[Esta nota fue publicada previamente en In Law]
Como una suerte de profecía autocumplida, el reciente escándalo en el uso no autorizado de datos personales de usuarios de Facebook en campañas políticas, pone en evidencia el creciente impacto de las redes sociales en los procesos de toma de decisiones políticas. Hay auténticas lecciones que podemos derivar de la recurrencia de este tipo fenómenos en los últimos años: si queremos enriquecer sociedades democráticas en donde impere la deliberación y la búsqueda de nuestra libertad de pensar y elegir, debemos preocuparnos no sólo por seleccionar entre distintos productos, sino por nuestra libertad en la formación de deseos, opiniones y creencias. Por eso, más que convertir a Facebook en el enemigo, debemos convertirnos nosotros en ciudadanos conscientes de nuestro consumo, ya no sólo de bienes, sino de ideas, creencias y candidatos.
La semana comienza con el último de una serie de escándalos que involucran a Facebook y sus políticas de uso de datos personales y de seguridad de la información. El sábado el New York Times y el Observer, advirtieron acerca de la manera en que la firma británica de análisis de datos Cambridge Analytica (fundada por Stephen Bannon, antiguo consejero de Trump y Robert Mercer, importante donante del partido republicano), habría recolectado datos de 50 millones de usuarios de Facebook, sin su autorización, para construir perfiles psicográficos de votantes (que consideran las opiniones, estilo de vida, intereses, aficiones, valores y emociones) y así predecir e influir en su comportamiento en las urnas, a favor de la campaña republicana del Senador Ted Cruz en las elecciones primarias y posteriormente de la campaña a la presidencia de Donald Trump.
Pero lo que no sabían los usuarios es que estas aplicaciones no sólo recopilaban información del usuario, sino la de sus amigos, actividad que Facebook permitía en el momento en que fue desarrollada esta técnica
De acuerdo con la información publicada los datos fueron recogidos utilizando una técnica desarrollada en el Centro de Estudios Psicométricos de la Universidad de Cambridge, la cual permite identificar rasgos de la personalidad de acuerdo con los Likes de los usuarios que tomaran los conocidos «tests de personalidad», que con mucha frecuencia nos encontramos en nuestros feeds y que descargan una aplicación. Pero lo que no sabían los usuarios es que estas aplicaciones no sólo recopilaban información del usuario, sino la de sus amigos, actividad que Facebook permitía en el momento en que fue desarrollada esta técnica. Si bien el Centro de la Universidad de Cambridge se negó a trabajar con la empresa Cambridge Analytica, esta última logró que el Dr. Kogan, un profesor de psicología de la misma universidad que conocía el proceso, sí lo hiciera. Según lo afirmado por Facebook, el Dr. Kogan sólo reveló a esa red social y a sus usuarios que utilizaría la información recolectada para propósitos académicos. De los 50 millones de perfiles de usuarios que entregó a Cambridge Analytica, sólo 270.000 pertenecían a quienes habían participado activamente de la encuesta y habían consentido al uso de su información personal.
Tras estas revelaciones, el Parlamento británico y el Congreso de los Estados Unidos han exigido que Facebook explique cómo pudo Cambridge Analytica recolectar información sin autorización de los usuarios y sin que la red social los alertara oportunamente acerca de los sucedido. Estas indagaciones se suman a las que ya ha estado enfrentando Facebook en relación con la utilización de la plataforma para dispersar información falsa y la interferencia de rusos en la generación de desinformación y propaganda, y que han llevado a su oficial de seguridad de la información (Chief Information Security Officer) a dimitir.
El incidente viene adquiriendo proporciones cuyos limites aún no se avizoran. Más allá de los detalles, lo que aflora, una vez más, es que los datos personales son el commodity más importante en la era de la información (o del «Big Data«), en especial para la industria de la atención, sea esa atención utilizada para vendernos nuevos bienes o servicios o para sugerirnos – o ¿imponernos?- ideas políticas, morales, religiosas. No es nada nuevo que los datos recopilados por los gigantes de la tecnología (Facebook, Google, Amazon) resulten luego vendidos a compañías que los utilizan como materia prima para, por ejemplo, generar publicidad dirigida a nuestros especiales gustos y preferencias (por eso nos ofrecen servicios en apariencia gratuitos). Es más, los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) llevan décadas vendiendo el tiempo de atención de sus suscriptores y audiencias a empresas y publicistas.
Si queremos enriquecer nuestras sociedades democráticas, no sólo debemos preocuparnos por la incidencia de las redes en nuestras posibilidades de seleccionar entre distintos productos y servicios, sino también en el impacto que estas tienen en la deliberación popular y en la formación de nuestros deseos, opiniones y creencias
La cuestión ahora es que esa misma información ya no sólo es utilizada en el plano comercial para vendernos productos y servicios en nuestra faceta de consumidores, sino para influir en nuestras elecciones relativas a la toma de decisiones políticas, lo cual genera particular perplejidad en contextos de países democráticos. Todo ello sin que podamos advertir lo que está sucediendo. Si bien, el uso de nuestros datos personales para vendernos productos que se ajustan a nuestras preferencias puede contribuir a nuestra libertad de elegir, los mismos mecanismos pueden ser utilizados para privarnos de información veraz y del acceso a distintos puntos de vista.
Por eso, si queremos enriquecer nuestras sociedades democráticas, no sólo debemos preocuparnos por la incidencia de las redes en nuestras posibilidades de seleccionar entre distintos productos y servicios, sino también en el impacto que estas tienen en la deliberación popular y en la formación de nuestros deseos, opiniones y creencias. Así, más allá de las discusiones que deben venir sobre la forma y tipo de regulación necesaria y antes que desdibujar los beneficios que pueden tener las redes sociales, incluido Facebook, debemos convertirnos nosotros, en ciudadanos conscientes de nuestro consumo, ya no sólo de bienes, sino de ideas, creencias y candidatos.
*Ana María Calero es abogada de la Universidad de los Andes con especialización en economía. Tiene un LL.M. en derecho de la competencia, la innovación y la información de la Universidad de Nueva York y trabaja en temas de derecho del entretenimiento, privacidad, internet y telecomunicaciones y de la libre competencia.