Estrella Americana: Walter Mercado y su revolución del amor

Esta semana se estrenó el documental de Netflix sobre Walter Mercado. Edward Salazar analiza cómo esta figura empleó la fantasía kitsch de los sets de televisión como su universo y la fabulosidad como su escudo.

por

Edward Salazar (Capricornio ascendente Escorpio)

Profesor-Investigador de la Universidad Santo Tomás


12.07.2020

Ilustración por: María Zuleta

En Ponce, Puerto Rico, un niño toma entre sus manos un pájaro que cayó muerto. Con sus oraciones y el aliento resoplado sobre el cadáver, el animal regresa a la vida. Ese niño-mago es Walter Mercado que nació en 1932 y fue criado, dice, por una madre sobreprotectora, y que siempre supo que no era como los demás. El reciente estreno documental de Netflix “Amor, mucho amor”, dirigido por Cristina Constantini y Kareem Tabsch, desarrolla un recorrido biográfico y sentimental por la vida de Walter Mercado bajo una premisa básica: el personaje es la persona, la estrella de televisión es el mago, el hombre es el niño, el héroe se salva a sí mismo.

Muchos y muchas vimos a Walter Mercado en los canales de televisión latina emitidos desde Estados Unidos, o en múltiples propagandas de canales nacionales durante los años noventas, que ofrecían sus servicios como astrólogo. En mi historia personal era todavía el tiempo del VHS, por lo que la textura visual del recuerdo es la de una cinta que inicia con franjas de colores sobre la pantalla, saturación cromática y la sensación de una imagen granulosa. Pero el documental retrocede hasta los inicios de Walter como bailarín y actor de telenovelas, y presenta a alguien que conoce el lenguaje de su cuerpo, la expresividad que le permiten las manos, la seducción que le proporciona el vestido. Sus gestos son melodramáticos, afectados, como lo eran los de actores y actrices de televisión de los años sesentas, y como lo es la telenovela latinoamericana en general: dramática, cursi, esplendorosa.

Antes del actor, estuvo el mago, el niño que resucitó el ave y al que todos querían tocar en busca del milagro. Walter desarrolló a lo largo de su vida una particular mirada sincrética sobre la espiritualidad y las religiones desde el punto de vista del astrólogo, su faceta más reconocida. Al aconsejar sobre el camino leído en las estrellas, apelaba tanto al Dios cristiano como al Buda, a la adivinación con las runas, o al orisha Changó, sincretizado a su vez en Santa Bárbara por los afrocubanos que protegieron a Changó en la santa católica para resguardarse de aniquilación de su tradición. Esta manera de concebir la espiritualidad es muy cercana a la manera en la que muchas personas en Latinoamérica han construido sus prácticas religiosas: catolicismo, herencia africana, imaginería popular y barroquismo. Walter afirmó que nadie tiene a Dios cogido por el rabo, pues la experiencia de lo divino y las respuestas de lo divino se heredan desde la cultura, pero se mezclan con la voluntad individual.

La ciencia ilustrada separó la astrología de la astronomía, en el afán positivista de dividir el conocimiento de la creencia. Duró sepultada durante varios siglos, cuando había sido un sistema milenario utilizado por personas del común, científicos, filósofos, reyes y cortesanos para la comprensión de la medicina, la cosecha, el mundo en general y del destino individual. Especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, la astrología experimentó un auge mediático, primero en la prensa escrita por medio de las columnas del horóscopo que salían con cierta periodicidad como guías de conducta para cada lector según su signo solar, luego en los años setentas con el hipismo y la onda nueva era. Walter Mercado fue pionero de la popularización televisiva de la astrología en toda América. En 1969 comenzó la transmisión de su famoso show “Walter y las estrellas” emitido por la cadena Telemundo y posteriormente tuvo su show en Univisión, llegando a reportar hasta ciento veinte millones de televidentes diarios.

Posteriormente, la magia se trasladó al teléfono. Las personas podrían encontrar desde guía espiritual hasta los números de la suerte, atendidos por el equipo de astrólogos del negocio. En los años noventas el teléfono permitió este tipo de ventas telefónicas a detonadas por la seducción televisiva, pero me parece que hacer una llamada para saber algo sobre el destino o sobre sí mismo, no es lo mismo que comprar una aspiradora. La carta astral o las runas en el teléfono posibilitan encuentros íntimos y mágicos, con astrólogos o adivinos capaces de leer la temperatura de la voz al otro lado del teléfono.

El performance de la apariencia corporal permite el personaje que se funde con la persona: no es un ídolo diseñado, sino de un ser humano en busca y en honra de su verdad.

Walter Mercado no era el mejor astrólogo, ni tampoco estaba interesado en difundir la astrología como una práctica compleja (al menos en televisión, un poco más en sus libros), a pesar de que llegó a tener centenares de discípulos, que en Colombia fueron alrededor de quinientos. Su logro principal fueron sus transgresiones. Su manera de vestir, su pelo entre estética setentera y el estilo de señora mayor, su cara que se escapaba a las convenciones del género. El performance de la apariencia corporal permite el personaje que se funde con la persona: no es un ídolo diseñado, sino de un ser humano en busca y en honra de su verdad. Utilizó el vestir en contravía de la definición más conservadora de la moda, pues no le interesaba encajar en el modelo social (en los personajes de la televisión vestidos de manera estandarizada), sino la radical afirmación individual. Iris Apfel, el ícono disruptivo de la moda estadounidense, recuerda que en su juventud le dijeron: “tú no eres bonita y nunca lo serás. Pero tienes algo mejor. Tú tienes estilo”. El estilo es afirmación y potencia. Walter Mercado fue un ícono del estilo.

Su elemento principal fue el uso de brillantes, enormes, pesadas y voluminosas capas. Eran piezas teatrales de colores exuberantes, generalmente estridentes, que le conferían una presencia teatral que quebraba también los límites tradicionales de la expresión de género. En los años sesentas cuando empezó el ascenso de su carrera, la vestimenta masculina privilegiaba la sobriedad y el despojo del adorno, pues la moda para los hombres estuvo cimentada en la estructura patriarcal de la ropa hecha para el mundo del trabajo corporativo del hombre aspiracional. Por el contrario, Walter Mercado se vistió de capas que eran como hadas del bosque, armaduras doradas como príncipe oriental, satines anaranjados con un cuello como de telaraña y un sombrero negro en punta, emulando la calabaza de Halloween. Era todo kitsch, extravagancia, afeminamiento, seguridad. Llegó a tener hermosas piezas de Versace, Isaac Mizrahi o Swarovski, complementadas por joyas extravagantes, pelo de secador y maquillaje de fantasía.

Empleó la fantasía kitsch de los sets de televisión como su universo, y la fabulosidad como su escudo; brindó para muchos un anhelado referente de transgresión.

Se convirtió también en un ícono para personas gay y queer en busca de los tan escasos referentes de identificación que permitía la televisión. Ante las múltiples burlas misóginas y homofóbicas que intentaron hacerle, él contestaba con más brillo. En una ocasión le respondió a uno de sus pobres imitadores que él jamás hubiera usado esos feos pantalones, pues la crítica mordaz sobre la apariencia ha sido siempre una estrategia de los oprimidos para abofetear al opresor. Empleó la fantasía kitsch de los sets de televisión como su universo, y la fabulosidad como su escudo; brindó para muchos un anhelado referente de transgresión.

Aunque su mensaje principal fue el del inmenso amor en el que insistió con sus revoluciones estéticas como con sus consejos astrales, su vida se vio ennegrecida por un personaje que prefiero dejar que el lector descubra en el documental, tal como los directores lo plantearon en su guion. Me parece más justo recordarlo desde el amor y la compasión que fue (como buen Piscis), y desde el amor que lo rodeó: el de Willy, su gran amigo y asistente personal, y el de sus sobrinas Ivonne, Betty, Bibi, Dannette, Carmensita y Chalo que lloraron su muerte, o mejor, como él lo afirmó, la promesa de su siguiente reencarnación.

Muchas veces me he quejado de la homogeneidad del relato visual en Netflix, pues es una plataforma que educa perezosamente el ojo con narrativas que se repiten, en las que la fórmula se siente cada vez más presente. Sin embargo, también cuenta con producciones inesperadas y bellas, como esta sobre Walter Mercado, un ícono de la revolución individual, aquel para el que el amor fue apuesta radical. El mensaje y su liberación ahora se sienten más frescas y pioneras frente a una creciente masa crítica que desoye y reformula las convenciones del género y la sexualidad, y que eleva al cielo de nubes doradas la memoria de Walter Mercado, quien dijo de sí mismo: Antes fui una estrella, pero ahora soy una constelación.

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