Después de ser asesinado, varios monumentos que conmemoran a Dilan Cruz han sido vandalizados o borrados. Lo que está en disputa no sólo es su memoria, sino la justicia frente a su homicidio.
Golpeadas, en el suelo, destruidas. El 16 de febrero, siete días antes de que se cumplieran tres meses del asesinato de Dilan Cruz, la matera y la placa que lo homenajean fueron destrozadas. La tierra se regó por el suelo donde meses atrás habría caído también su sangre. “Vandalizada”, dijeron los medios, el mismo término que muchos usaron para justificar su homicidio a manos de un agente del Esmad.
“Dilan se convirtió en un símbolo de lucha”, le dijo Denis Cruz, su hermana, a Cerosetenta. “Las mismas personas que dicen que no debe ser honrado por estar protestando son las mismas que no salen a marchar y que se quedan en la casa esperando a que las cosas pasen”.
Éste, sin embargo, no ha sido el único ataque a su memoria.
El 26 de noviembre, un día después de que Dilan murió en el Hospital San Ignacio, un grupo de artistas fueron a la localidad de Bosa para pintar un mural en su honor: un retrato del joven y las siglas A.C.A.B (All Cops Are Bastards). La mañana siguiente el muro apareció pintado de negro.
A pesar de que la Alcaldía Local les había dado permiso, les dijeron que borraron el mural porque “tenía mensajes que incitaban al odio” y que por eso, “ no podía ser realizado”, como escribió en Twitter Maestr@sContraCorriente. Los artistas denunciaron además que, mientras pintaban, recibieron ‘intimidaciones’ de la Policía, aunque no dijeron puntualmente qué les dijeron, e hicieron responsable a la Alcaldía por lo que pudiera pasarles.
El 29 de diciembre, un día después de que Medicina Legal declarara la muerte de Dilan como un ‘homicidio’, un grupo de profesores y amigos de Dilan, apoyados por los procesos de Juventud del barrio Ricaurte, organizaron una ‘toma cultural’ en el colegio Ricaurte IED, donde Dilan estaba a punto de graduarse. La idea era hacer un concierto de rap y pintar un mural con su retrato.
“Quisimos organizarle un homenaje para celebrarlo y, por el auge del Paro y del momento, se creció y se convirtió en un concierto”, cuenta uno de los organizadores del evento, quien pertenece a los procesos de Juventud del barrio Ricaurte, y quien pidió la reserva de su nombre porque ha recibido amenazas por otros procesos de liderazgo que ha hecho.
De acuerdo con dos de sus organizadores, el evento no se pudo hacer por orden de la Secretaría de Educación, que prohibió usar las instalaciones. Una de las profesoras de Dilan, quien creó el puente entre los procesos de Juventud y el colegio, confirmó a Cerosetenta que el Colegio recibió esa orden y que, además, ésta obtuvo apoyo por parte de varios profesores porque, dice, “consideramos que a Dilan lo utilizaron como punta de lanza para los intereses de la protesta”. Decidieron, sin embargo, adelantar homenajes más privados dentro del colegio.
A nosotros nos han perseguido, nos han hackeado, nos han chuzado. Todo por querer contar cómo era Dilan de verdad
“Nos dijeron que no querían que se alterara la paz del colegio. Y pues, él es un símbolo de paz, entonces no sé qué pasó ahí”, asegura uno de los mejores amigos de Dilan, quien también participó en la organización del evento. A pesar de la negativa, los encargados del homenaje hicieron el concierto, pero en una esquina del colegio. Rapearon y cantaron alrededor de una foto de Dilan y acompañados por pancartas con las que pedían el desmonte inmediato del ESMAD.
El 1 de diciembre, además, los artistas que están haciendo el documental Rayando Patria denunciaron que mientras pintaban un mural, también en homenaje a Dilan, un grupo de policías los abordó y les prohibió terminarlo, les impusieron una multa y los obligaron a borrarlo. Una vez más, el colectivo tenía permisos que no sirvieron de nada.
“La gente no aguanta que se use el graffiti como medio de comunicación porque lo consideran vandálico”, dice Néstor Arteaga, uno de los artistas que ha hecho varios murales sobre Dilan y que participa en el documental. “Somos un país donde el abuso de poder de instituciones del Estado se ha vuelto una burla hacia el pueblo y se considera que el Estado no puede ser malo”.
Lo corroboran las redes sociales. Los amigos y familiares de Dilan denuncian que a través de varios perfiles se han promovido campañas de desprestigio contra Dilan, que lo tratan de ‘vándalo’, en un intento por justificar su homicidio y la censura contra quienes quieren homenajear su memoria.
Ataques que se refuerzan con declaraciones de políticos como la senadora Paloma Valencia que dijo en un medio de comunicación de alcance nacional que Dilan Cruz era ‘un vándalo’.
“A nosotros nos han perseguido, nos han hackeado, nos han borrado los perfiles de redes sociales, nos han chuzado. Todo por querer contar cómo era Dilan de verdad”, dice uno de los amigos de Dilan que pidió la reserva de su nombre para proteger su identidad.
Contar cómo era Dilan de verdad. Conmemorar su memoria. Revivirlo, aunque sea en un muro o con una planta en una matera.
“Esas conmemoraciones son una fuerza latente que exige verdad, que exige justicia”, dice José Antequera, el actual director del Centro Memoria Paz y Reconciliación de Bogotá. “Una fuerza latente que de alguna manera plantea que estos hechos no deberían ocurrir. No son sólo marcas en el espacio público con respecto al pasado, sino con respecto a cómo debe ser la movilización social, a cómo debe responder la justicia frente a estos hechos”.
Y que, sin embargo, terminan ‘vandalizados’.
Como dice Antequera, estos hechos muestran que la disputa de esta memoria no sólo es frente al pasado y al presente sino frente al hecho mismo. Los ataques sirven para cuestionar si lo que pasó, realmente pasó al menos para la memoria colectiva. Sobre todo porque son casos muy recientes, donde hay litigios abiertos, donde hay exigencias puntuales por justicia. Y, como dice Antequera, donde “los procesos de memoria entran dentro de esos litigios”.
Son casos muy recientes, donde hay litigios abiertos, donde hay exigencias puntuales por justicia. Y, como dice Antequera, “los procesos de memoria entran dentro de esos litigios”.
No sólo pasa con la memoria de Dilan Cruz.
Néstor Arteaga, o ArteagaKid, del colectivo Rayando Patria, recuerda que los procesos de censura fueron constantes durante los homenajes que organizaron para Trípido, o Diego Felipe Becerra, el joven que fue asesinado por un miembro de la Policía Nacional cuando se encontraba haciendo un grafiti debajo del puente de la calle 116 con Boyacá (en Bogotá), hace ya nueve años.
“En ese espacio todas las cosas que se hacían eran atacadas en medio de una discusión judicial sobre responsabilidades. Afortunadamente hoy en día se ha logrado que ese espacio sea respetado”, asegura Antequera.
Cuenta que también ha pasado con monumentos y murales dedicados a las víctimas de la desaparición forzada que han aparecido con símbolos de grupos como la Tercera Fuerza, la organización neonazi más grande de Colombia. O con el mural que había frente del Centro de Memoria Paz y Reconciliación sobre la Unión Patriótica. Éste, dice, “dejó de existir. No porque nadie lo quisiera, sino porque fue varias veces atacado con mensajes explícitos en contra de la memoria”.
La lista es larga, dice Antequera. Y ocurre más en la medida en que muchos de estos homenajes y monumentos ocurren en espacios públicos, sujetos a la vulnerabilidad que eso implica.
Aún así, el Centro que lidera Antequera ya anunció que acompañará a la familia de Dilan Cruz a proteger estos monumentos públicos y a conmemorar su memoria. Denis, su hermana, lo agradece. Para ella Dilan representa “a cada ser humano que ha sido víctima del ESMAD” y considera que “por medio de los homenajes es la única manera de hacer memoria y construir conciencia también”.
Por ahora, Cerosetenta supo que La Casa de Juventud del barrio Ricaurte está en proceso de cambiar de nombre para convertirse en la Casa Dilan Cruz, un proceso similar al que hizo que la Casa de Juventud de Suba se convirtiera en la Casa Diego Felipe Becerra.
En la fachada de ambas están los retratos de las víctimas que conmemoran. Un esfuerzo por recordarle a la sociedad que los ve que sus homicidios sí ocurrieron y merecen justicia, aunque no todos estemos preparados para asumir nuestras culpas.