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Médicos sin fronteras

Adictos crónicos, ladronzuelos e indigentes reciben atención médica a cambio de un poco de abstención. Así atiende el Centro de Atención a Drogodependientes de El Bronx, la ‘olla’ más grande de Bogotá

por

Laura Romero Angarita


27.11.2013

Foto: Laura Romero

“Ya estamos en terreno” dice Héctor, el orientador del grupo médico, mientras se baja con propiedad de la unidad móvil. Lleva puesto un jean oscuro, un saco gris con rayas negras y encima un chaleco azul rey que lo identifica como miembro del Camad. En par de segundos arma una carpa blanca con la ayuda de don Edison, el conductor. Arrastra dos sillas cómodas color vino tinto a la carpa y así queda lista la sala de espera para los pacientes que quieran ser atendidos. El piso está lleno de polvo y escupitajos. Huele a orín. A menos de media cuadra se logra ver la entrada a la “L”, la olla del Bronx.

El equipo médico ya es reconocido por los habitantes de la calle El Bronx. Pero yo no. Por eso Héctor me presenta al “campana”, un tipo que se ubica en una esquina del sector, exactamente la que da frente a la unidad militar Dirección de Reclutamiento Los Mártires, y vigila que todo marche con normalidad. Tiene una gorra roja, brillantes en sus orejas y unas cicatrices que le adornan la cara. Cuando ve movimientos sospechosos, como posibles operativos de la Policía, saca su pito morado y silba. Es la forma de prender la alarma. Si son personas desconocidas, el “campana” los somete a un cuestionario intimidante que puede terminar con puñalada. Por este trabajo, le pagan 40 mil diarios.

-Campana, ¡Quiubo hermano! Mire, ella es Laura, una estudiante que viene a acompañarnos en una jornada del Camad. Ella va a estar con nosotros y ahorita vamos a dar una vueltica por la zona. ¿Listo?

-Listo, todo bien. Mucho gusto mami. Ya sabe lo que necesite me avisa. (Me da la mano y un beso en la mejilla).

Acto seguido saca su bolsa de plástico que esta untada de pegante Bóxer y empieza a inhalar y exhalar. Se va.

Antes de iniciar el recorrido, Héctor me recuerda: “Sin nombres textuales. Nada de fotos. Por respeto a ellos y seguridad de nosotros”. Para él la olla del Bronx no es una “L”, como todas la llaman, sino una “H” porque realmente tiene dos entradas. Nosotros no nos metemos, caminamos por los alrededores que igual siguen siendo parte del sector (Calle 9 entre carreras 15A y 15B). A veces pega el olor a marihuana. Hay humo, basura regada, dos policías que parecen estatuas y hombres echados en el andén con su costal. Unos con un tarro de Bóxer, otros con pipa de bazuco y algunos con botellas plásticas sin marca, llenas de alcohol. Héctor se desenvuelve bastante bien y me hace olvidar que estamos en uno de los sectores más temidos de la ciudad. Todos lo conocen y lo llaman “profe”. Él se sabe sus nombres y les preguntas cosas particulares, como si supiera sus hojas de vida. Los saluda, los abraza. No le importa ensuciarse. Luego me presenta y yo también los saludo con la mano. Minutos después me confiesa: “Yo duré seis años en El Cartucho, tres en Cinco Huecos y tres en el Bronx. Una de las razones por las cuales el Hospital Centro Oriente me contrata a mí es por la experiencia que tengo a través de las ollas y el reconocimiento que tiene la gente conmigo, pues porque con ellos consumía.”

De consumidor social a habitante de la calle

“Yo defino la enfermedad en tres etapas: la primera cuando uno es consumidor social, la segunda cuando a uno lo someten a procesos de rehabilitación y la tercera cuando uno termina como habitante de calle”, me explica Héctor. En la tercera etapa, la que atiende el Camad, “el deterioro es claro. Ya es posible que trate de sostenerse de muchas maneras y no lo logre. El consumo no lo va a dejar y por ende va a terminar haciendo tres de las cosas que terminan haciendo las personas que llegan a calle: retacar [pedir limosna] robar y reciclar. Ya esa es la parte crónica de la enfermedad.” dice Héctor.

Con este supuesto de cronicidad, el Camad le apunta a reducir el consumo y el daño a través de la consulta médica, psicológica y odontológica. No se trata de una narco sala: aquí no se suministra ni marihuana ni metadona. Hay una variedad de medicamentos para las dolencias físicas e infecciones a los que se ven enfrentados los consumidores: antibióticos, omeprazol, ibuprofeno, ungüentos. Si por ejemplo el paciente quiere abandonar “la bazuca”, entonces él le cuenta a los del Camad y estos se encargan de hacer el enrutamiento con el Centro de Desarrollo Humano que queda a una cuadra de donde se estaciona la unidad móvil, en un edificio en el Bronx. En el tercer piso está ubicado el Centro de apoyo y manejo de adicciones, que es la segunda fase del Camad. Allí sí se hace una intervención más directa que no sólo esta dirigida a los habitantes de la calle. Cualquier persona que viva en Bogotá con problemas de consumo de sustancias psicoactivas puede ir y ser atendido.

La unidad móvil tiene dos salas de servicio. Por un lado está el consultorio de odontología donde trabaja la doctora Ingrid y su auxiliar Ángela. A una puerta blanca corrediza está el consultorio médico de la doctora Mariela. En este momento no cuenta con auxiliar porque la última renunció. “Una habitante de la calle le metió mierda en la boca por haber discutido con ella” me cuenta con acento chocoano Mariela, una mujer negra robusta y con pelo trenzado. Está vestida con una chaqueta gruesa y gris que en letras blancas dice “médica”. Usa guantes blancos y tapabocas. Entra a la sala el paciente número ocho con un bastón café. Trae el desgaste propio de la calle pero porta elegancia en su traje: mocasines y medias negras, pantalón oscuro, camisa manga larga de cuello y chaqueta negra. Viene con el ojo derecho inflamado y cerrado. Llora pus.

– ¿Nombre?

– XX

– ¿Edad?

– 49 años.

– ¿Qué le pasó señor?- pregunta la doctora.

– Me dieron un palazo, cuando estaba dormido, con un palo de escoba. Un alcohólico. Ellos toman chamber [alcohol etílico mezclado con agua] y se enloquecen y no saben ni lo que hacen ni lo que dicen. Me fregó la vista porque yo por dentro me siento eso como despegado.

– ¿Cuándo le dieron el golpe?

– El lunes. Hace 5 días.

– ¿Y usted por qué no había consultado?

– Terco que es uno…

– ¿E inmediatamente perdió la visión?

– Sí señora. Me salió primero un líquido y después sangre.

– Hubiera consultado… ¿Señor usted consume?

– Sí señora.

– ¿Qué consume?

– Bazuco (en tono bajo)

– Bueno señor. Va para el Hospital Santa Clara. Tiene un estallido del ojo y tiene una celulitis periorbitaria.  Lo más probable es que le hagan sacado de ese ojo.

– ¿Que me sacan el ojo?

– Sí señor.

– ¿Pierdo el ojo? (un poco exaltado)

-Ya pierde el ojito. Ya lo perdió con el golpe. Entonces vaya para que el oftalmólogo se lo mire y le haga el procedimiento. Bajemos compañerito que ya el carro lo esta esperando para llevarlo.

-Muchas gracias doctora.

Odontología para los que no tienen dientes

“Yo los perdí casi todos” me cuenta Héctor, mientras me muestra un reemplazo de dentadura completo y alineado color hueso. La caída de los dientes está asociada al consumo del bazuco. “No sé que es lo que hace pero pudre toda las encías. Son sustancias que generan un deterioro en toda la parte dental. Sumado a que uno no se lava la boca, sumado a que la higiene oral es pésima, el bazuco como que acaba totalmente con la dentadura, más que cualquier otra droga. Por eso tu ves al habitante de calle casi sin dientes del mismo consumo de bazuco”. Por eso, en la calle se aprende a comer lo que caiga, a masticarlo como pueda o a pasárselo entero si las encías no dan abasto. Y así aparecen las infecciones y los dolores.

El que quiera ser atendido por Ingrid, la odontóloga, tiene que venir “limpio”, sin haber consumido. “Yo les digo: ‘¿Quiere que lo atienda? Entonces esta noche último consumo nueve, diez de la noche y mañana viene juicioso.’ Y vienen juiciosos. Muchos a veces hasta se bañan y se organizan para venir acá. Y eso para mi ha sido súper satisfactorio”. Que los habitantes de calle preparen sus cuerpos para no consumir seis horas antes de la consulta ha sido de los ejercicios más importantes que ha hecho el Camad, enfocado en la reducción del consumo y del daño.

El paciente número seis lleva dos horas esperando. Toca la puerta del Camad e interrumpe por tercera vez la consulta de la doctora Ingrid: “Me duele mucho, mucho. ¿Me da agua? Le cuento que qué castigo tan doblehijue..” dice un hombre moreno que salta sobre un pie, mientras se tiene con la mano el lado derecho de la boca. A los treinta minutos por fin entra a la sala y se acomoda sobre la camilla. Empieza el conteo de los dientes que hacen falta.

-33, 45 Y 48 no están. Aguja larga y anestesia -le dicta a Ángela, su auxiliar.

-Me duele mucho, mucho -llora el paciente.

-Ay no.  ¡A ver!

– Ay doctora me duele. Déjeme tomar un poquito de agua.

-¡Pero ya papá! ¡cálmese! Que necedad tan verraca, ¿no? Las manos debajo de la cola y quietico.

-¿Si sabe cuál es la muela?

-Obvio, ¿usted qué cree? Mire… esta es la que le está doliendo y es para sacar, esta también y esta otra también.

Al cabo de unos veinte minutos están afuera las tres muelas. Están untadas de sangre y una de mata verde. “Esa es marihuanita doctora” le señala el paciente.

Requisitos: ser consumidor y vivir en la calle

Desde el 17 de septiembre de 2012 se parquea la unidad móvil y una camioneta blanca que sirve de ambulancia en la entrada del Bronx. Este Camad es uno de los cuatro que se han creado en Bogotá, los otros tres están en Kennedy, Rafael Uribe Uribe y la Cárcel Distrital. Va de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde, y los sábados hasta las tres. No hay policías que los acompañen. Solo el grupo interdisciplinario (médico, odontólogo, psicólogo, trabajador social y orientador) del Hospital Centro Oriente que está vinculado a la Secretaría de Salud de Bogotá.

Según el último informe del Hospital Centro Oriente del 19 de junio de 2013, dos mil personas fueron atendidas en la unidad móvil del Bronx. Todos los días hay pacientes: algunos llegan heridos por puñalada, otros llegan a pedir su antibiótico, varios por extracción de muela y unos para hablar con la psicóloga o con el orientador. Todos agradecen al final de la consulta y hablan del Camad como una bendición porque aquí no les exigen papeles, ni cartas ni Sisben. Sólo ser consumidor y vivir en la calle. Si hay una emergencia, está la camioneta blanca que a cualquier hora llevará al paciente a una atención más especializada. “Hago lo que me hubiese gustado que me hubieran hecho a mi cuando yo era habitante de calle. Porque yo nunca tuve la oportunidad nisiquiera de que me dieran una atención médica. De las veces que estuve grave, grave me toco ir a mí arrastrándome al hospital y casi ni me dejan entrar. Hoy tener la oportunidad de tener la salud aquí es uno de los mejores logros para ellos y para mi desde la visión mía como ex habitante.” dice Héctor.

***

Fotos: Laura Romero Angarita. Las imágenes de los pacientes del Camad son publicadas con su autorización.

* Laura Romero es estudiante de Derecho y de la opción de periodismo del CEPER. Esta historia se hizo en el marco de la clase Laboratorio de Medios y fue publicada por lasillavacia.com.

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