El dilema Salgado

Cuando la estetización excesiva se convierte en un problema ético del fotorreportero. Una reflexión sobre la obra del fotógrafo Sebastião Salgado.

por

Juanita Solano Roa

profesora de Historia del Arte en la Universidad de los Andes


12.06.2025

Portada: David Augusto De Salvador

Desde hace un par de años, en mi curso de Historia de la Fotografía incluyo una actividad titulada “El dilema Salgado”. La actividad consiste en dividir el curso en dos grupos y hacerlos defender una postura a favor o en contra de la obra del aclamado fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, quien falleció el pasado 23 de mayo.

En primera instancia, los estudiantes deben observar en silencio, y de manera individual, tres fotografías de Salgado correspondientes a la serie Sahel. En esta serie, realizada entre 1984 y 1985, Salgado captura el drama de miles de personas que tuvieron que migrar debido a una gran sequía en la región del Sahel, en el continente africano. Trabajando junto a Médicos Sin Fronteras, Salgado documentó el éxodo masivo de personas en países como Malí, Chad, Etiopía, Sudán y Eritrea. Las fotografías en blanco y negro muestran con imponente belleza el drama humano que significa dejar el lugar de origen, además de evidenciar la desnutrición masiva y el impulso por sobrevivir bajo esas condiciones.

Las fotos que muestro a mis estudiantes representan tres escenas. La primera documenta un campamento en Etiopía, donde migrantes—muchos de ellos niños pequeños—descansan bajo un gran árbol que deja pasar la luz del sol brillante. Los retratados miran a la cámara mientras se cubren el cuerpo con telas protectoras. La siguiente imagen es una escena en medio del desierto, donde un grupo de migrantes camina hacia un destino incierto. Los sujetos aparecen de espaldas, desnudos o semidesnudos, dejando ver de forma explícita la extrema delgadez de sus cuerpos, producto de la desnutrición y la falta de alimentos. En la última fotografía, los retratados aparecen parcialmente cubiertos por cobijas que los resguardan del clima del lugar. El mayor de ellos mira directamente a la cámara, mientras que dos niños evitan la mirada y, en el plano medio, otro personaje da la espalda al fotógrafo. Se trata de un grupo de personas del campo de refugiados Korem Camp, en Etiopía, un lugar creado especialmente para proteger y ayudar a los migrantes.

Cada estudiante debe tomar apuntes sobre las imágenes y responder a la pregunta: ¿Qué les despiertan estas fotografías? Posteriormente, se unen a uno de los grupos sin saber qué postura deberán asumir. El debate se articula en torno a dos puntos de vista que rodean la obra de Salgado desde la década de 1990. Por un lado, autoras como Ingrid Sischy afirman que la excesiva estetización en la obra del brasileño es una forma de “anestesiar los sentimientos de quienes la presencian”. Para ella, Salgado volcaba su atención en los aspectos formales de la fotografía—como la composición, la luz, el punto de vista y los contrastes—en busca de belleza y gracia en momentos de angustia y tragedia, lo que generaba admiración por las imágenes pero no necesariamente acción frente a la situación representada. En sus palabras: “este embellecimiento de la tragedia da como resultado imágenes que, en última instancia, refuerzan nuestra pasividad hacia la experiencia que revelan”, sin inducir un cambio real frente al mundo fotografiado.

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Otras autoras, como Susan Sontag, veían que la obra de Salgado estaba acompañada de una retórica de superioridad ética, pero sin una profundidad real que abordara de manera efectiva los problemas representados. Para Sontag, el conflicto de las fotografías no radica en su espacio discursivo (como los espacios comerciales en los que circulan sus imágenes), sino en las imágenes mismas. Consideraba que, al enfocarse en los desposeídos, Salgado los reducía precisamente a esa condición de falta de poder. Al no nombrar a los sujetos fotografiados con nombres propios ni identificarlos en su plenitud como sujetos activos—como sí se hace con figuras públicas—los relega a simples “ejemplos representativos de sus ocupaciones, sus etnias, sus desgracias”.

La postura que defiende la obra de Salgado sostiene que la estetización del sufrimiento ajeno es un recurso válido para atraer atención hacia un problema. Para autores como David Levi-Strauss, la estetización de una imagen no la vuelve menos significativa desde el punto de vista político. Según él, “representar es estetizar” y, en ese sentido, la belleza es una estrategia legítima para dirigir la mirada hacia una situación crítica, sin que necesariamente un juicio ético se interponga en la interpretación. Además, Levi-Strauss argumenta que la fotografía de Salgado se distingue de la de otros fotógrafos documentales que operan desde una distancia “objetiva” y superior. El hecho de que Salgado fuera brasileño y hubiera estudiado economía—comenzó a fotografiar a los 29 años, tras obtener un doctorado en Economía y trabajar para la International Coffee Organization en Londres—le permitía comprender mejor la realidad social y económica de sus sujetos. Por ello, su relación con ellos era “sustancialmente diferente”, lo que se traducía en imágenes donde se percibía la devoción que sentía por sus retratados, elevándolos a una dimensión casi sagrada.

En efecto, los efectos de luz que Salgado capta en imágenes como las que presento a mis estudiantes evocan lo divino. En la fotografía donde los refugiados reposan bajo la sombra de un árbol, la luz que atraviesa las ramas recuerda la que entra a una catedral gótica, aludiendo simbólicamente a una presencia sagrada. La pregunta, entonces, es en qué lugar del debate situarnos. No es una cuestión fácil de resolver, y requiere de un aparato crítico sofisticado para responderla. No solo aplica a la obra de Salgado, sino también a muchas otras imágenes que plantean una discusión similar.

No soy fotógrafa profesional ni tengo la capacidad de producir imágenes tan bellas como las de Salgado. Independientemente de nuestra postura, la cualidad estética de sus fotografías es indiscutible. Sin embargo, he hecho fotografía, y me dedico a escribir y reflexionar sobre ella. No recuerdo exactamente qué ejercicio me asignaron en una de mis primeras clases de fotografía en la universidad, pero sí recuerdo el resultado: una serie de fotos de personas que vivían en la calle. Una mujer con sus hijos sentada en una acera de Bogotá. En ese momento no se me ocurrió entablar una relación con las personas que pensaba fotografiar y mucho menos pedirles permiso para hacerlo. Pornomiseria pura y dura. No sé cuál es el impulso humano que nos lleva a fotografiar el dolor ajeno de forma explícita, pero claramente no escapé de él en mis primeros acercamientos al medio. Pensar y reflexionar sobre la ética fotográfica a través de las imágenes de Salgado me ha permitido cuestionar críticamente estas prácticas y suscitar conciencia en el espectador de las mismas. 

Aunque no soy una admiradora entusiasta de su obra, reconozco el valor de su involucramiento en contextos extremos, la valentía que se requiere para documentarlos, y la belleza de las imágenes que produjo durante su carrera. También le agradezco, porque han sido sus fotografías las que más me han llevado a reflexionar sobre la ética de la fotografía documental. Y, sin embargo, hay algo en sus imágenes que aún me incomoda, incluso en los casos en donde no documenta el dolor humano. Hoy en día pienso que me habría gustado tener este debate antes de haber salido a la calle a tomar esas fotografías.

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Juanita Solano Roa

profesora de Historia del Arte en la Universidad de los Andes


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