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El periodismo cultural de María Mercedes Carranza (y dos textos periodísticos)

Un recorrido por una de las facetas menos exploradas de la poeta colombiana: la de periodista cultural.

por

Alejandra Montes Escobar

editora e investigadora


07.08.2024

Foto: María Mercedes Carranza. Cortesía: BADAC.

Este texto hace parte del especial “El mundo es esto que miro: vida y obra de María Mercedes Carranza”. Para ver otros textos del especial, haga clic aquí

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¿Quién fue María Mercedes Carranza?

Cronología de unas de las poetas y gestoras culturales más importantes del s.XX en Colombia.

Click acá para ver

La producción escrita y la incidencia editorial de María Mercedes Carranza en distintas revistas y periódicos de la segunda mitad del siglo XX en Colombia revelan un perfil de la autora poco explorado: uno activamente periodístico, de gestión cultural y editorial. 

En esta encontramos a una autora que alza su voz con fuerza, cuestiona, critica, se explaya, duda, sueña, y es además quien integra y coordina a una amplia red intelectual. Hay en los textos recobrados a lo largo de la investigación extensas opiniones sobre los decretos o las leyes (en especial las de cultura), sobre el día a día de Colombia y de otros países donde fue corresponsal, entre estos Marruecos, España, Rusia y Venezuela. 

También se encuentran entrevistas y perfiles biográficos a políticos como de Luis Carlos Galán, Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López Michelsen o Belisario Betancur, y a artistas y escritores, como de Juan Gustavo Cobo Borda, Mario Rivero, Jotamario Arbeláez, Alejandro Obregón, Darío Jaramillo Agudelo, Daniel Samper Pizano, Álvaro Mutis, Pedro Gómez Valderrama, Darío Ruiz Gómez… Reseñas sobre libros, revistas y novedades editoriales; un ejercicio constante de crítica literaria, incluso crítica de arte, cine y teatro. Una postura decidida frente a los debates intelectuales de la época sobre la función y la historia de la literatura, la poesía colombiana y latinoamericana, los movimientos literarios, y la defensa de lo propio latinoamericano, como se ve en las presentaciones de sus antologías poéticas Nueva poesía colombiana (1971) y Carranza por Carranza (1985); o en artículos como “Valencia y el modernismo”, publicado en Estravagario (23 de marzo de 1975). 

María Mercedes Carranza y Ximena Bonilla, 1964. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

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María Mercedes empezó su carrera en el periodismo cuando tenía 21 años como directora de la página literaria “Vanguardia” (1966-1968), que hacía parte de la sección del semanario dominical del periódico El Siglo. Este cargo fue paralelo al inicio de sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. Desde allí, se propuso firmemente, con su activo colaborador Cobo Borda, en ese momento de 18 años, darle voz y visibilidad a la producción literaria de los jóvenes del país. En esa página se publicaban especialmente, además de poemas y cuentos, críticas sobre artes plásticas, cine, literatura y teatro, así como reseñas de revistas colombianas y latinoamericanas. Entre los poetas jóvenes que se visibilizaron en la página, y que conformarían en adelante el panorama poético del país por ejemplo en las antologías que harían posteriormente Cobo Borda y María Mercedes para Colcultura, podemos destacar a Gerardo Rivera, Giovanni Quessep, David Bonells, William Agudelo, Eduardo Escobar, Elkin Restrepo, José Luis Díaz Granados, Nicolás Suescún, Fernando Cruz Kronfly, entre muchos otros. La página duró solamente dos años, pero logró consolidarse y consolidar a María Mercedes como una prometedora representante de la generación intelectual joven del país.

Ya desde la primera nota editorial del primer número de “Vanguardia”, titulada “La esperanza, verdad de todos” (21 de agosto de 1966), encontramos los principios que sostendrían el oficio de María Mercedes a lo largo de su vida. Se trata de una dura crítica a los intelectuales de ese momento, para María Mercedes, gente gastada en espíritu y que había perdido la esperanza. Con lo que enumera a continuación una serie de problemas que encarnaban los intelectuales colombianos y que ellos, por medio de la página, como jóvenes esperanzados, se proponían enfrentar.

… el grave “delito” que comete el intelectual colombiano es la ignorancia. Este es un país donde el libro es un artículo de lujo (así lo prueba su escasa y mal orientada importación y la consecuencia lógica: los prohibitivos precios) y donde la comunicación cultural, dijéramos verbal, es casi nula. […]. La vanidad mata, uno por uno, a todos los intelectuales de Colombia. Un poco unidos algo se podría sacar, separados todo queda reducido a bajas rencillas y envidias, como se puede ver aquí todos los días en cualquier acto cultural. […] Abundan también entre nosotros, y esto como uno de los peores defectos, los que se meten en su torre de marfil a elaborar su estilo. ¿Qué estilo? Una cosa hueca, una bella nube que desaparece al soplo del viento. […] No aman lo que los rodea, no lo desean; elaboran obras como se hacen ladrillos o ganchos de pelo. No están en contacto directo con el pueblo […]. Si no existe este contacto, no puede haber comunicación, si no hay comunicación, ¿para qué el arte?

Sin publicar aún su primer libro, aseguraba desde esta página que había que producir toneladas de poesía que ayudaran a la gente a vivir. Organizó además sus dos primeros concursos literarios, uno de cuento y otro de poesía, en los que recibieron cientos de propuestas, tal como lo reafirmó y lo hizo, respectivamente y sin descanso, desde la Casa Silva veinte años después. 

Hay que producir toneladas de poesía que ayude a vivir, darle a cada poema el rostro de la hermana, ponerla en el periódico enrollado bajo el brazo del tipo varado en la carrera Séptima, esquina de la avenida Jiménez. Hay que ponerla en la batica azul del domingo como en los zapaticos rojos, y que se llame Pérez como todos los días uno detrás del otro.

(11 de agosto de 1968)

En adelante, y hasta el final de su vida, la carrera periodística y editorial de María Mercedes fue constante. Trabajó luego como asistente de dirección y columnista de la revista cultural Estravagario (1975-1976), del periódico El Pueblo (Cali), dirigida por Fernando Garavito. Esta circulaba los domingos, en ocho sustanciosas páginas en tamaño tabloide y un gran despliegue de diseño, con dibujos grandes y vistosos de artistas reconocidos del país, como los hermanos Lucy y Hernando Tejada, María de la Paz Jaramillo, Juan Antonio Roda, Pedro Alcántara o Santiago Rebolledo. Se trató de un proyecto editorial ambicioso más comprometido social y políticamente que solo duró un año largo y alcanzó a tener sesenta números bajo la dirección de la entonces pareja. 

Esta condición de “cultural” implicaba un amplio espectro de temas especialmente relacionados con problemas sociales del país, como la política agraria, los movimientos campesinos y la migración del campo a la ciudad, los problemas territoriales de los indígenas, el abandono de la niñez, la situación del Pacífico colombiano; culturales, como las tradiciones y cosmovisiones de los grupos indígenas y afrodescendientes de diferentes territorios o su pasado colonial; de las artes, como música, cine, poesía, tiras cómicas, arquitectura, teatro, filosofía, diseño, crítica literaria, así como entrevistas a autores o a artistas destacados. 

María Mercedes Carranza y Luis Carlos Galán en 1984. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

Dato curioso es que María Mercedes, además de publicar textos críticos sobre poetas y poesía, reseñas sobre libros y revistas o muestras de sus poemas de Vainas y otros poemas (1972), también publicó el que es quizá el único cuento firmado por ella bajo el título «Y si la sal de la tierra se corrompe» (23 de febrero de 1975).

En la nota editorial para la antología titulada Estravagario, editada por María Mercedes y publicada por Colcultura en 1976, y que contenía los textos y autores más representativos que llegó a tener la revista, nos señala la editora que, en un año, Estravagario logró convertirse “en un órgano renovador de la actividad creativa que se adelanta en el país, acogiendo en sus páginas textos que certifican la madurez, en todos los órdenes, del actual desarrollo intelectual colombiano”. Tan profundo fue el impacto de la revista, que años después Isaías Peña llegó a afirmar en su texto “Balance agónico de tres lustros de estudios literarios en Colombia” que esta «representó la llegada al poder de la generación joven de la década del setenta» (106).

Posterior a esta experiencia, María Mercedes ingresa como correctora, columnista y jefa de redacción en el semanario político liberal Nueva Frontera (1976-1989), dirigido por el expresidente Carlos Lleras Restrepo. Desde este semanario, el cual circuló ininterrumpidamente durante veinte años entre 1974 y 1994 y alcanzó a tener más de mil números, se intentó recuperar los ideales del liberalismo e integrar al país bajo la ideología, como una manera de sostener e impulsar el partido, mostrando la fortaleza de este para dirigir el país con hombres capaces intelectual y moralmente para consolidarlo. Su contenido no era exclusivamente liberal, pero sí cubría una gran variedad de temas políticos y económicos nacionales e internacionales. La política internacional fue quizá su campo más fuerte, cubriendo ampliamente la situación política de países de todos los continentes. 

De ahí que Carlos Lleras convocara a codirigir el semanario a la nueva cara del liberalismo en 1976, quien sería un candidato presidencial prometedor: Luis Carlos Galán. Muy pronto Galán se convirtió en íntimo amigo de María Mercedes, pues era ella quien pacientemente revisaba todo lo que él escribía, esperando incluso sus editoriales muchas veces hasta entrada la madrugada. Fue también quien estuvo a cargo de la edición y presentación de su libro titulado Nueva Colombia (1982), donde describió las características que debía tener un político en ese momento y con las cuales Galán cumplía. María Mercedes aseguró años más tarde, al ser invitada a la Asamblea Constituyente en 1991, y después del asesinato del candidato, que su única ideología política era y había sido ser galanista y punto. Sería el trabajo constante en Nueva Frontera durante trece años el que determinaría sin duda su formación política y la amplia visión de país que la caracterizó. 

Después de su paso por Nueva Frontera, María Mercedes se dedicó casi exclusivamente al sostenimiento y gestión de la Casa de Poesía Silva, mientras seguía participando de los debates públicos en los medios más importantes del país. En particular en los suplementos dominicales de El Espectador y El Tiempo, y en las revistas Credencial, en la que era parte del comité editorial, y Semana, en la que trabajó durante ocho años, de manera ininterrumpida, reseñando libros, desde 1991 hasta 1999. 

Es por esto que no debemos olvidar la verdadera dimensión de su obra y de su personalidad. Vale la pena reconocer que María Mercedes no fue solamente una de las poetas más importantes de la segunda mitad del siglo XX en Colombia. María Mercedes se dedicó de lleno durante toda su carrera, indiscerniblemente, a la poesía, al periodismo, a la edición, a la política y la gestión cultural. Y todo esto la convierte por tanto en una intelectual, en el sentido amplio de la palabra. No la intelectual erudita encerrada en su torre de marfil, sino una servidora pública cultural con la obligación de actuar y de influir en la vida nacional, tal como ella lo reconocía en Jorge Gaitán Durán. En la poesía descubrimos a la persona que lidia con los detalles de una vida cotidiana mientras ve cómo se desmorona el país o se le escapa el amor, una persona que vive el desencanto. En el periodismo, la edición, la política y la gestión cultural, en cambio, vemos a una mujer comprometida y esperanzada con el país, con la función pública de los intelectuales, con la divulgación de la cultura y en especial con la poesía y la literatura colombianas.Aquí les presentamos dos de sus textos críticos que hacen parte de su archivo personal conservado por el BADAC de la Universidad de los Andes. El primero, un manuscrito titulado “Autocrítica a una mesa redonda” (publicado en “Vanguardia” el 26 de mayo de 1968), en el que se enuncia como representante de la nueva generación poética del país, cuatro años antes de la publicación de su primer libro de poemas Vainas y otros poemas (1972). Y el segundo, “Solidaridad viene de sólido” (publicado en la revista Alborada, n. 299, marzo-abril de 1995), en el que encontramos a una intelectual que cuestiona abiertamente los valores de su sociedad y a una poeta que indaga por el sentido de la palabra solidaridad, pues su oficio poético, como lo reiteró siempre, consistía en devolverle el significado a las palabras, en encontrar la palabra precisa y que estas no perdieran su capacidad para comunicar.

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Autocrítica a una mesa redonda (1968)

Una de las cosas que caracterizan o al menos sus integrantes así lo pretendemos a la “generación sin nombre” es su sentido de la responsabilidad apoyado en una rigurosa crítica que comienza por [nosotros] mismos y nuestras producciones. En este sentido más que en cualquier otro es donde se diferencian de la generación inmediatamente anterior, la nadaísta. Con el fín de empezar a ponerla en práctica —que no todo se quede en palabrería— nos referiremos a la mesa redonda que sobre poesía realizaron ayer en la Sala de Letras Nacionales. 

La tónica general del acto estuvo bastante aceptable. Se vió interés del lado del público y preparación estudiosa de parte de sus integrantes, y vale la pena exaltar las intervenciones de Darío Jaramillo, David Bonells y Augusto Pinilla y desde el público la de Mario Lozano. Se habló allí, con conocimiento del tema, sobre la posición de una generación con respecto a la tradición, dándose algunas apreciaciones sobre la considerada como importante sobre las características de una vanguardia, sobre la función de la palabra entendida como realidad poética, sobre la posibilidad de hablar de una generación posterior ya al nadaísmo. Posiblemente hubo afirmaciones gratuitas y arbitrarias pero predominó un dominio consciente del tema. 

Infortunadamente no podemos decir lo mismo del que actuó como moderador, y aquí va nuestra autocrítica ya que si bien no fuimos nosotros quienes lo invitamos sí fuimos los que aceptándolo lo creíamos capaz de poder desempeñar airosa y honestamente tal papel. Aparte de cronometrar el tiempo, Fernando Arbeláez, como única intervención quiso hacer al final lo que él llamó una síntesis de lo expuesto en la mesa. Así fué que, con visibles nervios (propios de principiantes como nosotros, pero no ya de una persona encanecida como él en la brega literaria de muchos años) Y entre enmohecidos adagios (se ha dicho ya mucho que el que inventa un adagio es un genio y el que lo repite un cretino) hizo en 10 minutos la más mediocre disparatada y descosida exposición que hayamos oído sobre el desarrollo de la poesía colombiana. Digamos en 1er lugar que el grupo al cual pertenece el sr. Arbeláez es un grupo epigonal de la [generación] poética [colombiana] llamada de “piedra y cielo” y de los grandes poetas españoles y americanos de [generación] del 27 a quienes muchas veces han imitado y calcado servilmente.

Basta recordar un solo ejemplo: cierta “letanía” del sr. Arbeláez en honor de algún nevado de nuestra cordillera central toca en los límites del plagio a la famosa y bellísima letanía de Neruda a las alturas del Machu Pichu. Por otro lado sus temas y su idioma poético no son otra cosa que una reiteración aguada de los temas que con mayor brío originalidad y frescura trajeron los poetas de Piedra y cielo. No hay pues la tan cacareada reacción que pregona el sr. [Arbeláez] contra el grupo antedicho (nuestro peregrino moderador no descubrió precisamente las américas en el tema de las generaciones cuando dijo que una nueva oleada no se producía cada 10 años, para decir esto basta haber leído a Ortega) Así quienes hoy a los 45 años escriben versos no pueden desvincularse de quienes están escribiendo poesía a los 55, vale decir de piedra y cielo. Ahora bien: si la influencia de los piedracielistas fue nefasta y cretinizante según afirmó Arbeláez pues peor para quienes la continuaron e imitaron como es el caso del propio sr. Arbeláez. mal asunto. Quienes en realidad y de verdad traen una reacción y un acento nuevo en la poesía [colombiana] son Eduardo Cote Lamus, Jorge Gaitán Durán, Álvaro Mutis [y] Carlos Obregón.

Pero basta de cronologías y de ideas tan elementales sobre el problema generacional más grave resulta todavía porque pasa los límites de lo tolerable que un profesor universitario que anda dogmatizando a diestra y siniestra, al hacer una síntesis de la poesía [colombiana] de Domínguez C. a Silva ignore sin ruborizarse a José Eusebio Caro a Rafael Pombo y a Gregorio Gutiérrez González. A caro exaltado por Darío y que es el + grande poeta del 1er romanticismo, en lengua [española]. A Pombo de tan poderosa palabra colombiana. A [Gregorio Gutiérrez] el mejor poeta de expresión regional que hayamos tenido. Sr Arbeláez: un poco + de respeto por la juventud que ya algo barrunta de estas cosas y no precisamente gracias al equívoco y frívolo magisterio de personas como ud.

Se mantuvieron los acentos e idiosincrasias del manuscrito y que respetan la forma más fiel posible a lo que está escrito incluso cuando las reglas no se adapten a las de hoy, solo se omitieron los tachones para facilitar la lectura.

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Solidaridad viene de sólido (1972)

“Creemos ser país

y la verdad es que somos apenas paisaje”

Versos de Nicanor Parra

Tal vez, y sin tal vez, la palabra más maltratada en Colombia del idioma castellano sea la palabra solidaridad. Porque las palabras tienen vida, palpitan, respiran. Y esa vida, como la de cualquier ser animado, es susceptible de deterioro por el abuso que se haga de las condiciones que determinan su supervivencia.

Así, la vida de las palabras sufre percances cuando se las utiliza con manga ancha y a propósito de todo! esto las vacía de sentido, las vuelve huecas, les desdibuja sus contornos expresivos y acaban siendo un comodín que se usa en toda ocasión. Sin embargo, el milagro de la palabra consiste en que no muere y en que existirá mientras haya la necesidad de comunicarse, ya que la comunicación es su único fin. Aunque la degradación que a veces la afecta anule ese fin, alguna necesidad histórica o literaria puede hacer que regrese por sus fueros, reivindique su significado y vuelva a ser esa expresión viva que comunica.

Tal ocurre hoy en Colombia con la palabra solidaridad: si, por simple curiosidad, se quisiera hacer una estadística con base en cuanto discurso político, económico, escrito literario, arenga sindical o simple charla de café entre amigos se vería que esa es la que más florece en los labios y las plumas de todos. Así, la palabra solidaridad ha llegado a ser un comodín, del que nadie sabe a ciencia cierta lo que significa.

En su acepción más académica, solidaridad viene de sólido: es decir compacto, unido. El recurso obvio del diccionario proporciona, sin embargo, una definición rotunda, exacta y clara: “entera comunidad de intereses y responsabilidades”. Si se acepta ese significado y se continúa desenvolviendo el ovillo, será fácil advertir que la anterior podría ser también una de las definiciones de la palabra sociedad, lo que indica la estrecha relación que existe entre ambos conceptos. La solidaridad se da en la medida en que se tenga conciencia de que se es parte de una sociedad, es decir de que se hace parte de un grupo social en el que todos sus miembros tienen determinados intereses y responsabilidades que les son comunes, sea cual sea la clase social a que se pertenezca, pues es claro que se alude a identificaciones esenciales, como lo son el derecho a la vida, al amor, a la justicia, al trabajo y a las responsabilidades y obligaciones que entraña el que toda persona que pertenezca a esa sociedad pueda gozar de ellos.

Esa conciencia es la que hace que se pueda vivir y convivir en sociedad, gracias a unas normas convenidas y acatadas por todos, y la que establece una diferencia entre esta y una horda o una montonera o, para usar los términos del poeta Nicanor Parra, entre país y paisaje.

Si las palabras están al servicio de la comunicación del hombre, es lógico que la forma como se las utiliza proporcione datos esenciales sobre una persona y sobre la sociedad a la que esa persona pertenece: algo así como el vulgar “dime cómo hablas y te diré quién eres”. Por tanto, a través del lenguaje que utiliza una sociedad en sus manifestaciones colectivas, podrá hacerse un diagnóstico de sus problemas más agudos, de sus proyectos vitales, del grado de madurez o de inmadurez, de sus características sociales, culturales y sociológicas, de sus contradicciones y conflictos.

El hecho de que en Colombia se utilice y abuse de la palabra solidaridad, revela la carencia de ese sentimiento: se le reclama a todas horas y en todas partes. En esta materia, la única solidaridad conocida en el país es la que se practica entre las clases altas económicas para defender sus intereses. De resto, es fácil advertir que no solo no existe, sino que se pasa al otro extremo, es decir a la antisolidaridad, si es que se permite usar ese término que no existe en nuestro idioma, lo cual es revelador y que constituiría un triste aporte lingüístico de los colombianos.

Porque, aunque es cierto que por la situación de orden público y de administración de justicia, ciertos actos de solidaridad son peligrosísimos, también es cierto que en los casos de simple convivencia el colombiano se ensaña en demostrar la falta de solidaridad, así las circunstancias no se lo exijan: los ejemplos están a flor de labios en todas las conversaciones cotidianas y domésticas y son denunciados a diario los más degradantes por los medios de comunicación.

Esa reacción hacia la antisolidaridad demuestra que al colombiano no solo no le interesan las dificultades y los problemas del vecino, sino que con toda gratitud hace lo posible para que el vecino viva su situación ‒precaria, incómoda o dramática‒ lo peor posible. Y más allá demuestra, obviamente, que carece por completo de una conciencia social. Se pueden dar numerosas explicaciones a ese fenómeno, por ejemplo, que no se imparte una educación cívica en el más amplio sentido de este término ‒que luego se reproduzca en los comportamientos de padres y educadores‒, es decir una educación que valore y enseñe a respetar las reglas de la convivencia y a entender que existen en una sociedad intereses y responsabilidades, cuya ignorancia o quebrantamiento en relación con cualquiera de sus miembros afecta a todos. Chesterton dijo esto mismo con su gran agudeza y humor: “la solidaridad es indispensable, porque todos vamos en el mismo barco y todos mareados”.

Otra explicación, que tiene mucho que ver con la anterior, puede estar en el profundo y morboso individualismo que afecta a los colombianos, quién sabe por qué, ya que faltan estudios históricos y sociológicos que analicen con seriedad estos traumas colectivos tan ostensibles y catastróficos. 

<”Finsocial” me sugirió que escribiera para este saludo de navidad unas palabras sobre la solidaridad y la importancia de  sus manifestaciones en estos momentos críticos del país. Creí que en vez 

 de un elogio en abstracto de ese sentimiento, serviría más hacer estas reflecciones>

Debemos detectar la raíz podrida de nuestro cuerpo social que nos impide tomar como problemas sociales la injusticia y el atropello cotidiano de los derechos esenciales. Mientras ello no se logre, sobran los planes de gobierno, los préstamos internacionales, los discursos grandilocuentes. Al escribir las líneas anteriores recuerdo algo que leí recientemente: el testimonio de Chai Ling, joven estudiante que escribió sobre su vivencia de la trágica masacre en la plaza de Tienanmen de Pekín. Chai Ling animaba a sus compañeros contándoles la historia del hormiguero donde había miles de millones de hormigas: “Un día ‒decía Chai Ling‒ el fuego estalló en lo alto de la colina, para salvarse las hormigas debían descender a la ladera, deciden entonces formar una gruesa bola con sus cuerpos que pueda rodar hacia abajo, solo unas pocas se quemaron”. Elocuente fábula para mostrar cómo debe actuar una sociedad que se siente amenazada, que conoce sus deberes y derechos elementales y los defiende.

Volviendo atrás, sería un buen comienzo sanear la palabra solidaridad para poder devolverle su significado y que todos los colombianos sepamos qué se dice cuando se la pronuncie y en esto la poesía desempeña un papel esencial. Porque la poesía es, por excelencia, esa actividad que no tolera que se cometan arbitrariedades con las palabras, que impide que se las convierta para siempre en comodines o monedas de cambio, a disposición del comercio que se quiera hacer con ellas. Porque la palabra es esencial para el poeta y su oficio es encontrar la palabra exacta para designar la realidad que quiere rescatar. Y por eso no le es indiferente el uso indiscriminado e intercambiable de palabras, pues sabe que cada una tiene una relación distinta y específica con la realidad: buscar y conocer esa relación es el oficio del poeta. El poema de César Vallejo* con el que concluyo estas notas explica con más elocuencia lo anterior y habla con palabras hermosas y verdaderas sobre ese sentimiento que hoy los colombianos desconocemos.

*Este poema no se encuentra en el documento del archivo

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Alejandra Montes Escobar

editora e investigadora


Alejandra Montes Escobar

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