Un espectro recorre el Senado de la República. En días recientes, el Senador Miguel Turbay Uribe sacó al Manifiesto del Partido Comunista, obra insigne de Karl Marx y Friedrich Engels, escrita en 1848, para responsabilizarlos –a Engels y a Marx– de muertes y pobreza en el mundo contemporáneo. Marx falleció en 1883, mucho antes de la Revolución rusa. Su obra, dedicada a comprender la historia y las lógicas internas del capitalismo para entender sus necesarias contradicciones y crisis, realmente da muy pocas luces sobre lo que sería el experimento “comunista”. Salvo algunas alusiones a la Comuna de Paris, al comunismo primitivo y a otros ejemplos históricos, no hay mucha más sustancia ni contexto histórico sobre lo que serían estos experimentos Nunca olvidar, Marx era un materialista dialéctico, no un adivino del futuro. Acá quiero dejar unas reflexiones sobre la aparición del espectro.
En un reciente dialogo que tuvimos con Miguel Mellino, profesor de Estudios Poscoloniales de la Universidad Orientale de Napoli y Hernán Cortés, investigador de la Red de Estudios Críticos de Latinoamérica alrededor de la traducción al español del que sea quizás el mayor ejemplo de unos Estudios Culturales coyunturalistas y materialistas publicado en 1978 – Policing the crisis: Mugging, the state, and law and order (traducido al español por Traficantes de Sueños y recién publicado en el 2023, Gobernar la crisis. Los atracos, el Estado y “la ley y el orden”) escrito por Stuart Hall, Chas Critcher, Tony Jefferson, John Clark y Brian Roberts– el primero nos propuso entender la importancia del libro para comprender las trayectorias de una derecha extrema que parece hoy emerger globalmente y cuyos casos más cercanos serían Meloni, Bukele, Milei y la posible reelección de Trump en Estados Unidos. A diferencia de una derecha más republicana, e incluso de un thatcherismo impulsando una revolución permanente para conquistar la hegemonía y el sentido común, hoy asistimos a algo diferente.
La derecha, el miedo, la excepción
Contextualizo porque siempre es importante recordar.
Para Gramsci, toda hegemonía se sostiene sobre la persuasión y la coerción, sobre el trabajo de la educación, el liderazgo moral y los intelectuales públicos. Pero Policing the crisis historiza los eventos de larga y corta duración que inclinaron el tipo de dominación hacia la coerción. Asi, siguiendo los espirales de significación por los cual fueron leidos los atracos de inmigrantes negros en Inglaterra de 1978, rastrean la emergencia de “pánico moral” y de la criminalización y persecución a la cual fue objeto esta población. Pero para llegar a la coerción, el trabajo hegemónico fue un proceso largo, que llegaría a conquistar el sentido común para afirmar que no hay otra solución distinta a la de imponer la fuerza. Fue un proceso que empezaría décadas atrás y que fue legitimado “desde abajo” por el inglés blanco común y corriente.
Pero hoy esta derecha extrema parece cínicamente desentenderse de la lucha hegemónica, de la revolución permanente e incluso de la democracia para imponer solamente la coerción y resguardarse en sus privilegios desde la excepcionalidad. Ya no hay interés en hacer alianzas, en el trabajo de los intelectuales, en la educación. Nada. Le interesa más bien gobernar en nombre del caos, el miedo, la excepción, la crueldad y también, con sus especificidades históricas, de la defensa de un proyecto racial blanco y masculino. Por supuesto, no quiero insinuar la absoluta novedad de estas formaciones de derecha. Como provocación, lo que tendríamos que hacer es justamente la de investigar y diferenciar lo “nuevo” de lo “viejo” y entender las complejas continuidades y discontinuidades entre estas mismas.
No se trata de que antes no lo fuera, sobre todo si pensamos en el nazismo e incluso en las experiencias de las dictaduras del Cono Sur o en la bandera contrainsurgente que sacudió a América Latina a través de estados de excepción o Estatutos de Seguridad Nacional; pero “parece”, siempre en comillas, que hoy asistimos a algo diferente. Sin dudas, la propuesta de la renuncia a la lucha hegemónica por parte de esta corriente de derecha extrema es ante todo una hipótesis de trabajo que siempre debe investigarse contextualmente por sus siempre complejas mutaciones, siempre sin garantía.
Varias preguntas: ¿Puede existir un populismo autoritario sin la lucha hegemónica? ¿Acaso esta derecha extrema no acude a interpelaciones no clasistas que intentan separar el campo social en sectores antagónicos, “ellos” contra “nosotros”? ¿Realmente existe una renuncia a la lucha hegemónica cuando vemos la proliferación de nuevos influencers e intelectuales de derecha que leen a Gramsci y a Butler –y lo que ellos llaman el marxismo cultural, el nuevo monstruo bajo la cama– y hablan de las batallas culturales que supuestamente ganó la izquierda y que se convierten en el campo de disputa que ellos, esta nueva derecha, debe re-conquistar?
El senador y sus fantasmas
Es pues desde estas coordenadas donde quiero discutir la ya muy comentada y debatida intervención de Miguel Uribe Turbay en el Senado de la República y su comentario sobre el Manifiesto del Partido Comunista. No quiero extenderme mucho tampoco. Ya son muchos los memes y comentarios que se han realizado que van desde sobre si efectivamente leyó el texto, al dar cuenta que en el mismo escrito se habla de la burguesía como una clase verdaderamente revolucionaria que pudo desmantelar las estructuras feudales de servidumbre y de esclavitud. Comentario aparte, no sobra mencionar que Antonio Gramsci, uno de los más comunes referente de este monstruo bajo la cama del marxismo cultural, en su clásico ensayo sobre Americanismo y Fordismo, también quería comprender el desarrollo del capitalismo corporativo americano en comparación de un capitalismo parasitario de herederos y rentistas en Europa.
Han sido varios los comentarios que se han hecho sobre la aparición de este espectro en el Senado de la República. Desde el famoso comentario de “Estudien vagos!!” con el cual han caricaturizado al Senador, hasta el debate sobre si se le puede culpar a Marx y a este singular libro de la deriva autoritaria que tomaría, muchos años después de su fallecimiento, tanto el Partido Comunista y movimientos afines, como toda la experiencia del Gulag Ruso, así como de la persecución a los homosexuales en Cuba y a las atrocidades de la lucha armada. O incluso, culpar al libro de lo que sería un marxismo eurocéntrico, patriarcal, racista y excluyente a cualquier subjetividad distinta a la de la clase trabajadora inglesa.
Y claro, por un lado está el libro, Marx y sus evidentes limitaciones como todo pensador. Por el otro lado, están los marxistas de toda índole que lo han llevado a muchas direcciones e interpretaciones, que lo han embalsamado dogmáticamente, que lo han reducido al economicismo más ramplón. Se encuentran otrxs que lo han criticado, que han mostrados sus vacíos, que lo han contextualizado y enriquecido para ponerlo a dialogar con otras corrientes de pensamiento y autores entre las cuales podemos mencionar a Gramsci, Stuart Hall, Silvia Federici y buena parte del pensamiento crítico latinoamericano, entre otros…
De igual manera, siguiendo su argumento, uno podría culpar a la Biblia de los excesos de la Inquisición y de las muchas atrocidades cometidas por el cristianismo. Por supuesto, parte del debate acá, y muy inspirado por Jacques Derrida en su clásico Espectros de Marx. El Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva Internacional (1995), es el de los distintos espectros de Marx que hoy siguen rondando en la cabeza en el presente y sobre cuál está siendo conjurado por Miguel Uribe Turbay desde el Senado de la República. Y es justamente acá cuando las palabras de Miguel Mellino y Hernán Cortés en el diálogo que tuvimos resuenan enormemente para intentar comprender, y de forma muy exploratoria y modesta, las nuevas coordenadas del debate que tenemos enfrente. Y paradójicamente, aunque hablo de coordenadas, realmente quiero dejar sugerida una sóla idea con el peligro metodológico, político y ético que siempre tiene expresar que todo se reduce justamente a una sóla idea. En realidad, nunca sucede algo así ni las determinaciones son tan simples.
Pero a manera de provocación y de manera muy exploratoria, quiero afirmar que la intervención en el Senado utilizando al Manifiesto del Partido Comunista es sintomática de una coyuntura donde el debate de las ideas y los argumentos ya no importan, donde la rigurosidad y la argumentación quedaron atrás, y donde literalmente el único argumento esgrimido, y acá quiero ser claro, tanto por la derecha como por la izquierda, es el de la manipulación y el engaño para comprender porqué las personas se mueven o deben moverse en una u otra dirección. El Manifiesto del Partido Comunista manipula, el Estallido Social en Colombia fue una manipulación, el rechazo del Plebiscito por la Paz fue una manipulación, etc. Ya no importa entender y comprender, basta utilizar el argumento de la manipulación y la falta conciencia.
Por supuesto, soy consciente de que la misma idea de comunicación racional ideal ha sido instrumento de las burocracias tecnocráticas para prevenir un debate democrático con las poblaciones y subjetividades subalternizadas, con sus epistemologías y ontologías. Qué entra y qué no entra dentro de esta comunicación ideal ha sido plenamente debatido por buena parte de la teoría crítica poscolonial y decolonial. Pero con la intervención de Miguel Uribe Turbay, no sé si el camino que nos queda sea invitarlo a un grupo de lectura o a una clase sobre Marx para justamente revisitar estos distintos espectros y ver su potencial de seguir diagnosticando las profundas contradicciones del presente; o el de preguntarnos seriamente sobre la misión que tiene el pensamiento crítico y la misma Universidad hoy en día frente al cinismo abierto que bien puede esgrimirse en el slogan, “saben lo que hacen, pero ya no les importa”.
Por supuesto, y acá puedo pecar de inocente, tanto esta columna como la invitación al debate son las respuestas que siempre tendré para hablar con adversarios. Lo más fácil y conveniente sería dejar pasar esta oportunidad y restarle importancia. Pero me niego. Porque si algo tengo claro, es que tenemos que hablar e insistir en hablar con adversarios.