En sus palabras…
Mi obra son imágenes en movimiento que no están hechas para ver en un computador, están puestas en un espacio por algún motivo y eso hace que adquieran —o pierdan— información. Es una experiencia vivir ese espacio.
Desde pequeñito he sido muy cacharrero con los computadores. Casi todos los proyectos que he empezado se han materializado en video instalaciones.
Inicié cuando me obsesioné con Internet, el bombardeo visual del nuevo milenio y empecé a fisgonear por todas partes. Me interesé por el arte siendo casi un completo ignorante en el tema y cuando descubrí los nuevos medios me encontré. No sé dibujar muy bien y mucho menos pintar, así que, al acercarme especialmente al video y al mapping —proyección de video sobre espacios arquitectónicos u objetos bidimensionales—, empecé a descubrir un montón de posibilidades. Reflexionar sobre el tiempo, sobre tecnologías, poder moverse en Internet, acercarse a las interfaces en que el mundo se mueve para hacer arte abre demasiado la mente.
Mi obra más reciente es una video instalación y se llama Prolongación: extensión en el tiempo o el espacio. A través de ella hablo del tiempo, del dolor y de la cuestión de ser testigo. Comencé haciendo unos registros documentales con el celular, pequeños fragmentos en los que un amigo se tomaba unas pastas de metadona. La metadona es un opiáceo con el que tratan la adicción a la heroína. En este caso, fue la única salida para hacer más llevadero el dolor de mi amigo mientras le trataban un cáncer. Registré los momentos en los que la metadona le cambiaba el tiempo, lo dejaba entre dormido y despierto y también cuando llegaba el síndrome de abstinencia. Estos videos están proyectados sobre una estructura en 360º, la cual uno puede ver por dentro o por fuera. Todo se repite en ese círculo —son loops: un bucle— escogí esa estructura porque me interesa mostrar que el tiempo se vuelve como una condena, como un ritual.
En proyectos anteriores, la imagen que hacía era súper producida: estaba pendiente del encuadre, del color, de la iluminación. En este proyecto pude desprenderme un poco de eso y simplemente estar pendiente del momento, por eso la mejor herramienta fue la cámara del celular. En el momento no pensaba qué era lo que hacía, simplemente lo hacía. A medida que pasaba el tiempo me iba dando cuenta qué decisiones debía tomar. Cuando revisé todo el material que había grabado, sentí que la experiencia íntima de los videos debía estar en el espacio donde se mostraran, de ahí se me ocurrió utilizar una pantalla circular que encerrara la experiencia.
En términos de montaje, fue todo un reto. Hay que recorrer la ciudad para encontrar materiales: una superficie que se deje proyectar por ambos lados, mandar hacer una estructura del tamaño y en la forma que uno quiera. Y ni se diga del mapping, ajustarse a una superficie circular y de ese tamaño tan reducido tomó más me 12 horas, centímetro por centímetro, haciendo cálculos y cuadrando los proyectores, trabajando de la mano de montajistas.
Utilicé vídeos que fueron grabados con un celular inteligente. La post producción se hizo en un editor de video y el mapping con un software especializado. Además de tener unos buenos proyectores, un buen material para utilizar como pantalla, y un buen productor que pueda guiar el montaje, lo primordial para mí es tener un buen computador en el que pueda trabajar.
Mis obras se han mostrado en algunas exposiciones colectivas organizadas con gente de la Universidad de Los Andes, en espacios independientes, pero también en eventos como un simposio de Arte terapia y una exposición en el marco del Salón nacional de artistas.
Ahora expondré mi trabajo en Voltaje, un salón electrónico en el marco de la Feria del Millón que va por su segunda edición. Es un vitrinazo teniendo en cuenta que sucede al mismo tiempo que la feria oficial de arte de Bogotá y todo el mundo está pendiente de la actividad artística. Se inaugura el 3 de octubre en el Centro Creativo Textura en Puente Aranda.