El país que no votó por Trump

El 21 de enero se cumplió un año de la presidencia de Donald Trump y la celebración llega en medio de polémicas y descontento internacional por el desempeño del presidente. Juan Elman, reportero argentino, estuvo en EE.UU. en plena campaña electoral y cuando la victoria de Trump parecía lejana y la revolución de Bernie Sanders, una opción. Esta es la comedia de errores en la que un joven reportero logró tomarle el pulso a los norteamericanos que no quisieron votar por Trump.

por

Juan Elman


22.01.2018

El Servicio Secreto de los Estados Unidos impide mi acceso al estadio. Al parecer, mi carnet de prensa falso que terminó de imprimirse una semana antes del viaje no sirve para acceder a un evento rodeado de máxima seguridad: “No way, kid”. Internamente, ya sabía que las posibilidades de acceder iban a ser casi nulas. Los periodistas solicitan acreditación con meses de anticipación. Deben presentar, entre tantas otras cosas, sus antecedentes penales.

Al menos debía intentarlo.

A las afueras del estadio se encuentra el parque Franklin D. Roosevelt, llamado así en honor al histórico presidente demócrata, recordado por muchos como el arquitecto de la mejor época del país en términos de progreso social. En el parque se concentra más gente que en las inmediaciones del estadio. Algún distraído puede confundirlos con un campamento hippie. Hay carpas, muchos colores y consignas políticas. Pero no son hippies: son los seguidores de Bernie Sanders, el senador de 74 años que para las elecciones de 2017 propuso una “revolución política” para quitarle el poder a los billonarios y devolverlo a la gente. Pese a las etiquetas de “populista” y “socialista” que le auguraban un rápido fracaso, Sanders ganó 23 estados y cosechó más de 13 millones de votos.

Pero no le alcanzó.

Foto: Juan Elman.

Por definición, un outsider es alguien que emerge por fuera del sistema. Sanders, cuya carrera política nunca estuvo atada a alguno de los dos partidos tradicionales, fue el outsider de estas elecciones primarias. En el parque Roosevelt, el outsider soy yo. No hay una sola nube en el cielo y la temperatura supera los 40 grados. Mi camisa, pantalón negro y zapatos lo revelan: intenté disfrazarme de periodista. O yo era el único periodista, o los periodistas no se disfrazan, porque no había nadie en todo el parque que este vestido de pantalón y camisa. Se posan sobre mi algunas miradas, pero ya no me interesa: hay algo más importante para contar.

***

A simple vista, la multitud que se congrega en el parque marca un choque generacional significativo. Adolescentes que parecen recién salidos de la secundaria bailan y cantan con adultos mayores que transportan a cualquier observador a los años sesenta, insignia para el movimiento pacifista y pro derechos civiles estadounidense. Pronto voy a descubrir que no se trata de una casualidad. Son los más jóvenes, sin embargo, los que organizan las diferentes protestas y organizaciones que van a tomar protagonismo en estos tres días de convención.

Cada uno de los manifestantes luce, orgulloso, su pancarta. “Un voto para Hillary es un voto para la guerra”, “Dejen de robarnos las elecciones”, “Bernie Sanders no está a la venta” rezan algunas de ellas. Algunos son más creativos que otros, pero todos comparten un mensaje: rechazan a Hillary Clinton y al sistema político tradicional, que consideran corrupto y al servicio de los poderosos. Esto, denuncian, impide un normal funcionamiento de la democracia. Hillary, sostienen los manifestantes, pertenece a ese sistema. Es el establishment. “Esto no es una campaña, es un movimiento”, repitió Sanders a lo largo de las primarias. Sus seguidores oyeron fuerte y claro. Pasara lo que pasara en noviembre, ellos querían permanecer como un movimiento.

Foto: Juan Elman.

De repente un grupo de personas irrumpe en el parque. Son extremistas religiosos que llevan carteles contra la homosexualidad y el aborto. Ya son moneda común en todos los actos políticos del país. El líder del grupo, que clama pasajes de la Biblia a través de un megáfono, luce una gorra con la consiga “Make America Great Again” –el eslogan de campaña de Donald Trump. Los seguidores de Bernie responden rápido. Se toman las manos y forman un círculo.

-El amor vence al odio -cantan, cada vez más fuerte.

Después de un rato, los extremistas se retiran.

Foto: Juan Elman.

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Mark y Caroline no dudaron en cruzar los 2.000 km que separan a Minnesota de Filadelfia. El estado es parte del midwest, el terreno en disputa en estas elecciones y el hábitat natural del votante Trump. La pareja sabe que tiene una ventaja con respecto a los otros manifestantes que llegaron del interior del país: sus votos cuentan.

Asistir a la Convención Demócrata era una prioridad para la pareja. “Vinimos acá porque creemos que esta es la última chance de ser escuchados por el comité demócrata y que entiendan que no vamos a votar por Hillary Clinton en noviembre”.

Las pancartas los delatan: son seguidores de Bernie Sanders. “Es corrupta, dice lo que tiene que decir para ser electa y después actúa de otra manera. Ella es parte del establishment de este país que se tiene que ir”. En los pocos minutos que tenemos para charlar, Mark no menciona a Donald Trump, el candidato republicano. Él está preocupado por la candidata de su partido. Advierte que la convención está cometiendo un error en nominarla, una mera formalidad ya que Hillary se impuso en la instancia electoral. Ambos están convencidos de que Bernie Sanders no sólo era la mejor opción para ganar las elecciones generales sino para transformar al país. De esas que aparecen una vez cada medio siglo.

Llegar a Filadelfia representó un esfuerzo económico para la pareja. “Apenas podemos alimentar a nuestros hijos, nos estamos ahogando en deudas estudiantiles. No puedes entrar a ningún lado haciendo 40-50 mil dólares al año cuando tienes 150 mil de deuda colgando sobre tu cabeza. No podemos comprar autos. No podemos comprar casas”. Caroline sabe que está describiendo a una parte importante de la clase media estadounidense. Para esta pareja blanca que promedia los 35 años, la educación y la posibilidad de acceder a un trabajo digno debe ser la prioridad para toda familia.

Foto: Juan Elman.

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Filadelfia es la ciudad más grande del estado de Pensilvania. Allí fue donde, un 4 de julio de 1776, las trece colonias se reunieron para declarar la independencia de los Estados Unidos. Heredera de una fuerte tradición iluminista, hoy la ciudad es uno de los enclaves liberales del país. Con una distinción: pertenece a un estado pendular, aquellos que no son consistentemente demócratas o republicanos sino que varían según la elección.

Esta semana de julio se prepara para recibir, además de una abrumadora ola de calor, a más de 50.000 personas por la Convención Demócrata. Se respira política. El estadio que espera por los delegados y principales figuras del partido se encuentra, sin embargo, a las afueras de la ciudad.

No es fácil para un turista disfrazado de periodista llegar allí. Las combinaciones de metros pueden ser complicadas, y la mezcla entre las masas y el calor tampoco ayudan mucho. Para mi fortuna, el comité demócrata dispuso cientos de voluntarios en distintos sitios de la ciudad para ayudar a los despistados.

Su campaña le debe mucho al fracaso del sistema político actual, cada vez más desconectado del electorado

A pesar de su baja estatura, Sofía logra distinguirse entre la multitud. Lleva una camiseta azul francia que le queda enorme. El estampado de la camiseta, en letras blancas, es lo que termina de distinguirla. “I’m with Her” se puede leer, en referencia a uno de los eslóganes de la campaña de Hillary Clinton, la flamante candidata demócrata. Viajamos juntos hacia el estadio.

Sofía tiene 18 años, como yo, y hace unos meses recibió la carta de admisión de la prestigiosa Universidad de Chicago. Va a estudiar Ciencia Política, como yo. Votó por Bernie en las primarias y, ante una elección que tiene a Donald Trump como el otro contendiente, decidió sumarse como voluntaria a la campaña de Clinton. “Necesitamos una mujer como presidenta, aunque no estoy segura de que ella sea la mejor opción”. A Sofía le hubiese gustado que Joe Biden, el vicepresidente de Obama, se postulara en esta elección. Pero Biden, alegando razones familiares, declinó esa posibilidad.

Ahora Sofía cree que no tiene otra opción.

Foto: Juan Elman.

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En las últimas elecciones de 2012, Emma recorrió las calles de su ciudad, Nuevo Boston, en el estado de Nueva Hampshire, para convencer a sus vecinos de que votaran por Barack Obama. Ciudad puede ser una exageración: cuenta con apenas 5.000 habitantes; 9 de cada 10 de ellos son blancos. Hoy, ante una nueva elección, la joven de 23 años se siente decepcionada de Obama: “Fue una cara más que una voz”. La política belicista del presidente es una de sus mayores críticas, algo que no cambiaría con Hillary. Quizás por eso le teme más a ella que a Trump: “Todavía no demostró ser como dicen sus palabras. Hillary tiene acciones”.

De lejos, Emma bien podría caber en el prejuicio que se le suele endosar a la base de Sanders: hipsters blancos de clase media que hablan de revolución desde sus iPhones. A ella poco pareciera importarle.“Empezamos este país para evitar que un grupo pequeño de personas tomen todas las decisiones importantes por nosotros. Lamentablemente, en estos últimos años nos hemos acercado a tener esa misma lógica. El mensaje de Bernie no es un escape; es la chance de levantarte y usar tu voz”.

Al igual que Emma, varios jóvenes de clase media se han sumado al grito de la revolución política que propone salud y educación al servicio de todos. Para ellos, Wall Street es mala palabra. Y si para los jóvenes argentinos la crisis del 2001 fue un momento fundacional para la nueva política, los de Estados Unidos ven en el 2008 su momento de irrupción. Una crisis que dejó al desnudo la influencia de las corporaciones en política y la sagaz desigualdad económica en la que descansa el sistema.

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Foto: Juan Elman.

En el parque se corre la voz sobre una protesta organizada en el City Hall, el centro de la ciudad. Buscando la forma de llegar allí, me encuentro con una pareja caminando en dirección al metro. El hombre lleva un bebé en sus brazos. Ambos visten camisetas con el eslogan Feel the Bern, el llamado a la acción millennial.

–¿Y entonces, van a votar por Hillary en noviembre? –mi pregunta para romper el hielo pocas veces varía.

El hombre se toma unos segundos para responder.

–Tengo miedo por ella –dice, señalando a su bebé.

A todos los seguidores de Bernie con los que hablé les da pánico la posibilidad de que Donald Trump sea presidente. Saben que el sólo hecho de que sea candidato muestra la peor cara del país. También consideran que su campaña le debe mucho al fracaso del sistema político actual, cada vez más desconectado del electorado. Por eso no quieren votar por Hillary. A algunos, la propuesta de Jill Stein, del Partido Verde, les interesa. Pero eso no soluciona el problema.

Me despiden con una reflexión.

–El bipartidismo está trayendo problemas. ¿Por qué debo votar por alguien que no me gusta?

En el centro de la ciudad, la cantidad de gente duplica a la del parque. A los seguidores de Sanders, ahora se suman otros grupos. No hay un sólo seguidor de Hillary Clinton. Paradójicamente, en la convención que tiene como objetivo consagrarla como candidata, el apoyo no se siente. Al menos no por la gente. Los seguidores de Sanders siguen cantando, cada vez más fuerte. El Partido Verde y el Libertario reparten folletos para atraer votantes. Otros grupos piden justicia por algunos de los asesinatos en los últimos tiempos. También hay gente de Puerto Rico pidiendo por su independencia. La Convención Demócrata tiene de todo, salvando un detalle para nada menor: hay un porcentaje mínimo de población negra, pilar importante del electorado demócrata y clave para la campaña de Hillary. A Filadelfia llegó gente de todo el país: representantes de estados latinos y del midwest. Pero la diversidad racial, como sucede en el epicentro sureño republicano, es casi nula.

En el medio de las protestas pasa un auto con una pantalla gigante. Es un anuncio de Hillary Clinton, que muestra uno de sus discursos. Todos abuchean.

A la noche llega la hora de oír el discurso de Bernie, cuya entrada al estadio es digna de un rockstar. Adentro, miles de delegados corean su nombre y sus consignas.

Bernie comienza agradeciendo. Hace un balance de la campaña y reafirma sus propuestas. Habla de la crisis del 2008 y de la desigualdad económica. “Esta elección es acerca de terminar con los 40 años de decadencia de nuestra clase media”.

Como era de esperar, refuerza su compromiso para que Hillary sea electa en noviembre. Muchos de sus seguidores se ilusionaban con la posibilidad de que pegue el portazo y anuncie una candidatura independiente. No sucedió.

Bernie los entiende. Las miles de banderitas celestes con su nombre siguen agitándose por todo el estadio. El senador de 74 años levanta su dedo índice. Con el tono de voz grave que lo caracteriza, le da a sus seguidores lo que estaban esperando.

–Juntos, amigos, hemos comenzado una revolución política para transformar a los Estados Unidos, ¡y esa revolución, nuestra revolución, continúa!

Los gritos de la intensa minoría que permanece dentro del estadio contrasta con los millones de seguidores a lo largo del país que están decepcionados. No por Bernie, sino por la llegada de una nueva elección que no les genera entusiasmo alguno. Para ellos, gane quien gane, seguirá todo igual.

No es fácil ser zurdo en los Estados Unidos.

Foto: Juan Elman.

*Juan Elman es periodista especializado en política internacional y estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Quiere vivir de preguntar, para poder contar historias.

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