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Dalila Hernández y el blindaje de Bogotá

Hay una mujer que supervisa todas las decisiones que se toman dentro de la Alcaldía. Por sus manos pasan más de cincuenta mil contratos y más de treinta mil procesos jurídicos. Esta es la mujer que, dicen, lleva la batuta en el Palacio de Liévano.

por

Sebastián Payán R.


16.08.2017

Foto: cortesía de la Secretaría Jurídica de Bogotá

De manera jocosa, el alcalde dice que soy la que manda”. Son las once de la mañana. La abogada Dalila Hernández, secretaria jurídica de la Alcaldía de Bogotá, sale del primer comité del día. Su rutina empezó a las cinco y media de la mañana, hora a la que se levanta a diario. Enciende el televisor del cuarto, luego el del baño y por último el de la cocina. Cada pantalla sintoniza un canal de noticias distinto, su padre le enseñó a levantarse con noticieros y periódicos. Y, además, enciende la radio para escuchar más noticias.

Desde las siete de la mañana Dalila ya está en su oficina, en el tercer piso del Palacio de Liévano, en pleno centro de Bogotá. Esta semana parece más preocupante de lo normal porque tiene sobre la mesa una posible destitución del alcalde Enrique Peñalosa, debido a una serie de procesos de revocatoria que denuncian el incumplimiento y mal manejo de la Alcaldía; la consulta antitaurina que busca regular la legalidad de la próxima temporada de corridas de toros en la ciudad; y una plenaria en el Concejo de Bogotá. Pero para Hernández, en realidad, es una semana más, nada fuera de lo común. Mabel, su asistente, entra a la oficina y le pasa una carpeta con el cronograma del día: cita en el Concejo de Bogotá y otra reunión a las dos de la tarde. El tiempo de su almuerzo peligra. Por más ocupado, caótico o angustiante que pueda estar su día, Dalila dice que no deja de almorzar. Luego de recibir unos papeles, me dice que vamos para el Concejo y que iré en otro carro con su conductor Hernán y con la jefa de prensa Vanesa Gómez.

Durante el trayecto Vanesa explica la razón por la que vamos al Concejo. Dice que la labor de la secretaria jurídica es transversal y debe estar en todo. Aunque no está citada a hablar, existe la posibilidad de que su asesoría sea solicitada. Según Dalila, su labor es blindar todas las decisiones que se tomen en la Alcaldía. La Secretaría Jurídica fue creada en el 2016 en aras de darle más atención a los 36.000 procesos judiciales activos en el Distrito, los cuales tienen unos contingentes judiciales de 14 billones de pesos. Lo que equivaldría a un 75 % del presupuesto total de la Alcaldía de Bogotá para 2017. Es decir, los procesos judiciales a los que se enfrentó Dalila en la Secretaría Jurídica, tienen detrás contingentes con más de la mitad del presupuesto de la Alcaldía.

Si no asumiera esa presión, no estaría aquí

Las personas que trabajan con ella dicen que es una persona que nunca descansa. Mencionan que pueden llegar mensajes de ella a las once de la noche o en un fin de semana. Para Dalila llegar a su hogar nunca ha significado descanso. Cuando llego a la casa siempre hacen falta cosas, leer correos, mensajes y prender los televisores para ver noticieros. El alcalde puede que me llame en cualquier momento, no puedo apagar el celular y desentenderme”.

Desde hace unos años, Dalila ha optado por la medicina alternativa para controlar los niveles de estrés diario. No pueden faltar botellas de gotas medicinales en el cajón de su casa y en el de su oficina. En nuestra primera entrevista, Dalila me cuenta que en cargos como los de ella, hay una presión muy grande: “Estos cargos son de difícil nombramiento y fácil remoción. Las responsabilidades que he asumido en la vida son muy altas. Asesorar a un alcalde, un ministro, un director. Mi responsabilidad frente al alcalde es inmensa, si no asumiera esa presión, no estaría aquí”.

Nada más

Para Aura Elvira de Hernández, madre de Dalila, la salud de su hija se ha vuelto un tema de preocupación por el ritmo de vida que lleva. En sus anteriores trabajos, dice, era juiciosa con su rutina de ejercicio, alimentación y descanso. Pero para ella y su familia, la Secretaría jurídica cada vez la absorbe más. Y esto es algo muy común con la exigencia de estos cargos directivos. Semanas antes de conocer a Dalila entrevisté a Betty Castillo, secretaria general de la Alcaldía. Este perfil iba a ser sobre ella, sobre la mujer que se encarga de que la casa del alcalde y sus hijos esté al día. Pero en una de nuestras charlas el alcalde Enrique Peñalosa le recriminó airadamente estar hablando conmigo, preguntó que “en cuántos idiomas debía decirle lo mismo, que no le gustaba que hubiera gente allí [en la Alcaldía]”. Como una forma de decirle que no usara el tiempo laboral en otro tipo de actividades. Después de esto Betty no quiso hablar más.

Socorro, hermana mayor de Dalila, y quien está sentada al lado de Aura, dice que prácticamente este cargo no deja que Dalila pueda hacer nada más. Asegura que otra de las grandes vocaciones de Dalila ha sido la música. Socorro recuerda que cuando su hermana tenía cuatro años la llevaron a un concurso de canto del barrio. Dalila cantó “Mis 32 dientes” frente a todo el barrio y ganó el concurso. La presión nunca ha sido su enemiga. Incluso hoy Dalila sigue cantando. Cuando el tiempo se lo permite, ensaya una vez por semana con su grupo de coro. Pero con las responsabilidades de su nuevo trabajo, le queda poco tiempo para sus ensayos y aún menos tiempo para tocar guitarra, otro de sus pasatiempos.

Dalila es muy unida a su familia y, dice, que es una parte importante de su vida. Pero nunca tuvo hijos, fue una decisión que tomó hace muchos años. “Soy separada. Decidí no tener hijos porque los trajines de estos cargos públicos son muy pesados. Yo quería darles a mis hijos la casa en la que me crié y si no se las podía dar prefería no tenerlos”. Socorro, quien tampoco tiene hijos, cree que su hermana no tuvo hijos porque no encontró en quien pudiera confiar: “Ella es una persona dominante, independiente, culta, disciplinada. Encontrar a alguien así es muy difícil”. Su madre asegura que cuando le habla del tema, su hija le responde que “está tranquila con su decisión”, pero también agrega que a su hija le hizo falta tener un hijo y por eso cuida tanto a sus empleados. Cuando Dalila trabajaba fiscalizando los impuestos en la oficina de tributación colombiana, la DIAN, a una de sus empleadas se le murió la mamá y no tenía la plata para enterrarla. Esta mujer trabajó gran parte de su vida para la empresa y cuando más necesitaba apoyo, nadie en la empresa le prestó atención, excepto Dalila. Protestó y protestó hasta tal punto que consiguió que la empresa pagara el entierro.

Las avispas

En febrero de 2017, la Administración Distrital estaba siendo demandada por el manejo del sistema de salud y por la venta de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá (ETB).  Dalila Hernández, junto con su equipo en la Secretaría Jurídica, le demostraron al Consejo de Estado, entidad encargada, entre otras cosas, de ser la última instancia de revisión en los procesos entre particulares y el Estado, que todas las acciones de la Alcaldía estaban ajustadas al derecho y a la legalidad. Cuando el alcalde agita avisperos una o más veces a la semana, Dalila es la que demuestra que lo que hizo el alcalde fue legal, mientras una o dos avispas la pican a ella. Por esto ella tiene que estar en todos lados y supervisar todas las decisiones.

Al llegar al Concejo de Bogotá, el conductor nos deja en la entrada. Encontramos a Dalila, pero nos pide que esperemos. Está rodeada de tres hombres, todos más altos que ella. La palabra que más pronuncia Dalila es “tranquilo”.  Esa es una de sus estrategias, sonreir siempre y nunca mostrar lo débil que puede estar.

Un momento después, Dalila nos indica que sigamos a la sala del Concejo. Al entrar, la estructura que en algún momento fue una iglesia, parece todo menos un espacio de oración y silencio. Un concejal de saco verde habla en un tono airado y su voz resuena en los parlantes, en el fondo hay una lontananza que no calla. Al frente, el presidente habla con el hombre que está a su lado y no parece poner atención a lo que dice el concejal. Nadie parece ponerle atención. De vez en cuando suenan golpes a las mesas en señal de aprobación, al parecer sí están escuchando al que habla. Los concejales se saludan entre sí y mantienen conversaciones cortas y formales sin importarles si hacen ruido. Cuando termina de hablar el hombre de saco verde, otro sujeto de pelo canoso pide la palabra y solicita un aplauso por unos visitantes de China que están en la sala.

La discusión sigue el mismo estado caótico, ahora flota en el aire una mezcla de olores de hora de almuerzo. Al frente cerca al presidente, callada e imponente como una esfinge, está Dalila parada frente a más hombres que mujeres. Mientras se debate un proyecto todos están comiendo, todos hablan y pocos escuchan.

Mientras tanto Dalila espera que, ojalá, su hora de almuerzo llegue cuando termine de trabajar.

 

*Esta nota se realizó en el marco de la clase Perfil de la Maestría en Periodismo del Ceper.

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