a dirigir la Sinfónica de Colombia. Todavía se llamaba así en esa época. El solista era Javier Vinasco, un clarinestista, y la directora era yo, Cecilia Espinosa. Los dos estábamos jóvenes. Éramos los nuevos y estábamos arrancando carrera. Yo ya conocía a Javier, pero nunca habíamos tocado juntos. El repertorio era: Concierto de Aaron Copland para clarinete, con Vinasco como solista, una suite orquestal de Luis Carlos Figueroa y la Sinfonía No. 8 de Antonin Dvorak. Me acuerdo bien. ¿La ha oído? ¡Es grande! Con todos esos vientos y esos temas imponentes en los metales.
Quien coordinaba todo era un señor Gustavo Navarro. Me dijo, ah, bueno. ¿Usted viene a dirigir esta Sinfonía? Bienvenida. Lo único es que no hay tuba, pero pues usted sin tuba, eso igual no se necesita. ¡Sin tuba! ¡En una obra donde los vientos eran tan importantes! Por ser yo, no tenía tuba. Hasta risa me daba. Iba a trabajar con la orquesta un semana. Ensayos lunes, martes miércoles, jueves, y el concierto el viernes. Copland iba saliendo bien. Javier y yo hicimos buen equipo y le trabajamos bastante a eso. La Sinfonía estaba caída. Obvio.
El segundo día, o sea el martes, una de las violistas que hizo empatía conmigo me dijo ay, ¿sabe qué?, es que yo le quiero contar una cosa, pero es que es muy maluca. No, cuéntemela, le dije yo. Aquí hay apuestas. Hay apuestas de que este concierto se le cae a usted y no sale.
Uno se sube a dirigir con tristeza, con rabia, con angustia. Se vuelve un reto. El reto de no darles gusto, el reto de hacerlo bien a pesar de todo. El reto de mostrar que para hacer música no hay que ser hombre, hay que ser músico. ¿Me entiende? Es así. Solo hay que ser músico.
Aunque hoy esa predisposición no es la misma, siempre hay un ¿tú eres mujer?, vamos a ver si la orquesta te suena bien. Muchos están esperando que sea más recia, que diga las cosas martilladas o que tenga una versión masculina de mando. Es como si para tener autoridad tocara hablar duro todo el tiempo. Si uno no grita o anda con la correa en la mano, entonces, no lo hace bien. La dulzura, el pedir las cosas de manera amable, el decir mira, eso no te sale porque quizás estás haciendo mal tal cosa, se vuelve una debilidad. Las mujeres tendemos a ser más maternales. No es que sea una regla. Hay también unas muy ásperas que le van diciendo a los músicos: señores, eso no les sale. Si no pueden tocar como es, se van de la orquesta. ¿Pero sabe? Yo no creo que esa sea la fórmula del triunfo. La fórmula del triunfo en cualquier profesión, independientemente de si uno es hombre o mujer, es hacer las cosas bien.
3.
— ¿Cómo será la orquesta bajo la mirada de una mujer?, le preguntó Carlos Solano, el periodista de cultura y entretenimiento de la Casa Editorial El Tiempo a la directora Ligia Amadio en enero del 2014.
— Creo que los músicos podrán contestar esa pregunta mejor que yo. Siempre observé el mundo dentro de esta piel, entonces no sé cómo sería de otra manera.
Ese año, Amadio asumió la dirección titular de la Filarmónica de Bogotá y se convirtió en la tercera mujer en dirigir una orquesta profesional en Colombia. Primero lo hizo la peruana Carmen Moral, quien por tres años estuvo al frente de la Sinfónica Nacional en 1988. Luego Cecilia Espinosa, la única colombiana, y por último Ligia, brasilera de nacimiento, que ocupó su cargo hasta finales del 2015.
“Celebrar la equidad de género relacionando los logros de una directora con el hecho de ser mujer es un pensamiento peligroso. El elogio da la vuelta y construye, de manera implícita, dos categorías: una masculina y otra femenina”, asegura el artículoEquidad de género en las orquestas sinfónicas de Colombia. Ya no son directores, son directores y directoras mujeres. Ya no son pianistas, son pianistas y pianistas mujeres. Como siempre que se establecen dualidades, uno de los polos sale perdiendo.
En el 2004, Apo Hsu, la directora de la Orquesta Nacional de la normal taiwanesa, terminó de dirigir la Sinfonía No. 8 de Gustav Malher y uno de sus mentores quiso felicitarla. “Apo, hoy has dirigido de una forma muy hermosa. Estoy muy feliz y muy orgullos de ti. Tú no diriges como una mujer”. Cuando Carmen Moral se retiró de la Filarmónica de Bogotá, los medios insistieron con vehemencia en que la “primera mujer en dirigir una orquesta colombiana dejaba su cargo”. Pasaron de largo las 70 orquestas por las que Moral había pasado hasta entonces, las más de 600 obras que tenía en su repertorio y los cuatro Masters of Music que había hecho.
A Simone Young, de la Sinfónica de Hamburgo, le preguntaron alguna vez si era distinto dirigir una orquesta siendo mujer que siendo hombre. “No sé, nunca he sido un hombre”, respondió entonces. A Marin Aslop, el New York Times la describe como la “mejor directora mujer del momento”, y a Cecilia Espinosa los periodistas le preguntan si está casada o quiere tener hijos. “Son cosas que nadie querría saber de un hombre”, dice.
Bonus track
«Las orquestas reaccionan mejor cuando tienen un hombre al frente. Una mujer bonita en el podio significa que los músicos están pensando en otra cosa», dijo el director ruso Vasily Petrenko en noviembre del 2013.
Tiene 40 años y es el director de la Filarmónica Real de Liverpool y la Orquesta Filarmónica Oslo. Sobre su comentario sexista, solo supo responder que se refería exclusivamente al contexto ruso y que Yuri Temirkanov, su maestro, opinaba que las mujeres eran débiles y no debían dirigir. Las orquestas a su cargo emitieron comunicados diciendo que las opiniones de Petrenko no reflejaban las de la organización. Femke Colborne, del periódico The Guardian exigió públicamente su renuncia y la emisora WQXR publicó una lista de las cinco mejores directoras en el mundo. Las cinco mejores directoras mujeres en el mundo.