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Diatriba de una estudiante de intercambio en Francia

Los profesores dictan, los estudiantes copian, la campana suena y todos se van a su casa. Una estudiante colombiana estuvo de intercambio en Estrasburgo, donde lo que mejor aprendió es que prefiere estudiar en Colombia.

por

Carolina García Arbeláez


15.11.2011

Foto: Creative Commons

Me desconecto por un segundo de la sinfonía de los computadores, de los estudiantes tecleando al unísono la transcripción de la clase. De repente me pregunto: ¿qué hago en este anfiteatro?

Es primavera, el día está soleado y vivo en la hermosa ciudad de Estrasburgo, como estudiante de intercambio. La mañana comenzó como cualquier otra. El profesor llegó a las 8, cogió el micrófono y empezó a dictar. «Capítulo 1: El surgimiento del Derecho Internacional Económico Apartado A: Las ventajas estructurales del libre cambio». La primera vez quedé atónita: ¡Realmente es un dictado!

Era una escena completamente anacrónica. Sentí por un momento estar en los comienzos del siglo XX, donde los profesores hasta te decían cómo tomar apuntes. Pero no, era el 2011 y yo solamente estaba siendo testigo de una educación decadente. ¿En dónde quedó todo su esplendor? En el país de las huelgas y de la Revolución los estudiantes permanecen en silencio desarrollando su habilidad en mecanografía. ¿Desaparecieron sus voces? El conocimiento se acepta sin cuestionar la autoridad. No hay debate, no hay confrontación, ni siquiera hay preguntas. El ímpetu del 68 se quedó en el 68. Hoy en día a los estudiantes de Derecho no los incitan a pensar. No les enseñan a interpretar sino les dan la interpretación. Les cuentan lo que dijo Foucault pero no se lo hacen leer. Por fuera del aula de clase todo aprendizaje autodidacta es bienvenido. ¿Pero qué mejor espacio que la Universidad para tener debates académicos? Por lo que veo, esto en Francia ya no pasa. El profesor se ciñe a sus notas, algunos incluso leen de corrido y siguen su perorata durante tres horas seguidas. No digo que no sea interesante ni cuestiono su experticia, solamente que el día está soleado y todo lo que están diciendo lo puedo encontrar en un libro de teoría. O mejor, puedo pedirle a cualquier compañero sus notas y tendré una transcripción literal de la clase.

En esas notas en cuadernos rayados al milímetro sabré hasta detalles curiosos como cuántas veces el profesor estornudó o si contó un chiste. Cada minuto transcurrido en el anfiteatro está registrado en esos apuntes. Asistir o no, es realmente indiferente. La próxima vez me iré a conocer la pintoresca región alsaciana y leeré la transcripción de la clase en una tarde lluviosa.

Me acuerdo de mi Universidad y me invade la nostalgia. Definitivamente uno no sabe lo que tiene hasta que lo pone en perspectiva. Siempre he sido crítica de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, de sus vacíos en el pénsum, de cómo ciertos profesores siguen fosilizándose a pesar de recibir las peores calificaciones. Sin embargo, hoy me siento afortunada. Extraño los PBLs (de Problem Based Learning) donde no me dan la respuesta sino las herramientas para llegar a ella. Extraño los ensayos dónde nos obligan a pensar, a reflexionar, a crear. Aprender no es memorizar un paquete de información sino desarrollar competencias.

En el aula de clase se debe promover la discusión, la participación. Es a través de éstas prácticas que se enriquece el conocimiento. Si no fuera así, sería irrelevante asistir a clase o ser autodidacta. No sé si les pase a ustedes, pero cuando he tenido buenas clases (y buenos profesores) siento que cuando falto a una sesión, aún cuando me adelante luego, me perdí de algo que no podré recuperar por más que relea las notas del mejor alumno del curso. De pronto la distancia facilita la idealización, pero hoy me siento orgullosa. Me siento orgullosa de mi Universidad, de no ser indiferente, de no hacer parte de la orquesta que melodiosamente y con mucho talento, copia el dictado al pie de la letra.

 * Carolina García es estudiante de derecho y de la opción en periodismo del CEPER.

Nota: Una versión de esta nota fue publicada en el periódico Sin Vergüenza.

 

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Carolina García Arbeláez


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